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Revolución #69, 19 de noviembre de 2006

La lógica (mortífera) de la “guerra contra el terror”

Todos los políticos y comentaristas de peso hablan de la “guerra contra el terror”. ¿Pero qué es? ¿Quién decide qué países están “con los terroristas” y por qué? ¿Cuáles son los objetivos de esa guerra? Y, ¿qué clase de “guerra contra el terror” se libra con guerras, masacres y torturas ilegales?

Si la definición de terrorismo es atacar conscientemente a civiles inocentes, entonces los principales aliados de Estados Unidos y, especialmente el mismo Estados Unidos, son los mayores terroristas. Este país suele “subcontratar al extranjero” sus operaciones terroristas. Durante la invasión de Líbano, por ejemplo, el ejército israelí disparó más de un millón de bombas de dispersión: bombas expresamente diseñadas para mutilar al azar a la población civil, y especialmente a los niños. Al comienzo de la guerra, Estados Unidos aceleró la entrega de misiles para disparar esas bombas, y financia y dicta la dirección general de la máquina militar israelí.

El terrorismo de Estados Unidos por lo general se realiza por medio de otros estados, dictadores y grupos armados, pero la actual guerra de Irak está repleta de ejemplos de ataques terroristas directos de las fuerzas armadas estadounidenses. Se han documentado numerosos incidentes de allanamiento de hogares, asesinato de civiles, violación de mujeres y matanza de familias enteras. Los altos mandos acusan, con hipocresía, a unos pocos torturadores de bajo nivel, pero es claro que las órdenes de las horribles torturas de Abu Ghraib salieron directamente de boca de Donald Rumsfeld, a quien por años el comandante en jefe no ha hecho más que alabar, incluso después de su renuncia.

Además, está toda la historia de este país, empezando con el genocidio de los indígenas, pasando por el bombardeo atómico de la población civil de Hiroshima y Nagasaki, la guerra de Vietnam y más… Según cualquier definición objetiva, Estados Unidos encabeza la lista de “estados terroristas”. Pero este mismo gobierno decide quién es y quién no es “terrorista”.

El imperialismo vs. fuerzas reaccionarias de las naciones oprimidas

Veamos las cosas en perspectiva. El sistema global de imperialismo ha creado un mundo horriblemente dispar, donde mil millones de personas no tienen agua potable y las clases dominantes de unos pocos países controlan una riqueza obscena. Esta increíble desigualdad es una manifestación de un sistema capitalista que exprime la vida de los niños jornaleros de Pakistán, los mineros que trabajan como esclavos en Congo y los agricultores brasileños que malviven sembrando café para el mercado mundial. Cuando alguien habla de inversiones, en particular en las naciones oprimidas de Asia, África y América Latina, está hablando de esto. Esas inversiones son la savia de una economía global imperialista que se ceba de la explotación y superexplotación. Para el imperialismo es esencial proteger esa estructura ante los que se levantan contra la explotación, y ante los rivales globales y regionales que quieren una tajada mayor.

¿Qué conexión tiene esto con la “guerra contra el terror”? En el terreno geopolítico que surgió después del derrumbe de la Unión Soviética y de la “guerra fría”, el imperialismo estadounidense quedó en la posición de única superpotencia. En ese contexto, las fuerzas centrales de la clase dominante agrupadas en torno a los neoconservadores (“neocons”) sintieron la libertad, y la necesidad, de rasgar la estructura que se estableció en el Medio Oriente después de la II Guerra Mundial. Les pareció necesario reemplazar a la fuerza la compleja red de dominación imperialista y potencias regionales con gobiernos más estables y más subordinados. Era necesario tumbar las barreras a la inversión de capital imperialista. Era necesario aplastar los retos políticos y militares a la estructura del imperialismo global. Tipos como Saddam Hussein, que, aunque están subordinados en un sentido general al imperialismo, aprovechan cualquier resquicio que encuentren entre Estados Unidos y otras potencias (como Rusia, Europa y China), son un obstáculo que había que demoler.

Los planes para esta reestructuración estaban en marcha antes del 11 de septiembre. Inmediatamente después de los ataques, los “neocons” (que ocupaban posiciones dominantes en la Casa Blanca) aprovecharon el momento, envolvieron sus planes de mayor dominación global en la bandera de la patria y le pusieron la etiqueta de “guerra contra el terror”. Donald Rumsfeld dijo poco después que este era el momento de “barrerlo todo, cosas relacionadas y sin relación”.

Lo que se está defendiendo en nombre de la “guerra contra el terror” es este sistema de explotación y opresión imperialista.

Romper esa dinámica mortal

Por varias razones, una de las principales fuerzas que Estados Unidos necesita “barrer” en el Medio Oriente son los fundamentalistas islámicos. A muchos de ellos los creó el mismo Estados Unidos durante la “guerra fría” para luchar con la Unión Soviética. En la cima de su estructura, representan a clases de las naciones oprimidas que, como mafiosos de poca monta que operan bajo un capo de tutti capi, quieren una tajada mayor de las ganancias exprimidas del sudor del pueblo de sus países y un papel más importante. Su base y su fuente son las relaciones más retrógradas de esos países: la opresión de la mujer, relaciones feudales en el campo, ignorancia impuesta, etc. En general, el fundamentalismo islámico tiene un cierto atractivo tradicionalista como respuesta a los cambios traumáticos de la vida social y económica de esas sociedades. La oposición que reciben de Estados Unidos, junto con la corrupción y sumisión de las elites locales, contribuyen a la credibilidad que tienen en ciertos sectores de la población.

Su ideología es “su propia fuerza”, aunque en última instancia refleja las relaciones de clase subyacentes. Algunas de esas fuerzas sueñan con un imperio islámico y esas ambiciones agregan un elemento caótico a la situación y operan contra los proyectos de Estados Unidos, y algunas han atacado a los imperialistas en sus propios países.

Pero Estados unidos es el “factor dinámico” en la situación, pues preside la subyugación de las tierras árabes y del Medio Oriente y ha intensificado la situación en los últimos 20 años, con dos guerras del Golfo, el constante apoyo a los crímenes de Israel contra los palestinos, el envío de tropas a la región, la invasión de Afganistán y ahora las amenazas a Irán. Además, los peores crímenes se justifican en nombre de la “guerra contra el terror”, ya sea Abu Ghraib o Guantánamo, Haditha o Líbano; todo en nombre de la “seguridad” para Estados Unidos y de “salvar americanos”.

La paradoja es que la “guerra contra el terror” no busca la seguridad de nadie. Fuera de su injusticia e inmoralidad, crea más odio hacia Estados Unidos y hacia los estadounidenses que aparentemente la apoyan, y crea más fundamentalismo islámico. Además, justifica un ambiente cada vez más represivo en Estados Unidos. Los dos lados del conflicto se alimentan mutuamente. Cuando Bush habla de una “cruzada” (los siglos de guerras religiosas entre cristianos y musulmanes en el Medio Oriente) o cuando el general Jerry Boykin se jacta de que su dios es más grande que el dios musulmán, ¿qué efecto tiene esto en el Medio Oriente? Después, los imperialistas occidentales (que posan de racionales) aprovechan la reacción a eso para fortalecerse, mientras que tipos como Bush promueven su propia marca de ignorancia fundamentalista.

En vista de todo lo anterior, la labor de los demócratas para convertir la amplia oposición a la guerra de Irak en apoyo a una “mejor guerra contra el terror” es especialmente peligrosa y despreciable. Esa lógica lleva a lo que ya hemos visto: guerra y ocupación de Afganistán (que ha sido tan terrible que algunos sectores apoyan al espantoso Talibán) y de Irak. Lleva a la mayor subyugación de los palestinos y al robustecimiento de fuerzas como Hezbolá. La lógica de “defendernos de los terroristas” lleva a aceptar la tortura para, repetimos, “salvar americanos”. Lleva a preparar el terreno para extender las guerras actuales o empezar nuevas (por ejemplo, contra Irán).

El mundo de hoy no se puede entender ni se puede transformar de una manera progresista coherente si no se entiende la dinámica de lo que Bob Avakian, el presidente del Partido Comunista Revolucionario, llama la contienda entre “jihad por un lado y McMundo/McCruzada por el otro… sectores históricamente anticuados de la humanidad colonizada y oprimida contra sectores dominantes históricamente anticuados del sistema imperialista”; si no se entiende que estos dos polos reaccionarios se refuerzan mutuamente y que tomar partido con uno refuerza a los dos. Apoyar la “guerra contra el terror”, inclusive la guerra contra el terror supuestamente más refinada e “inteligente” que proponen unos demócratas, equivale a apoyar toda esa dinámica. Es una trampa sin salida. Es seguir el mismo rumbo horroroso por el que vamos y del cual tenemos que salirnos con urgencia.

Hay que plantear la alternativa. La que representa El Mundo no Puede Esperar habla a los que ansían un camino diferente en este país y a los de otros países que se dejan llevar por el camino sin salida del fundamentalismo islámico: hay una solución que lucha por nacer. La gente de todo el mundo tiene que ver esto donde cuenta, en las calles, si se quiere que vean que otro mundo es posible.

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