Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar

Sobre el documental indonesio El acto de matar

2 de diciembre de 2014 | Periódico Revolución | revcom.us

 

24 de noviembre 2014. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Por Susannah York.

Cortar cabezas es una forma eficiente de matar gente. Es más limpia. Golpear a la gente hasta matarla implica limpiar mucha sangre y huele horrible. Al menos esa es la opinión explícita de Anwar Congo y su banda de macabros asesinos, que son las estrellas/actores del galardonado documental El acto de matar (The Act of Killing) dirigido por Joshua Oppenheimer. Es una película surrealista dentro del documental, hombres que asesinaron a sospechosos de ser comunistas y a otros por cientos de miles tras el golpe de Estado patrocinado por la CIA en 1965 promulgaron de nuevo la tortura y el asesinato con orgullo y placer. Todavía se los considera héroes por parte de la poderosa elite de Indonesia y gozan de impunidad. El efecto creado por la separación entre el horror de lo que hicieron y la persistencia de su arrogancia hace esta película sumamente perturbadora.

El ejército indonesio derrocó al gobierno dirigido por el presidente elegido Sukarno, que era aliado del Partido Comunista de Indonesia (PKI). Como parte del documental, varios asesinos en masa hacen su propia “película” en escenas de ejecuciones y justifican lo que hicieron. Llevan a Oppenheimer y su cámara a los lugares donde masacraron, un edificio urbano al que de manera sosa llaman “la oficina” y pequeñas aldeas. A medida que recrean su historia, explican por qué consideraban que tenían que erradicar a los comunistas, llamándolos gente “cruel” que redistribuía la tierra a los campesinos y que por lo tanto merecía morir. Una historia oficial con que se bombardea a cada estudiante en Indonesia incluso hoy día.

Los cálculos del número de personas asesinadas van de medio millón a más de un millón durante el año posterior al golpe de Estado en 1965, incluyendo a líderes y cuadros comunistas, sindicalistas, intelectuales, profesores, defensores de la reforma agraria, campesinos comunes, gente de etnia china, mujeres y niños. Los cuerpos atascaban los ríos en muchas zonas de Indonesia. Muchos cientos de miles más fueron encerrados en campos de concentración en donde pasaron años.

Oppenheimer inicialmente no pretendía que su documental resultara de la manera en que resultó. Inicialmente quería que las víctimas hablaran, ya que esta sórdida historia está casi olvidada o pasó inadvertida fuera de Indonesia, pero el ambiente de miedo y represión en que todavía viven no permitió que así fuera. Por todos lados viven los asesinos y en varias ocasiones el ejército intervino, detuve al equipo de rodaje y confiscó sus equipos y cintas. Cuando se discutió con algunos defensores de derechos humanos la cuestión de si continuar o no el documental, Oppenheimer quedó persuadido de hablar con los asesinos para que abiertamente presumieran de su papel. Se consideró que de esta manera, él ya no sería acosado por el ejército, se revelaría a todos los indonesios el carácter asesino del régimen en su conjunto, y finalmente se lograría algo de justicia.

Oppenheimer persistió en sentirse obligado a denunciar lo que él considera una masacre de una escala inimaginable. Estar en Indonesia le recordó la Alemania nazi, aunque en Indonesia todavía están en el poder. Muchos de su familia murieron en la Alemania nazi, y en su infancia y adolescencia las discusiones en el comedor familiar se desarrollaban con frecuencia alrededor de cómo este tipo de genocidio no debería volver a suceder nunca más en ningún lugar del mundo.

Tras ocho años de investigación y entrevistas con 40 líderes de escuadrones de la muerte que fueron reclutados por el ejército indonesio para ayudar en el trabajo sucio de torturas y decapitaciones, Oppenheimer conoció a Anwar Congo, un matón y venerado fundador de una organización paramilitar de ultraderecha. Congo entendía lo que era un documental. Había sido influenciado por abundantes producciones musicales y películas de gángsteres de Hollywood de las que él y otros aprendieron algunas de sus brutales técnicas. Él y sus secuaces estaban ansiosos de recrear, para Oppenheimer y su equipo de rodaje, lo que hicieron. Consideraban el documental como una obra histórica que podía ser vista por toda la familia. La mayoría del equipo de filmación eran indonesios que permanecen anónimos por miedo a represalias por hacer este documental.

Cuando Oppenheimer vio cierto atisbo de remordimiento en los ojos de Congo, decidió que su película no sería sobre todos los asesinos como inicialmente pretendía, que lo que Congo estaba haciendo con esta recreación era lidiar con las pesadillas que lo perseguían. El proceso de realización de la película confronta a Congo, quien empieza a caer en cuenta del calibre de los crímenes que cometió aun cuando los demás son completamente inmunes a esos sentimientos, habiéndose deshumanizado definitivamente por sus crímenes.

A lo largo del documental se discuten diferentes cuestiones entre Congo y sus secuaces y se organizan diferentes reuniones con políticos importantes que están en el poder y que respaldan la recreación de esta historia y hablan con orgullo de su propio papel en ella. En una ocasión nos reunimos con un periodista que negaba conocer que esas matanzas continuaban, aunque él trabajaba arriba de “la oficina” en ese entonces.

Congo y sus amigos lo ridiculizan, diciendo que lo que ellos hacían era un secreto a voces y todos los vecinos sabían, por lo que él como no iba a saber. En otra parte en las discusiones, alguien plantea por qué los hijos de los asesinados no se vengan y alguien responde ante la carcajada general: porque los mataríamos a todos.

En otra escena, uno de las personas del equipo de rodaje cuenta su propia historia. Cuando tenía 12 años de edad, se llevaron a su padrastro en medio de la noche y él y su madre encontraron el cuerpo días después. Nadie los ayudó; sus vecinos los evitaban y solo pudieron enterrar el cuerpo en una zanja poco profunda. Mientras cuenta su historia, insiste repetidas veces que ésta no es una crítica a lo que Congo y su grupo han hecho. Más adelante esta persona hace el papel de víctima para la película dentro del documental. La recreación de la escena es tan realista que pierde el control y ruega que les den a su esposa e hijos un mensaje antes de morir, pensando que de verdad iban a matarlo por contar la historia de su padrastro.

Oppenheimer les pregunta a los sicarios si temen que levanten cargos en su contra por crímenes de guerra según las Convenciones de Ginebra. Uno de los compañeros de masacres de Congo, Adi Zulkadry, contesta negativamente diciendo: “Los crímenes de guerra los definen los vencedores. Yo soy un vencedor”. Cuando vio la recreación histórica en su película, Adi se preocupa de que ellos son los que se ven crueles, y no los comunistas. Otros responden que esta es su historia, la verdad, pero Adi les dice que demasiada verdad no siempre es buena. Les advierte que esta película los puede hacer quedar mal.

En otra escena, Congo actúa en el papel de la víctima que van a decapitar. Visiblemente perturbado por esta experiencia, declara que no va a volver a interpretar el papel de víctima. Habiendo experimentado la perdida de dignidad, Congo le pregunta a Oppenheimer si la gente que mató se sintió como él durante la actuación. Oppenheimer responde que se sintieron mucho peor porque sabían que iban a morir.

Congo, quien calcula que asesinó personalmente a unas mil personas, es solo un pequeño perpetrador entre muchos en la masacre que tuvo lugar en Indonesia en 1965-1966. Tras él estaban no solo el ejército indonesio y los matones que reclutaron, sino el más grande de todos los criminales y asesinos, el gobierno estadounidense. La década del 1960 fue una época de luchas de liberación nacional por todo el mundo y Washington consideró que el presidente Sukarno era un problema. Estados Unidos, redoblando en ese momento su intervención en Vietnam, estaba ansioso por reemplazarlo con un títere. El golpe de Estado militar del general Suharto fue aclamado en la revista Time como “la mejor noticia de Asia para Occidente en años”.

Tras bambalinas, dando guía y coordinando el golpe de Estado estaba Estados Unidos y una banda de asesores de la CIA para el ejército indonesio. Estados Unidos proporcionó dinero, armas (especialmente armas pequeñas para asesinatos a corta distancia), y equipos de comunicación por radio para que el ejército pudiera proceder eficientemente con la masacre en las 18.000 islas indonesias. La CIA proporcionó una “lista de aniquilamientos” con 5.000 nombres de líderes del partido PKI, importantes figuras de oposición, izquierdistas, líderes sindicales e intelectuales. A medida que avanzaba la masacre, los asesores estadounidenses evaluaban la cacería humana, tachando los nombres de los asesinados de la lista.

Estados Unidos alegaba que desconocía lo que estaba sucediendo durante ese año. Pero el suministro de radios es tal vez el detalle más diciente. No solo servían para las comunicaciones en el terreno sino que se convirtieron en un elemento de una amplia operación de acopio de inteligencia por parte de Estados Unidos, construida con el avance de la cacería humana. Tal vez la evidencia más irrefutable de la actitud de Estados Unidos fue que de la mano con el Reino Unido mantuvieron en el poder al general golpista Suharto por más de tres décadas.

Aunque estos crímenes fueron un tanto relegados por la inmensidad de la guerra de Estados Unidos contra Vietnam, décadas más tarde documentos y cables desclasificados ayudaron a revelar la mano sangrienta de Estados Unidos en Indonesia. Importantes ex diplomáticos de Estados Unidos y ex oficiales de la CIA describieron en extensas entrevistas cómo ayudaron a Suharto en su ataque al PKI. “Fue una gran ayuda para el ejército”, dijo Robert J. Martens, un antiguo miembro de la sección política de la embajada estadounidense en Indonesia. “Ellos [el ejército indonesio] probablemente asesinaron mucha gente, y probablemente yo tengo mucha sangre en mis manos, pero eso no es del todo malo. Hay momentos en los que es necesario golpear duro en situaciones decisivas”. Martens trabajaba a órdenes de William Colby, el en ese entonces director de la división del Lejano Oriente de la CIA y luego director de la CIA.

Aunque no es parte del documental El acto de matar, cabe mencionar que diez años después del golpe de Estado, las fuerzas armadas indonesias desataron otro baño de sangre con la invasión a Timor Oriental, y asesinaron cerca de 250.000 personas, un tercio de su población, otra vez con la ayuda del gobierno estadounidense. Los más de 20 años del gobierno militar indonesio en Timor Oriental fueron unos de los más sangrientos y más brutales en la historia de sudeste asiático. (Véase en el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar del 16 enero de 2006 una descripción más completa del papel del apoyo de Estados Unidos en la invasión a Timor Oriental).

¿Cómo pudo continuar por meses la masacre de un millón de personas de 1965 con tan poca resistencia cuando Indonesia tenía una de las organizaciones comunistas más grandes del mundo, la que gozaba de una inmensa popularidad entre los obreros y campesinos? El Partido Comunista de Indonesia era un partido no revolucionario, con una estrategia de política parlamentaria en coalición con fuerzas nacionalistas como el presidente Sukarno. El PKI creía que podía darse una transición pacífica al socialismo y que el Estado tenía un “aspecto popular” en Sukarno, visto como un héroe que lideró la lucha de independencia indonesia contra los holandeses. Sukarno declaró tontamente que su base de poder eran el PKI, el ejército y las fuerzas islámicas, pero Estados Unidos ayudó a organizar a la mayor parte del ejército y a los islamistas para derrocarlo, cazar y asesinar a los miembros del PKI y diezmar su base social en la población.

El PKI no entendía que las fuerzas burguesas locales y los imperialistas mundiales nunca les iban a permitir llegar al poder y veía al PKI como una amenaza a sus intereses y control de un país geopolíticamente importante y también rico en petróleo y otros recursos. En el contexto de ese tiempo, el derrocamiento de Sukarno fue una declaración de las intenciones de Estados Unidos de dominar la región y el mundo. Con un análisis incorrecto del papel del ejército, que era de proteger al Estado y aplastar cualquier intento de tomárselo, los devastadores resultados fueron que el partido y sus simpatizantes no estaban preparados para resistir y el pueblo pagó el precio.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

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