Números de Richard Pryor, o por qué los puercos policías son puercos policías

Bob Avakian | 22 de diciembre de 2014 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Este texto de BA salió hace 30 años en la forma de un artículo en el periódico Obrero Revolucionario (ahora Revolución), y posteriormente se publicó la versión en inglés en el libro, Reflections, Sketches & Provocations. Se publica en estos momentos por su relevancia, de hecho más que nunca, en su tratamiento del asesinato de los negros y otros oprimidos por la policía, por qué esta situación continúa y lo que en lo fundamental puede ponerle fin.

 

A continuación se presenta un pasaje de “Las porquerías de El peligro del deber, números de Richard Pryor y la pura verdad” de Bob Avakian, el presidente del Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos, Obrero Revolucionario (OR), No. 193, 18 de febrero de 1983.

 

Leyendo informes de ataques de la policía a los negros y de peleas de los negros contra la policía de Memphis y Miami me vino a la memoria algo que me refirieron una vez. Un policía novato anda de patrulla con un policía veterano, cuando les llega un reporte de que por la vecindad anda un hombre negro con un revólver. Metieron el acelerador hasta el piso y al dar una vuelta ven a un joven negro corriendo por un callejón, un callejón sin salida. “Dispárale — le grita el puerco veterano — anda, dispárale, ¡es gratis!”

“¡Es gratis!” Pensemos un instante en esto. “¡Es gratis!” Esta es una oportunidad que pone a salivar y a jadear a un puerco: la oportunidad de “matar a un nigger” con la excusa lista de que les habían avisado que un hombre negro — un hombre negro, cualquier hombre negro — andaba armado por el barrio. Una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar: “Anda, dispárale, ¡es gratis!”

Bueno, en esa ocasión el policía novato no estaba listo para eso; quizá era uno de esos casos poco comunes que se mete a la policía creyendo en la mentira de “servir y proteger” Y ese hombre negro no murió ese día. Pero una de las cosas más dicientes de este incidente es lo que pasó después: el novato tuvo que renunciar. Si no estaba listo y dispuesto — si no tenía la actitud correcta para hacer lo que su compañero mayor le ordenó, lo que se le ocurrió naturalmente a ese ducho “agente del orden público”, lo que cualquier puerco en su lugar y en sus cabales de puercos haría, pues no tenía madera para policía. Era él, el novato, el que no había aprendido, y por lo visto no podía aprender, la verdad escueta, él era el inútil, el paría, y comprendió que tenía que renunciar….

Los puercos policías son puercos policías. Por supuesto que esa es una imagen, un símbolo; en un sentido textual son seres humanos, pero son seres humanos con una mentalidad asesina, autorizados, disciplinados, azuzados por la clase dominante de la sociedad para mantener a los oprimidos bajo la bota, sometidos, mediante el terror siempre que sea necesario y como “la esencia del asunto”, como les gusta decir. El terror contra los oprimidos constituye incluso una recompensa especial por “desempeñar el peligroso y desagradecido deber” de ser la “delgada línea azul” entre la “civilización de un lado y la anarquía y falta de ley por el otro”. Piénsenlo otra vez: El terror contra los oprimidos no solo es parte del trabajo, es también una recompensa. Hay que pensar en esto: el terror contra los oprimidos no nace apenas del trabajo; es una recompensa. Ese es uno de los significados más profundos de la citada historia de “anda, dispárele, ¡es gratis!”…

Pero quizá algunos liberales (de “izquierda” o “derecha”) objetarán que después de todo las historias que he contado solo son historias si aceptan que sean verídicas, no son más que unos pocos casos: los famosos “incidentes aislados”, quizá. Bueno, cualquiera que piense eso en serio o diga eso, tiene que contestar una pregunta básica sobre el siguiente número de Richard Pryor:

“Los policías le hinchan a uno las pelotas, n’ombre. De veras lo degradan a uno. Los blancos no creen eso, no creen que los policías degraden. ‘Ah, vamos, esas palizas, seguro que esa gente opuso resistencia a la autoridad. Estoy harto de oír hablar mal de los agentes’. Porque ellos viven en el mismo barrio que los policías y los conocen a nivel personal, como el Agente Timpson. ‘Buenos días, Agente Timpson. ¿Va a ir a la bolera esta noche? Sí, uh, qué bonito su Pinto, ja ja ja’. Los niggers* no los conocen así. Miren, cuando a un blanco le ponen una multa de tránsito, él se estaciona: ‘Buenos días, agente, sí, mucho gusto de ayudarlo’. Un nigger tiene que hablar bien clarito y decir, ‘VOY A METER LA MANO AL BOL-SI-LLO A BUSCAR LA LICENCIA, porque no quiero ser un accidente’.

“La policía lo degrada a uno. Yo no sé cómo un nigger no se vuelve loco de remate, siempre me lo pregunto. No, sí se enloquece. Uno se pone las pilas, trabaja toda la semana, ¿no es cierto? Va y se pone la pinta elegante. Digamos un tipo se gana $125, se lleva a su casa unos $80 con suerte, ¿no es cierto? y va, se arregla y se monta en su carro con su mujer, va a ir a una discoteca y la policía lo detiene. ‘Fuera del carro, hubo un robo, un nigger igualito a ti. Vamos, manos arriba, bájese los pantalones, abra las nalgas’. Bueno, ¿a quién carajos le quedan ganas de ir a bailar después de eso? No, vamos pa’ la casa, mija. Uno se va a su casa y le da un coscorrón a los niños y carajo, se desquita con alguien” (de That Nigger’s* Crazy, 1974).

Hay que preguntarse: ¿por qué, en los momentos cruciales de este número, el público de Richard Pryor suelta una risa tensa, conocedora y le da un largo aplauso? ¿Puede ser por otra razón que por el simple hecho de que Pryor efectivamente ha captado y concentrado —con el humor, en un plano superior a la vida, como debe ser el arte— la pura verdad, la suma verdad, una situación que es típica para las masas negras de Estados Unidos? Algo que si no les ha pasado directamente a ellos (y las posibilidades de que les haya pasado son altas), bien les puede pasar mañana o pasado, y ya le ha pasado a un familiar o amigo. Todo el que quiera defender a la policía, por no hablar de componerle la cara, de presentarla como gente que también tiene su corazoncito, etc., etc. ad nauseam — e incluso todo el que diga ‘por qué los llaman así’ y se oponga a llamarlos lo que son, de frente, sin disculpas, debe responder a esta pregunta, no hay manera de evitarla. Y no me vengan a decir que el público de Pryor no es una representación adecuada: la respuesta será siempre la misma de un público con una cantidad considerable de masas negras, o de las otras masas oprimidas (como es de hecho el público de las presentaciones de Richard Pryor).

Un hecho pertinente que viene al caso aquí, sacado de la “vida real”. Leí en un OR de hace poco el informe sobre el anuncio del fiscal de distrito de Los Ángeles de que —de nuevo— no se acusará a los dos policías que golpearon y estrangularon a Larry Morris, un negro de 28 años de edad, sin ninguna justificación, incluso según dicen las mismas autoridades. El OR revela que “Esta es apenas la última de más de 200 ‘investigaciones’ de homicidios policiales [es decir, de homicidios a manos de la policía] desde la formación de la ‘Operación Rollout’ del fiscal. Hasta la fecha este programa ha ratificado el derecho de la policía a matar en cada uno de esos casos”. Y después de todo esto, seguro que alguien dirá que eso solo pasa en Los Ángeles, donde se sabe que la policía obra con especial saña, etc., etc. En realidad no se debería tener que contestar esto, pero hay que hacerlo, así que permítaseme contestarlo con otro número de Richard Pryor, de la misma presentación (en Washington, D.C., 1978) que la del comienzo de este artículo:

“No joda, en Los Ángeles la policía tiene una manera de agarrarlo a uno por el cuello. ¿Aquí también, aquí también lo estrangulan a uno? (Voces de la audiencia, muchas voces de la audiencia: ‘¡Síííí’!) No joda, eso sí que está cabrón. Porque yo no sabía que el castigo por una infracción de tránsito es la pena de muerte”.

Pero eso les pasa a las masas del pueblo negro en esta “gran tierra de la libertad y justicia para todos”, y les ha pasado a cientos, a lo mínimo, cada año. Por supuesto que este tipo de libertad y justicia no es exclusivamente para los negros, aunque ellos son sus “beneficiarios” especiales. También se desata contra millones de las masas de otras nacionalidades oprimidas, inmigrantes (los llamados “legales” como los llamados “ilegales”) y en general se desata contra los que carecen de bienes y por lo tanto de poder, entre ellos mucha gente blanca con la que tampoco es muy amistoso que digamos el Agente Timpson.

En resumen, el brazo armado del estado burgués existe con el propósito de reprimir, por la fuerza y las armas, al proletariado y a todos los que pueden alzar la cabeza y cuestionar esta “gran manera de vivir”, basada en el robo y el asesinato, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Y es por eso simplemente que los puercos policías son puercos policías y siempre lo serán, hasta que los sistemas que los necesitan sean borrados de la faz de la Tierra. Una verdad dura, pero una verdad liberadora.

 

* Estas citas se reproducen como figuran en la presentación de Richard Pryor de 1978, con la palabra “nigger”, y no por falta de respeto a su resolución, después de su viaje a África, de no volver a usarla porque es una palabra deshumanizante. [regresa]

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