El infierno de la Migra

Obrero Revolucionario #1206, 6 de julio, 2003, posted at rwor.org

A continuación publicamos los relatos de dos de los centenares de inmigrantes árabes, musulmanes y sudasiáticos detenidos tras el 11 de septiembre.

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Anser Mahmood, de 42 años, trabajaba de chofer de camión en Bayonne, Nueva Jersey. Ahora vive en Karachi, Pakistán, con su esposa y cuatro hijos porque lo deportaron a raíz de los sucesos del 11 de septiembre.

Lo arrestaron en una redada poco después del 11 de septiembre; 30 agentes del FBI allanaron su casa el 3 de octubre de 2001. Buscaban a su suegro, supuestamente por uso ilícito de tarjeta de crédito. A Anser le dijeron que no tenía problemas con el FBI pero que el Servicio de Inmigración lo buscaba porque se le había vencido la visa de negocios. Lo detuvieron, pero le aseguraron que estaría "de vuelta a las 11 de la mañana al día siguiente".

No sucedió así y comenzó lo que él llama "el infierno". Le pusieron grilletes y lo subieron a una camioneta con otros cuatro musulmanes. Lo golpearon y le partieron la cara. Un guardia de la cárcel de Brooklyn le dijo: "Eres sospechoso del ataque a las Torres Gemelas".

Pasó cuatro meses y dos días en una celda solo sin ventana. Por dos semanas ni siquiera pudo comunicarse con su familia ni sus abogados. Los guardias observaban sus movimientos por una cámara en la celda. No lo interrogaron sobre sus supuestos nexos con los sucesos del 11 de septiembre. Cuando finalmente pudo hacer una llamada, no pudo comunicarse con la familia porque el teléfono estaba cortado. Unos racistas tiraron piedras a la casa y rompieron tres vidrios.

El 2 de abril de 2002, lo acusaron del delito menor de uso ilícito de una tarjeta de Seguridad Social. Se declaró culpable de quitar la etiqueta que decía "no válido para empleo" para conseguir una segunda chamba como chofer de taxi. El 19 de abril, unos agentes del Servicio de Inmigración lo subieron a un avión a Pakistán.

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Nabeel Khalid, un estudiante de la carrera de administración de empresas en la Universidad de Oklahoma, estaba estudiando para un examen cuando unos agentes federales tocaron la puerta. Al cabo de tres horas de interrogatorio se lo llevaron esposado. Cuando les dijo que tenía que presentar un examen en dos horas, dijeron que era lo que menos debía preocuparle.

Pasó un mes solo en una pequeña celda del Centro de Detención del condado de Oklahoma. No lo acusaron de ningún delito, pero tampoco le permitieron hablar ni escribir a su familia ni al consulado de Pakistán. Los agentes federales recomendaron que siguiera preso y no explicaron por qué un estudiante sobresaliente de administración de empresas era "una amenaza a la seguridad nacional".

A las tres semanas, dado que no tenía antecedentes penales, un juez de inmigración ordenó que saliera bajo fianza. Pero las autoridades federales ya tenían un pretexto para deportarlo: trabajó de medio tiempo en una tienda (una infracción de la visa estudiantil).

Un sacerdote leyó de las detenciones de Nabeel y otros 17 musulmanes en las redadas tras el 11 de septiembre y fue a la cárcel a verlos: "No les dijeron absolutamente nada. No sabían ni por qué estaban presos ni cuándo se iban a presentar ante un juez ni que tenían derecho a un abogado".

El gobierno inició un proceso de deportación contra Nabeel por trabajar en la tienda. Él aceptó salir voluntariamente del país porque sabía que era prácticamente seguro que lo iban a deportar y, como necesitaba dinero para terminar los estudios, no tenía caso endeudarse más en el intento de defenderse. De nuevo en Pakistán, le dijo a un reportero que su padre no tiene trabajo y están pasando muchas penurias: "Todo el dinero que tenía lo gastó en mí... para que estudiara una carrera".


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