“¿Pero cómo podemos estar seguros
de que algo es verdad”? Ese relativismo filosófico
es terreno fértil para los creacionistas

10 de febrero de 2014 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Presentamos un pasaje de La ciencia de la evolución y el mito del creacionismo — Saber qué es real y por qué importa, de Ardea Skybreak. La traducción es del periódico Revolución. Se puede descargar un pdf de estos pasajes aquí.

 

Es importante reflexionar sobre cómo sabemos si algo es verdadero o falso. ¿Cuáles son los métodos y enfoques que permiten acercarse a la verdad y distinguirla de la falsedad? Sin entender en líneas generales esos métodos y enfoques es fácil caer en el error de aceptar cualquier mentira o falsedad, especialmente si la presentan con convicción personas que tienen posiciones de poder e influencia (gobiernos, autoridades religiosas, personalidades de televisión, etc.).

Es bueno ser críticos y cuestionarlo todo. Pero también es importante reconocer cuando al menos la verdad básica de algo se ha establecido claramente. Si los seres humanos pensáramos siempre que “no hay nada seguro”, ¿cómo podríamos vivir o hacer algo? ¿Nos paramos frente a un carro porque “nunca se sabe con seguridad” si nos va a atropellar? ¿No ponemos el despertador porque “nunca se sabe con seguridad” si sonará, o si en realidad existe, o si nosotros existimos y vale la pena que nos levantemos? Estos ejemplos parecen tontos, pero demuestran que hasta para funcionar de día en día necesitamos un método y un enfoque que nos ayude a establecer si una cosa es verdadera o falsa.

Desde luego nunca sabremos la verdad absoluta (en el sentido de que nunca sabremos todo lo que se puede saber de todo), pero sí tenemos métodos para llegar al punto en que podemos decir con un alto grado de seguridad que algo es verdadero, es decir, que concuerda concretamente con un aspecto de la realidad material tal como es.

Repito que es bueno e importante cuestionarlo todo, pero también es bueno e importante reconocer que no todo está siempre en el aire: a veces sabemos lo suficiente sobre un aspecto para aceptarlo como verdad, dejar de darles vueltas y seguir adelante. Esa es la situación con la teoría de la evolución.

Sin embargo, en Estados Unidos mucha gente todavía no sabe que tenemos ese grado de seguridad y certeza sobre la evolución. Los creacionistas fundamentalistas cristianos, con sus ataques a la evolución y a la ciencia, han sembrado mucha confusión sobre esto en le mente de la gente desde fines del siglo 19; y, por lo general, dichos ataques son más fuertes y agresivos en épocas de torbellino social y cuando se cuestiona y debate el rumbo general de la sociedad. En tales momentos, especialmente, los reaccionarios se resisten a toda forma de progreso social y al contrario exhortan a “volver a los valores y tradiciones esenciales”. Este momento no es una excepción.

Los creacionistas han librado campañas tan agresivas contra la evolución y la ciencia en los últimos años que en Estados Unidos las universidades informan que les preocupa el creciente analfabetismo científico en todo el país: cada año llegan más y más estudiantes con conocimientos tan pobres acerca de la ciencia básica que creen en serio que “la comunidad científica está dividida sobre si ocurrió la evolución” y que la “evolución todavía es una teoría sin verificar”. Repito una vez más: esas dos nociones son completamente falsas. La comunidad científica (en Estados Unidos y en el mundo, y en todos los campos de la ciencia) no está “dividida” sobre los principios básicos de la evolución. Hay un consenso abrumador de que a) la vida definitivamente ha evolucionado y b) los mecanismos básicos de la manera en que la vida evolucionó y sigue evolucionando, como la selección natural, se conocen muy a fondo hoy.

La “teoría de la evolución”: Lo que es una teoría científica

Lo de que la “evolución es una teoría sin verificar” también es falso. Como he señalado a lo largo de este libro, existe una cantidad increíble de evidencia acumulada, que se refuerza mutuamente, a favor de la evolución; el consenso científico general es que la teoría de la evolución es una de las teorías mejor comprobadas y documentadas de la ciencia.

Pero uno de los métodos favoritos de los creacionistas es sacar provecho de la ignorancia y confusión que tiene la gente en torno al significado de varias palabras básicas. En el lenguaje cotidiano, con frecuencia “teoría” quiere decir “una adivinanza” o algo que no se ha comprobado que es verdad. Los creacionistas esperan que cuando se oiga decir “teoría de la evolución”, uno automáticamente piense que es algo sin comprobar. Pero en los círculos científicos “teoría” tiene un significado muy distinto: una “teoría científica” es lo que los científicos llaman un conjunto complejo de ideas que relacionan diferentes ideas y propuestas que logran explicar (desde distintos ángulos) los principios y mecanismos básicos de un proceso natural, como el origen y el posterior cambio y desarrollo de una parte de la realidad material concreta. Por ejemplo, los científicos hablan de la “teoría de la gravedad” o de la “teoría de Copérnico” (del movimiento de la Tierra y los otros planetas alrededor del Sol), pero eso no quiere decir que “se adivinan” que los objetos caen hacia el suelo debido a la fuerza de gravedad ni que “se adivinan” que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés. La teoría de la gravedad y la teoría de Copérnico actualmente están bien documentadas y cuentan con evidencia científica acumulada, y lo mismo se puede decir acerca de la teoría de la evolución.

Por otra parte, las teorías científicas pasan por un constante proceso de desarrollo y profundización a medida que el conocimiento humano crece y explica cosas que antes no se entendían. Con el avance del conocimiento es inevitable que se compruebe que se descubra que algunas viejas ideas son incorrectas y se descarten. La ciencia avanza concretamente cuestionando y examinando críticamente nociones científicas previamente establecidas. Siempre es cierto que habrá más que aprender y descubrir sobre todo. Pero eso no significa que nunca podamos salir a decir en un momento dado que algo es verdadero. Los que dicen que “nunca se sabe con certeza” caen en un método y enfoque equivocados llamado relativismo filosófico. (Por otro lado, como el conocimiento humano nunca es completo y perfecto, y siempre se está desarrollando, los que creen que poseen la “verdad absoluta” sobre todo, o todo lo importante, y que actúan en consecuencia, caen en el método incorrecto llamado dogmatismo, que es el “reverso” del relativismo). Cuando decimos que algo es “verdad”, significa que hay suficiente evidencia concreta convincente (preferiblemente de varias fuentes y ángulos, que se refuerzan mutuamente) de que nuestro conocimiento de un fenómeno concuerda rigurosamente con ese aspecto cómo existe en la realidad objetiva, es decir, en el mundo material (que abarca todo el que sea parte del mundo natural y que también incluye a los rasgos y funcionamiento de la organización social humana). (Lea el recuadro “La realidad y las distorsiones de la realidad — La verdad objetiva y las influencias subjetivas”).

Comprobar que una teoría científica (ya sea del mundo natural o de la sociedad humana) es “verdad” no ocurre de la noche a la mañana. Para decir con certeza que una gran idea o un conjunto de ideas es “verdad”, tiene que pasar por el crisol científico: hay que explorarlas, criticarlas, cuestionarlas y ponerlas a prueba una y otra vez desde muchísimos ángulos. Una buena teoría científica expone predicciones acerca de lo que necesariamente podemos esperar a hallar en el mundo real si la teoría es verdad; también expone predicciones acerca de algunas de las cosas que no debemos tener la posibilidad de hallar en el mundo si la teoría es verdad. Esto se llama el principio de “falseabilidad científica”: por definición, para decir que una teoría científica es verdadera, tiene que haber la posibilidad de que se puedan refutar por medios de los hechos (cosas que si se descubren, demostrarían que la teoría es falsa). La teoría de la evolución se podría falsear (demostrar que no es verdad) si, por ejemplo, en un momento se encontraran huellas fosilizadas de dinosaurios y de seres humanos en las mismas capas de rocas sin tocar, porque eso significaría que los dinosaurios y los seres humanos vivieron al mismo tiempo, lo que contradiría completamente todo lo que sabemos sobre la secuencia de evolución de distintas especies y cómo ocurrió. Los biólogos pueden dar muchos ejemplos de cosas semejantes que (si se descubriera su existencia) echarían por tierra la teoría de la evolución. Mejor dicho, como toda buena teoría científica, la teoría de la evolución cumple el principio de falseabilidad; pero, en la práctica, la ciencia nunca ha encontrado nada (ni una sola cosa) que la falsee concretamente. Por el contrario, sí ha encontrado muchas, muchas cosas que la respaldan.

La teoría de la creación divina es una creencia religiosa, y no una teoría científica. Una de las pruebas claras de eso es que la teoría de la creación divina, por naturaleza y definición, es imposible de falsear. Los creacionistas se niegan a dar ningún ejemplo de descubrimientos científicos que aceptarían como prueba de que al final de cuentas su teoría de la creación divina es incorrecta. A su parecer, se trata de un asunto de principios, porque para ellos es cuestión de fe religiosa absoluta. Pero si se convierte en principio lo de decir que es imposible que se descubra información que pruebe que su teoría es incorrecta, ¡por definición no se está siguiendo los principios de la ciencia y su teoría no tiene nada que ver con la ciencia!

Por el contrario, repito, la teoría de la evolución ha respetado el principio de falseabilidad desde sus orígenes. Pero resulta que toda la evidencia científica concreta que se ha acumulado en el casi siglo y medio desde que Darwin la propuso ha apoyado repetidamente la teoría de la evolución biológica; y nada de dicha información jamás ha presentado evidencia al contrario. Por esto, más que nada, es que existe un consenso científico tan amplio y sólido sobre la teoría de la evolución.

 

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