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Revolución #126, 13 de abril de 2008

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Del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar

La ofensiva fracasada contra el Ejército Mahdi de Sadr: Estados Unidos, Irak e Irán

31 de marzo del 2008. Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar (Traducción de Revolución).

Peor y peor: estas son las palabras que vienen a la mente acerca de lo que Estados Unidos ha logrado en Irak al entrar al sexto año de la guerra. Hasta la fecha, la ofensiva contra el Ejército Mahdi de Moqtada al-Sadr ha sido una derrota humillante para el gobierno iraquí apuntalado por Estados Unidos, y es otra señal más de la desesperación estadounidense y de lo peligrosa que es la situación.

La dominación estadounidense de Irak tiene dos pilares políticos, además de sus 160,000 soldados en el país: los partidos curdos, y los clérigos y dirigentes políticos chiítas. Durante el último año, ante los fracasos de estos pilares y otras necesidades, Estados Unidos los ha empezado a sacudir. Las incursiones turcas en el Curdistán iraquí, con el claro apoyo militar y político estadounidense, socavaron e intimidaron a los dos partidos curdos nacionalistas basados en los clanes que han sido sus aliados más confiables. Además, muchas veces Estados Unidos ha pasado por alto el gobierno del primer ministro Nuri al-Maliki, que descansa sobre ambos pilares. Ha organizado el dizque movimiento del “Despertar”, en que unos dirigentes tribales sunitas (que antes eran un núcleo de apoyo para Saddam Hussein) y ex oficiales del ejército de Hussein participan directamente en la estructura de mando estadounidense, como si el gobierno de Maliki y el ejército iraquí ni siquiera existieran. En el 2007, Estados Unidos tuvo a 80,000 milicianos del Movimiento del “Despertar” en planilla. Ahora viene el ataque contra las fuerzas de al-Sadr.

No cabe duda de que Estados Unidos apoyó ese ataque. El presidente George Bush endosó la ofensiva de Maliki inmediatamente, y la llamó “audaz”, “un momento definitivo en la historia del Irak libre” y “una parte necesaria del desarrollo de una sociedad libre”. ( New York Times, 29 de marzo) El vicepresidente Dick Cheney fue a Irak menos de una semana antes de la ofensiva, en medio de los preparativos. Con toda probabilidad habló con Maliki sobre la ofensiva, dado que la relación entre el movimiento de Sadr y el gobierno se considera el tema del día en Bagdad. Además, a pesar de unos esfuerzos para disimularlo, parece que las fuerzas aéreas y terrestres estadounidenses libraron gran parte de la batalla contra el Ejército Mahdi. Aunque fuerzas del gobierno contribuyeron a rodear Sadr City, la barriada chiíta de Bagdad que tiene el nombre del famoso padre de Moqtada al-Sadr, el corresponsal Sudarsan Raghavan ( The Observer, 30 de marzo) informó que los combates callejeros fueron casi exclusivamente entre el Ejército Mahdi y las fuerzas estadounidenses, con el apoyo de helicópteros artillados.

En Basora, donde Maliki fue a dirigir personalmente la invasión de los barrios de Sadr, la batalla rápidamente llegó a un punto muerto. Los aviones estadounidenses y la artillería inglesa mataron a muchos —o la mayoría— de los habitantes y combatientes que murieron. Washington confirmó que envió soldados de las fuerzas especiales. (Reuters, 30 de marzo) Estallaron batallas en muchas otras ciudades del sur del país, donde huyeron o cambiaron de disposición miles de combatientes del Ejército Mahdi ante la presencia de tropas estadounidenses adicionales en Bagdad.

Maliki se jugó el prestigio en esta batalla. Presionado desde ambos lados (por un lado, por las acciones de Estados Unidos para restarle importancia, y el aislamiento cada vez más del gobierno y la creciente fuerza del Ejército Mahdi por el otro), tal acción le hubiera parecido la opción más racional. El segundo día de la ofensiva, anunció que el Ejército Mahdi fue “peor que Al Qaeda” y prometió que nunca llegaría a un acuerdo con Sadr ni abandonaría Basora hasta aplastar a sus fuerzas. (Al Jazeera, 30 de marzo) Exigió que los combatientes del Ejército Mahdi entregaran sus armas dentro de 72 horas. Pero no lo hicieron. Al contrario, unos policías del gobierno entregaron sus armas al Ejército Mahdi y a lo mínimo una unidad se alistó en el Ejército Mahdi en vez de pelear contra él. Primero Maliki extendió el plazo de entrega de armas 10 días más y ofreció una recompensa por entregarlas. Luego el gobierno envió representantes a Irán para pedir ayuda.

Un general de los Guardias Revolucionarios iraníes —encargado de la misma brigada de los Pasdaran Qods que Bush y su comandante en Irak, el general David Petraeus, acusaron de ayudar los ataques contra las fuerzas estadounidenses en Irak— trazó un acuerdo político, según un informe del servicio noticioso McClatchy del 30 de marzo. Sadr, que actualmente vive y estudia teología en la ciudad santa iraní de Qom, decidió retirar sus fuerzas de las calles. A cambio, según el informe, los representantes de Maliki (un miembro del Partido Dawa y el dirigente de la Organización Badr, el ala militar del Consejo Supremo) concertaron parar la ofensiva y poner en libertad a centenares de comandantes y soldados de Mahdi arrestados en los últimos meses. Desde el acuerdo, las emisoras iraníes han transmitido quejas de que el gobierno no ha hecho lo que prometió y sigue arrestando a miembros de Mahdi. De todos modos, por el momento hay un claro ganador, aunque la situación sigue desenvolviéndose. Las fuerzas de Sadr no aceptaron la principal demanda de Maliki: entregar sus armas.

Lo que fue peor para Estados Unidos, la ofensiva para debilitar a lo que Estados Unidos llama una milicia pro Irán terminó en el reconocimiento de la autoridad e influencia de la República Islámica en Irak. Si, como han señalado muchos observadores, las acciones de Estados Unidos desde el 11 de septiembre del 2001, tanto la ocupación cada vez más empantanada de Afganistán como la más desastrosa ocupación de Irak, han fortalecido a la República Islámica de Irán, este último fracaso demuestra qué tan seria es la confrontación política y militar entre Estados Unidos e Irán, y cómo debilita más las opciones del imperio.

Una pregunta obvia es por qué lo hizo Estados Unidos, a pesar de las advertencias y peligros.

Atacar a Sadr no era la opción obvia. En el 2006, el Grupo Internacional de Crisis (ICG), un grupo internacional de asesoría a los gobiernos imperialistas compuesto de ex altos funcionarios, publicó un informe cuyo título preguntó: “Moqtada al-Sadr de Irak: ¿Una fuerza para estropear o para estabilizar?” (www.crisisgroup.org) El artículo concluyó que la ocupación necesitaba al movimiento de Sadr para estabilizar al gobierno apuntalado por Estados Unidos, que esto correría muchos riesgos sin Sadr, y que Estados Unidos y Maliki deben dedicarse cuidadosamente a trabajar con Sadr y no atacarlo sin reflexionar. En una serie de informes, el ICG trazó un plan detallado para la cooperación con Sadr. Es como si Bush y sus compinches, y el gobierno de Maliki dependiente de ellos, leyeron el plan contra pelo e hicieron lo contrario. En vez de atraer más a las fuerzas de Sadr al gobierno establecido en el 2005, lo trataron con hostilidad constante. (Ver también el informe del ICG “Where Is Iraq Heading? Lessons from Basra”, junio del 2007; “Shiite Politics en Iraq: the Role of the Supreme Council”, noviembre del 2007; e “Iraq’s Civil War, the Sadrists and the Surge”, febrero del 2008)

Aquí se necesita un análisis de las fuerzas políticas en Irak. Irónicamente, todas las organizaciones iraquíes con que cuenta Estados Unidos tienen fuertes lazos a la República Islámica, con excepción de las asociadas con el Partido Baath de Saddam Hussein, que, a los ojos de Washington, puede ser uno de sus dos mayores méritos (el otro es que podían gobernar a Irak, algo que Estados Unidos y sus aliados no han podido hacer hasta la fecha). Los partidos curdos, y especialmente el presidente iraquí Jalal Talabani, a pesar de su laicismo declarado, desde hace mucho se llevan bien con el gobierno iraní. El Partido Dawa del primer ministro Maliki, la organización política islámica más antigua de Irak, tenía sus oficinas en Irán. Trabajó de la mano con los servicios de seguridad iraníes y se dice que participó directamente en los ataques dinamiteros contra las fuerzas estadounidenses, un hecho que el gobierno de Bush nunca menciona. Pero el Partido Dawa es pequeño y muy débil, y parece que escogieron a Maliki como primer ministro como parte de un acuerdo entre los principales partidos chiítas, Sadr y el partido que ahora se llama el Consejo Supremo Islámico de Irak.

Cuando fundaron el Consejo Supremo en Irán en 1982, el ayatola Jomeini envió a su sucesor, el ayatola Ali Kamenei, como su representante. Creció con la protección de los Guardias Revolucionarios iraníes; reclutó de los soldados iraquíes presos de Irán durante la guerra entre Irak e Irán, y luchó al lado de las fuerzas iraníes contra el ejército de Saddam Hussein. Pero según el análisis del ICG, el Consejo Supremo se ha alejado de su compromiso al concepto de Jomeini de un gobierno religioso y de la autoridad religiosa de Jomeini y más tarde de Kamenei. Ha tratado de distanciarse políticamente del gobierno iraní y hacerse pro Estados Unidos (según el ICG, el gobierno de Bush “cortejó y agasajó” a su líder, Abdel Aziz al-Hakim), aunque nunca cortó sus lazos completamente a Irán.

El movimiento de Sadr y su Ejército Mahdi, formado con el propósito de proteger los intereses de los chiítas después de la invasión estadounidense, irónicamente ha criticado al gobierno iraní persa por razones del chovinismo y nacionalismo árabe y, por lo menos en el pasado, no ha compartido todas sus ideas ni reconocido su autoridad religiosa. Pero parece que se ha acercado a la República Islámica por una combinación de razones ideológicas y la pérdida del espacio político que había forjado en Irak. Tiene una relación ambigua y lejos de inflexible con Estados Unidos. Cuando se rebeló en la ciudad santa iraquí de Najaf en el 2004, exigió respetar los derechos del movimiento y no exigió tumbar al gobierno ni terminar la ocupación. Aunque libró dos batallas contra las fuerzas estadounidenses en el 2007, trató de evitar una confrontación de gran escala y se mantuvo principalmente a la defensiva ante los esfuerzos por desarmarlo.

El movimiento de Sadr se describe ampliamente como el único movimiento con una base popular en Irak (fuera de Curdistán), especialmente en comparación con el Consejo Supremo, que es muy impopular y se considera un lacayo primero de Irán y luego de Estados Unidos. Mientras el Consejo Supremo tiene el apoyo y recibe su legitimidad de los comerciantes de Bagdad y de las ciudades santas chiítas y las fuerzas religiosas de corriente mayoritaria, el movimiento de Sadr tiene su base en los jóvenes de la “clase marginada urbana” chiíta de Bagdad, tanto como de Basora y otras ciudades del sur de donde vinieron. (Sin embargo, no es correcto concluir que la clase de donde vienen los miembros de un partido o movimiento determina que representa necesariamente los intereses de tal clase o su cosmovisión “natural”. Los intelectuales chiítas fueron el principal pilar del Partido Baath antes de Saddam Hussein, cuando era un movimiento nacionalista laico, y la “clase marginada urbana” chiíta fue la principal base social del Partido Comunista Iraquí).

El principal argumento del ICG es que una de las metas proclamadas de Sadr —un gobierno basado en la sharia (ley islámica)— se logró en la Constitución escrita en el 2005 bajo la supervisión de Estados Unidos, y que su partido es decisivo al futuro del gobierno que estableció. De hecho, eso es lo que pasó durante varios años. Los representantes de Sadr fueron parlamentarios y ministros y le dieron al gobierno la mayor parte de la poca legitimidad de la que gozaba. Retiró a sus ministros en septiembre del 2007, en medio de la escalada estadounidense que se llama eufemísticamente “aumento de tropas”, aparentemente porque creía que apuntaba principalmente contra él. Parece que por lo menos gran parte del desacuerdo entre las fuerzas estadounidenses y el Ejército Mahdi son consecuencia de la intolerancia y presiones hacia Sadr, como las muchas redadas y arrestos. Cuando el Ejército Mahdi peleó con el Consejo Supremo en Najaf el año pasado sobre el control de los santuarios chiítas, Sadr aprovechó la situación para pedir algo más que una tregua: un fin a la “presencia armada” de sus fuerzas en los conflictos con el gobierno, y con el Consejo Supremo y Estados Unidos. En febrero del 2008, poco antes de la ofensiva de Maliki, repitió la orden.

La oposición de Sadr al plan de Maliki de dividir Irak en tres regiones autónomas (y quizás con el tiempo en tres países) tiene contenido político. Pero más allá de eso, muchos comentaristas (como el ICG) consideran la realidad de su posición nacionalista y a veces anti Estados Unidos como más flexible que hace pensar su retórica. Cuando exhorta a Estados Unidos a trazar un plan para retirar sus fuerzas lo vincula a la aceptación tácita de la ocupación por el momento, como parte de lo que podría ser una estrategia para evitar conflictos con Estados Unidos, fortalecer su poder y esperar una situación diferente. Incluso en medio de la ofensiva contra sus fuerzas apoyada por Estados Unidos, un asesor de Sadr dijo que “el Ejército Mahdi está luchando por el reconocimiento y no otros motivos inútiles” (o sea, tumbar al gobierno o oponerse a la ocupación). ( The Observer, 30 de marzo)

Especialmente en los últimos dos años, los choques del Ejército Mahdi con las fuerzas estadounidenses (y, si se puede creer las declaraciones de las autoridades estadounidenses, el uso de bombas contra los vehículos estadounidenses) han ocurrido en el contexto de una campaña de Sadr para apoderarse de grandes zonas de Bagdad, en ambos lados del río Tigris, más allá de su base en las barriadas orientales.

Este esfuerzo exitoso ha llevado a un proceso de “defensa” de barrio en barrio de los chiítas contra los esfuerzos de los grupos sunitas de intimidarlos o sacarlos, y a sacar a los sunitas; por medio de este proceso, ha forjado su propio poder militar, político y económico. A pesar de las afirmaciones de Sadr de que está por encima de los conflictos religiosos y a favor de la nación (como por ejemplo cuando envió alimentos y suministros a los sunitas de Faluya durante el sitio estadounidense y, durante la ofensiva reciente, cuando pidió que todos los iraquíes se unieran contra “los ejércitos de la oscuridad”), su movimiento ha estado ligado inextricablemente a la “protección” gangsteril de los chiítas, la limpieza étnica contra los sunitas y la dominación religiosa, con todos sus rasgos horrorosos, como la supresión del libre movimiento de la mujer (que según unos visitas hace que Irán parezca laico en comparación).

Desde Irán, Sadr trata por todos los medios de distinguir entre los intereses políticos iraníes e iraquíes; es una posición que, sea cual sea su motivo, concuerda con su afirmación de que representa a todos los musulmanes, chiítas y sunitas, y la nación iraquí. (Al Jazeera, 30 de marzo) Pero hay elementos que lo ponen cerca del gobierno iraní ideológicamente, como sus antecedentes familiares que le permitieron llegar rápidamente a una posición prominente, un linaje clérigo bien conocido por su apoyo al islam político, a diferencia de los principales partidos chiítas iraquíes que mantenían una tregua precaria con el gobierno de Saddam Hussein; sus actuales estudios religiosos, cuyo propósito es combinar su autoridad política con la autoridad religiosa que no tiene ahora como erudito islámico joven (y de que carecen completamente los otros dos partidos chiítas, debido a su falta de dirección religiosa); y su apoyo no solo a la sharia como la base del gobierno sino también como la mayor autoridad mundana del erudito islámico ( wilayat al faqih, o la norma suprema de la jurisprudencia), una doctrina asociada con Jomeini y la República Islámica de Irán. Los partidarios de Sadr no son un movimiento basado en la nacionalidad, como los partidos curdos, ni simplemente otra manifestación de la “política de identidad”: no se debe subestimar lo importante que es la ideología islámica en definir e impulsar el movimiento.

Todo esto no quiere decir que son ciertas las declaraciones de Maliki y Bush de que el blanco de su guerra contra el Ejército Mahdi son las pandillas sectarias. El Consejo Supremo ha hecho las mismas cosas. La única diferencia es que sus masacres sectarias, torturas a gran escala, extorsiones y demás fechorías los cometió por medio de las instituciones oficiales que controla, especialmente el Ministerio del Interior. Como dijo el ICG: “Irak está en medio de una guerra civil. Pero antes y más allá de eso, Irak es un estado fracasado, un país cuyas instituciones, y con ellas toda apariencia de cohesión nacional, se han disipado”. Estados Unidos aplastó Irak militarmente, pero no se ha determinado cuál sistema de alianzas de clases ni cuál gobierno lo gobernará en el futuro. Con el tiempo esto se tiene que resolver, dado que la ocupación no puede continuar al mismo nivel para siempre, si solo porque Estados Unidos tiene otras guerras a librar. Por eso, y porque Estados Unidos, para mantenerse en el control, tiene en gran estima y fomenta constantemente el sectarismo religioso y los conflictos étnicos, los grupos armados religiosos y étnicos que defienden los intereses de la élite de su “identidad” en particular están desgarrando al país. Incluso el gobierno es una coalición cambiante de grupos de interés, y sus fuerzas de seguridad y hasta el ejército son milicias con bases estrechas, dirigidas por el jefe del Consejo Supremo, Hakim.

Cada uno de estos grupos se basa en intereses estrechos pero reales. La mayoría no son títeres, aun cuando estén aliados con y al servicio de la ocupación, pero debido a esa misma estrechez de intereses y punto de vista, todos son muy vulnerables a la manipulación de Estados Unidos y otros. Incluso las fuerzas fundamentalistas sunitas más anti Estados Unidos, como el grupo que se llama Al Qaeda de Irak, son parte de esta dinámica que se alimenta a sí misma de rivalidad e intereses reaccionarios que se refuerzan mutuamente, y de esa manera apuntalan la ocupación mientras buscan tumbarla.

Un aspecto que ha confundido a muchos observadores es los combates entre los partidos que tienen apoyo de Irán. ¿No se opone Irán a tal rivalidad? Las autoridades iraníes han rechazado las acusaciones de que harían todo lo posible para debilitar al gobierno de Maliki y dicen que Estados Unidos no lo apoya con entusiasmo. “¿Por qué debemos debilitar a un gobierno en Irak que apoyamos más que todos los demás?” preguntó un diplomático iraní. (“The Victor?”, Peter Galbraith, New York Review of Books, 11 de octubre de 2007) Se puede decir lo mismo desde la perspectiva de Estados Unidos, y su necesidad de (si no cariño por) ambos partidos chiítas si el gobierno iraquí va a tener una base aparte de las fuerzas armadas estadounidenses.

Desde el punto de vista del gobierno iraní, su ayuda a apuntalar a un gobierno dependiente de Estados Unidos es a la vez una forma de colusión y competencia con Estados Unidos. Las clases dominantes de Irán y Estados Unidos tienen unos intereses en común al apuntalar a un gobierno reaccionario estable en Irak, y hasta en el uso del fundamentalismo chiíta como sostén. Si el gobierno se lleva bien con Irán, como es el caso de Maliki, tanto mejor; de todos modos, acaba con la presión que Irán sentía durante el gobierno de Saddam Hussein (y Estados Unidos ha tumbado al gobierno del Talibán en Afganistán, otra fuerza hostil a Irán). Esta situación le permite a la República Islámica hacer que Estados Unidos reconozca que, por lo menos de facto, necesita al gobierno iraní, y que no puede permitirse el lujo de empujarlo demasiado. Esto puede ser en parte por qué el Consejo Supremo se ha podido alistar al lado estadounidense sin cortar los lazos completamente con Irán, y por qué Estados Unidos lo ha tolerado. (Según el ICG, el Consejo Supremo en ocasiones ha sido un intermediario entre Estados Unidos e Irán). También es un factor en la impaciencia de largo plazo de las fuerzas de Sadr con Irán.

Por otro lado, Irán no rehuye del uso de la fuerza militar. Estados Unidos ha hablado mucho de los artefactos explosivos avanzados que Irán supuestamente ha dado al Ejército Mahdi. El general Petraeus echó la culpa a Irán por los morteros y misiles avanzados con que atacaron desde el este (donde está Sadr City) la Zona Verde, el palacio de Saddam Hussein que ahora es el corazón de la ocupación estadounidense y del gobierno iraquí, en vísperas del ataque contra el Ejército Mahdi. Tras más de una semana de ataques “cualitativamente diferentes” del pasado, el estado de ánimo en la zona más fortificada del mundo se describió como “agachados en preparación para un largo período”. (BBC, 14 de marzo; Associated Press, 27 de marzo) Las autoridades estadounidenses militares y políticas han dicho que aunque el gobierno iraní apoya a Maliki, también les da armas a los grupos como el Ejército Mahdi y sus derivados porque quiere ver a Estados Unidos empantanado y debilitado militarmente. Aunque los voceros imperialistas no lo admiten, esta es una admisión implícita de que Irán teme que sea el próximo blanco de Estados Unidos. Varios observadores han señalado que en el caso de un ataque directo estadounidense contra Irán, el Ejército Mahdi podría creer que haya llegado la hora de enfrentarse directamente a las fuerzas de ocupación.

Si Estados Unidos no se estuviera preparando para atacar a Irán, vería de manera diferente el Ejército Mahdi. Muchas de sus acciones en la región, de Israel a Líbano a Turquía e Irak, tienen poco sentido fuera de ese contexto, entre ellas las alianzas que está forjando en el Irak ocupado. Probablemente no es solamente por estupidez que el gobierno de Bush esté empujando al movimiento de Sadr hacia la hostilidad en vez de tratar de atraerlo a su lado junto con los demás socios menores. Cuanto más Estados Unidos se encuentra frustrado políticamente en Irak y en otras partes del Medio Oriente, e Irán saca ventaja, tanto más se puede sentir obligado a salirse de una situación imposible atacando a la República Islámica de Irán.

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