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Un pasaje de ¡FUERA CON TODOS LOS DIOSES! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo de Bob Avakian

La religión, el patriarcado, la supremacía masculina y la represión sexual

Nota de la redacción: Lo siguiente es un pasaje del libro ¡FUERA CON TODOS LOS DIOSES! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, de Bob Avakian (que se puede pedir a RCP Publications). La edición en español se publicó en 2009.

Uno de los aspectos más importantes del papel de la religión como grillete sobre la humanidad —y de nuevo hablo particularmente del papel de las tres principales religiones monoteístas del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam— es la manera en que representa una forma concentrada y un apuntalamiento del patriarcado y la supremacía masculina. Para expresarlo de manera sencilla, todas estas religiones son religiones patriarcales. Cada una presenta a un dios que es una poderosa figura masculina de autoridad: el Padre, el Señor, el Lord — en el idioma que sea que se exprese. Estas son religiones en que las relaciones patriarcales, en el mundo real, se proyectan hacia otro mundo —y luego, a su vez, se imponen de nuevo sobre este mundo— y en las que el patriarcado, y la reafirmación del patriarcado, es una parte integral y esencial del sistema de creencias y del comportamiento que este sistema de creencias busca imponer, como parte de la red más amplia de relaciones explotadoras y opresivas que caracterizan las sociedades en que estas religiones surgieron y las posteriores sociedades en que las clases dominantes han perpetuado estas religiones.

Podemos ver las formas en que estas religiones promueven una fuerte figura paternal, y la autoridad masculina absoluta, no solo en la manera en que presentan al dios al que ordenan que la gente le rinda culto y obedezca —y esto se ve desde luego aún más en las versiones fundamentalistas de estas religiones— sino que se halla en el centro de las escrituras de todas estas religiones. Una vez más, el cristianismo da una clara ilustración de esto.

En cierto sentido, se podría decir que se presenta en Juan 3:16 el mensaje esencial de la religión cristiana. Tal vez algunos de los presentes conozcan esto — los que conocen la Biblia, y/u otros de ustedes que siguen los eventos deportivos, sobre todo los juegos de fútbol americano, en que con frecuencia, cuando anoten otro punto después de anotar un touchdown, sale un tonto sentado detrás de la portería con una ridícula peluca puesta y un letrero que dice: “Juan 3:16”. [risas]

Así que, hablemos de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (o en la versión de Jerusalén de la Biblia: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”). Analicemos esto más profundamente — qué está diciendo concretamente y que está promoviendo concretamente. Volvamos a Génesis: de nuevo, el mito de la caída de la humanidad, el papel traicionero de la mujer en eso, y la visión de la naturaleza y la suerte de la humanidad que presenta Génesis (véase en particular los capítulos 2 y 3 de Génesis). Según la Biblia, no hubiera sido necesario que Dios hiciera este gran sacrificio (de dar “a su Hijo único”) si los seres humanos no hubieran metido la pata en el jardín del Edén, y en particular si Eva no hubiera seducido al hombre —a Adán— para que hiciera mal y actuara contra la voluntad de Dios. Así que una parte integral, o subyacente, de este mismo versículo (Juan 3:16), que nos habla de lo mucho que Dios ama a la Humanidad, es la noción de que la humanidad está perdida —que por su propia naturaleza la humanidad hace mal y peca— que la “caída” de la humanidad es parte de su naturaleza que, por su cuenta, jamás podrá cambiar o de la cual jamás podrá zafarse. Ese es el primer aspecto que tener en mente.

Pero, hay otro aspecto — piénsenlo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. ¿Por qué un hijo? De todos modos, es una idea absurda. [risas] Si uno cree en Dios, este podría tener cuantos hijos quisiera. [risas] Así que ¿por qué habla del “Hijo unigénito”? Bueno, en el caso de los seres humanos que viven en una sociedad patriarcal, dar a su hijo es uno de los mayores sacrificios que uno puede hacer, porque en tal sociedad dominada por hombres, los hombres valen más que las mujeres. Así que ¿a quién le importan las hijas? Uno puede darlas para que las violen —y eso también está en la Biblia, por ejemplo, en la historia de cómo Lot ofreció a sus hijas así (y acuérdese que Dios tiene a Lot en tan alta estima que sale ileso cuando Dios destruye a Sodoma— véase Génesis, capítulo 19). Pero un hijo, eso es harina de otro costal.

Para explicar este punto con más claridad, piensen en cómo sería que la Biblia dijera: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hija unigénita”. No suena, ¿que no? [risas] No encaja en la Biblia — pues escribieron la Biblia unos seres humanos que vivían en una sociedad patriarcal y reflejan esa sociedad en lo que escriben y proyectan un dios imaginario en el cielo quien hace este gran sacrificio de dar “a su Hijo unigénito”, que es el mayor sacrificio que estos seres humanos pueden imaginarse.

Todo esto nos lleva de vuelta al papel de la mujer y la caída del hombre. Este no solo es un relato seminal y central en cómo la Biblia presenta la historia de la humanidad y su relación con Dios, sino que Pablo también lo retoma y lo desarrolla en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en su primera carta a Timoteo, Pablo repite la noción de una maldición contra las mujeres, por lo que hizo Eva en el jardín del Edén; pero, dice Pablo, las mujeres pueden salvarse engendrando hijos para sus esposos y en general teniendo las cualidades de “modestia” aptas para las mujeres, incluidas la de ser obedientes a su esposo y la de subordinarse a los hombres en general:

La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión. Pero se salvará engendrando hijos. Se permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia”. (1 Timoteo 2:11-15)

Así que, ahí mismo, vemos dos cosas que son elementos esenciales del cristianismo y la “tradición judeocristiana”: que las mujeres se sujeten a los hombres, y que el papel esencial de la mujer es engendrar hijos. Piensen en la terrible influencia de todo eso y de toda la opresión y dolor que ha propiciado, a lo largo de los siglos hasta hoy día.

Volvamos ahora al mito del origen respecto a Jesús y algo que ya se mencionó en esta conexión. Cuando uno lee la Biblia y llega a la primera parte del Nuevo Testamento, en Mateo, empieza con algo que muy poca gente puede entender: todos esos “engendró”. [risas] Y fulano de tal engendró a mengano, quien engendró a zutano, y así sucesivamente… a lo largo de 14 generaciones; y luego fulano de tal engendró a mengano, quien engendró a zutano… a lo largo de 14 generaciones más; todo esto pasa por David y luego, a través de más generaciones, hasta José, el padre de Jesús. Bien, si uno estudia la historia y compara el registro histórico con lo que se dice ahí en la Biblia, descubre discrepancias: el esquema que se refiere repetidamente a las 14 generaciones no corresponde a lo que uno aprende concretamente de la historia sobre la sucesión de patriarcas a que se refiere ahí.

Pero estos “engendró” están, una vez más, el servicio del fortalecimiento de la dominación masculina y el patriarcado. Toda esa cosa en Mateo es una tentativa de rastrear los orígenes de Jesús desde Abraham —un patriarca del antiguo pueblo judío, según la Biblia— hasta el rey David y de ahí a José, el padre de Jesús, aunque la “semilla” de José no tuvo nada que ver en absoluto. Piénsenlo: una parte crucial de la mitología cristiana es que Jesús nació — ¿de qué? De una virgen, María. Así que, ¿qué carajos tenía que ver José con su nacimiento? [risas] El quid del asunto es que esta es una historia de patriarcas — un esfuerzo por ubicar a Jesús directamente en el marco de la tradición de los patriarcas y de los reyes y gobernantes patriarcales del pueblo judío de los tiempos antiguos[19].

Si bien María es la santísima madre de Jesús, su genealogía no cuenta. ¿Por qué? Porque es mujer. El papel que le corresponde es ser la madre cariñosa y muy sufrida de Jesús (y, sobre todo en la versión católica romana del cristianismo, ser una especie de “intercesora” del pueblo en sus súplicas ante Dios). Pero cuando se trata de rastrear el linaje de los antiguos patriarcas del pueblo judío a Jesús y de probar su derecho a ser el Mesías, María no cuenta en absoluto. José sí cuenta, aunque según la Biblia, no tuvo nada que ver, en lo biológico, con todo esto[20].

Para muchas personas que han vivido en una sociedad en que el patriarcado y la dominación masculina y la respectiva opresión de la mujer son una parte integral e indispensable —una parte sin la cual esa forma de sociedad no podría existir—, uno de los atractivos de estas religiones (el islam, el cristianismo y el judaísmo) y de las versiones fundamentalistas de estas religiones en particular, en estos momentos, es una fuerte reafirmación de ese patriarcado. ¿Por qué se siente una necesidad de eso? Pues, se está socavando el patriarcado de diversas formas. Pero no se ha eliminado. No se ha transformado en un sentido cualitativo. Pero se está socavando de diversas formas debido al propio funcionamiento de la sociedad. Incluso en los países en que aún existen tradiciones, costumbres y convenciones patriarcales poderosas y muy abiertas, el desplazamiento y la dislocación de la población, y los cambios acompañantes, tienden a socavar algunos elementos del patriarcado. Grandes cantidades de personas están dejando, o se ven forzadas a dejar, el campo e ir a las zonas urbanas, a menudo en los barrios marginados; las familias se desplazan de Pakistán a Londres, de Egipto o Turquía a Alemania, y de Argelia a Francia — y se encuentran en culturas muy distintas. No se trata de hacer una apología o alabar la sociedad burguesa y sus formas de opresión de la mujer; pero en algunos sentidos importantes, esta opresión se manifiesta de forma muy distinta en estos países imperialistas “modernos” a sus expresiones en los países en que las relaciones y tradiciones feudales, o los vestigios de estas, siguen teniendo una importante influencia, y en que, de la mano con todo eso, la dominación patriarcal se manifiesta de manera más abierta y más atrincherada en una forma tradicional. Es importante enfatizar: en una forma tradicional. Así que, en estas nuevas circunstancias, los padres que han tenido una autoridad absoluta en la familia de repente descubren que es más difícil controlar a sus hijas. Uno de los papeles principales del padre en estas relaciones patriarcales de la familia es vigilar el comportamiento de sus hijas (si bien, en este respecto, por lo general el padre cuenta con el apoyo de su esposa, o a menudo su madre —la suegra de su esposa— tendrá un papel importante en hacer cumplir esto)[21].

En algunos sentidos, este fenómeno es similar a lo que ocurre cuando las personas que viven en las zonas rurales de los países imperialistas contratan el MTV y la Internet. De repente, los hijos dejan de portarse de la manera que se espera según las tradiciones —o al menos algunos de ellos dejan de portarse así— y esto da origen a muchos conflictos en la familia, incluso en un “país moderno avanzado”. Bueno, imagínense qué pasa cuando las personas se desplazan de Argelia a Francia — es una cultura completamente diferente y hay formas muy distintas de las relaciones sociales opresivas. No es que en estos países imperialistas no sean opresivas las relaciones sociales, sino que, de varias maneras, se manifiestan de otra forma, que concibe y encarna un papel distinto para las mujeres y otra forma de oprimirlas y degradarlas.

Todo esto es muy complejo porque, en un grado importante, las formas de opresión de la mujer en los países como Francia o Estados Unidos dan la apariencia, especialmente a las personas que provienen de un ambiente tradicionalista, de incluir “un exceso de libertad”. No hay una regulación de las mujeres con las mismas formas, no se requiere que se vistan la ropa tradicional de la misma manera, ni tienen que portarse con la misma “modestia”. De hecho, esta “libertad” para las mujeres es parte de una diferente red de relaciones opresivas, que a menudo asume una forma extrema a su manera particular. Por doquier hay pornografía, dura y blanda. En un grado muy importante, la publicidad se basa en la utilización del cuerpo femenino a fin de vender mercancías — y trata como mercancía el cuerpo femenino en sí de formas muy degradantes y muy generalizadas.

Así que, de nuevo, los polos opuestos tienden a reforzarse mutuamente. Incluso las personas que no están empapadas de las convenciones religiosas tradicionales observan muchas manifestaciones de esta decadencia explotadora y dicen con razón: “Todo esto es terrible. No quiero que mis hijos estén expuestos a esto”. Además, especialmente si uno proviene de un entorno patriarcal tradicional, no solo le repugna todo esto sino que uno tiende a reafirmar con mucho más energía la autoridad patriarcal.

Aun cuando las personas de los países del tercer mundo no dejan completamente su país natal para emigrar a un país imperialista —aun cuando, en lugar de eso, migran a las zonas urbanas en su propio país— estas zonas urbanas de los países del tercer mundo son muy distintas, en aspectos importantes, al campo. El modo de vida en los barrios marginados es muy distinto, inclusive respecto a su volatilidad, a la situación en las aldeas. En estas circunstancias, puede haber una atracción poderosa a una forma de religión que reafirma enérgicamente la autoridad patriarcal tradicional y refuerza esa autoridad con un poder aparentemente sobrenatural.

Además, más ampliamente, en un mundo en que parece haber mucha incertidumbre y mucho de lo inesperado, y que de muchas formas parece amenazador —en lo económico, pero no solo eso (por ejemplo, en Estados Unidos, de repente ocurrió el 11 de septiembre)— existe una fuerte tendencia a que la gente, partiendo de un marco patriarcal establecido, sienta una inclinación a acercarse a una poderosa figura paternal quien la proteja. Eso es algo de que en Estados Unidos han sacado provecho de manera consciente George W. Bush y su entorno: “Soy un presidente de tiempos de guerra”, repite constantemente Bush, lo que da a entender: “Soy un gran papá, la figura paternal fuerte y grande quien te puede mantener a salvo… nada más tienes que seguirme”. A la vez, para reforzar eso, se promueve un punto de vista fundamentalista religioso.

Así que esa es otra manera en que se reafirma una forma de patriarcado, en medio de la incertidumbre, la volatilidad y la sensación de que existen peligros constantes aunque a menudo vagos. Esta no es simplemente una sensación espontánea — se promueve y se refuerza donde quiera que uno vea. Si uno sintoniza el noticiero, en cualquier parte de Estados Unidos, ¿qué ve? Crimen, crimen y más crimen. De eso uno podría pensar que alguien está a punto de agredirlo cada vez que salga de la puerta del hogar — aunque la probabilidad de ser víctima de un crimen, directa y personalmente, es muy mínima si uno es de las capas medias en una sociedad como Estados Unidos. Pero las constantes andanadas de “noticias” sobre el crimen, reforzadas por el “entretenimiento” que gira mucho en torno al mismo tema, alimenta esta sensación general de alarma. En una sociedad que está empapada de una tradición de una poderosa autoridad patriarcal de miles de años de antigüedad, ¿cómo puede uno llegar a sentir cierta seguridad? Por medio de confiar, una vez más, en una poderosa figura paternal, con armas poderosas, quien lo protegerá — quien va a acabar con esos “maleantes” antes de que acaben con uno.

Pero para muchas personas, no basta meramente presentar a una poderosa figura paternal en una forma humana. Por eso se reafirma de manera agresiva una forma aún más extrema y absolutista de esta figura paternal, en la forma de un Dios todopoderoso que todo lo ve y que todo lo sabe — para el cual, ¡mirad!, el poderoso jefe de estado es un representante y para el cual él habla y actúa.

Otra importante dimensión de la manera en que el patriarcado está bajo amenaza, y en que la gente tiene la sensación que está bajo amenaza, es el tema general de los gays. Hoy este tema se está presentando de manera muy aguda en Estados Unidos. No se trata de que algo como el matrimonio entre gays en sí vaya a socavar y destruir el patriarcado. Mientras que la situación permanezca dentro de los confines de un sistema basado en la explotación y la opresión, también se impondrán las relaciones patriarcales en los matrimonios entre gays — y esta situación ya ocurre en muchas relaciones entre gays, incluso sin el aval formal de un matrimonio bajo la ley. Pero, en esta coyuntura, en algunos sentidos importantes, la afirmación del derecho de los gays y las lesbianas a casarse representa un desafío serio al patriarcado tradicional.

Aunque los fundamentalistas cristianos, desde el presidente estadounidense hacia abajo, insisten repetidamente que la Biblia decreta que el matrimonio sea únicamente entre un hombre y una mujer, no es cierto en absoluto que la Biblia siempre presenta las cosas de esta manera. De hecho, Joseph Smith, el fundador del mormonismo, y su sucesor Brigham Young, así como los fundamentalistas mormones hoy, tienen mucha evidencia para su afirmación de que en muchas partes de la Biblia se justifican la poligamia (un matrimonio en que una persona tiene múltiples parejas) y específicamente la poliginia (en que un hombre tiene más de una esposa).

Si vemos el Primer y Segundo Libros de Crónicas, que hablan de todos los supuestos grandes reyes (así como los reyes malos) de Israel y Judá, veremos que el rey más grande de todos, David, tuvo más de una esposa y, además, tuvo cientos de concubinas. Bien, que quede claro: no se censura a David por eso en la Biblia. De hecho, se presenta todo esto como parte de su majestad y naturaleza gloriosa que se defienden y se ensalzan en la Biblia. Y si recordamos lo que ya mencioné acerca de los “engendró” (que, en Mateo, rastrean la genealogía de Jesús), estos “engendró” pasan de Abraham a David y de David hasta Jesús — y, otra vez, el propósito de todos estos “engendró” es establecer que la línea de Jesús desciende desde David que, según las antiguas escrituras judías (el Viejo Testamento de la Biblia cristiana), era un requisito necesario para ser el Mesías. Así que de ninguna manera es David una figura negativa en la Biblia — al contrario, lo ensalzan muchísimo ahí. Salomón, el hijo de David y también una figura ensalzada de la Biblia, también tuvo cientos de esposas y concubinas. Abraham también tuvo más de una esposa — y, cuando la esposa de Abraham aparentemente resultó infecunda, él “le llegó” a la criada de su esposa a fin de tener un hijo. Como vemos en Génesis 29 y 30, otro patriarca prominente de la Biblia, Jacob, también “le llegó” a la criada de su esposa en circunstancias similares; y Jacob tuvo más de una esposa al mismo tiempo. En Deuteronomio 21, aparte de explicar que en la guerra, está bien si “vieres entre los cautivos a alguna mujer hermosa, y la codiciares, y la tomares para ti por mujer”, se explica con detalle qué debe pasar “si un hombre tuviere dos mujeres, la una amada y la otra aborrecida, y la amada y la aborrecida le hubieren dado hijos”. (Véase Deuteronomio 21:11-15 y 16-17.)

Pero, como hemos visto, en los hechos los fundamentalistas fascistas cristianos no se adhieren estrictamente a una interpretación textual de la Biblia — también practican un “cristianismo de buffet” cuando sirve a sus propósitos. Cuando les convenga, tergiversan lo que se dice en la Biblia. En su oposición al matrimonio entre gays y en las formas en que consideran que es una amenaza al patriarcado, han confeccionado este dicho: “Dios creó a Adán y Eva, no a Adán y Estevan”. Bueno, de hecho Dios no creó ni a Adán y Estevan, ni a Adán y Eva. [risas] Los seres humanos surgieron como parte de un proceso global de evolución natural, a lo largo de miles de millones de años de la historia de la vida en el planeta tierra. Y en la historia de los seres humanos, han tenido diferentes clases de sociedades y muchas diferentes prácticas y relaciones sexuales, tanto explotadoras como no explotadoras, que en lo fundamental dependían del carácter básico de la sociedad. El estudio de la sociedad humana a lo largo de la historia evidencia una variedad muy grande de relaciones sexuales, tanto heterosexuales como entre personas del mismo sexo. En la antigua sociedad griega de Platón y Aristóteles, que definitivamente era patriarcal, un hombre —un verdadero “hombre varonil”— tenía relaciones sexuales con otros hombres y muchachos todo el tiempo. Mi objetivo no es promover la noción de un “hombre varonil” ni ninguna clase de “hombría”, en el sentido de la supremacía y la dominación masculinas. Lo que necesitamos es que las personas —tanto mujeres como hombres— afirmen y expresen su humanidad y, además, que se conviertan en emancipadores de la humanidad, que luchen por abolir por fin todas las relaciones de dominación, opresión y explotación. Lo que pretendo, precisamente, es enfatizar que las relaciones heterosexuales o entre personas del mismo sexo no tienen nada en sí ni de por sí que sea positivo o negativo o que de alguna manera sea más o menos “natural”. Las relaciones heterosexuales o entre personas del mismo sexo, en sí, tampoco constituyen una expresión o una negación del patriarcado. Más bien, lo esencial es qué es el contenido de cualquier relación sexual e íntima: ¿expresa y promueve el afecto, el respeto mutuo y la igualdad en la pareja —y contribuye a lograr la igualdad entre hombres y mujeres—, o constituye y contribuye a la degradación de las personas y a la opresión de la mujer en particular? Pero en una sociedad en que el patriarcado ha sido un elemento esencial y determinante, incluso romper con las formas más tradicionales del patriarcado, incluida la demanda de la igualdad formal para las relaciones entre personas del mismo sexo, en coyunturas específicas, tal como la actual, puede representar un desafío serio a las relaciones opresivas tradicionales, aun cuando muchos de los individuos en cuestión simplemente quieran formar un matrimonio tradicional. Esa es una de las ironías y las complejidades de esta situación.

De hecho, la oposición al matrimonio entre gays no es simplemente un truco electoral para amarrar triunfos para los republicanos. Sí, algunos funcionarios del Partido Republicano han utilizado así este tema. Pero lo que está en juego es mucho más profundo y tiene implicaciones mucho mayores. El verdadero objetivo de los fascistas cristianos en torno al tema del matrimonio entre gays y su condena de la homosexualidad en general es imponer la “moral tradicional” y todas las relaciones de opresión que encarna e impone esa moral tradicional, incluidos el patriarcado y la opresión de la mujer, la posición subordinada de la mujer en la sociedad y su papel esencial, tal como la Biblia lo presenta, como incubadoras y criadoras de niños dentro de los confines de las relaciones matrimoniales dominadas por los hombres, con el aval no solo de la iglesia sino también del Estado.

Todo esto tiene raíces muy profundas, pero en un sentido concreto hoy a cada momento se está cuestionando: aunque todavía no de una manera que va a llevar a su abolición, se está cuestionando de una manera que efectivamente socava algunas de las formas en que tradicionalmente ha existido. La ofensiva fascista cristiana en torno a esto es una reafirmación absolutista y enérgica de estas relaciones opresivas.

Esto también se ha manifestado agudamente en la contienda en torno a la crianza de los hijos: ¿cómo debería ser la relación en la familia entre hijos y padres? En esta conexión también se está reafirmando enérgicamente el patriarcado. Entre los fundamentalistas religiosos en Estados Unidos, una corriente notable insiste en que una de las principales causas (y una de las principales manifestaciones) del hecho de que, a su parecer, el país está yendo al infierno, es que, desde hace varias décadas, los padres no han tenido tanta libertad de pegarles a sus hijos. Después de todo, ¿qué sostiene la Biblia? La Biblia tiene un conocido dicho: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece” (o, como dice textualmente en Proverbios 23:13-14: “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol [el infierno]”. Y en la versión de Jerusalén: “No ahorres corrección al niño, que no se va a morir porque le castigues con la vara. Con la vara le castigarás y librarás su alma de seol”.) Esto es lo que muchos dirigentes fundamentalistas cristianos están promoviendo enérgicamente.

Aquí es necesario decir que, por mucho que quiera a Richard Pryor, nunca me han gustado sus números que parecían, en lo fundamental, defender los castigos corporales a los hijos para mantenerlos bajo control. Pryor maneja esto de una manera algo contradictoria en los números que hizo sobre este tema, pero parece que siempre traía cierto elemento de sacar la lección de que “después de todo, cuando mi abuela me pegaba con una vara, eso efectivamente tuvo el efecto de impedir que yo me pasara completamente de la raya”. De todos modos, incluso las personas que en muchos sentidos tiene posiciones políticas avanzadas y tienen inclinaciones revolucionarias hacen eco de esta clase de sentimientos; incluso de esta gente uno oye a veces la queja: “Las cosas van mal ahora porque ya no puedes darle una paliza a tus hijos, no puedes sacar la vara como lo hizo la abuela y meter en cintura a tus hijos con una buena paliza, de modo que se porten bien”. Y es necesario decir que si bien, como en el caso de Richard Pryor, a veces era la abuela quien blandiera la vara, no obstante se hizo eso como parte de la afirmación general de las relaciones caracterizadas por la dominación patriarcal: relaciones en que la fuerte figura paternal era la máxima autoridad para disciplinar a los hijos y, en cuanto a las hijas en particular, para asegurar que permanecieran vírgenes de modo que su valor como propiedad, que se expresa en el momento de casarlas, no se disminuyera ni se manchara. Todo esto está profundamente arraigado en la tradición cristiana, tanto como en las tradiciones islámicas que engendran los horrores de los “asesinatos de honor” en que mandan a los miembros de una familia, y a los hermanos en particular, a que salgan a matar a sus hermanas en caso de que llegara a conocerse que antes de casarse ya no son vírgenes — aunque la pérdida de la virginidad sea resultado de una violación. Si bien en sí no es una expresión tan extrema de esto, las palizas a los hijos (“no detener el castigo a fin de no aborrecer al niño”) es parte del mismo paquete general de relaciones patriarcales opresivas.

Que quede claro: no se debe ver ni tratar a las niñas, ni a los niños en general, como propiedad de los padres, y de su padre en particular. Ese no es el mundo al que aspiramos ni es un mundo en que valga la pena vivir. Así es el mundo desde hace miles de años y todo eso lo encarnan y lo promueven las escrituras y tradiciones religiosas, pero ese no es el mundo que queremos ni tiene que ser así. Sí, los niños necesitan disciplina. Pero no necesitan que los castiguen con una vara para meterles disciplina o para tener un norte en la vida. Necesitan que los dirijan —que los inspiren y sí, en ocasiones, que los tomen firmemente de la mano— como parte de una visión y meta general de crear un mundo radicalmente diferente y mucho mejor. Y al crecer y llegar a tomar más conciencia de este objetivo, y al llegar a ser capaces de acciones conscientes para contribuir a este objetivo, cada vez más pueden llegar a ser parte de ese proceso. Pero aun antes de que sean capaces de participar conscientemente en todo eso, es importante aplicar los principios que se aplican para crear tal mundo, en un sentido fundamental, a las relaciones con los hijos — los suyos y los de otras personas. Los niños son seres humanos conscientes, aunque su conciencia está en un proceso de desarrollo. Es posible y es necesario razonar con ellos — y, sí, a veces, hay que decirles: “así son las cosas y tienes que hacerlo así, porque por ahora no tienes la capacidad de comprender todo esto y por qué tienen que ser así las cosas”.

Al mismo tiempo, no es difícil entender por qué muchas personas se inclinan por el dicho de “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece” —por la lógica de que si uno no pega a los hijos para meterlos en cintura, resultarán malos— porque existen muchas cosas que influencian a los niños en direcciones terribles. Sobre todo en algunos sectores de “la clase media”, en particular en un país como Estados Unidos, existe una orientación general de consentir a los hijos — que en algunos casos puede tener motivos menos egoístas pero que de hecho a menudo es parte, y a fin de cuentas es otra expresión, de tratar a los hijos como mercancías, que hay que consentir y mimar como parte de darles toda oportunidad y ventaja en la carrera por obtener una posición de privilegio en la sociedad en el contexto del parasitismo general que es parte de la vida en un poderoso país imperialista. Con eso me refiero a los fenómenos tales como los padres que empiezan a tocar sinfonías para los recién nacidos (o incluso para el feto durante el embarazo), en especial si se hace con la idea de que así el niño, desde temprana edad, tendrá mejores oportunidades de desarrollarse como una “persona con talento” o un “genio” — que podrá estudiar en la mejor academia de música o la universidad de mayor prestigio, y lanzarse a una carrera lucrativa. A veces la permisividad de parte de los padres es parte de eso, y procura estar al servicio de eso[22].

En parte como reacción a esta clase de permisividad —pero más como respuesta a la clase de locuras en que se meten muchísimos jóvenes de los barrios urbanos populares—, muchas personas en las comunidades de los oprimidos observan a su alrededor y ven a los jóvenes que se hacen el tonto y hacen muchas locuras, y les atrae la conclusión de que hay que hacer algo fuerte a fin de que estos jóvenes se porten bien. Eso se vuelve otro factor que refuerza el papel de la iglesia y de la religión. ¿Cuáles son las dos alternativas prominentes que se ofrecen a los más oprimidos en Estados Unidos hoy día? Están las pandillas por una parte, con toda la locura y desmanes que conllevan; o, por otra, la iglesia y su afirmación de los valores, relaciones, costumbres y códigos tradicionales opresivos y, sí, patriarcales. Para los jóvenes en particular: cuando te canses de las pandillas, vete con la iglesia; si te aburre la iglesia, pues que vuelvas a las pandillas. Ninguna de estas opciones ofrece un camino hacia adelante para las masas populares, una salida de las condiciones opresivas que están orillando a mucha gente a cometer muchas locuras en primer lugar.

He aquí, de nuevo, otra manifestación aguda de la necesidad de “abrir una nueva brecha”. Al igual que, a otro nivel, no se puede dejar que Jihad y McMundo/McCruzada sigan siendo las únicas dos alternativas, también existe una urgente necesidad de plantear una alternativa radicalmente diferente, a partir de la concepción del mundo comunista y el programa y los objetivos comunistas. Es necesario decirle con osadía a la gente: “No necesitamos la iglesia, no necesitamos la vara y tampoco necesitamos las pandillas y las drogas — necesitamos la revolución”.

Este, efectivamente, es un camino duro. Pero ¿con qué propósito muere la gente y se mata entre sí ahora? ¿A qué sirve? ¿Qué está reforzando? ¿A dónde lleva a la gente? ¿A quién beneficia, salvo a aquellos que gobiernan sobre las masas populares y a quienes les encanta ver a la gente matándose entre sí por tonterías? ¿Y de qué sirve que las masas populares se hinquen de rodillas ante una autoridad patriarcal y opresiva, que está dotada del aura y respeto de un supuesto poder sobrenatural y que sirve de grillete que contribuye a reforzar las condiciones de esclavización e impotencia?

 

[19]. Cabe mencionar que en el islam, Abraham también es un patriarca muy venerado. [regresa

[20]. Como ya se señaló, en Lucas, capítulo 3, versículos 23-38, hay una versión distinta de esta genealogía: el linaje, o línea familiar, de Jesús y sus antepasados es distinto a lo que se presenta en Mateo, capítulo 1, versículos 1-17. En La dinastía de Jesús, James D. Tabor sostiene que en Lucas, después de cierto punto, el linaje de Jesús se rastrea de hecho por medio de María. Pero, francamente, el argumento de Tabor parece un tanto forzado y artificioso. Un elemento central de su argumento es que Lucas dice que Jesús tuvo un abuelo llamado Heli; y, continúa el argumento de Tabor, Mateo nos dice que el padre de José —y el abuelo paternal de Jesús— se llamaba Jacob; por eso, concluye Tabor, Heli tiene que ser el padre de María. Pero, en primer lugar, hay muchas discrepancias, no solo esta, entre la manera en que Mateo presenta la genealogía de Jesús y cómo la presenta Lucas. Por tanto, cuando Tabor se pregunta: “¿Así que quién era Heli?” y de inmediato contesta: “La solución más obvia es que él era el padre de María”, saca una conclusión que no es obvia en absoluto y da un salto que no se justifica. (Véase La dinastía de Jesús, capítulo 2, “¿Un hijo de David?”, sobre todo, la p. 52; y compare Mateo 1:1-17 con Lucas 3:23-38.) Además, Tabor reconoce que no hay mención de María en la descripción de Lucas de la genealogía de Jesús porque “Lucas se adhiere a las convenciones y solo incluye a los hombres en su lista” (p. 52). Por ende, aunque uno aceptara las conclusiones de Tabor sobre el papel de María en la versión de Lucas —lo que, para repetir, es muy problemático—, queda claro que en Lucas, al mismo grado que en Mateo, lo que se presenta es una versión patriarcal de esa genealogía. [regresa

[21]. Más adelante, volveré al tema de cómo se codifica esto en las escrituras religiosas. [regresa

[22]. Aunque últimamente no estoy de acuerdo con él en varias cosas, sí tengo cierto punto de unidad con George Carlin cuando habla sobre la excesiva permisividad hacia los niños. Él representa un número que empieza con el siguiente diálogo (en que Carlin representa a todos): “Quiero decir algo sobre la manera en que los padres están criando a sus hijos”. “¿No va a decir algo malo sobre los niños, o sí?” “, lo va a decir”. En parte, este número conlleva una especie de “revanchismo de la clase obrera” estrecho hacia los yuppies [profesionales jóvenes], que Carlin expresa con frecuencia. Pero él recalca algunos puntos válidos sobre la excesiva permisividad — que, para repetir, a menudo tiene relación con la aplicación de los puntos de vista del intercambio de mercancías a las relaciones entre los hijos y sus padres. [regresa]

 

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