En camino a Jericó 98

Las torturas de Lexington 1986-88

Obrero Revolucionario #947, 8 de marzo, 1998

En 1986, el Departamento de Prisiones (BOP) federal abrió una nueva "unidad de máxima seguridad" para mujeres en el penal federal de Lexington, Kentucky. Oficialmente, el propósito era controlar a las presas "más peligrosas", pero en realidad era un experimento dirigido desde los más altos niveles del BOP para quebrarlas. Es una historia de torturas adrede con aprobación oficial que desmiente las negaciones oficiales de que en Estados Unidos no hay presos políticos. Pero también es una historia de resistencia. A pesar de todas las presiones de esa siniestra unidad, las presas se mantuvieron firmes, no renunciaron a sus creencias ni se volvieron informantes del gobierno.

Aislar y quebrar
a las presas políticas

"Nos metieron a la cárcel en primer lugar porque decimos inquebrantablemente que es posible oponer resistencia al estado más poderoso del mundo".

Susan Rosenberg, presa política

Tres de las cinco presas trasladadas a la Unidad de Lexington eran presas políticas.

Alejandrina Torres, luchadora de la liberación puertorriqueña y maestra de una preparatoria alternativa en Chicago, fue sentenciada en 1983 a 35 años de cárcel por "conspiración sediciosa". ("Conspiración sediciosa" quiere decir complotar para librar una lucha armada contra el gobierno estadounidense.) La acusaron de ser miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), que libraba una campaña de ataques armados contra símbolos de la dominación yanqui de Puerto Rico. Es una de varios prisioneros de guerra puertorriqueños. (Ver el artículo "Los independentistas puertorriqueños" en el número 940.)

Silvia Baraldini es una italiana que vino a estudiar en una universidad y ahí se hizo partidaria de la lucha de liberación negra. En 1982 la acusaron de ayudar a la revolucionaria negra Assata Shakur después de que esta se fugó de la cárcel. La sentenciaron a 40 años de cárcel. Más tarde, le clavaron otros tres años por negarse a dar testimonio a un gran jurado de investigación sobre el movimiento de independencia puertorriqueño.

Susan Rosenberg fue arrestada en 1984 y sentenciada a 58 años de cárcel por poseer papeles falsificados, explosivos y otras armas. La acusaron de ser miembro del Grupo de Acción Revolucionaria (RATF), que organizaba lucha armada contra el gobierno. Es la sentencia más larga por posesión de armas en la historia del país.

J. Michael Quinlan, el director del BOP, recomendaba castigar de modo ejemplar a los presos políticos revolucionarios: "La participación o asociación presente o pasada de un preso con una organización involucrada en actos de violencia, que quiere trastornar o derrocar al gobierno de Estados Unidos o cuya ideología publicada propone violar la ley para `liberar' presos, es un factor que tiene que tener en cuenta nuestro personal en la valoración de los riesgos de seguridad que presenta un preso".

Así, a las tres presas políticas las trasladaron a una mazmorra especial donde las aislaron casi totalmente. Las tildaron de "peligrosas", a pesar de que no le han hecho daño a nadie, ni fuera ni dentro de la cárcel. Desde el comienzo, Lexington fue un experimento para quebrar a las presas políticas.

Una vida invivible

"Imagínense un mundo sin colores, en que todo lo que está al alrededor está pintado de blanco o de beige brillante: los muros, el suelo, los techos... todo. Incluso los uniformes (unos ridículos pantalones cortos escogidos por ser `femeninos') son de color beige. Donde no se permite ropa personal ni joyas. Luego, imagínense un mundo sin luz solar ni aire fresco. Donde solamente hay luces fluorescentes artificiales encendidas las 24 horas del día. Donde las ventanas tienen rejas metálicas para bloquear el mundo de afuera. Donde el aire, muy caliente o muy frío, es artificial y nunca fresco".

W. Reuben y C. Norman, revista Nation, No. 244, 1987

"La unidad de máxima seguridad es la muerte en vida".

Susan Rosenberg, presa política de Lexington

Los observadores de Lexington se horrorizaron con los extremos de esa unidad especial de 16 celdas de aislamiento, en el sótano, lejos de los demás presos. En las celdas se prohibía poner adornos personales. Las presas tenían que ponerse los mismos uniformes. Los muros no tenían color y las luces artificiales brillaban las 24 horas del día. No se podía vislumbrar el mundo de afuera, ni saber qué hora ni qué estación del año era. La "deprivación sensorial" tenía el propósito de causar depresión física y una sensación de aislamiento.

El contacto con gente de afuera estaba sumamente restringido. Restringían tanto la definición de "familiares inmediatos" que a una presa no le permitían ver a sus nietos. A los abogados y parientes los hostigaban y humillaban. Lexington estaba tan lejos que solo dos presas tenían visitas de sus familiares; dos nunca tuvieron visitas.

Les censuraban los materiales escritos. A los guardias les ordenaban no hablar con las presas sino cuando fuera necesario y tenían que anotar todo comentario de ellas en un informe.

Silvia Baraldini dijo: "El aislamiento en grupos pequeños es una forma de tortura en cualquier parte del mundo". El aislamiento tenía el propósito de crear enemistades entre las presas. Una dijo: "Quieren matarnos, pero preferirían que nos matemos nosotras mismas".

Varias formas de violencia sistemática buscaban hacerlas sentir impotentes. Las sometían a frecuentes registros corporales, que se deben considerar violaciones. Para poder salir al patio a un breve período de ejercicio, tenían que desnudarse para un registro corporal. Era tan humillante que no lo hacían, así que nunca les permitían hacer ejercicio. Una presa dijo: "Me siento violada a cada minuto del día".

La unidad tenía un sinnúmero de reglas arbitrarias y humillantes. Los guardias (casi todos hombres) vigilaban a las presas con cámaras de video las 24 horas del día, incluso en los baños. Tenían que pedir paños higiénicos uno a la vez de los guardias, que se mofaban de ellas. Las privaban de sueño, despertándolas a cada hora de la noche. Cuando se quejaron, empezaron a despertarlas cada media hora. Las obligaban a trabajar en oficios humillantes, como doblar ropa interior militar día tras día.

Para crear angustia y pasividad, les decían que nunca iban a trasladarlas de Lexington, que "van a morir aquí". No les ofrecían la posibilidad de salir por buena conducta. Solo les daban una salida: "cambiar sus asociaciones", o sea, renunciar a su política revolucionaria y delatar a sus camaradas de afuera.

Los efectos y la resistencia

Desde luego, esas reglas inhumanas afectaron mucho a las presas de Lexington. Sufrieron mucho y experimentaron un deterioro de salud, igual que las víctimas de tortura.

Tenían síntomas de claustrofobia, depresión, mareo, crisis de ansiedad diarias, pérdida de peso e insomnio. Una presa tenía vómitos constantes y deshidratación. Todas sufrieron de la vista: debido a la iluminación constante, veían manchas negras y rayas; además, como no miraban a una distancia mayor de 2 metros, perdieron la capacidad de enfocar a distancia.

A Silvia le salió un tumor, pero por la total falta de atención médica, no se lo diagnosticaron sino al año. Finalmente, la operaron, pero le negaron el tratamiento posterior que necesitaba. Alejandrina se enfermó del corazón por la presión y el maltrato.

Sin embargo, ninguna de las presas se quebró; encontraron la forma de mantener su unidad y conciencia en esas condiciones extremadamente difíciles. No "se arrepintieron" ni se vendieron al opresor.

Afuera, se emprendieron campañas de denuncia y demandas ante las cortes para que se cerrara la unidad de alta seguridad.

En 1988, tras dos años de lucha, cerraron la Unidad de Lexington. Sin embargo, el 8 de septiembre de 1989, la Corte Federal de Apelaciones anuló el fallo de una corte inferior y dijo que los vínculos y convicciones políticas de un preso seguirán siendo un criterio válido para asignarlo a una "unidad de control" federal.

Expansión de las unidades
de control

"Es la hora de apretar las clavijas".

Silvia Baraldini, 1998

El cierre de la Unidad de Lexington fue una gran victoria para los presos políticos y sus partidarios, pero las autoridades respondieron con un plan de expansión de las "unidades de control" o de "alta seguridad" (HSU).

Abrieron una nueva "unidad de control" más grande llamada Shawnee dentro de la prisión Marianna de Florida, casi diez veces más grande que la unidad experimental de Lexington. A las tres presas políticas de Lexington--Torres, Rosenberg y Baraldini--las trasladaron a la nueva unidad, donde las condiciones eran difíciles, aunque menos bárbaras que en Lexington.

Después las trasladaron a la prisión federal de Danbury, Connecticut. En diciembre, negaron la petición de libertad condicional de Silvia; le informaron que su sentencia se prolongará diez años más porque no quiso proporcionar información acerca de sus camaradas políticos.

Cuando cerraron Lexington, estaban construyendo 16 nuevas prisiones federales, muchas de ellas con nuevas unidades de control supermax (de máxima seguridad). Una nueva prisión supermax en Florence, Colorado, recibe presos de todo el sistema penitenciario federal. Es un centro de castigo especial. El aislamiento es tan severo que los presos no pueden juntarse ni siquiera para ceremonias religiosas. El prisionero de guerra puertorriqueño Oscar López de las FALN está ahí.

En docenas de nuevas unidades supermax de las prisiones estatales están aplicando los experimentos y métodos de Lexington y otras "unidades de control" federales. El preso político Mumia Abu-Jamal está en condiciones muy crueles en el pabellón de la muerte de una nueva prisión supermax de Pensilvania. Hugo Penell (de los 6 de San Quintín) estuvo preso en la prisión supermax de California, Pelican Bay HSU.

En 1996, el presidente Clinton aprobó la Ley de Reforma de la Litigación Penal, que limita drásticamente los derechos de los presos a entablar demandas ante las cortes federales acerca de las condiciones carcelarias.

La experiencia de las presas de Lexington demuestra claramente que el gobierno de este país tiene presos políticos y que ha ideado métodos sumamente crueles para castigarlos y quebrarlos. De hecho, está expandiendo la aplicación de esos métodos a todo el sistema penitenciario, cuando la cantidad de presos sobrepasa un millón; es obvio que el gobierno piensa castigar a grandes sectores de la población.

El heroísmo de las presas que, con su resistencia, sobrevivieron el horror de Lexington es un golpe muy fuerte al enemigo desalmado.

Para más información, véase "Through the Wire", un documental impactante de PBS acerca de Lexington por la directora Nina Rosenblum, narrado por Susan Sarandon y filmado por Haskell Wexler.


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