Trump en Phoenix:
Ataques rufianescos a la prensa, redobla desvaríos sobre Charlottesville

1° de septiembre de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

 

En su discurso del 22 de agosto en Arizona Trump despotricó por 77 minutos con un propósito claro: endurecer a su nucleó más reaccionario de partidarios y azuzarlos para una batalla — contra sus opositores en la clase dominante, la prensa grande, y los blancos de su brutal programa de “Hacer que Estados Unidos vuelva a tener grandeza” quienes incluyen a los inmigrantes, los musulmanes y las personas indignadas que están tomándose las calles para protestar por el hecho de que Trump ha abrazado a los neonazis, los klanistas y toda suerte de supremacistas blancos.

Amigos y enemigos: La policía, los fascistas cristianos y “La gente de la Segunda Enmienda”

A pesar de bastante palabrería cínica sobre “amar” a todo el mundo, oponerse al racismo, etc., este discurso se trató totalmente de “nosotros contra ellos”, amigos y enemigos. Trump estableció términos claros desde el comienzo respecto a quienes “ama” en verdad, y precisamente a quienes se refiere cuando dice “Nosotros”.

Empezó con alabar a una serie de teócratas fascistas cristianos en los eventos —el vicepresidente Mike Pence, el secretario de Viviendas y Desarrollo Urbano Ben Carson, el evangelista y fiero enemigo del islam Franklin Graham— y dijo que “Estados Unidos es en realidad una nación de la fe”, y sin duda alguna se refería al cristianismo fundamentalista. Estos fascistas cristianos constituyen una parte importante de su régimen y de su base social, y Trump necesita mantener su estrecha alianza con ellos.

Trump le dejó claro a su base que frente a la oposición no iba a retroceder en todo el programa fascista que representa: “Estamos plena y totalmente comprometidos en luchar por nuestra agenda y no pararemos hasta que hayamos cumplido con la tarea”.

Continuó, diciendo que “reafirmamos nuestros costumbres, tradiciones y valores compartidos. Amamos a nuestro país. Celebramos a nuestras tropas. Abrazamos nuestra libertad. Respetamos nuestra bandera. Nos enorgullecemos de nuestra historia, apreciamos nuestra constitución, la que por cierto incluye la Segunda Enmienda… creemos en la ley y el orden, y respaldamos a los increíbles hombres y mujeres de la ley y el orden”.

Lo anterior y otras referencias al patriotismo y la fe; a los valores “compartidos” (o sea, los valores cristianos, occidentales y blancos); el abrazo pleno y absoluto de toda la fea historia estadounidense de genocidio, conquista y supremacía blanca; las repetidas invocaciones de la ley y el orden y los elogios a los cerdos policías y otros reaccionarios armados — todo esto lo hizo claro que “nosotros” quería decir “nosotros los fascistas”.

Y todos los que no son parte de esto o no lo apoyan completamente son “el enemigo”. En primer lugar, se trata de las masas no blancos o no cristianos. Para este punto Trump cuidó que usara alusiones en código. Cuando habló de “la violencia de las pandillas en nuestras calles” y los “animales” de la MS-13 que “les cortan [a las personas] en pedacitos”, cuando habló de “liberar a las ciudades”, su público bien entendía que quería decir los jóvenes negros de los barrios urbanos y los inmigrantes latinos. Cuando habló de mantener “fuera de nuestro país a los terroristas islámicos radicales”, su público sabía que quería decir los musulmanes en general, sean inmigrantes o nacidos en Estados Unidos. Trump atacó asimismo a los manifestantes antifascistas y antirracistas, pintándolos de figuras amenazantes “en cascos y máscaras negras” y escupió despectivamente las palabras “los antifa”.

Trump estaba fomentando el miedo y llamando a la violencia fascista como la solución. Y se jactó del hecho de que, en los mítines de su campaña electoral, sus seguidores golpearon a manifestantes, y de ahí se jactó de que las personas están “seguras… en un mitin de Donald Trump… ustedes están seguros en este recinto”. El mensaje era claro: “su” gente confronta una vasta variedad de peligros, y solamente puede estar segura suprimiendo violentamente a aquellos “otros” que la amenazan, sea por medio de las fuerzas oficiales de “la ley y el orden” (policía, Patrulla Fronteriza, etc.), o por medio de reaccionarios civiles armados.

Al mismo tiempo Trump amenazó a fuerzas burguesas. Después de plantear el espectro de extranjeros amenazantes y monstruos que asaltan a Estados Unidos, acusó a los alcaldes que dirigen “ciudades santuario” de “proteger a extranjeros criminales” y a los que se oponen a su muro fronterizo de “poner en peligro la seguridad de todo Estados Unidos”. Se burló de los dos senadores republicanos de Arizona (McCain y Flake), los denunció, y animó a la turba (perdón, “el público”) a acosarlos en línea y hostigarlos (perdón, “hablar con su senador”). Exigió que se cambien las reglas del Senado para que los 51 senadores republicanos tengan carta blanca para aprobar cualquier ley que Trump quiera.

El mensaje fue claro — que no se tolerará ninguna barrera ante su pleno programa, y no se tendrá compasión por los enemigos ni tampoco por aliados que vacilen tan siquiera.

Atacando la prensa, forjando una turba descerebrada

La embestida de Trump contra los medios de comunicación fue especialmente virulenta — denunció a periodistas como “gente mala”, “bien deshonestos”, que “no aman a nuestro país” y “no van a cambiar”. Uno no necesita una computadora para adivinar lo que Trump tiene planeado para las personas que según él son traidores que no cambiarán, pero si acaso usted no se había dado cuenta, Trump dirigió a los presentes a dar vuelta y mirar de frente a la jaula de la prensa para abuchearles de manera amenazante.

Ese esfuerzo de DESACREDITAR COMPLETAMENTE a los noticieros como alguna fuente potencial de información verídica fue acompañado por una descarga de falsedades que fue asombrosa incluso según estándares trumpistas, porque todos los oyentes sabían, o podían averiguar fácilmente, que él estaba mintiendo.

Trump declaró que el canal CNN apagó sus cámaras porque “no quiere que su audiencia televisa, que va disminuyéndose, vea lo que estoy diciendo esta noche” — ¡aunque millones de personas estaban viéndolo en ese mismo momento en vivo por CNN! Declaró que sólo “unas pocas personas afuera” estaban protestando — aunque hubo cobertura en vivo de miles de manifestantes. Y etcétera y etcétera.

Trump estaba usando la táctica clásica de “¿A quién vas a creer, a mi o a tus ojos mentirosos?”, y lo hacía por una razón. El fascismo, en un grado cualitativamente mayor que otras formas del dominio burgués, requiere turbas descerebradas de fanáticos como tropas de choque para la imposición de cambios extremos y brutales — turbas dispuestas, en nombre de su líder, su “protector”, a llevar a cabo pogromos (ataques de turbas) contra la gente oprimida, atacar e interrumpir mítines de partidos de oposición, combatir ciegamente en guerras a base de cualquier mentira espuria que invente el régimen en ese momento. Hay que aislar a esas personas de la realidad objetiva, hay que entrenarlas a creer que, si el líder dice algo obviamente falso, aun así es “verdad”, y que lo que digan otras fuentes, aunque es obviamente verdad, de aun así es “falso”. Y hay que reconocer que los fanáticos de esa turba que coreaban y gritaban en ese estadio en Phoenix se mostraron ser prosélitos muy entusiastas.

Mentir, hablar con evasivas, y redoblar desvaríos sobre Charlottesville

Después de que los supremacistas blancos y neo-nazis marcharon por Charlottesville con antorchas coreando consignas racistas, antisemitas, y anti gay, después de que amenazaron a los asistentes de un servicio eclesiástico y golpearon salvajemente a contra manifestantes, después de que uno de ellos asesinó a Heather Heyer e hirió a 19 otras personas… después de todo eso, Trump echó la culpa por la violencia en parte a los manifestantes anti-racistas. De ahí, el 15 de agosto, Trump dejó caer la máscara humana y dijo sin morderse la lengua, “hubo mucha buena gente” en la turba supremacista blanca, y que no se debe tocar a las estatuas de generales confederados que combatían por la esclavitud del pueblo negro.

Ese abrazo de los supremacistas blancos, en las secuelas del asesinato de Heather Heyer, provocó un terremoto en la sociedad. Estallaron protestas importantes contra la supremacía blanca, incluso en estados fuertemente “rojos” (Republicanos) como Texas y Arizona. Líderes importantes de negocios y de las artes se desvincularon de Trump.

Trump lidió con esto en su mitin en Phoenix mediante una combinación de mentir, hablar con evasivas, y redoblar lo que ya apostó al respecto. Primero, ostentaba que ama a todos, que quiere unir el país entero, que se opone al racismo, etc. Hasta condenó el KKK y los neonazis por sus nombres — dos veces. Pero la segunda vez casi llegó al punto de decir que “esto no es algo que yo creo, sino que es algo que tengo que decir”.

De ahí duró media hora pasando por sus declaraciones sobre Charlottesville, sin mencionar todas las partes que revelaban su apoyo por la supremacía blanca. No mencionó que había enfatizado que “muchos lados… muchos lados” eran culpables. No mencionó que dijo que algunos miembros de la turba nazi eran “muy buena gente”. No mención que había lamentado la pérdida de “nuestras hermosas estatuas (de la Confederación)”. Y chilló del ultraje de que “los medios” reportan que él dijo esas cosas — las que en realidad dijo.

¡Puras tonterías! Pero sí tiene un propósito: convencer al público (y en cierta medida a la gente de la base de Trump) que este movimiento no es racista, que simplemente “defiende los derechos del pueblo blanco”.

A ojos de estos fascistas, las concesiones más mínimas que se han dado debido a la lucha por la igualdad del pueblo negro en las últimas décadas son discriminación contra los blancos, hasta “genocidio contra los blancos”. Es más, es claro que esto se entreteje con las demandas de que las mujeres “regresen a su lugar” y que la gente LGBTQ sea borrada de la sociedad. La lógica de esa lógica, en efecto, lleva al apoyo abierto a los nazis y el KKK.

Siguiendo ese tema, Trump se quejó amargamente de “líderes débiles” que quitan monumentos a la Confederación que han permanecido ahí “durante 150 años” y declaró que “ellos están tratando de quitar nuestra historia y nuestro legado. Ustedes ven eso”, alborotando los fuertes abucheos. Luego básicamente prometió perdonar a ex alguacil de Phoenix Joe Arpaio, un racista antiinmigrante emperrado que podría ir a la cárcel por desobedecer repetidas veces órdenes judiciales de abandonar lo que el Departamento de Justicia calificó de ¡la peor etiquetación racial en la historia estadounidense! En conclusión, resumió todo con un eco de la consigna alemana nazi “Alemania Über Alles” (Sobre Todos): “Somos ‘americanos’ ... El futuro nos pertenece”.

Para todas las (¡demasiado muchas!) personas que aún no reconocen la naturaleza plenamente fascista del régimen de Trump y Pence, y su programa escalofriante de supremacía blanca, xenofobia, patriarcado, y “la ley y el orden”, este discurso era una brusca sacudida a que se despierten ya respecto hacia dónde va el régimen de Trump y Pence, lo rápidamente que está avanzando, y lo aferrado que es en triturar las reglas existentes por las que se ha gobernado Estados Unidos, y en reemplazarlas con algo mucho, mucho peor.

Urge que millones de personas que no quieren que se realice esta pesadilla actúen con el coraje y la decisión proporcionales a lo que está en juego el 4 de noviembre y por todo Estados Unidos, para sacar este régimen del poder antes de que sea tarde.

 

 

 

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