La 14a Enmienda les otorgó la ciudadanía a los ex-esclavos; Trump dice que hay que triturarla

5 de septiembre de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us

 

El 25 de agosto, ocurrió la novedad de que alguien le cuestionara a Donald Trump en una rueda de prensa en el estado de Iowa. Jorge Ramos, presentador de noticias de la red Univisión, trató de preguntarle a Trump sobre su política de deportar a personas nacidas en Estados Unidos. Primero, Trump hizo que unos hampones le echaran a Ramos de la sala de prensa, mientras Trump le gruñó que “vuélvase a Univisión”. Por si acaso alguien no captó el código que Trump usaba, un simpatizante de Trump se arremetió contra Ramos (un ciudadano estadounidense) y ordenó que “saliera de mi país”.

Bob Avakian, "¿Por qué viene gente de todo el mundo?"

A instancias de unos otros reporteros, Ramos regresó a la sala de prensa. Más tarde, dijo a otros reporteros: “Cuando se trata de los derechos humanos, cuando se trata de los derechos de inmigración, cuando se trata de la discriminación y el racismo, nosotros como reporteros tenemos que ponernos de pie”. Así que Ramos le desafió otra vez a Trump: “No se puede negar la ciudadanía a los niños que nacieron aquí”. Trump le respondió, “¿Por qué?”

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¡¿Por qué?!

Donald Trump se etiqueta el paladín de los hombres blancos ignorantes y arrogantes, pero sabe a la perfección que por casi 150 años, la 14a Enmienda a la Constitución de Estados Unidos ha garantizado la ciudadanía a “todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos”. Sabe que esta garantía se considera completamente inequívoca y se aplica a cualquier persona nacida en Estados Unidos. Trump sabe también que esa enmienda se aprobó para otorgarles la ciudadanía a los esclavos.

En vista de eso, la respuesta de Trump equivale a: ¿Y qué, carajo?

La 14a Enmienda se ratificó unos años después de terminar la guerra de Secesión, durante el período de la Reconstrucción. Su propósito principal era asegurar que las personas negras, que en su abrumadora mayoría habían sido esclavos, se convirtieran en ciudadanos estadounidenses. Se la impugnó reñidamente en ese tiempo, en particular de parte de los estados sureños. A pesar de que la 14a Enmienda hizo ciudadanos estadounidenses de la población negra, dicha ciudadanía formal demostró ser vana en una sociedad profundamente moldeada por la supremacía blanca. El fallo de la Suprema Corte en 1896 (Plessy v. Ferguson) legitimó explícitamente la supremacía blanca y las desigualdades sistemáticas e intrínsecas del Jim Crow, bajo la doctrina jurídica racista y odiosa de “separados pero iguales”.

Sin embargo, con la 14a Enmienda, “la ley” dictó que la población negra por todo Estados Unidos tenía el derecho a todas las garantías de la plena ciudadanía. Esta enmienda ha sido una piedra angular de las “normas legitimadoras”: las leyes e instituciones que se supone que le den a un sistema por lo menos la apariencia de justicia a ojos de todos sus ciudadanos o la mayoría de ellos y el resto del mundo, sean las que sean las injusticias que ocurren en un momento determinado. No es una coincidencia que el verano de Trump es el verano en que hombres blancos hayan salido a las calles con rifles automáticos: en Stone Mountain, Georgia para celebrar al guerra de Secesión de la Confederación para mantener la esclavitud (y en otros lugares de los cuales no se han informado); en Ferguson, Misuri cuando la gente negra se rebeló; en los centros de reclutamiento militar por todo Estados Unidos; y quién sabe dónde será el próximo lugar. Más de un observador ha notado que los defensores a ultranzas de la supremacía blanca, furiosos porque se ha quitado la bandera de la Confederación de algunos lugares tras la masacre de personas negras en una sesión de estudio de la Biblia en Charleston, Carolina del Sur, ven a Trump como su paladín.

Llegando aún más al grano, un sector importante de la clase dominante estadounidense considera que les sirve a sus intereses promover a Trump, y le dan una cobertura televisiva interminable que equivale a anuncios gratuitos. Y los sectores de la clase dominante que no comparten su programa fascista, en su inmensa mayoría, o se han encogido ante sus escandalosas mentiras y amenazas, o han asegurado a sus seguidores que Trump no representa ninguna amenaza real.

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Los peligros de Trump son reales. Su programa es seriamente genocida. Pero de igual importancia, hay que captar lo que le dio origen a Trump. Trump es el producto de enormes tensiones en la sociedad estadounidense causadas por el demente funcionamiento del pez grande comiéndose al pequeño del capitalismo. Con respecto a profundas grietas sociales —la opresión del pueblo negro, las guerras por el imperio en todo el mundo, los intentos de hacer que las mujeres vuelvan a la maternidad obligatoria, y el medio ambiente— la situación está siendo impelida a extremos y este sistema no tiene soluciones concluyentes. Siempre ha existido una contradicción intensa entre los derechos que este sistema dice respetar y la realidad de que los oprimidos no tienen ningún derecho que el opresor es obligado a respetar. Pero cuando fuerzas de la clase dominante empiezan a promocionar a un hampón fascista que con sorna se burla de derechos que supuestamente se han consagrado en su Constitución por generaciones, eso también intensifica el conflicto social. Al mismo tiempo, eso empuja a muchas personas a defender las viejas normas sociales (menos fascistas pero todavía de opresión), y crea las condiciones para que las personas abran la mente para reconsiderar todo acerca del mundo en que deberíamos vivir.

 

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