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Revolución #49, 4 de junio 2006

La base, las metas y los métodos de la revolución comunista, tercera parte

Romper con el revisionismo y captar firmemente la base social de la revolución proletaria

Esto me lleva a otro punto que abordé en una charla hace casi 20 años. Como es importante, quiero volver a mencionarlo y subrayar lo importante que es entenderlo correctamente. Me refiero a la formulación y orientación (que es un poco mordaz a propósito) de ver como algo positivo la separación del movimiento comunista y el movimiento obrero, y de verla como parte de la ruptura con el economicismo y el reformismo. Esto representa una ruptura con toda una tendencia histórica que surgió y se impuso bajo Stalin, después de la muerte de Lenin: la identificación del movimiento comunista con el movimiento obrero. (Por otro lado, es importante subrayar que esa tendencia no solo se identifica con Stalin; también ha caracterizado a varias fuerzas que dicen que apoyan el “socialismo”, de un tipo u otro, y que se han opuesto y vilipendiado a Stalin, como los trotskistas, varios tipos de revisionistas, muchos socialdemócratas y otros socialistas reformistas, etc.).

Esta separación es un principio importante, pero de ninguna manera es lo mismo que separar al movimiento comunista del proletariado y del materialismo. Eso no lo necesitamos. Para que haya una revolución proletaria, especialmente en un país como este, tiene que fundamentarse en el proletariado, y esto entraña muchas contradicciones complejas.

Examinemos el carácter contradictorio de esto. Incluso si se pudiera concebir una revolución en un país como este sin el proletariado, o sin que el proletariado desempeñara un papel muy importante (incluso si se pudiera imaginar eso, por problemático que es), ¿creen que se puede construir el socialismo sin contar con el proletariado? Hablando muy concretamente, si se puede imaginar tal revolución sin contar con las masas populares que producen los artículos materiales necesarios para la vida (para construir una nueva sociedad), si uno va y les dice: “Bueno, produzcamos para hacer la revolución socialista”, van a contestar, directa o indirectamente: “¡Váyanse al diablo!”. Eso sería un gran problema. [risas] Tampoco es una situación estacionaria, porque mucha gente que no es proletaria hoy, como los semiproletarios y otros, pueden ser proletarios en la sociedad socialista (tendrán trabajo, se capacitarán y se entusiasmarán a contribuir, tanto material como política e ideológicamente, a la construcción de la nueva sociedad), cuando se haya conquistado el poder estatal y se tengan en las manos las riendas de la economía. Se pueden crear millones de nuevos proletarios de los sectores de desempleados y otros. Pero inclusive eso es un fenómeno contradictorio porque ser proletario en la sociedad socialista también tendrá influencias conservadoras, en comparación con la sociedad capitalista. En la sociedad capitalista, el proletariado es la clase explotada, mientras que en la sociedad socialista deja de serlo. Por supuesto, esto es algo muy bueno y este cambio radical es una parte integral del avance al comunismo, pero también entraña algunas influencias conservadoras. Por otro lado, incluso en el socialismo el proletariado será la clase que “sale perdiendo” en la división del trabajo, hasta que la revolución llegue al comunismo y esa división del trabajo se supere completa y finalmente. Por eso es que el proletariado se puede emancipar a sí mismo solo si emancipa a toda la humanidad: la única manera de superar y abolir las condiciones en que exista la base para volver a ser una clase explotada es transformar toda la sociedad, y de hecho todo el mundo, y crear una situación en que se hayan arrancado de raíz y acabado todas las relaciones de producción y las relaciones sociales, todas las instituciones, estructuras y procesos políticos, y todas las ideas que expresan y refuerzan la división de la sociedad en clases y la existencia de desigualdades sociales vinculadas a esas divisiones y antagonismos de clase (por ejemplo, entre el trabajo físico y el intelectual, y entre el hombre y la mujer).

Así que en el mundo actual vemos tendencias sumamente contradictorias con respecto a la situación de las masas populares. También hay tendencias contradictorias con respecto a los sectores aburguesados de la clase obrera en este país, a muchos de los cuales los están empujando hacia abajo los cambios que se desencadenaron con el fin de la “guerra fría” y la forma de resolución de la “guerra fría”, pero que ya estaban en marcha antes de eso. Esto tiene consecuencias contradictorias también. Estos cambios no llevan automáticamente a una postura más radical en el sentido positivo. Todo esto es parte de un cuadro complejo que tenemos que manejar. No podremos hacer la revolución proletaria, ni siquiera dar el primer salto de la conquista del poder, sin tener bases importantes en varias capas del proletariado, y sin esto tampoco podremos construir el socialismo y avanzar al comunismo.

Como parte del proceso de elaborar el borrador de nuestro nuevo Programa, investigamos detalladamente la situación del proletariado y de los diferentes sectores de la clase obrera, en líneas generales; pero tenemos que entender más profundamente la fisonomía, por así decirlo, las varias configuraciones del proletariado, tanto como de la sociedad en general. Tenemos que tener firmemente en mente el principio y la orientación estratégica en que Lenin hizo hincapié de ir más abajo y más a lo hondo a los sectores más básicos del proletariado, cuyos intereses concuerdan con la revolución proletaria, y se inclinan y gravitan hacia ella; pero tenemos que captar y manejar esto correctamente en toda su complejidad. Y tenemos que entender la evolución histórica de la clase obrera en Estados Unidos y sus tendencias contradictorias, qué manifestaciones han tenido durante las últimas décadas y tienen hoy.

El crecimiento de los suburbios, la segregación y el fomento de la supremacía blanca

Con relación a esto, un libro que me llamó la atención es Working Toward Whiteness, How America’s Immigrants Became White (Cómo los inmigrantes a Estados Unidos se volvieron blancos), de David R. Roediger. El libro concuerda con los temas y puntos de análisis de Thomas Sugrue en The Origins of the Urban Crisis (Los orígenes de la crisis urbana). Sugrue escribió sobre la situación de Detroit, pero Working Toward Whiteness examina toda la época del Nuevo Trato (New Deal) y de la posguerra tras la II Guerra Mundial.1 Roediger examina la suburbanización y el aburguesamiento de importantes sectores de trabajadores (blancos), especialmente de los obreros sindicalizados. Se concentra en sectores de la clase obrera que llama los nuevos inmigrantes: los que llegaron del este y el sur de Europa después de la I Guerra Mundial. Estos inmigrantes experimentaban discriminación y los mantenían en una especie de situación intermedia: no los consideraban enteramente estadounidenses ni blancos, pero los diferenciaban de las nacionalidades oprimidas, especialmente los negros. El libro detalla lo que les pasó. Por ejemplo, explica que gran parte del movimiento de eugenesia (las teorías racistas de inferioridad racial y de manipulación de poblaciones) de la época iba dirigido contra esos grupos. No cabe duda de que iba dirigido contra los negros y otra “gente de color”, pero también iba dirigido contra esos grupos inmigrantes; los eugenicistas los consideraban infrahumanos y, muchas de las características que hoy atribuyen a los inmigrantes de otros países, en esa época se las atribuían a los inmigrantes del Mediterráneo y el sur y este de Europa, por ejemplo la idea de que se reproducen como conejos.

Durante y después de la II Guerra Mundial, todo esto se desenvolvió en un contexto y marco internacional. Hablamos de esto en el borrador del nuevo Programa (e inclusive en el anterior Programa, si mal no recuerdo): del aburguesamiento de sectores importantes de la clase obrera como consecuencia de la guerra, la posición de supremacía del imperialismo estadounidense en el mundo imperialista, que le permitió sobornar a amplios sectores de la clase obrera.

Aquí también se pueden ver otras interconexiones. Por ejemplo, se ha indicado que un aspecto de la “estrategia de defensa” de la patria en la posguerra, especialmente del gobierno de Dwight Eisenhower, fue la construcción de un gran sistema de carreteras interestatales. Se construyó como parte de las necesidades de “defensa” en el contexto de la “guerra fría” y de la confrontación con la Unión Soviética, que pasó por varias fases pero que era bastante aguda en los años 50. Una consecuencia de un sistema de carreteras de alta velocidad, que al principio fue coincidencia y después fue más consciente por parte de la clase dominante, fue que creó una base material para la suburbanización porque permitía vivir en barrios periféricos y trabajar en las ciudades. Es otro ejemplo de las interconexiones entre la situación y las contradicciones internas e internacionales.

El libro de Roediger contiene importantes puntos y análisis, y quiero mencionar algunos de ellos. Dice que inmediatamente después de la guerra, “cuando el tío Sam decía que el nivel de consumo de los estadounidenses, fruto del sistema de libre empresa, probaba su superioridad al sistema soviético, una casa en los suburbios pasó a ser un símbolo importante (para los blancos), y el propietario subvencionado [nótese: subvencionado] pasó a ser el ciudadano social por excelencia. ‘Cuando uno puede criar a sus hijos en un buen barrio’, le dijo un vendedor de casas suburbanas a la revista Time en 1947, ‘irán a pelear contra el comunismo’”. [risas] Roediger habla del anticomunismo liberal y dice que planteó la oposición al racismo y la discriminación en el marco del interés nacional y de librar la “guerra fría”. Dice: “El anticomunismo liberal creó nuevas oportunidades para atacar las leyes Jim Crow [las leyes discriminatorias—Trad.] diciendo que minaban la unidad nacional y desprestigiaban a la nación en la guerra fría. Simultáneamente, presentó al suburbio blanco como la apoteosis del mercado libre, la sociedad de consumo y el sueño americano”. (Apoteosis quiere decir elevación al nivel de un dios o de ejemplo perfecto de un fenómeno). Esto es un punto importante: el suburbio blanco fue la apoteosis del mercado libre, la sociedad de consumo y el sueño americano.

Roediger continúa: “Presentado a veces como ‘el derecho a un barrio homogéneo en términos raciales’, el ‘derecho de los blancos’ o [nótese] la ‘libertad de elección’, trazó vínculos entre el segregacionismo urbano norteño y las demandas al estado características del progreso de los nuevos inmigrantes durante el Nuevo Trato” (una vez más se refiere en particular a los inmigrantes del este y el sur de Europa). Y dice algo muy importante con relación a muchos puntos que he subrayado: “Por supuesto, en ninguna sociedad, mucho menos una sociedad basada en el mercado, existe el ‘derecho de escoger a los vecinos’”. Nótese que esto es una manifestación del principio de Marx de que “el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado”. Roediger continúa: “En realidad, la grandilocuente retórica pro segregacionista nunca planteó tal derecho [el derecho a escoger a los vecinos] y en cambio expresó la degradación lingüística de la supremacía blanca, que asumía que el concepto de ‘libertad’ conllevaba el derecho de no vivir cerca de ‘negros… chinos, mexicanos, amerindios y demás minorías’”. Continúa: “La política de vivienda del Nuevo Trato les confirió poderes y ventajas a los nuevos inmigrantes, pero como blancos y no como inmigrantes. Tal política es el ejemplo más claro de las reformas ‘blanqueadoras’ del Nuevo Trato. Amplió y aclaró los medios de favorecer a los blancos y aumentó la importancia de adquirir una identidad blanca”.

Es decir, Roediger afirma que no era simplemente racismo espontáneo. Sí había mucho racismo, pero además la política oficial del Nuevo Trato “amplió y aclaró los medios de favorecer a los blancos y aumentó la importancia de adquirir una identidad blanca”, como dice.

Continúa: “[Las medidas estatales] también hacían destacar la coacción que acompañaba los incentivos federales”. Es decir, se trataba de una combinación de incentivos y amenazas: si uno reafirmaba su identidad blanca, recibía ciertos beneficios; si no lo hacía, sufría las consecuencias.

Roediger describe cómo se desenvolvió esto: “Las normas de la FHA [entidad federal de préstamos para la vivienda] atacaban los barrios ‘mixtos’, y lanzaban advertencias contra la presencia, o incluso la posible infiltración, de poblaciones ‘socialmente antagónicas’ o ‘elementos raciales incompatibles’”. Recuérdese que está hablando de una entidad federal. “Así que la FHA y la VA [Veterans Administration] ayudaban a los descendientes de los nuevos inmigrantes a conseguir tasas de crédito más favorables y a comprar casas más baratas, y los desviaban de las zonas urbanas mixtas donde estaban los barrios de inmigrantes y las instituciones étnicas”. Es decir, esas entidades gubernamentales hubieran podido dirigirlos hacia los barrios mixtos, donde hubieran podido transformar su situación de una manera más cómoda, pero en vez los alejaban a propósito de tales barrios, de la integración, y los dirigían hacia los barrios suburbanos segregados. “La FHA”, dice Roediger, “fue la encarnación de la alianza del Nuevo Trato de los demócratas sureños supremacistas blancos y los segregacionistas norteños, en este caso los agentes de propiedades, los banqueros y los propietarios de vivienda blancos urbanos y suburbanos”.

Continúa: “Fuera de las consecuencias raciales dictadas por la lógica ‘sin raza’ del mercado [es decir, fuera de la espontaneidad de los factores económicos] en una sociedad desigual, la FHA creó potentes opciones preferenciales para los blancos… Con el máximo nivel de iniciativas de vivienda reservado para los blancos, los proyectos de vivienda pública, como nos recuerda el historiador Craig Steven Wilder, eran ‘las únicas construcciones nuevas a la disposición de los negros y los puertorriqueños’, y ‘por lo general las construían en zonas segregadas, lo que reforzaba la ghettoización’”. Una vez más, se trataba de una política federal consciente.

“Desde el comienzo”, dice Roediger, “el Nuevo Trato puso en práctica una política de vivienda de dos niveles. Por un lado, las iniciativas en materia de vivienda pública se dirigían principalmente a los trabajadores de bajos ingresos. Esas iniciativas le hacían venias a la segregación pero ayudaban a los pobres de todos los colores”. Es decir, reforzaban la segregación pero se ofrecían a los habitantes de una variedad de barrios, de diferentes razas o nacionalidades. “Igual que la ayuda directa”, y esto es muy importante, “la vivienda pública en poco tiempo cayó en el estereotipo de ‘welfare’ para los afroamericanos, de ‘limosna para los vagos’. Por otro lado, la ayuda gubernamental [es decir, las subvenciones] a la vivienda privada beneficiaba a propósito y en gran escala a los propietarios y compradores de casas blancos, pero no se consideraba de ninguna manera welfare”. [Citas de David E. Roediger, Working Toward Whiteness, How America’s Immigrants Became White, The Strange Journey from Ellis Island to the Suburbs, Basic Books, 2005, pp. 230, 226, 228, 231, 232, 227-28, 225, énfasis mío]

Este es un punto muy profundo: cómo se estereotipó la situación con segregación intencionada y estigma. Los dos lados que describe Roediger son una consecuencia de los fondos y subvenciones federales, pero uno es vivienda pública y se considera de segunda clase, limosna para los flojos; el otro se alaba como símbolo o apoteosis de la buena sociedad, con subvenciones gubernamentales a los propietarios individuales y segregación por “raza”, definida por la clase dominante.

Además, Roediger señala que el afianzamiento e institucionalización de la segregación, la discriminación y la supremacía blanca en la vivienda como consecuencia del Nuevo Trato fue acompañado de medidas parecidas en el empleo, incluso en la clase obrera industrial, y que esas medidas las aceptaron los dirigentes de los sindicatos industriales del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales), que también cobró fuerza durante el Nuevo Trato. Esos “dirigentes sindicalistas” (entre comillas) eran reformistas y ligaron sus propios intereses a la “fortuna” del imperialismo estadounidense. Eso lo digo yo. [risas] Por su parte, Roediger continúa: “Dada la posición desigual de los nuevos inmigrantes y los trabajadores de color, las normas no raciales del CIO conferían poderes a los nuevos inmigrantes para defenderse como blancos”. (Working Toward Whiteness, p. 220) Es decir, como no luchaban contra la supremacía blanca, reforzaban la supremacía blanca y las manifestaciones del racismo en la superestructura.

Tomando en cuenta una vez más la dimensión internacional (específicamente el papel y las metas del imperialismo estadounidense en ese período), se puede ver que la defensa de la “blancura” estaba vinculada a la defensa del “americanismo”. Además, se puede ver la traidora subordinación del Partido Comunista, a pesar de su oposición declarada a la supremacía blanca y de sus acciones para combatirla, al marco del Nuevo Trato, por lo que esencialmente se volvió un apéndice del imperialismo estadounidense, con su supremacía blanca, que es un elemento institucionalizado del sistema y que se atrincheró más profundamente (como lo demuestra Roediger) durante el Nuevo Trato y la posguerra, cuando el imperialismo estadounidense triunfó y surgió como la principal potencia imperialista.

Aquí vale la pena citar a Eric Alterman, autor del libro What Liberal Media? Es socialdemócrata y liberal (y tiene claras limitaciones), pero ha dicho algo interesante e importante. Hablando de comentaristas como Bill O’Reilly y Chris Matthews [comentaristas reaccionarios—Trad.], dijo: “Para O’Reilly y Matthews, el concepto de ‘clase obrera’” (O’Reilly siempre dice que es de la clase obrera, [risas] pero su padre era agente de propiedades o algo por el estilo; siempre dice “soy un tipo de la clase obrera”, pero como dice Alterman) “para O’Reilly y Matthews, el concepto de ‘clase obrera’ no se define por ingreso sino por los valores culturales, como trabajar duro, devoción a la familia y respeto por la autoridad y la tradición”. (De pasada, se debe decir que el ingreso como tal no es una manera científica de establecer la clase a que pertenece una persona. Por ejemplo, puede que el dueño de una tienda gane menos que el trabajador de una maquiladora, pero los trabajadores son proletarios y los tenderos son pequeñoburgueses. Pero esto no le resta importancia a lo que dice Alterman). En realidad, los valores que Alterman resume son valores pequeñoburgueses de cierto tipo: una manifestación en la superestructura que representa a cierto sector de la pequeña burguesía trabajadora y de la aristocracia obrera. Así que este es un punto interesante e importante, y subraya una vez más lo importante que es entender correctamente lo que dijo Lenin de que la clase obrera se ha dividido en la época imperialista y de que la revolución debe ir “más abajo y más a lo hondo” y basarse en esos sectores del proletariado; y lo importante que es entender correctamente la separación del movimiento comunista y el movimiento obrero.

Una fundación básica y “movilizar todos los factores positivos”

Por otro lado, con la conclusión de la “guerra fría” y el aumento de la globalización, ha habido cambios importantes y mucha “transición” en la clase obrera en general en Estados Unidos. Esto ha creado más bases objetivas para acercar a ciertos sectores antes aburguesados a la revolución proletaria, aunque las consecuencias de esto son sumamente contradictorias y de ninguna manera llegan a una mayor conciencia de clase en un sentido mecanicista o lineal, ni espontáneamente. El hecho de que el aburguesamiento de ciertos sectores de la clase obrera se está resquebrajando hasta cierto punto de ninguna manera lleva espontáneamente a la radicalización positiva, en un sentido mecanicista o lineal o espontáneo.

Nuestra orientación y enfoque estratégicos tienen que ser: ganar a la clase obrera amplia como parte del Frente Único con Dirección Proletaria, y anclarnos fundamentalmente en los sectores de “más abajo y más a lo hondo” del proletariado y en la cosmovisión y los intereses fundamentales del proletariado, no como individuos sino como clase, no como representantes de ciertos grupos del proletariado sino fundamentalmente como representantes de la cosmovisión y los intereses del proletariado como clase en el sentido más amplio. Aquí una vez más se ve la importancia del concepto (que he abordado en otras charlas y escritos) que hemos caracterizado como “combinar todos los factores positivos” (¡en oposición a todos los factores negativos!) del proletariado (y las masas básicas en general), con relación al desarrollo de la lucha y del frente único, con dirección proletaria.

Tomemos por ejemplo el libro Do or Die de Leon Bing sobre las pandillas de Los Ángeles. Ella describe a un chavo negro de 14 años, miembro de una pandilla, que observa diariamente a unos mexicanos que van a trabajar, lo que para él es un fenómeno raro. Para él es un fenómeno poco familiar, dadas las circunstancias en que ha crecido y la gente que conoce. Lo ve como algo raro; ¿qué es esto? Por otro lado, acabo de leer un artículo en nuestro periódico sobre una manifestación de 40,000 trabajadores inmigrantes en Chicago2 y sobre la labor de llevarles la convocatoria de El Mundo No Puede Esperar, el periódico Revolución y el DVD de mi charla Revolución. A raíz de eso, un proletario mexicano dijo que el DVD le enseñó la historia de los negros en Estados Unidos, toda la horrorosa historia de opresión; no sabía nada de eso y fue importante saberlo.

Así que, ¿cómo vamos a combinar todos los factores positivos? Por supuesto, hay ciertos factores negativos, como la desproletarización y su efecto en la manera de ver el mundo, como he descrito. Por otro lado, no estar totalmente sumergido en la economía, especialmente en un país imperialista como este, y no caer en el aburguesamiento, tiene ciertos aspectos positivos. Uno está más dispuesto a adoptar una solución radical, especialmente a medida que esto le parece más real. Y es nuestra responsabilidad hacer el trabajo necesario para que eso pase, junto con el desarrollo de la situación objetiva, y para transformar la situación al máximo grado posible en todo momento.

Por otro lado, no cabe duda de que quienes trabajan con regularidad en una situación proletaria tienen ciertas cualidades positivas. Su vida entraña cierta disciplina. Está el aspecto de la socialización del trabajo, de trabajar junto y en coordinación con centenares o miles de personas directamente (y, en última instancia, con miles y millones más por todo el mundo), que cuenta mucho. Está la amplitud de miras que tiende a desarrollarse con eso, si bien otras tendencias compensatorias la contradicen. Y están esas tendencias compensatorias: el conservadurismo que surge de tal posición. Un inmigrante que viene a Estados Unidos de México tiene 12 parientes en su pueblo que dependen de lo que gana; eso tiene cierta influencia. Tiene cuatro hijos; se vino de su pueblo con cuatro hijos que mantener. Los hijos están pasando por los cambios que se ven cuando uno vive en una sociedad diferente. Los padres son proletarios o, como pasa muchas veces, la madre viene con los hijos y ella es (o en la nueva situación se vuelve) proletaria, pero los hijos, o algunos hijos, se meten en el negocio de la droga. Hay un montón de tendencias contradictorias y tenemos que forjar una síntesis de todos los factores positivos de esto, y vencer los factores negativos.

No vamos a hacer, y nunca habrá, una revolución proletaria de “proletarios puros”, especialmente en el sentido y con la perspectiva economicista (que reduce a los trabajadores y su lucha a la esfera económica; que reduce la lucha de la clase obrera a las preocupaciones inmediatas, como los salarios, o en todo caso la restringe a la esfera económica, la máxima expresión de la cual sería una huelga general). La revolución no será una huelga general, como piensan los trotskistas y otros que esencialmente comparten el mismo punto de vista, si es que piensan en la revolución. Pero fuera de eso, no será un desenvolvimiento ordenado en que el movimiento revolucionario del proletariado se desarrollará en proporción directa a la cantidad de proletarios que haya. Será un proceso mucho más contradictorio y complejo, sumamente más contradictorio y complejo.

Un asunto con que tenemos que bregar constantemente (del que hablé en un artículo sobre George Jackson, y es otra forma de la contradicción de Escila y Caribdis, de tener que navegar, metafóricamente, entre una roca y un remolino)3 es que sabemos que hay miles y, en última instancia, millones de jóvenes semiproletarios, por ejemplo, y muchos nos han dicho una y otra vez que “cuando llegue la hora, estaré con ustedes”. Bueno, algunos no lo dicen en serio en este momento (como materialistas tenemos que captar eso), algunos no lo dicen en serio, ¿okay? [risas] Pero muchos sí lo dicen en serio, y uno de los retos más difíciles de nuestra situación es encontrar la manera de materializar la inclinación de esos jóvenes a favor de la revolución, y de hacerlo de una manera que corresponda a la estrategia correcta y el camino revolucionario en un país como este (como mencioné antes),4 que no rompa con esa estrategia y ese camino, y que no rebase ni la situación ni la conciencia de las amplias masas en un momento dado, ni cómo y por qué estén dispuestas a luchar.

Hay muchas dificultades cuando se puede seguir el camino de la lucha armada, de la guerra popular desde el comienzo, como el atractivo de caer en el reformismo armado, o el revisionismo armado, especialmente el atractivo de caer en eso tras librar la guerra popular cierto tiempo y tropezar con nuevos obstáculos, y en particular el reto de luchar contra la fuerza concentrada del ejército reaccionario y hacer todo lo necesario para derrotarlo. De todos modos, esa situación tiene ciertas ventajas, que no tenemos nosotros porque el camino revolucionario en un país como este no es la guerra prolongada, que la lucha total por el poder solo puede desarrollarse después de un cambio cualitativo en la situación objetiva, y que, en preparación para tal cambio cualitativo, debemos embarcarnos en trabajo y lucha políticos e ideológicos para acelerar y aguardar el desarrollo de una situación revolucionaria. Pero una vez que, en el desarrollo de un movimiento revolucionario, se presenten las condiciones en que la lucha armada sea la forma necesaria y apropiada de lucha, aumenta la posibilidad de movilizar a la gente, y a muchos que antes no participaban en el movimiento. Hablando específicamente de los millones de jóvenes de los barrios pobres, si se presentan las condiciones para la lucha armada —una vez que exista una situación revolucionaria, con un pueblo revolucionario de millones y millones de personas— muchos de esos jóvenes lucharán en las primeras filas. Por supuesto, será necesario librar una tremenda lucha ideológica con ellos acerca de para qué están luchando y para qué deben luchar, porque habrá potentes presiones espontáneas a luchar por otra cosa y de una manera que corresponde a otras metas, y no por lo que deben luchar. Se necesitará una fuerte presencia e influencia de un núcleo sólido comunista y lucha ideológica, pero muchos jóvenes estarán en las primeras filas, mucho antes que muchos de los proletarios “clásicos”. Por otro lado, si se piensa que será posible hacer la revolución sin que esos proletarios se sumen a la lucha (especialmente a la lucha definitiva por el poder, cuando llegue la hora), no, eso no va a pasar.

Tal es la complejidad que tenemos que manejar. Una vez más, tenemos que manejar correctamente todo lo que una revolución realmente entraña y desencadena, en contraposición a una noción simplista, lineal y mecanicista de cómo se desarrollará. Y repito el estribillo familiar (o lo que debe ser un estribillo familiar) de que lo que se necesita es una interpretación y una visión materialista y dialéctica de todo esto: del proletariado y la revolución proletaria, de la base y los medios para hacer la revolución y avanzar hacia el comunismo, a diferencia de una versión burguesa o pequeñoburguesa de idealismo. Esta es la línea de demarcación fundamental, no de quiénes pueden participar en esta revolución sino de qué punto de vista y programa de clase tiene que dirigirla, y de lo que los comunistas tienen que encarnar y expresar para dirigirla.

1. Nota del autor: When Affirmative Action Was White, An Untold History of Racial Inequality in Twentieth-Century America, de Ira Katznelson, contiene una investigación de cómo el Nuevo Trato fomentó discriminación, y otros temas relacionados.

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2. El autor dio esta charla en 2005, cuando apenas comenzaban las movilizaciones populares contra los ataques a los inmigrantes y antes de las grandes manifestaciones de los últimos meses.

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3. Ver “Otro vistazo a George Jackson” en el Obrero Revolucionario #968, 9 de agosto de 1998. Es un pasaje de la charla “Vencer las dos grandes cuestas: Más acerca de conquistar el mundo”.

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4. En otra parte de esta serie (“La base, las metas y los métodos de la revolución comunista, segunda parte”, Revolución #47, 21 de mayo de 2006), Bob Avakian habló de los dos caminos al poder, o “caminos revolucionarios” en diferentes tipos de países: en el tercer mundo, donde “el camino revolucionario en líneas generales [es] la guerra popular prolongada, que supone rodear las ciudades desde el campo por un tiempo y después tomar el poder en las ciudades y a nivel nacional”; y en los países imperialistas como Estados Unidos, donde por necesidad hay “un período de trabajo y de preparativos políticos (e ideológicos), seguido de una insurrección de millones y millones de personas, centrada y anclada en los centros urbanos”.

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