Revolución #176, 13 de septiembre de 2009


Despiértate y sacúdete:

Resistir al reclutamiento, y una vida con sentido

“Las guerras, invasiones y ocupaciones... asesinatos y masacres... aviones, proyectiles, tanques y soldados de Estados Unidos, que bombardean a pueblos en tierras lejanas mientras que éstos duermen en su hogar o realizan sus actividades cotidianas, hacen pedazos a sus hijos pequeños, siegan la vida de hombres y mujeres en la flor de la vida, o en la vejez, tumban a patadas las puertas de sus hogares y se los llevan a rastras durante la noche…”. He aquí un vistazo de la realidad que describe el mensaje del Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos, “La revolución que necesitamos… La dirección que tenemos”, un pequeño vistazo de lo que las fuerzas armadas yanquis llevan a cabo por todo el mundo, de lo que han encubierto, censurado y tergiversado y acerca del cual han mentido y dado nuevas interpretaciones a lo largo de la historia.

Yo era totalmente ajeno a este hecho básico, cuando un día los cadetes del JROTC [Cuerpo de Adiestramiento de Oficiales de la Reserva de Escuelas Secundarias] del ejército y su instructor aparecieron durante mi descanso-almuerzo para promover su programa. Aun en octavo año de escuela, mirando mis perspectivas para el futuro y en la situación en la que estaba, lo que ellos me ofrecían tuvo un jalón en mí. Crecí en un hogar de clase media, pero mis padres cayeron en la bancarrota cuando yo era más joven, tenían algunas deudas y de plano no había dinero de mi educación universitaria.

No les hablé a los cadetes pero un amigo mío recogió uno de los panfletos que estaban repartiendo. Al chequear el panfleto vi que estando en el JROTC por un par de años durante la secundaria me permitiría saltar un rango una vez que me uniera a la milicia; dado que eso me parecía como “la mejor opción”, tenía sentido obtener algunos créditos electivos y tener una ventaja con algo de entrenamiento antes de que terminara uniéndome después de la secundaria. Así, entonces cuando llegó el momento de seleccionar los cursos para nuestro primer año de secundaria, algunos amigos míos y yo decidimos registrarnos juntos.

El JROTC en mi escuela estaba principalmente conformado de personas que eran vistas como desadaptadas sociales por una u otra razón. No éramos muy académicos ni muy populares, especialmente los miércoles. Los miércoles eran los días en que teníamos que “vestirnos elegantes”, o sea, brillar nuestros zapatos, planchar nuestros pantalones verdes y camisas, usar nuestras gorras, saludar a cualquier cadete oficial, teníamos inspección de nuestros uniformes y generalmente portarnos como representantes del JROTC. Odiaba los miércoles. Ni dejaba que mi novia me viera con el uniforme, me las arreglaría para ser notoriamente ausente en nuestros lugares de encuentro o en la cafetería y si la veía a ella acercándose me esfumaría. Lo encontraba terriblemente vergonzoso usar nuestra versión del uniforme del Ejército. Este no es exactamente “chévere” (la gente nos llamaría “pepinillos” y otros insultos). Desgraciadamente, vestirnos de esta manera no era impopular porque estábamos representando y recibiendo entrenamiento para cumplir el servicio de una fuerza imperialista de matones armados que apenas estaban empezando a invadir a Irak, sino al contrario, porque lo que estábamos haciendo era muy diferente, porque esto requería disciplina, seriedad y los uniformes no tenían nada de modernos.

No obstante, había algunas cosas que me gustaban de esto: el equipo de entrenamiento físico (básicamente un equipo de pista para el JROTC), aprender a desfilar y a entrenar (que implica un montón de coordinación entre las personas) y había alguna camaradería para esto entre los cadetes.

Cuando un reclutador de la Marina llamó por teléfono a mi casa el primer semestre en la secundaria, se me cayeron los chones no más de escucharlo. Estaban ofreciendo lo que yo esperaba y era la decisión que yo tomé con anticipación cuando vinieran a mí, pero esto era inquietante. Me reuní con el reclutador después de la escuela. Me dijo que le encantaba la vida militar, de viajar alrededor del país, el dinero y usar un carro de la oficina de reclutamiento; me habló de lo que el alistamiento conllevaría y me dijo algo sobre algunas de mis opciones de trabajo basado en los resultados de mi examen. Escogí una posición de traductor y empecé el proceso.

Empecé a hablar con algunas personas acerca de la ocupación de Irak y Afganistán, y conocí a la gente de Revolución que estaba diciendo la verdad sobre la guerra, de que está al servicio de la expansión y consolidación del dominio estadounidense sobre el mundo, y que había una gran necesidad de que la gente se opusiera enérgicamente a los crímenes del sistema explotador que motivaba todo esto, el capitalismo-imperialismo, y de organizarse para una revolución que pudiera poner fin a este sistema.

Pero aún no entendía. Pensé que podía estar a favor de un mundo mejor y de una revolución para llegar al socialismo y avanzar al comunismo; y de alguna manera esos deseos y aspiraciones podrían ser compatibles con mi decisión de entrar en las fuerzas militares.

Afortunadamente, alguien de Revolución que conocí me reto para confrontar la realidad de esto y me llamó la atención sobre lo que estaba haciendo: poniendo mis necesidades personales por dinero para la universidad (prometido por las fuerzas militares) sobre la vida de las decenas de miles de seres que este sistema aplasta todos los días.

Estaba terriblemente equivocado, pero no lo pensaba así; sentía que ellos eran muy entrometidos. ¿Quiénes eran ellos para retarme sobre lo que yo había planeado por años? Pensé que era frustrante que me estuvieran cuestionando lo que estaba haciendo, y seguían invitándome a las reuniones y confrontándome, sobre lo que los militares hacen y han hecho a las masas del pueblo alrededor del mundo y lo que significaba mi participación en eso.

Esta persona bregó férreamente conmigo sobre la verdadera naturaleza de las fuerzas armadas, que existen para imponer por medio de la violencia el capitalismo-imperialismo y que unirme en cualquier forma significa servir a este sistema, participar activamente en el saqueo y destrucción de pueblos por todo el mundo, el que yo acabara yendo a combatir o no. Me explicaron las conexiones entre los que apoyaban la guerra con logística: la policía militar, los técnicos, los traductores (quienes aseguran que la máquina militar funcione) y los que llevan a cabo su propósito: los infantes de la Marina que matan a balazos a la gente, los pilotos que arrojan bombas y los soldados en los tanques que disparan proyectiles.

Además, esta persona encontró la forma de que yo me saliera del acuerdo que había firmado; como estudiante de secundaria en el Programa de Alistamiento Tardío, si bien yo había firmado el papeleo en la oficina de reclutamiento y dado el juramento, como no había ido al campamento de adiestramiento, ellos no podrían obligarme a hacer lo que quisieran, tal como dice el mensaje del PCR: ser una “ciega máquina asesina para el sistema mismo”.

Fue decisivo el hecho de que esta persona se pusiera tan persistente, apasionada y científica; no solo me explicaba paso a paso lo que significaría ser parte de las fuerzas armadas sino también me mostraba otro camino, algo a lo que valiera la pena dedicar la vida y por lo que sacrificar la vida: la emancipación de la humanidad.

Unos meses después me uní al Club Revolución por donde vivía y empecé a comprometerme con la revolución comunista.

Nadie debería cometer el error que casi cometiera yo. Si nadie hubiera estado ahí para bregar conmigo, probablemente yo ya estaría en Irak o Afganistán tumbando puertas a patadas y sembrando terror en la población, o estaría preso por desobedecer órdenes o estaría muerto. Si te da asco pensar acerca de los crímenes contra la humanidad que las fuerzas armadas están cometiendo ahora mismo, tienes una responsabilidad de darlo a conocer a tus amigos y al mundo. Te toca a ti hacer que tus amigos reflexionen, ir contra lo aceptado, ir a conocer a algunos de los jóvenes del JROTC o a algunas personas que podrían sentir una atracción por la razón que sea cuando se presenten los reclutadores; tienes que decirles lo que es el verdadero carácter de estas fuerzas armadas y lo que están llevando a cabo en el mundo. Tienes que decirles muy directamente: ¿vale la pena? Vivir y morir por el imperio, refrenarte tu humanidad, suprimirte los sentimientos de compasión que tal vez tengas por la vida de los seres muertos o cicatrizados irrevocablemente mediante la tortura, a cambio de un cheque de sueldo y una educación universitaria, carajo. ¡Eso da muchísimo asco! Que ninguna generación más combata y muera, traficando su humanidad por dinero manchado de sangre y sirviendo de asesinos de un imperio brutal. Todo eso tiene el propósito exclusivo de imponer aún más profundamente el actual orden mundial y la dominación de la humanidad mediante la violencia de un puñado de viles explotadores. Esa vida es intolerable y tú tienes la responsabilidad y la oportunidad de ponerle fin.

Distribuye este número de Revolución a todos tus conocidos, prende debates en la cafetería y en los salones sobre las grandes interrogantes que están surgiendo en el mundo: “¿A qué vamos a dedicar la vida?” ¿Es posible que el mundo sea diferente y mejor?” ¿Qué papel desempeñan los estudiantes en la creación de un mundo radicalmente transformada?” Organiza a algunos amigos tuyos y saca copias de las fotos de lo que las fuerzas armadas hacen, de modo que la próxima vez que se presenten los reclutadores, puedes repartirlas en la cafetería y denunciarlos por lo que están haciendo: embaucando a los jóvenes para que combatan por el mismo sistema que puso a la humanidad en esta situación en primer lugar, carajo. Y cuando hagas algo de esto, escribe una carta a Revolución con tu historia: qué pasó, qué dice y piensa la gente al respecto y cómo se cambió la situación en tu salón, barrio, ghetto, escuela, etc.

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