1898: Los sangrientos albores del imperialismo yanqui

Obrero Revolucionario #938, 28 de deciembre, 1997

Hace cien años, algo siniestro extendió sus tentáculos por las aguas turquesa del Caribe y el Pacífico. En 1898, Estados Unidos de repente "proyectó su poder" de una forma nueva más allá de sus costas. Miles de soldados marcharon en la nueva "armada de hierro" rumbo a las islas de Puerto Rico, Cuba, Guam y Filipinas, y las ocuparon a la fuerza para forjar un nuevo imperio.

Esa conquista militar fue solo el primer paso: después de la ocupación armada vino la ocupación del todopoderoso dólar. Los monopolistas y los banqueros que gobernaban a Estados Unidos tenían planes para explotar la mano de obra, saquear materias primas, sacar ganancias: para moldear culturas, economías y sociedades enteras en aras de sus propios intereses. Con el estilo falso y egoísta que prácticamente patentarían, presentaron sus conquistas como "una misión civilizadora" para preparar a los "incivilizados" para una posterior independencia y libertad.

La guerra de 1898 fue el primer grito de este nuevo opresor en el escenario mundial: el imperialismo yanqui.

Una víbora desde su nacimiento

"Tenemos una historia de conquista, colonización y expansión sin igual en el siglo 19. Nadie nos va a refrenar ahora".

Henry Cabot Lodge,
senador por Massachusetts, 1895

Desde sus comienzos, el expansionismo fue el sello típico de Estados Unidos. La guerra de independencia que terminó en 1776 se libró, en parte, para obtener la "libertad" de apoderarse de los territorios indígenas al oeste de los montes Apalaches. Después de la guerra de 1812 con Gran Bretaña, Estados Unidos expulsó a los indígenas de todas las tierras del este del río Misisipí, donde se construyeron plantaciones de esclavos y granjas familiares. En las décadas de 1830 y 1840, Estados Unidos invadió, robó y se anexó la población y los territorios del norte de México, desde Texas hasta California.

Estados Unidos siempre había tenido ambiciones globales: entre sus gobernantes había mercaderes y negreros con negocios en todo el mundo. La Doctrina Monroe de 1823 declaró que toda América Latina era esfera de influencia estadounidense. El Departamento de Estado documentó 103 intervenciones antes de 1895, entre ellas: Argentina, 1852; Japón, 1853; Nicaragua, 1854; Shanghai, China, 1859; Angola, Africa, 1860; y otra vez Nicaragua, 1894.

Pero antes de la década de 1890, el gobierno se dedicó a consolidar su base continental con la expansión hacia el Pacífico y la "pacificación" de los pueblos conquistados. Después de la guerra de Secesión de la década de 1860, el gobierno desató su ejército aguerrido contra los indígenas de las Llanuras y las regiones de la frontera sur y los metió en reservas. En 1890, año de la masacre de Wounded Knee, el gobierno declaró oficialmente el cierre de la frontera interna.

Entonces, su avaricia empezó a contemplar otras partes del mundo.


"¿Por qué los llamamos imperialistas? Porque explotan y oprimen a la gente por todo el mundo. Han desarrollado un imperio y harán cualquier cosa para preservarlo. Es la misma gente que nos roba y explota, degrada y humilla todos los días, y le hace lo mismo, y le gustaría hacerlo más, a la gente de todo el mundo. Es por eso que lo llamamos imperialismo, porque eso es lo que es".

Bob Avakian, Presidente del PCR


Un nuevo tipo de capitalismo

Después de ganar la guerra de Secesión contra los esclavistas sureños, los capitalistas vivieron un explosivo crecimiento y tremendas trasformaciones. Pusieron a trabajar la energía del vapor y de la electricidad, y nuevas máquinas, en el transporte y en dinámicos distritos fabriles. Se disparó la producción de acero y carbón. Ejércitos de obreros, muchos de ellos inmigrantes recién llegados de Europa, se rompieron el lomo para producir y transportar un gran chorizo de nuevas manufacturas.

Con los cambios de la producción, también cambió la estructura de propiedad. La riqueza y la propiedad se concentraron en manos de menos y menos individuos. Una competencia despiadada engendró la corporación moderna. En un frenético ambiente de fusiones, compraventas y corrupción gubernamental a gran escala, nacieron poderosos centros de capital financiero que ahora dominaban la sociedad. Grandes monopolios como U.S. Steel, Union Pacific y Standard Oil dominaron industrias enteras. Nacieron nuevos monopolios de los medios de comunicación, como la cadena de periódicos de la familia Hearst.

Estos capitalistas monopolistas aportaron un nuevo elemento al agresivo expansionismo de Estados Unidos. Antes, los esclavistas sureños soñaban con conquistar a México, América Central y las islas del Caribe para crear un nuevo imperio esclavista como el de Roma. Los ricos mercaderes del naciente Estados Unidos soñaban con un imperio comercial, en que buques cañoneros abrían las "puertas" de países distantes como Japón y China, para enriquecerse con el "libre comercio".

Pero estos nuevos capitalistas monopolistas tenían una nueva visión. Soñaban con un imperio colonial organizado en torno a la producción capitalista y al comercio, en que podían saquear nuevas materias primas y explotar ejércitos de obreros de países distantes. Estos eran los imperialistas modernos, con una visión capitalista de imperio.

Para la década de 1890, a esos capitalistas monopolistas les entró una urgencia casi frenética: sus contrapartes de las potencias europeas se estaban repartiendo las colonias y esferas de influencia del mundo; Inglaterra, la mayor potencia del mundo, se jactaba de que "el sol jamás se pone en el imperio británico"; en la conferencia de Berlín de 1884-1885, las potencias europeas se repartieron con alevosía a Africa y sus pueblos, incluidas vastas extensiones del interior de Africa que los europeos jamás habían visto.

Estados Unidos ya había importado su propia nación oprimida interna para fines de explotación con el secuestro de millones de africanos y su esclavitud en una amplia zona de tierras agrícolas, desde Maryland hasta el delta del Misisipí.

Cuando los capitalistas norteños reestructuraron la sociedad tras la guerra de Secesión, volvieron a forjar una alianza con los esclavistas sureños. En 1877, se volvió a imponer a la fuerza el sistema de plantaciones del Sur sobre los negros. Entre 1889 y 1903, dos afroamericanos fueron linchados, en promedio, cada semana: ahorcados, quemados vivos, mutilados.

Así y todo, después de saquear el continente durante más de un siglo, los gobernantes estadounidenses no estaban satisfechos. Ante las maniobras de sus rivales europeos, la lógica capitalista de "expandirse o morir" los impulsó a poner los cimientos para un imperio global. Aunque no pudo meter mano en el reparto de Africa, Estados Unidos rivalizó con las potencias europeas en América Latina, la cuenca del Pacífico y China, y también agarró las colonias del tambaleante imperio español. El senador Henry Cabot Lodge expresó la urgencia que se apoderó de su clase en la última década del siglo pasado: "Las grandes naciones están absorbiendo rápidamente, en pos de su futura expansión y su actual defensa, todos los lugares olvidados del mundo. Es un movimiento que está abriendo paso a la civilización y al realce de la raza. Como una de las grandes naciones del mundo, Estados Unidos no debe quedar al margen del curso de los acontecimientos".

La estructura de poder estadounidense se preparó para la guerra. Por su parte, contaba con la protección de grandes mares contra invasiones. Ahora, construyó una moderna flota naval para que otros países no tuvieran tanta suerte.

El sabor de imperio

"Tenemos ante nosotros un extraño destino. El sabor de imperio está en los labios..."

Washington Post, 1898

España perdía rápidamente control de las últimas de sus ricas colonias. Después de décadas de insurgencia, la influencia de los rebeldes se extendió de las remotas montañas a las llanuras costeras de Puerto Rico. En la vecina Cuba, los españoles llevaban tres años combatiendo una poderosa rebelión. En Filipinas, una organización secreta, Katipunan, armaba al pueblo. Estados Unidos decidió tomar medidas antes de que los pueblos de esos países derrocaran a España y declararan su independencia.

En febrero de 1898, un buque de guerra estadounidense, el Maine, se incendió en el puerto de La Habana y acto seguido se maquinó una histeria a favor de la guerra, impulsada por la prensa de Hearst. Estados Unidos se declaró en guerra contra España; dijo que no ambicionaba más que apoyar la independencia de Cuba.

El secretario de Estado describió el ataque contra las fuerzas españolas como "una espléndida guerrita". Los ejércitos y armadas coloniales de España fueron derrotados rápidamente. Tropas estadounidenses ocuparon Cuba y Puerto Rico, presentándose como anticolonialistas, antimonárquicos y amigos de la independencia nacional. Después de todo, se le explicó a todo mundo, Estados Unidos se forjó en la primera revolución moderna de las colonias contra una potencia monárquica.

Los revolucionarios filipinos expulsaron al ejército colonial español de casi todo el archipiélago, pero cuando los españoles se rindieron en agosto de 1898, los comandantes estadounidenses no permitieron la presencia de ningún filipino.

Luego, el 10 de diciembre de 1898, los habitantes de estos países recibieron la sorpresa de su vida: España y Estados Unidos firmaron un tratado que le traspasaba el control de las islas. Estados Unidos también se anexó formalmente a Hawai, que antes era un reino independiente.

El presidente McKinley dijo que dios le había dicho personalmente que los filipinos "no son capaces de autogobernarse"; agregó: "no había más remedio que tomar todas las islas y educar a los filipinos, y elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos". El 21 de diciembre de 1898, McKinley declaró en su "Proclama de Asimilación Benévola" que Estados Unidos gobernaría a los filipinos por su propio bien.

Los filipinos no recibieron el mismo mensaje de dios y en febrero de 1899 se rebelaron contra Estados Unidos. Este despachó a la mitad de sus fuerzas armadas durante tres años para aplastar la rebelión.

De la pluma contundente de Mark Twain: "Pacificamos y enterramos a miles de isleños; destruimos sus tierras; incendiamos sus pueblos; echamos de casa a sus viudas y huérfanos; consolamos con el asilo a unas decenas de patriotas inconformes; subyugamos a las decenas de millones restantes con la Asimilación Benévola, que es el hipócrita nombre nuevo del mosquete... e izamos nuestra bandera protectora.... Y así, con estas Provincias de Dios... y la frase es del gobierno, no mía..., somos una Potencia Mundial".

En ese entonces, y ahora, el imperialismo estadounidense decía que gobernaba a esos países en pos de la democracia y la libertad. En 1900, el senador Albert J. Beveridge explicó ante el Senado: "Dios... nos ha dado el espíritu de progreso para vencer las fuerzas de la reacción en todo el planeta. El nos ha hecho adeptos en el gobierno de modo que podamos gobernar a los pueblos salvajes y seniles. Sin tal fuerza, el mundo caería de nuevo en la barbarie y las tinieblas. Y de todas nuestras razas, El ha elegido al pueblo americano como Su nación elegida para dirigir finalmente la regeneración del mundo. Esta es la divina misión de América y nos depara toda la ganancia, toda la gloria y toda la felicidad posible para el hombre".

Los capitalistas estadounidenses cayeron como langostas sobre las tierras que conquistaron. En Cuba, se adueñaron de las vías ferroviarias y minas. Pronto, la compañía United Fruit se adueñó de millones de hectáreas de cañaverales cubanos.

La guerra de 1898 fue punto de partida de las ambiciones estadounidenses de dominar al mundo en un "siglo americano". El "Corolario de Roosevelt" de 1904 declaró que Estados Unidos tenía derecho de dominar e invadir a cualquier país latinoamericano, y fue seguido por intervenciones en virtualmente todos los países latinoamericanos y caribeños. Y en este siglo, Estados Unidos peleó y robó a cada paso de su ascenso a la cima imperialista y su posición actual de principal explotador de los pueblos del mundo.

Hoy, en el centenario de esa guerra de agresión yanqui, continúa la justa lucha de independencia puertorriqueña contra el colonialismo. En Cuba, las masas sufren el bloqueo con que los yanquis quieren volverla a poner bajo su bota. En Filipinas, una guerra popular desafía el control del imperialismo yanqui. En México, insurgencias armadas trastornan el orden establecido. Y en América del Sur, donde todos los países confrontan la compleja tarea de expulsar al imperialismo yanqui, en Perú la guerra popular está forjando un camino en condiciones difíciles.

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"Imperialismo quiere decir enormes monopolios e instituciones financieras que controlan las economías y sistemas políticos--y la vida de la gente--no solamente en un país sino en todo el mundo. Imperialismo quiere decir explotadores parasíticos que oprimen a centenares de millones de personas, condenándolas a incalculable miseria; financieros parasíticos capaces de hacer pasar hambre a millones simplemente apretando una tecla de una computadora, trasladando de esa manera grandes cantidades de riqueza de un lugar a otro. Imperialismo quiere decir guerra-- guerra para suprimir la resistencia y rebelión de los oprimidos, y guerra entre los Estados imperialistas rivales--es la capacidad de líderes de estos Estados de condenar a la Humanidad a increíble devastación, quizás hasta la aniquilacíon total, con el apretón de un botón. El imperialismo es el capitalismo en la etapa en que sus contradicciones básicas han alcanzado un nivel extremadamente explosivo. Pero el imperialismo también significa que habrá revolución--el levan- tamiento de los oprimidos para derrotar a sus explotadores y atormentadores--y que esta revolución será una lucha mundial para barrer a este monstruo global, el imperialismo".

Bob Avakian, Presidente del PCR


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