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Revolución #63, 1 de octubre de 2006

La ley de la tortura: Transigir hasta llegar al fascismo

El fascismo viene… con un despliegue de oposición, seguido por un acuerdo y garantías de que todo está bien.
El fascismo viene… con calles calladas y la impresión de que no ha pasado nada.
El fascismo viene… con un disfraz democrático.
Un proyecto de ley presentado al Senado el 22 de septiembre (que casi con seguridad aprobará en una semana) le da al presidente nuevos poderes escalofriantes.

Muchos abogados y expertos por todo el país han condenado este proyecto de ley. Los horrorizan las implicaciones morales y constitucionales. Hasta el principal abogado de la Oficina de Comisiones Militares del Departamento de Defensa, el coronel Dwight Sullivan de la Infantería de la Marina, dijo que “destripa metódicamente” los derechos amparados por las leyes y los tratados, y parece ser anticonstitucional.

Lo que es nuevo… y por qué lo hacen hoy

Que quede en claro una cosa: Estados Unidos ha torturado durante toda su historia, en Wounded Knee (masacre de sioux en 1890), Filipinas, Vietnam, El Salvador y en muchas partes más. Lo nuevo son los tres puntos siguientes:

Primero, ahora la tortura estará amparada por el derecho. Ya no tendrán que aceptarla extraoficialmente, taparla o de vez en cuando hacer un show de juzgarla. Será totalmente legal, hasta buena y moral. Inevitablemente, esto significa que será más común y más sistemática, y que irradiará de las cárceles secretas a las demás.
Segundo, están anulando procedimientos constitucionales que han sido parte del sistema penal desde hace siglos: el derecho a un juicio, el derecho de ver las pruebas de cargo, la inadmisibilidad del testimonio de oídas y de pruebas sacadas por la fuerza. Esta es una enorme ruptura con los cimientos constitucionales y judiciales de este sistema. Por el momento “solo” se aplica a los 430 “combatientes enemigos” que están en Guantánamo y los 14,000 presos enterrados en penales militares estadounidenses por todo el mundo. ¿Y qué impide aplicarlo a cualquier ciudadano, si Bush declara que “pone en peligro nuestra seguridad”?

Tercero, la agresiva campaña de Bush para hacer aprobar la tortura ha tenido un fuerte componente teocrático. “En América mucha gente cree que es una confrontación entre el bien y el mal, y entre ellos me cuento yo”, dijo Bush el 12 de septiembre en una entrevista que le hicieron reporteros derechistas. Dijo que su presidencia ha provocado “un tercer gran despertar [religioso]”. Según Bush (o según lo que dice), él (y Estados Unidos) son los “buenos” e, implícitamente, pueden hacer todo lo que quieran contra los “malos”. Si uno está de acuerdo con esto, pues la campaña de Bush para legalizar la tortura tiene sentido.

Las maniobras políticas del proyecto de ley han sido repugnantes y siniestras. Bush lanzó la ofensiva el 6 de septiembre con un discurso en que admitió con jactancia la existencia de centros de detención secretos de la CIA, llenos de personas desaparecidas de ciudades de todo el mundo. Con el eufemismo de “procedimientos alternativos” en vez de “tortura”, prácticamente admitió que han torturado en esos centros. Pero dijo que ha valido la pena porque han obtenido información valiosa que ha “salvado vidas americanas”. Y desafió a que lo pararan.

Los únicos que le contestaron fueron tres senadores republicanos (McCain, Graham y Warner) y el ex secretario de Estado y general del ejército Colin Powell. Pero las objeciones fueron sumamente estrechas: les preocupa que todo esto le dé a Estados Unidos una mala reputación en el mundo y que, con la misma lógica de Bush, otros gobiernos le nieguen a los militares estadounidenses y los agentes de la CIA las protecciones de los Convenios de Ginebra. Una semana de presiones de Bush y unos pocos cambios superficiales los apaciguaron.

De hecho, Bush y su camarilla saben que todo esto engendrará odio hacia Estados Unidos por todo el mundo, pero tienen otros objetivos. Uno es sembrar miedo y terror. Cuando admiten que torturan, y lo dicen de una manera agresiva y descarada y sin pedir disculpas, le dicen al mundo que no tienen límites. Otro objetivo es aumentar el poder del ejecutivo a expensas del Congreso y los tribunales. Cuando la Suprema Corte se atrevió a oponerse a Bush en esto, este fue al Congreso y demandó que legalizara su conducta ilegal. En vez de aceptar un castigo por violar la Constitución, decidió otorgarse un premio político. En ambos objetivos ha salido victorioso.

¿Y los demócratas? Primero se jactaron de su brillante estrategia de no decir nada y dejar que John McCain sacara la cabeza (si no dicen nada, nadie puede atacarlos). Pero esa estrategia le dio legitimidad a la posición de Bush y le dio a McCain toda la responsabilidad de la oposición. El jueves los demócratas rompieron el silencio y aprobaron el acuerdo de la Casa Blanca y los senadores republicanos. El senador Harry Reid, líder de los demócratas del Senado, dijo: “Cinco años después del 11 de septiembre, es hora de tomar decisiones difíciles e inteligentes para darle al pueblo americano la seguridad que merece”. Hablando anónimamente, un asistente demócrata de la Cámara dijo: “Esperábamos que la Casa Blanca aflojara, pero parece que los senadores [McCain, etc.] aflojaron”. Y los demócratas no dijeron ni mu.

Así viene el fascismo. Con la promesa de seguridad, calles calladas y leyes aprobadas por los dos partidos en el Congreso.

A menos que…

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