Revolución #150, 14 de diciembre de 2008


¡Hay que impedir que se desperdicien más vidas!

 

Estimada Revolución:

Hace poco tuve una plática con un joven negro que conozco. Es un muchacho bien suave. Piensa sobre lo que pasa, le importa y conoce una que otra verdad, por ejemplo como el gobierno llenó los ghettos de droga para apagar las protestas radicales de los años 60. Pero también influyen en él unas ideas retrógradas, por ejemplo recientemente dijo que “los inmigrantes nos quitan los trabajos”. Con eso empezamos.

Le pregunté qué quería decir con “nos quitan los trabajos”: ¿a poco él o alguien que él conocía tenía el poder de decidir quién trabaja y quién no? Dijo que no. De ahí platicamos sobre los que realmente deciden quién trabaja en Estados Unidos, que son un puñito de ricachones no más, el uno por ciento de la población que posee más riqueza que el otro 90%, los pobres y que domina todas las esferas de la sociedad. La gente solamente trabaja cuando aquellos, los capitalistas, le sacan ganancias. El muchacho terció: “Pero somos americanos, y los inmigrantes acaban de llegar. ¿Por qué se quedan con los empleos?”

Le pregunté si sabía por qué vienen la mayoría de los inmigrantes a este país. Contestó que realmente no sabía. Le expliqué que el mismo grupito que domina la sociedad en este país también saquea los países pobres del mundo hasta tal grado que millones de personas no pueden sobrevivir en su tierra natal. Por eso vienen a países ricos como Estados Unidos en busca de empleo, no solo para mantenerse sino para mantener a sus familias que quedaron allá. Aún con eso, seguía aferrado a la idea de que “somos americanos y ellos no lo son”.

Le pregunté si mejor le echaba el brazo a gente como George Bush, John McCain y Bill Gates que a gente pobre cuyo único “crimen” es querer sobrevivir y mantener a la familia. Eso tampoco lo convenció. Simplemente repetía, “pero somos americanos”. Así que le pregunté cómo había funcionado ese fango y lodo de “todos somos americanos” para los negros durante los últimos 400 años si el mismo puño de ricos nunca ha dejado de oprimirlos y explotarlos. Era claro que empezó a titubear pero no dejó de repetir que “somos americanos”.

Así que le pregunté si entendía por qué los patrones en este país prefieren dar empleo a los inmigrantes que a los negros. De nuevo, que no estaba seguro. Le recordé que durante siglos los negros les habían hecho los trabajos más feos ganando una miseria y sufriendo la brutalidad racista más horrible. Luego en los años 60 se alzaron y dijeron: “No, ya no nos aguantaremos: ¡Exigimos que nos traten con respeto y igualdad!” ¿Y qué hizo la clase dominante de este país en respuesta a la nueva actitud de parte del pueblo negro? A la mayoría de los negros dijeron: “Órale, está bien, siguen con su actitud, pero cuando vienen a pedirnos empleo, que se vayan a la chingada. Los empleos que no hayamos mandado al extranjero, se los vamos a dar a estos inmigrantes desesperados que están dispuestos a trabajar por lo que sea y no nos ponen tantas huevadas”.

Al joven amigo como se le prendió una luz en los ojos de repente. “Ah, ya veo... ya veo”, dijo. En ese momento se nos interrumpió la conversación. Pero era claro que él ya estaba trazando el contorno del funcionamiento de este sistema y reconsiderando seriamente a quién debe echarle el brazo.

Estuve esperando con anticipación seguir la plática la próxima vez que nos viéramos. Pero ya nunca podré. Unos días después fue muerto a balazos en un callejón.

Me fue muy difícil escribir estas últimas palabras. No sé quién lo mató ni por qué. Pero esto sí me lo sé. Lo que empezaba a ocurrir con mi amigo joven era una pequeña muestra de una de las cosas más preciosas con que cuentan las masas: el llegar a entender que la raíz de todos los problemas que sufrimos es este sistema imperialista monstruoso.

Los que dominan este país son maestros consumados en mantenerse en el poder oponiendo las masas unas a otras, por ser de diferente país, etnia, género, religión, barrio, banda, SIEMPRE con consecuencias horrorosas para ellas. Los imperialistas simplemente “se sientan en la montaña a ver a los tigres pelear abajo”. Mi amigo joven estaba empezando a entenderlo (“¡Ya veo!”). ¿Hasta qué punto hubiera alcanzado su “vista” y cómo hubiera actuado sobre ese entendimiento, especialmente si se conectara con un emergente movimiento revolucionario? Pero eso ya nunca pasará.

El que le haya mochado la vida a ese muchacho ha hecho un daño enorme al pueblo, pero a lo mejor ni cuenta se da. En cierto sentido, eso es lo más intolerable, y es lo que nos urge cambiar. No podemos permitir que a toda una generación de jóvenes se les oculte la verdad de que el mismo sistema que los oprime tan horriblemente también los maneja al gusto para que se maten unos a otros por unas migajas. Se tienen que convertir y se pueden convertir la desesperación y la desesperanza que hoy motivan tantas muertes en tiroteos en una denuncia contundente al sistema capitalista el cual ha engendrado las condiciones en que están atrapados estos jóvenes. Hay que retar a los jóvenes a elevar la mirada y usar la mente. La valentía ante el peligro físico no basta si no la guían la valentía mental, el pensamiento crítico y la ciencia. Eso es lo que la revolución —y solo la revolución— puede traer a la juventud de hoy. A todos los que leen este periódico nos toca difundir su entendimiento revolucionario por todos lados y construir un movimiento revolucionario en torno al periódico. ¡No tenemos tiempo que perder! ¡Hay que impedir que se desperdicien más vidas!

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