Carta de un lector:

El infierno de Daca, Bangla Desh

16 de junio de 2013 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Estimada Redacción de Revolución:

Cuando vi la cobertura en los medios de comunicación de la terrible tragedia en Bangla Desh, recordé una visita a ese país hace unos años. No puedo ofrecer un análisis profundo de la industria de la costura en Bangla Desh. Me alegra ver que ustedes hayan publicado en su periódico unos artículos contundentes sobre Rana Plaza y espero que ustedes sigan responsabilizando de este crimen a los capitalistas del Occidente y sus subcontratistas en Bangla Desh. Al mismo tiempo, es posible que a sus lectores les interesen unas observaciones personales.

En la ciudad miseria de Korail, Daca. Foto: AP

La primera cosa que hay que decir es que Daca es un lugar infernal. Aunque el campo de Bangla Desh es exuberante y fértil (en esencia, todo el país es una planicie aluvial rica en nutrientes), durante décadas la pobreza extrema y la falta de tierra han forzado a enormes cantidades de ex campesinos a mudarse de las aldeas a la capital. A primera vista uno pensaría que el país consta de puros jóvenes — hay niños por todas partes pero también enormes cantidades de hombres y mujeres jóvenes que necesitan desesperadamente trabajo de cualquier tipo.

Decenas de miles de hombres jóvenes conducen bicitaxis — el método principal de transporte en Daca. A menudo llevan familias enteras con todas sus maletas por unos pocos peniques. Pero aunque los hombres jóvenes suelen ser visibles, lo que hacen las mujeres en gran parte se oculta de la vista del público.

Por lo general se ve a las mujeres jóvenes dos veces al día — muy temprano un poco después del amanecer cuando las calles de Daca están atestadas de cientos de miles de mujeres jóvenes en camino a las fábricas de la costura. A primera vista, parece que en su mayoría no tienen más de veinte cinco años de edad. Tengo entendido que caminar una hora o más es muy normal. Es fácil distinguirlas a las pocas estudiantes por el almuerzo casero de arroz que llevan en loncheras metálicas, su única comida hasta que vuelvan a casa a pie tras una jornada muy larga.

Aunque algunas fábricas de costura tengan el aspecto del estereotipo occidental de un centro de superexplotación (pisos de tierra, edificios viejos y desmoronados), en su mayoría tienen una apariencia bastante moderna. De cinco plantas o más, no son elegantes pero sí parecen modernos y sólidos — exactamente como la Rana Plaza que se derrumbó y enterró con vida a más de 1.200 personas, en gran parte mujeres jóvenes. Eso de una tragedia tras otra en Bangla Desh es tan moderno como las últimas modas enviadas a Estados Unidos y Europa.

Unas jornaleras bangladesíes al espera de trabajo en un mercado de las afueras de Daca, mayo 2012.
Foto: AP

Mis amistades en Daca me contaron unas viñetas de la vida de las costureras. Un gran número de éstas están sometidas a varias formas de abuso sexual de parte de los supervisores varones, en particular el “registro” del cuerpo al salir del trabajo. Y por supuesto, perciben sueldos muy bajos, tan bajos, de hecho, que muy a menudo es imposible que una mujer deje un trabajo, no importa qué tan intolerable, y se cambie a otro, porque en tales casos es casi seguro que perderían unas semanas de pago. En general, las compañías retrasan el pago un mes y raras veces pagan a un trabajador que despiden. Perder sólo unos días de pago, ni hablar de unas semanas, podría representar la posibilidad de comer o no. Recuerde que los trabajadores en la Rana Plaza regresaron al edificio aunque ya se habían descubierto grandes grietas, no porque ignoraban el peligro sino porque los patrones estaban amenazando con retenerle el pago a cualquiera que no se presentara a trabajar. No sabían si el edificio iba a derrumbarse, pero sí sabían que el hambre severa les esperaba junto con sus familias si se negaron a trabajar.

Después de una larga jornada, el diluvio cambia de sentido, las calles atestadas de mujeres cansadas rumbo a casa. El visitante empieza a captar un poco de lo que significa un salario mínimo de $37 al mes. Por aquí, las precarias chozas sirven de contrapunto a las estructuras modernas de hormigón en que se fabrica la ropa. En El infierno de Dante, el poeta medieval italiano describe un infierno de nueve niveles y cada nivel hacia abajo conlleva más horror y tortura. Después de solamente unos pocos días en Daca, un visitante empieza a presentir que el infierno de Daca también tiene estratos que descienden a niveles cada vez más bajos. Un gran sector de los trabajadores (¿muchos, la mayoría, casi todos?, no lo sé) viven en condiciones que en realidad es imposible de describir. Estando Daca sobre una planicie aluvial, hay agua por doquier, por lo general fétida y que apesta a excremento humano. Pero la gente tienen que depender de esa agua para bañarse y la limpieza. No es de sorprender que haya mosquitos por doquier y la piel de los niños que viven y juegan en esta sordidez esté cubierta de llagas. Muchos niños padecen el abombamiento abdominal, un síntoma de la desnutrición.

Un gran porcentaje de las mujeres jóvenes ya tienen hijos para cuidar en la casa (de nuevo, no sé exactamente cuántas). Las empresas de la costura no ofrecen ninguna asistencia y a menudo las mujeres tienen que ocultar el hecho de que tienen hijos a fin de conseguir trabajo. Antes de volver al trabajo al día siguiente, tienen que preparar la comida para sí mismas y para los hijos, usando métodos primitivos intensivos en trabajo.

Lo que me sorprendió es que a pesar de la sordidez y la pobreza, de alguna forma las mujeres logran lavar la ropa y mantenerse limpias. Una dura batalla a diario, además del trabajo en las fábricas, para impedir que se degraden totalmente.

La última vez que fui de visita a Bangla Desh, había “solamente” uno o dos millones de trabajadores de la costura. Ahora hay cuatro millones. Los repetidos incendios asesinos y derrumbes de los edificios son una concentración trágica de la realidad amarga que enfrentan a diario estos millones de personas.


La ciudad miseria de Korail de Daca, Bangla Desh, septiembre 2012. Foto: AP

 

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