No nos atrevemos a decir su nombre

Revolución #035, 19 de febrero de 2006, posted at revcom.us

Como parte del análisis y la denuncia del crecimiento y la fuerza del movimiento fascista cristiano en este país, Revolución está presentando las voces de pensadores y escritores religiosos y de clérigos que ven tal peligro y están dando la alarma. Naturalmente ellos expresan sus propias perspectivas y no son responsables de lo que dice este periódico ni nuestro website.

Este es un artículo del reverendo Rich Lang, pastor de la iglesia Trinity United Methodist Church en Seattle, Washington, que se publica con el permiso del autor.

¿Entonces, cuándo usamos la palabra? ¿Cuándo lo decimos realmente? ¿Cuándo practicaremos el evangelio de Ezequiel y le advertiremos a nuestra gente de lo que viene (Ezequiel 33:1-9)?

Hasta ahora nos hemos negado a decir la palabra. No hemos tenido el valor de practicar el evangelio de Ezequiel. Quizás tenemos miedo de que si damos la alarma no nos escucharán ni nos entenderán (Isaías 6). Por nuestro silencio, nuestra gente vive asaltada por miedos y sospechas mientras espera el sueño, que paso por paso viaja hacia el mismo abismo donde han llegado otros imperios antes que el nuestro (Revelaciones 18).

Las señales nos rodean. La misión y el propósito de Estados Unidos es ser una economía permanente de guerra que patrulla el mundo y extermina a los infieles (1 Samuel 8). El presidente, con la complicidad del Congreso, ha adquirido el poder de un dirigente supremo que puede cambiar la ley con el hecho de "firmar declaraciones" y extinguir la ley por medio de poderes de tiempos de guerra. Nos hemos convertido en un país que practica la tortura, un país que mata a civiles y los desaparece. Encerramos a personas sin respetar el proceso legal establecido. Escuchan lo que hablamos, a quién, cuándo y dónde. Todo eso se hace en nombre de la libertad y la justicia. Todo está cubierto por el silencio y lo bendice el clero que no tocará la trompeta.

Las señales nos rodean. Los estudiantes espían a sus profesores. Las agencias del gobierno nos espían. Ven lo que hacemos en la computadora. Los reclutadores militares acosan a nuestros hijos en la escuela, por el correo, por los medios, en los centros comerciales. El costo de la guerra asciende a miles de millones, pero el dinero deja de llegar a los pobres y a los obreros. Mas, desde el púlpito, no nos atrevemos ni a decir su nombre: el nombre que se ha hecho realidad en nuestro tiempo.

Dentro de la Iglesia vemos una división irreparable (1 Juan 2:18-19). Por un lado vemos que nacen los Pastores Patriotas en Ohio y, por el otro, hay iglesias liberales que el gobierno investiga. Hay Domingos de Justicia y crece el nacionalismo teocrático; por otra parte, meten a muchos fieles en la cárcel porque se oponen a la guerra. Desde los púlpitos de la nación, el Sermón del monte, la identificación cristiana con los pobres, la declaración de amar a nuestros enemigos, todo se ha reemplazado con estrategias de crecimiento para la iglesia o de formas de infiltrar a partidos políticos. Se insiste que el clero no diga su nombre y que se quede en su papel de sacerdote y golfista. Que el clero sea solamente guía y terapeuta. Entonces el clero, con su cheque en la mano y el deseo de ascender, hace lo que le dicen con las falsas palabras de "paz, paz" (Jeremías 8).

¿Cuándo lo dirán? ¿Cuándo hablaremos sobre Samuel 8, Isaías 9, Jeremías 8, Ezequiel 33, 1 Juan 2, Revelaciones 18? ¿Cuándo prepararemos a nuestra gente para el próximo acto de terrorismo y toma de poder? ¿Cuándo declararemos que apoyar al estado militar de seguridad para la guerra permanente es idolatría? ¿Cuándo dejaremos de apoyar un gobierno que manda tropas a oprimir, dominar y morir, mientras repite las palabras vacías "apoyar a nuestras tropas"?

En otras palabras: ¿diremos el nombre de la enfermedad que es nuestra realidad presente? ¿Cuándo lo diremos desde nuestro púlpito? ¿Qué estamos esperando? ¿Qué otras señales estamos esperando? ¿Qué otras señales necesitamos? ¿Estamos esperando que arresten a los disidentes? ¿Esperamos la próxima invasión, y la siguiente? ¿Esperamos casos de herejía, hostigamiento de la iglesia, fricción cultural? ¿Esperamos hasta que las aguas del diluvio económico nos lleguen hasta la barbilla? ¿Cuándo tendremos el valor de tocar la trompeta y advertirle a nuestra gente? ¿Cuándo podremos hacer a un lado la comodidad de la popularidad, la prosperidad y el privilegio para que podamos decir su nombre? Cuando lo hayamos dicho desde el púlpito, desde el estudio de la Biblia, desde cada visita pastoral que hacemos, cuando hayamos dicho la Palabra, entonces quizás podremos guiar a nuestra gente a hacer lo que solo la Iglesia puede hacer: aventar el demonio y arrepentirnos del pecado de esta república que se ha convertido en imperio. Como cuando Jesús se encontró con el hombre en las tumbas, tenemos que empezar el exorcismo diciendo su nombre: unos lo llaman militarismo pero creo que se entiende mejor como fascismo (Marcos 5).

25 de enero de 2006

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