Revolución #164, 17 de mayo de 2009


Un paralelo histórico

Hay un precedente de mal agüero para la especie de justificación legal tan compleja y de tan alto nivel para la tortura ilegal que se encuentra en los memorandos del régimen de Bush. En una columna reciente, Shayana Kadidal, el principal abogado del proyecto Guantánamo del Centro por Derechos Constitucionales, escribe sobre este paralelo histórico:

El problema: La nación ha estado en pie de guerra por años. Los dirigentes elegidos creen que hay un montón de células subversivas escondidas en la sociedad. Los funcionarios del gobierno federal deciden que hay que aplicar la tortura a los elementos subversivos (no está claro el propósito: sembrar el terror entre sus compañeros, extraer inteligencia o sacar confesiones). Pero los agentes del orden público están renuentes a aplicar técnicas de ‘interrogación más rigorosas’”.

Kadidal informa sobre la solución:

“[Un] memorándum, el producto conjunto de los funcionarios más altos de los departamentos de la inteligencia y la justicia, que explica con extraordinario detalle cuando se pueden aplicar ciertas técnicas, el equipo específico para tales interrogaciones, la cantidad de veces que se pueden usar ciertas técnicas con ciertas categorías de detenidos, etc. — y específicamente promesas de inmunidad de las acciones judiciales cuando se sigan las reglas escrupulosamente”.

Finalmente, Kadidal señala el tiempo y el lugar:

“No estamos en Washington, D.C., en 2002-2005, sino la Alemania nazi, el 4 de junio de 1937”.

(“The Torture Memos: Berlin, 1937 Version” de Shayana Kadidal, Huffington Post, 21 de abril de 2009.)

El paralelo es válido y hace pensar. Legalizar la tortura fue un elemento importante para legitimar el programa nazi. Fue una de las cosas que legitimaron a los nazis. Puso un sello de aprobación formal y legal a una actividad que, si se considerara el trabajo de matones que actúan al margen de la ley, quizás hubiera suscitado más descontento e indignación.

Legalizar la tortura contribuyó a allanar el camino para la aquiescencia de los “buenos alemanes” que se dejaron llevar por el programa nazi. Pues, pudieron decirles a sí mismos, “es legal”.

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