Pasajes de "Crónicas de guerra"

Sudáfrica: La lucha de liberación de los años 1980

by Michael Slate

Obrero Revolucionario #1227, 1° de febrero, 2004, posted at rwor.org

A comienzos de enero, un artículo del New York Times me hizo arder la sangre. Titulado "Problema en Sudáfrica: Negros sin tierras y granjeros blancos", señala que 10 años después de la caída del sistema de apartheid en Sudáfrica (o Azania, como lo llaman los revolucionarios), millones de negros todavía no tienen tierra.

Describió un campamento de chozas sin electricidad, agua potable ni alcantarillado. Unos 15,000 paracaidistas, que ocupan unas 45 hectáreas de una granja de 3400 hectáreas de blancos, tienen que caminar más de medio kilómetro para conseguir agua. Hay campamentos parecidos por todo el país.

Los colonos británicos y más tarde el sistema de apartheid y sus amos imperialistas le robaron las tierras al pueblo azanio a punta de fusil. El gobierno de colonos blancos estableció una docena de "bantustanes" en las peores tierras y obligó a millones de africanos a vivir en ellos. Aprobó leyes para "legitimar" ese robo. En 1994, el último año del apartheid, los blancos tenían el 87% del país (y casi todas las tierras fértiles) y los negros el 13%.

El Congreso Nacional Africano (CNA), dirigido por Nelson Mandela, tomó las riendas y prometió repartir el 30% de las granjas de blancos a los negros en los primeros cinco años. Era una infamia que proponía repartir nada más el 30% de las tierras robadas, pero hoy, 10 años después, solo ha repartido el 2% de las tierras prometidas. Más del 90% de las tierras agrícolas todavía pertenece a 50,000 granjeros blancos.

Esa injusticia es apenas una parte del problema: con la caída del apartheid, unos líderes negros entraron al gobierno, pero docenas de millones de azanios siguen sin poder político, oprimidos y explotados.

Ahora el gobierno dice que repartirá las tierras antes de 2015, pero no ha hecho casi nada. Por todo el país los campesinos y trabajadores agrícolas, desesperados, se están apoderando de tierras y granjas, y se habla de la posibilidad de rebeliones.

El reparto de la tierra es un aspecto clave de la liberación del pueblo azanio. Una auténtica revolución en un país como Sudáfrica tiene que resolver la cuestión de la tierra, como parte del proceso de derrotar a los opresores y sus amos imperialistas.

En 1987 y 1990, durante una gran ola de lucha contra el gobierno de apartheid, fui a Sudáfrica como corresponsal del OR y entrevisté a la gente de los ayuntamientos y el campo. Mis informes salieron en la serie "Crónicas de guerra". Cuando leí el artículo del New York Times,volví a ver las caras y oír las voces de los entrevistados como si fuera ayer que platicaba con ellos.

A continuación presento pasajes de "Crónicas de guerra" de 1991:

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Se veían lomas verdes y montañas rocosas hasta donde alcanzaba la vista. Una estrecha carretera seguía el subibaja de las montañas y serpenteaba alrededor de pinares y plantaciones de té, bananos y azúcar en las faldas de las montañas. Al pie de las montañas la neblina escondía la carretera. Más o menos cada 15 minutos pasaba volando algún enorme camión como un carro de una montaña rusa despepitado, cargado hasta el tope con caña de azúcar rumbo a las centrales de Durbán. La velocidad hacía saltar pedazos de caña como lanzas y los niños de las aldeas salían corriendo a la carretera a recogerlos apenas pasaba el camión.

Era temprano por la mañana del domingo y ya llevábamos en la carretera un par de horas. Estábamos en plena provincia de Natal, rumbo al norte, a un lugar cerca de la frontera de Mozambique. Técnicamente estábamos en KwaZulu, la reserva formada por el gobierno del apartheid para el pueblo zulú y gobernada por el infame reaccionario Gatsha Buthelezi y su organización Inkatha. Es parte del 13% de la tierra que supuestamente es de los negros, pero los revolucionarios que me acompañaban señalaron que todas las fincas pertenecen a blancos: hacendados particulares y grandes corporaciones sudafricanas y extranjeras.

Íbamos a un punto remoto de la provincia para averiguar cómo iba la lucha por tierras de unos campesinos. Ninguno sabía mucho sobre esos campesinos o su lucha, solo que la dirigía un tal Lucky y que tenía muy preocupado a las autoridades.

Para llegar allí tuvimos que salirnos de la carretera principal y recorrer unos 30 km de una carretera sin pavimentar que atravesaba la mayor hacienda de la zona. Cada tantos kilómetros se veían núcleos de chozas con techos de paja que en zulú llaman amqhugwane . Estaban como a 100 metros de la carretera y detrás de alambres de púas. Decidimos parar al frente del primer grupo de chozas para ver si sabían de Lucky.

Un camarada joven que se crió en una finca de otra parte de Natal nos guiaba. Mientras levantaba el alambre de púas para que pudiéramos entrar, nos explicaba que en las fincas blancas las chozas siempre estaban juntas porque el dueño quería que todos se despertaran y fueran a trabajar al mismo tiempo.

En este grupo había unas seis chozas. En medio había una enorme olla para cocinar y cueros de vacas secándose. Cerca de la olla estaba un tambor medio terminado, hecho de un tronco hueco y cubierto con cuero de vaca por un lado. Un par de chavos nos miraban con curiosidad y temor. Uno de los camaradas empezó a hablar con ellos pero antes de que terminara llegó por detrás un anciano gritando, acompañado de unos tres o cuatro perros bravos y flaquísimos. Preguntó qué queríamos. Cuando uno de los camaradas le explicó, el anciano sonrió. Mandó a los niños a calmar los perros y empezó a contarnos su vida.

"He vivido aquí toda mi vida y antes otros de mi familia vivieron aquí toda su vida. He visto ir y venir a los blancos. Pero nosotros siempre nos quedamos. Mi familia lleva aquí tanto tiempo que ni sé cuándo llegamos. Pero ahora la situación está tan mala que sería mejor que me llevaran adonde van o al lugar de donde vienen. No tenemos ni comida ni dinero. El hacendado nos da poca comida y ya se acabó".

El anciano estiró el brazo y trazó un medio círculo sobre los terrenos que rodeaban el campamento. "Toda esa tierra era nuestra, pero ahora no nos permiten sembrar ni lo que necesitamos. Lo mismo pasa con todos los demás. No muy lejos de aquí está la comunidad de Emagozini; ahí han corrido a todos de la tierra para construir reservas para animales. A dónde llegaremos. Conozco al Lucky que buscan, sigan derecho, por allí lo encontrarán".

Por el camino vimos haciendas con nombres como Makensie, Golden y Van Tonder. Uno de los camaradas comentó al respecto: "Aquí podemos aprender mucho sobre la situación del campesinado. Ya ven cómo los hacendados blancos vienen y le ponen su nombre a las fincas, pero el pueblo tiene sus propios nombres que dicen mucho sobre lo que ha ocurrido aquí. Por ejemplo, la última finca donde estuvimos la llaman Egazini; eso quiere decir un lugar de sangre. Los hacendados blancos pueden ponerle cualquier nombre a la tierra, pero para el pueblo siempre será Egazini hasta que liberen la tierra".

Sifuna Izwe, queremos la tierra

Cuando íbamos llegando al siguiente grupo de chozas un camarada le gritó algo en zulú a una niña que estaba a la entrada. Luego nos explicó: "Pregunté si había perros y que los calmara. Estos perros se lo comen a uno, pero la gente los necesita. Los tienen para protegerse en la noche y para que vigilen sus cosas cuando están trabajando en el campo. Tienen que protegerse de los hacendados, los vecinos blancos y del Induna, el cacique, que trabaja de la mano con Inkatha y los hacendados".

Una señora cuarentona salió a saludarnos. Estaba arrimada a un corral con tres vacas. Era tan estrecho que las vacas casi no podían darse la vuelta. Señalando el corral dijo: "Miren nuestras vacas, lo flacas que son. Con tanta tierra que hay y no permiten que las vacas pasten. Hay que tenerlas en el corral. El blanco dice que la tierra es suya y no debemos usarla. Así y todo, tenemos que proteger nuestro ganado porque los hacendados se roban las vacas, por flacas que sean. Dicen que solo debemos tener cinco vacas y que si tenemos más habrá que matar el resto o se las llevarán. Para mí el problema más grande que tenemos es que nos robaron la tierra. Quiero que los blancos se vayan, queremos las fincas para cosechar lo que necesitamos y que paste el ganado. Sifuna Izwe, queremos la tierra. Cuando tengamos la tierra, entonces sí, nuestra vida tendrá significado".

Buscando a Lucky

Todavía no habíamos encontrado a Lucky pero nos mandaron a una tienda donde podíamos encontrar a alguien que nos pusiera en contacto con él. Cuando llegamos, había docenas de personas afuera y una que otra vaca flaca; centenares más estaban viendo un partido de fútbol en un terreno detrás de la tienda. Nos bajamos para averiguar si alguien nos podía llevar adonde Lucky. Hablamos con dos mujeres que lo conocían pero nos dijeron que no lo íbamos a encontrar ese día porque estaba en Ciudad del Cabo. El empleado de la tienda nos dijo que él también conocía a Lucky pero que no lo íbamos a encontrar ese día porque estaba en Johannesburgo. Cuando volvimos al parqueo un anciano nos preguntó en zulú quiénes éramos y qué queríamos. Después de explicarle nuestra misión nos invitó a charlar sobre la situación con sus amigos.

El anciano nos llevó a un claro a unos 20 metros de la tienda y nos explicó que él también conocía a Lucky pero que no lo íbamos a encontrar ese día porque estaba en las montañas. Cuando llegamos al claro, nos recibieron una docena de hombres de 20 a 60 años que estaban sentados conversando y bebiendo. Cuando el anciano les explicó la razón de nuestra visita, se callaron, uno preguntó si íbamos para organizar un sindicato. Cuando les aseguramos que no éramos sindicalistas, conversaron y decidieron hablar con nosotros. Un anciano dijo que él nos contaría su situación. Su voz tronó al contarnos su vida; era una voz que hablaba con la experiencia de generaciones.

"Aquí somos esclavos, nadie puede decir lo contrario. Trabajamos en las plantaciones desde antes de salir el sol hasta que ya no podemos ver en la oscuridad. No nos pagan nada, absolutamente nada; nos dan avena y caña de azúcar. Cada familia puede tener hasta cinco vacas, pero ni siquiera las vacas viven seguras. Hace poco la compañía Sapekoe Tea y un empleado blanco vinieron a robarse la mayoría de nuestras vacas. Se las llevaron para venderlas en una subasta, con el pretexto de que le debíamos dinero a la compañía. Dijeron que nuestro trabajo no cubría los costos de mantenernos. Dicen que tenemos que pagar porque nos mantienen. Dicen que debemos estar agradecidos de que nos permitan vivir en estos terrenos y de que nos den de comer y de los monos que nos dan para trabajar. Así que si el trabajo no cubre esos gastos, vienen a quitarnos las vacas para venderlas. Y si no obedecemos sus reglas, dicen que tenemos que pagar multas dándoles una o dos de las cinco vacas que nos permiten tener. No podemos vivir así. Dicen que nuestros hijos no pueden quedarse a menos que trabajen 12 meses para el hacendado. Pero si queremos dinero, somos libres de irnos a Johannesburgo a buscar trabajo. Pero solo nos permiten quedarnos en la ciudad seis meses; luego hay que regresar a trabajar 12 meses más para el hacendado. Si no regresamos, no se encargará de nuestras familias, se quedarán sin techo y sin comida. Y nos advierten que la ley nos hará regresar, así que más vale que regresemos por las buenas".

Cuando terminó, pregunté si alguno recordaba cuando la tierra era de ellos. A eso respondieron todos en coro y furiosos. El mismo anciano que acababa de hablar se levantó y empezó otra vez. "¡La tierra es nuestra! Fue y sigue siendo nuestra. Ya porque Sapekoe y los hacendados blancos nos la quitaron no deja de ser nuestra. Tenemos que reconquistarla. Si cuando te preguntamos que si eras del sindicato hubieras dicho que sí, no hubiéramos hablado contigo. Otros han venido a decirnos que nuestra situación mejorará con un sindicato; que obligarán a la compañía y a los hacendados a pagarnos salarios. Fueron a hablar con el gobierno y dijo que los hacendados tendrían que pagarnos por el trabajo. Entonces ellos organizaron una reunión para decirnos que si tenían que pagarnos, pues nos iban a cobrar por nuestro sustento y que no podríamos tener ganado. Dijeron que escogiéramos y escogimos nuestro ganado. Los del sindicato se enfurecieron. Es que no entienden; no necesitamos una cobija más o un poco más de avena. ¡Lo que necesitamos es nuestra tierra! ¡Lo que queremos es nuestra tierra! No se la vendimos ni se la regalamos. Pero ninguno de nosotros recuerda cuando la tierra era nuestra. Todos nacimos bajo el gobierno de los blancos y, desde que llegaron, han dicho que la tierra es de ellos. Cuando recién llegó la compañía Sapekoe, se portó bien. Pero luego alguien, no sé quién, les dijo que la tierra era de ellos. Por aquí hay unos cuatro hacendados blancos y unos 100 gerentes blancos y nosotros somos 30,000 ó 40,000 y no tenemos nada porque los blancos dicen que todo les pertenece a ellos. Nos sacaron de nuestras fincas donde cosechábamos y pastaba nuestro ganado y nos pusieron aquí. Dijeron que esas eran tierras valiosas que la compañía necesitaba, así que nos sacaron de nuestras tierras donde cosechábamos y pastaba el ganado. Cuando dijimos que no era posible vivir trabajando esas tierras, nos dijeron que podíamos trabajar para la compañía. Ahora sabemos que no podemos vivir de esa forma, necesitamos nuestra tierra".

Pregunté si habían ido representantes de las organizaciones políticas y si pensaban que las negociaciones con el gobierno los iban a favorecer. Se me quedaron viendo como si fuera loco; luego habló un hombre más joven: "Se han olvidado de nosotros. No sabemos nada de las organizaciones que mencionas, no las hemos visto y no hemos oído de ellas. No sabemos nada de negociaciones, de esas charlas que mencionas. Lo que sí sabemos es que a los blancos les encanta hablar. Hablar y hablar y hablar. y nosotros seguimos muriéndonos. Las pláticas no nos van a ayudar".

Le pregunté qué harían si llegaba una organización a dirigir la lucha para reconquistar la tierra. Uno de los camaradas jóvenes empezó a traducir mi pregunta, pero con solo oír "reconquistar la tierra" todos se levantaron y preguntaron: ``¿Cuándo? ¿Ahora?".

Keiskammahoek

Cuanto más nos acercábamos a Keiskammahoek, más caliente y polvoriento se ponía el camino. Teníamos que subir la montaña y el único camino era un camino de tierra bien angosto que pasaba por un puesto militar de Ciskei. Unos soldados descansaban encima de un "hipopótamo" (un vehículo blindado) estacionado afuera, pero no hicieron más que mirarnos sospechosamente. Cuando alcanzamos la cima de la montaña, el camarada cuya familia vive ahí nos pidió parar al lado de la carretera para darle una mirada a la zona antes de llegar al pueblo. Una vez se asentó la nube de polvo que alzó el carro, quedamos pasmados por lo que vimos. Todo se veía seco en toda dirección. La tierra se veía dura y áspera.

La única parte que no estaba seca era cerca del caserío. En la distancia, arriba del caserío, se veían tres partes verdes. El camarada explicó que eran los únicos terrenos que recibían agua. Uno pertenecía al gobierno de Ciskei, otro a un blanco adinerado. El tercero era un poco diferente. Para empezar, era mucho más pequeño y quedaba más cerca del caserío. Estaba rodeado por una cerca de 5 metros de alambre de púas. En el centro había una casa de bloques de cemento, como en muchos ayuntamientos. El camarada explicó que esa casa y terreno pertenecían al hombre que cooperó con el gobierno cuando la gente que ahora vive en Keiskammahoek fue expulsada de sus tierras. Ese hombre se mudó voluntariamente a Keiskammahoek y después hizo campaña para convencer a los demás de que aceptaran que les quitaran sus tierras. Su recompensa por servir al gobierno fue esa pequeña parcela irrigada y su casita de cemento. El odio del pueblo hacia ese traidor se veía en las cercas que necesitaba para proteger su propiedad.

Al entrar en el caserío, el camarada nos explicó que estaba dividido en dos partes. Una era donde estábamos: una zona de casas de bloques de cemento mezcladas con las tradicionales chozas de paja, todas seguidas. Todas tenían un pequeño patio de tierra que parecía concreto. Esas casas pertenecían a los que al principio se opusieron a la mudanza, pero finalmente se rindieron y permitieron que el gobierno los llevara a Keiskammahoek. La otra parte estaba un poco más lejos y era de casas de madera bien cerca una de otra y casi nada de terrenos. Estas casas pertenecían a los que se resistieron hasta el final y el gobierno los sacó con ejército y policía.

Estacionamos el carro en la zona de casas de cemento y caminamos por el polvoriento camino que separaba las casas. Unas cuantas vacas y perros esqueléticos y un par de cerdos andaban por ahí, buscando qué comer. Unos ancianos estaban sentados en un patio preparando la paja para hacer el techo de las tradicionales chozas de paja. Dejamos el camino y entramos en una casita de cemento a la que le habían agregado un pequeño cuarto de una mezcla de palos y barro. Una joven nos invitó a entrar y fue a llamar a su padre. A los pocos minutos un hombre, de rostro envejecido por la aridez de Ciskei, entró y se sentó en una silla de madera. El camarada nos había explicado que tuviéramos cuidado de no crearles esperanzas, que no pensaran que estábamos allí para ayudar, puesto que el deseo de recuperar sus tierras era muy fuerte. El camarada empezó la conversación explicando quiénes éramos y por qué estábamos allí. El anciano nos observó un rato. Un gallo cantó en la distancia y, secándose el sudor con una toalla manchada, el anciano empezó a hablar.

"No estoy muy seguro de qué hacer ahora. Quiero mi tierra, pero aun así, no estoy seguro que sea capaz de ir a tomarla. He tratado de sobrevivir aquí donde me pusieron, pero ha sido muy difícil. Todos los años trato de sembrar algo aquí pero casi nada crece. Este año hasta ha llovido menos, así que nada crece. En mi tierra tenía más de ocho morgen pero aquí solo tengo cinco hectáreas. En mi tierra yo podía cultivar y sacar cosechas y hasta pude comprar un tractor. En mi tierra podía sostener a mi familia. Pero aquí llevo muchos años y no tengo nada.

"A mí no me tuvieron que echar a la fuerza. Cuando nos advirtieron que todos nos teníamos que ir, me resistí por corto tiempo, pero después oí que si no nos íbamos a donde nos decía el gobierno, lo íbamos a perder todo. Por eso decidí venirme a este lugar. Cuando recién llegué viví allá abajo, en la punta. Ahí es donde ponían a los que tuvieron que obligar a venir, los que se resistieron hasta el final, ahí fue donde los llevaron. Es la parte que solo tiene casuchas de madera y donde no permiten cultivar. El gobierno nos puso en esas casas de madera y nos dijo que cuando nos decidiéramos a quedarnos de veras, podíamos pasar a esta parte y tener casas de ladrillo y tierras para sembrar. Llegué allá abajo con 21 vacas y después de vivir ahí un año me quedaban tres vaquitas; las otras se murieron de hambre o se las robaron. Me vine para acá porque pensé que podía sembrar y salvar mi ganado. Estaba equivocado.

"Cuando recién llegué aquí había una represa natural en el bosque. El gobierno nos dijo que podíamos usar ese agua para nuestra tierra. Pero los perros y otros animales empezaron a morirse en el agua y contaminarla. Después intentamos usar el agua del río, pero había un hospital allá arriba. Ya no funciona, pero echaban todos sus desperdicios ahí, así que tampoco podíamos usar el agua del río. Entonces tratamos de sacar agua de otras fuentes. Probamos el tanque de agua, pero alguien tiraba un animal muerto o algo así para que el agua no sirviera. Cuando el hospital dejó de funcionar nos tocó volver a usar el agua del río. Hoy sobrevivo de pura suerte. Puedo sembrar muy poco y con lo poco que crece vivo de pura suerte.

"Cuando dejé mi tierra para venirme, solo pensaba que si no lo hacía los soldados me obligarían. No pensé que este lugar iba a ser bueno o malo; solo pensé: `Veamos qué tal es'. Ni ahora pienso en lo malo que es este lugar. Solo sé que me obligaron a venir y creo que si pudiera volver a mi tierra otra vez, todo mejoraría y podría decir lo malo que es este lugar. Sé que es malo porque siempre me han mentido. Cuando llegué, me prometieron agua para mi tierra y también dos vacas lecheras y otras cosas, pero nunca me las dieron. Las promesas fueron mentiras".

El anciano nos llevó hasta la puerta de su casa. Desde allí nos señaló los terrenos fértiles y verdes del terrateniente blanco y del gobierno del bantustán. Su voz se alzó en tono de rabia. "Eso me enfurece. Esos terrenos verdes prueban que es posible conseguir agua y hacer que la tierra produzca. Pero nuncan nos permitirán los medios para hacerlo. Tenemos que excavar la tierra donde está muerta y seca para darle vida. No es posible y cuando veo esos terrenos verdes y veo lo que es posible, me hace ver lo que ellos han hecho con nosotros".

Los que se resistieron hasta el fin

Nos fuimos del sector de casas de cemento al de las casas de madera. Ahí vivían los que se resistieron hasta que perdieron y todavía no aceptaban su situación en Ciskei. Por pobres que eran los de las casas de concreto, los de las casas de madera vivían en peores condiciones. Casitas pequeñas de dos cuartos hechas de madera podrida y taponadas aquí y allá con una mezcla de barro y astillas de madera se encontraban lado a lado sobre el polvoriento camino. Los únicos medios de electricidad eran baterías de carros y uno que otro generador portátil, pero muy pocos. La mayor diferencia entre los de este lado y los de las casas de cemento era el estado de ánimo. Por casi 15 años el régimen de apartheid y el gobierno del bantustán han castigado su resistencia forzándolos a vivir en casas destartaladas y negándoles el derecho a tierras. Eso ha atizado la llama que ardía en las entrañas del pueblo y las ganas de recuperar sus tierras.

En este sector la mayoría eran ancianos, mujeres o chamacos. El camarada que pasó su niñez allí dijo que la mayoría de los jóvenes y algunas de las jóvenes se habían marchado, ya sea a escuelas o a la ciudad para trabajar en las minas y las fábricas, o como sirvientes en las casas de familias blancas. Algunos trabajaban como jornaleros en otras partes del país. Condujimos de arriba a abajo por el angosto camino de tierra en busca de una mujer que el camarada explicó había sido una de las principales líderes de la resistencia contra la expulsión de sus tierras natales. Ella dirigió a la gente a montar barricadas y construir trampas contra los camiones y soldados del gobierno sudafricano. Cuando algunos empezaron a rendirse, ella peleó más fuerte. Al final la capturaron y la metieron a la cárcel. Cuando salió, ya no quedaba nadie en las tierras natales. La depositaron en Ciskei con los demás. Pero, de acuerdo al camarada, ella no aceptó el robo de su tierra y todavía sigue luchando contra el gobierno. Paramos a preguntar por ella en varias casas, pero nadie parecía saber dónde estaba. Un grupo de mujeres que estaban adornando unas tumbas a la salida del pueblo dijeron que ella se había ido. Finalmente, el camarada decidió que o se había ido o el pueblo la estaba protegiendo de extraños que preguntaban por ella.

Cuando no la pudimos encontrar, el camarada sugirió que visitáramos a su abuelo, que todavía vivía en ese sector. Antes tuvimos que parar a comprar media botella de la espumosa cerveza tradicional. Después de comprar la cerveza, nos detuvimos frente a una pequeña casa de madera. Un anciano nos saludó calurosamente. El camarada nos presentó a su abuelo, quien luego mandó unos chamacos a llamar a sus amigos. Entramos en la casa y nos sentamos en silencio por unos minutos mientras el camarada presentaba el regalo de media botella de cerveza a su abuelo. Siguiendo la costumbre del pueblo xhosa, el camarada caminó alrededor del cuarto regando un poquito de cerveza en las esquinas como ofrecimiento a sus antepasados. Luego se paró frente a su abuelo, probó la cerveza y le dijo que esa cerveza era algo que habíamos traído de nuestro viaje y que ahora deseábamos compartirla con él. Una vez que el abuelo aceptó el regalo y abrazó a su nieto, pudimos hablar libremente. El anciano y sus amigos nos contaron su historia, cada uno añadiendo partes que otros habían olvidado.

"En mi casa, tenía más de cuatro morgen y podía vivir de lo que sembraba. Cuando al principio vinieron a robar nuestra tierra muchos llamaron abogados para pelear en las cortes blancas. Pero algunos nos resistimos físicamente. Luchamos contra todos los que llegaban a quitarnos la tierra. Tienen que haber visto la casa del primer hombre que vino aquí, el hombre que se asoció con el gobierno para hacernos venir aquí y para robarnos nuestras tierras. Vieron la reja que tuvo que poner alrededor de su casa. Cómo lo odiábamos. En verdad, cuando empezó a ayudar al gobierno, allá en nuestra tierra, tenía un taxi y para castigarlo nosotros le bloqueábamos los caminos. Luchamos contra todos los que estaban contra nosotros y a muchos nos arrestaron por tratar de parar a los ladrones de nuestras tierras. Cada vez que bloqueábamos las carreteras la policía llegaba en camiones y nosotros la combatíamos.

"Luchábamos para proteger nuestras vidas. La tierra era nuestra fuente de vida. Ni me acuerdo cuánto tiempo hace que esa tierra nos pertenece. Tengo 80 años, nací y viví toda la vida allá, como también mi padre y el padre de mi padre. Los blancos empezaron a hablar de echarnos de nuestras tierras hace mucho tiempo. Los primeros que nos trajeron la noticia fueron los `agricultores calificados' que el gobierno envió de Ciskei. Primero nos ofrecían ayuda y consejos, y después nos decían que el gobierno planeaba echarnos de nuestras tierras, y que si queríamos seguir teniendo tierra y seguir cultivando, teníamos que irnos con ellos y no oponer resistencia cuando los blancos vinieran a tomar nuestras tierras. Esperábamos que nos dieran una razón para abandonar nuestras tierras, pero nunca la dieron. Esa era la tierra de nuestros antepasados y siempre habíamos vivido allí. Era nuestra `Tierra de Sangre'. Aunque ya vivían allí, el hombre blanco se la dio a nuestros antepasados hace mucho tiempo por ayudarlo en una batalla.

"Todos nos resistimos cuando vinieron a robar nuestras tierras, pero algunos se rindieron poco tiempo después. Los primeros que vinieron aquí son los que viven en las casas de ladrillo allá abajo. Fueron los primeros en inscribirse para que los trasladaran. Los que nos quedamos continuamos luchando. Bloqueábamos los caminos para que el ejército y la policía no pudieran entrar. Por eso nos detuvieron. Nos llevaron a la cárcel de la ciudad. Mientras estábamos presos, metieron todas nuestras cosas en camiones, se llevaron a nuestros hijos y familias y destruyeron nuestras casas. Las tumbaron o las quemaron para que los dueños nunca volvieran. Después llevaron los camiones a la cárcel y nos dijeron `Kwela', `¡Entren!', y nos trajeron aquí. Eso ocurrió en 1977 y 1978. Nos dieron algo de dinero por nuestras casas pero por nuestra tierra no nos dieron nada. Nos dijeron que la tierra pertenecía ahora al hombre blanco. Nos dijeron que la tierra que nos darían también era buena. Como puedes ver eso fue una mentira, no tenemos tierra. Nos dijeron que solo viviríamos en estos refugios temporales por cinco años a lo máximo, y que después nos darían casas mejores. Pero hemos vivido en estos refugios temporales 13 años y no nos han dado nada. Todavía nos castigan por luchar contra el robo de nuestra tierra.

"Ahora pensamos que debemos ir a recuperar nuestra tierra, pero sabemos que habrá resistencia porque está ocupada por blancos. Pero aun así, iremos mañana y si podemos tomaremos de vuelta nuestra tierra. No nos hemos olvidado ni tampoco nos hemos rendido. Estábamos indefensos cuando los blancos vinieron a robar nuestra tierra. Ellos tenían las armas y eso les dio el poder. Pudimos haber hecho mucho más para impedir que nos expulsaran porque estábamos dispuestos a morir por nuestra tierra. De estar mejor equipados, nuestra resistencia hubiera sido más fuerte".

La promesa

Nuestra parada final en Keiskammhoek fue una visita a la pareja más anciana de la comunidad. Después de un corto viaje camino adentro del caserío de madera, nos detuvimos frente a una angosta casa. Un grupo de chamacos jugaban afuera con juguetes hechos de alambre. Otro grupo mayor, de 12 a 15 años de edad, nos observó desde el otro lado de la calle. Se rieron cuando el camarada les explicó lo que queríamos. Uno de ellos corrió a decirle a la pareja que tenía visitas y en cuestión de minutos nos hicieron pasar a la casa. El anciano estaba sentado en el primer cuarto esperándonos. Estaba detrás de una vieja mesa de madera y su esposa, que lucía joyas tradicionales, se encontraba a su lado.

El anciano le dijo algo en lengua xhosa y ella le pasó un libro que él abrió para mostrarnos una dedicatoria. Dijo: "Ven este libro, es una biblia, y dice que en 1727 la iglesia alemana vino y nos encontró en nuestra tierra. Conservo este libro para recordarnos cuánto tiempo hace que la iglesia vino y nos encontró en nuestras tierras. Nunca nos iríamos por nuestra propia cuenta. Nos fuimos porque tenían armas y nos obligaron. Tengo 86 años y todos los días pienso en mi tierra y en recuperarla. Si alguien se animara y dijera que vamos a retomar nuestras tierras, yo estaría listo primero que todos. Tengo muy pocas cosas que preparar, todo lo que necesito es estar allá en mi tierra. Si nos dijeran que teníamos que regresar a nuestras tierras caminando, les diría que tengo 86 años de edad, pero me siento con la suficiente fuerza para hacer el viaje a pie si me permiten tomar unos descansos en el camino. Regresaré a mi tierra antes de morir. Es una promesa".