El mensaje de Capeman

C.J.

Obrero Revolucionario #950, 29 de marzo, 1998

Hace un par de semanas estaba en el super cuando vi los titulares del Daily News: "Fracaso multimillonario de Paul Simon: `Capeman', uno de los grandes perdedores de Broadway". ¡Qué mala onda! Vi que el latino que embolsaba el mandado se sentía igual; dijo: "Con Marc Anthony y Rubén Blades, ¿cómo iba a fracasar?".

¿Quién sabrá mejor que el New York Times, que encabezó la embestida contra esa creativa obra musical con dos reseñas de famosos críticos que la atacaron con saña? Una decía: "Es como presenciar la agonía de un animal". Encima de esas re-sañas, sacó un editorial que la crucificó. Otras publicaciones citaron dichas reseñas como si fueran la palabra de Dios. Si bien los críticos de la gran prensa disfrazaron sus ataques con un análisis artístico minucioso (y a mi modo de ver desalmado y descaminado), el de la revista New York nos hizo el gran favor de expresar sus objeciones políticas abiertamente: "El bandido como héroe es un tema problemático.... Robin Hood tiene la ventaja de ser un héroe legendario medieval y no un hombre moderno. En el caso de Salvador Agrón, alias `The Capeman' (El hombre de la capa), el asunto es más difícil, pues no es un personaje ficticio sino un hombre real".

Pensé: ¡Mira no más cómo están atacando esta obra! Debe ser muy buena, pero seguramente no va a durar mucho tiempo en cartelera. Así que me fui corriendo a verla y comprobé que estaba en lo cierto: la obra--escrita por Derek Walcott, un destacado poeta de Trinidad--está 100% con el pueblo. ¡Qué lástima que mucha gente no tendrá la oportunidad de verla!

Paul Simon ha dicho que el tema de la obra es "la posibilidad de la redención, qué es y cómo lograrla". Lo que determina si a uno le cae bien o mal es el concepto de clase que tenga, su idea acerca de QUIENES tienen la posibilidad de redimirse. Como dijo Mao: cada clase tiene su propio criterio artístico y político, y este es decisivo.

La obra relata la vida de Salvador Agrón, un puertorriqueño que vivía en Nueva York. En 1959, cuando tenía 16 años, Sal y otros de su pandilla apuñalaron a dos chavos blancos en un parque, pensando que eran de la banda rival irlandesa del barrio Hell's Kitchen (que los puertorriqueños tenían prohibido pisar). Sal tenía una capa y su amigo Tony Hernández (El hombre del paraguas) tenía un paraguas. Tres días después arrestaron a toda la pandilla en una redada. La prensa lanzó una campaña racista en su contra; en poco tiempo, a Tony y Sal los condenaron a muerte. En 1979, Salvador salió en libertad después de muchos años en el pabellón de la muerte; era un hombre totalmente distinto.

Desde entonces la cantidad de presos en Estados Unidos se ha triplicado gracias a leyes como "3 strikes", y el porcentaje de jóvenes negros y latinos presos es espantoso. La policía detiene a niños de apenas 10 años y les empieza su hoja de antecedentes. En algunos estados hay una ejecución a la semana. Se canaliza el dolor de los familiares hacia movimientos reaccionarios de "derechos de las víctimas", que otorgan mayor poder al gobierno para ejecutar. En fin, se fomenta el castigo de los de abajo y, dada esa situación, fue muy chingón hacer una obra para Broadway--tradicionalmente de arte blanco--acerca de un chavo puertorriqueño que recobra su humanidad a través de la lucha por entender el sistema que lo metió en sus mazmorras.

La odisea de Salvador comienza en Mayagüez, Puerto Rico; la isla se representa como un pequeño paraíso de luces colgado en el escenario. ¿Por qué se habrán ido de un lugar tan lindo? Pues la familia vivía en la miseria: su madre (protagonizada estelarmente por Ednita Nazario) trabaja en un asilo de pobres donde las monjas golpean a Salvador por orinarse en la cama y un sacerdote le pronostica un futuro desastroso. La familia se suma a miles más que no tienen más alternativa que migrar a la ciudad de Nueva York en los años 50.

En el escenario cae una enorme alambrada y en el fondo vemos imágenes de chavos corriendo a toda velocidad por las calles tenebrosas de la ciudad.

Llegamos con ropa liviana a un invierno terrible,
corazones ardientes a un lugar helado.

Pero no todo es sombrío entre la basura y los grandes edificios de los barrios pobres. El escenario brilla con el baile de chavos llenos de gracia que se deslizan al ritmo de canciones de amor y mambos.

Entonces me doy cuenta de que detrás de mí está una familia puertorriqueña, una mamá con tres hijas. Al igual que muchos más del público, gritan, aplauden y cantan la letra en español. Las hijas le compraron los boletos a su madre como regalo de cumpleaños, para que tuviera la oportunidad de ver al increíble Marc Anthony como el joven Sal y a Rubén Blades como Sal de adulto. En el intermedio, la señora me dice que se crió en los proyectos de Brooklyn en esos tiempos y conoció a Carlos Apache, uno de la pandilla de Sal: "Pensábamos que lo que hacían estaba mal, pero imagínate que te dijeran que no podías ir a ciertas zonas simplemente por ser puertorriqueño. Así vivíamos". Añadió una hija: "Salvador no era mal tipo. La vida de la calle se lo tragó, igual que ocurre hoy con muchos muchachos".

Sal: En las calles oscuras del peligro
Mi deber es defender a mis ñeros
En esta tierra donde soy ajeno
y el odio es eterno.

La obra no es un simple conflicto de buenos contra malos. Al contrario, examina a fondo las contradicciones en el seno del pueblo. Por ejemplo, hay una escena donde la madre de Sal se encuentra con las madres de los dos muchachos irlandeses, prendiendo velas en la iglesia. Las tres discuten y la mamá de Salvador trata de romper el muro de prejuicio y venganza de las afligidas señoras.

Esmeralda: "Su hijo está con Dios por culpa del mío.
Mi hijo condenado
también se me irá;
el gobierno se encarga de eso, seguro, señora".

Primera señora: "Ustedes los latinos vienen a este país
no cambian de vida
desagradecidos inmigrantes piden compasión
pero su respuesta a todo es el cuchillo".

Segunda señora: "Mi fe me manda rezar por el alma del asesino,
pero tendría que ser Jesucristo en la cruz
para abrir mi corazón después de sufrir esa gran pena.
¿Lo puedo perdonar?
¿Lo puedo perdonar?
No, jamás lo haré".

Afuera del teatro se soltó el mismo debate. Grupos a favor de la pena de muerte como "Padres de los asesinados" hicieron un piquete; dijeron que Paul Simon estaba glorificando a un asesino y deshonrando la memoria de sus hijos. Simon reflexionó mucho su respuesta: "Al principio no estaba seguro, pero después entendí lo que Salvador Agrón nos quería decir acerca de la compasión. Insistía en que había cambiado, que se había vuelto un ser humano mejor. Pero cuando uno quiere considerar ese punto de vista, explorarlo, hay gente que se pone muy agresiva y pregunta: ¿y las víctimas?.... Pues yo quisiera que consideremos la posibilidad de la redención de Salvador. Si al final de la obra, uno sale del teatro y dice: `Al fin y al cabo ese tipo es un maldito', pues, está bien. Pero exijo--aunque no tengo el poder de imponerlo--que se examine la cuestión honestamente".

A lo largo de la obra, llegamos a captar, junto con Sal, las leyes sociales que moldean su vida y la violencia del sistema que enemista y destruye la vida de tanta gente. Vemos las desalmadas autoridades racistas que atacan a Sal y Tony en una rueda de prensa después de su arresto. Se proyectan grandes imágenes de los noticieros. Reporteros rabiosos los interrogan: "Se sienten muy machos después de matar a esos muchachos, ¿eh?". Sal: "Lo que siento es ganas de matarte a ti, eso es todo lo que siento". En ese momento, el público ve a un joven que brega por defenderse ante la prensa reaccionaria que quiere crucificar a los puertorriqueños, y debe preguntarse: ¿quiénes son los verdaderos criminales?

Diecisiete años después el mismo reportero sangrón le pregunta: "¿Qué dirías a los padres de esos jóvenes hoy? ¿Cuántos años tienes ahora? Treinta y dos, ¿no? Ellos tendrían un hijo de 32 años, pero no es así. ¿Cómo respondes a esa situación?". Sal: "Es una pregunta sumamente difícil... Si me pudieran perdonar, los trataría humanamente y, aun si no me perdonaran, los trataría humanamente". Reportero: "Así que en verdad no tienes ninguna respuesta para ellos".

Todos hemos presenciado docenas de incidentes semejantes de manipulación por la prensa o por los matones del sistema. Me hace recordar un comentario de la escritora Toni Morrison; recientemente estaba hablando del tormento que han sufrido los pueblos oprimidos a través de los siglos: "Creo que al recoger esa historia y retratarla artísticamente, no dejamos ganar al enemigo".

Una parte de la historia popular que "The Capeman" rescata es cómo los años 50 se entroncaron con los 60 y cómo el movimiento de resistencia de aquellos tiempos cambió a Salvador Agrón, aun en el pabellón de la muerte. (Es otro "pecado" que los críticos no perdonan.)

En 1978, un año antes de salir, Sal le describió su educación en prisión a un periodista: "Lo primero que leí fue la Biblia y después empecé a estudiar todas las religiones del planeta. Entonces me di cuenta de que la religión estaba estrechamente ligada a la política, la sociedad, la sociología y demás. Emprendí un estudio de los filósofos: Hegel, Kant, Spinoza, Descartes; y después Marx, Lenin y Mao. Estudié el acontecer mundial, psicología, química, biología, etc., cosas que no querían que los presos estudiáramos.... Los presos que llegaron en los años 60 eran del movimiento de derechos civiles y del movimiento contra la guerra. Me alegró cuando llegaron porque vi la oportunidad de canalizar su lucha para cambiar la vida de la prisión. Para mí, los años 60 fueron un tiempo cuando se vio la realidad tal cual.... Hoy día tienen miedo de lo que se vio en esa época".

En la obra, una joven del desierto representa el nuevo espíritu rebelde. Wahzinak (protagonizada por Sarah Ramírez) es una amerindia que lee los escritos de Agrón circulados por "grupos radicales". Le atrae ese hombre que dejó la ideología del gángster por la filosofía antiimperialista. Aunque jamás se conocen cara a cara, se enamoran por correspondencia, además de adquirir un gran respeto por el poder del movimiento.

Sal capta mucho acerca del sistema por medio del estudio, pero igual que todos, las lecciones más duras las aprende en carne propia. Por ejemplo, experimenta el hostigamiento constante de un guardia racista que sueña con matarlo con su rifle Winchester 243 ("muy bueno para cazar venado").

¿Es posible vivir semejante degradación todos los días y transformarse en un ser consciente y humano?

Sal: "La política de la prisión es el espejo de la calle
Los pobres aguantan
la policía domina....
Transformo lo malvado de mi ser en virtudes
aunque las autoridades me nieguen esa posibilidad".

*****

Desafortunadamente, algunos artistas y activistas progresistas han aplaudido el cierre de "The Capeman". ¿Por qué? Muchos sienten rencor por Paul Simon y piensan que cualquier obra suya robará y traicionará la cultura popular. La mayoría de ellos no ha visto la obra y, tristemente, ya no tendrá la oportunidad de hacerlo.

En parte, la postura de esa gente se desprende de la enorme discriminación que sufren los artistas de las nacionalidades oprimidas (especialmente el robo y traición de sus expresiones culturales). Por mi parte, digo que con más razón necesitamos una revolución, para que el pueblo tenga el poder de establecer igualdad en el campo de la cultura y para que florezca la diversa cultura de los pueblos de color. Ahora, estamos en el proceso de unir nuestras fuerzas y luchar por la igualdad (y por hacer una revolución de a de veras); entonces, ¿cómo vemos a un artista que produce obras colectivas que ilustran las experiencias del pueblo? ¿Alienta a nuestra causa o la perjudica? Además, cabe preguntar: ¿cómo podría beneficiar a los oprimidos el hecho de que fuerzas ajenas, que no saben nada de la cultura ni la situación del pueblo, hayan expulsado "The Capeman" del escenario?

Juan González, un periodista del Daily News que lleva mucho tiempo apoyando al preso político Mumia Abu-Jamal, dijo: "Simon ha logrado algo que Broadway ni siquiera ha intentado. Nos ha brindado una muestra del aporte más grandioso de Puerto Rico al arte mundial: su música, con los aguinaldos de las montañas, la bomba y la plena de la costa, el mambo, y el doo-wop y hip hop de las calles de Nueva York...".

Simon colaboró con los más grandes músicos puertorriqueños para montar "The Capeman". Le dijo a la revista Rhythm/Music: "Casi en el mismo momento que estaba pensando hacer `The Capeman', conocí a Eddie Palmieri y nos hicimos amigos. Un día que le estaba haciendo unas preguntas me dijo: `Sería un privilegio ser tu maestro', y respondí: `Pues sería un honor ser tu alumno'".

Simon hizo su primer trabajo de este tipo hace más de diez años, cuando colaboró con músicos de Sudáfrica para crear el bello disco "Graceland", y después grabó "Rhythms of the Saints" (Ritmos de los santos) en Brasil. Se armó un gran debate en torno a "Graceland". Dice Simon: "... Hubo mucha discusión, pero ahora el trabajo artístico multicultural es muy común. Se hace todos los días, no se puede parar. El mundo es chico, vivimos juntos y tenemos que aprender los idiomas de otros pueblos.... Cuando uno está de visita en otro país, debe portarse correctamente para que lo inviten de regreso.... Debe respetar las costumbres de los demás. Pero, como músico, es natural respetarlas. Las culturas son tan diversas, tan abundantes, es un privilegio".

Simon le dijo a Rhythm/Music: "Todos hemos trabajado juntos y con gran compromiso en este proyecto. No ha sido solamente un trabajo, una chamba. Es mucho más. La meta no es tener éxito. Claro, esperamos que así sea, pero lo más importante es la satisfacción artística".

Para contrarrestar los rastreros ataques y chismes, la actriz Ednita Nazario hizo algo poco usual y dio una declaración a la prensa: "Como miembro del reparto, me siento obligada a decir que la experiencia ha sido totalmente distinta de lo que he leído en los periódicos. Todos estamos convencidos de que hemos logrado mucho. Es una obra maravillosa y la tomamos en serio. Estamos muy orgullosos".

Sarah Ramírez (Wahziak) expresó lo mismo en el vestíbulo del teatro Marquis después de una de las últimas funciones. La rodeaba gente muy diversa del público: señoras con sus abrigos de piel, cuatro estudiantes universitarias de Nebraska (fans de Paul Simon), una pareja negra, varios chavos puertorriqueños que se parecían mucho a Sal y Tony. Todos estaban indignados por el cierre de una obra que les hizo reír y llorar. La señora negra dijo: "No venimos muy seguido a Broadway porque nunca vemos a gente como nosotros en el escenario. Ahora, por fin hay una obra estupenda con gente de color y la quitan antes de que siquiera se tenga la oportunidad de verla".

*****

Recién me contó un amigo de un preso que visitaba, otro puertorriqueño llamado Eddie que maduró en las mismas cárceles que Salvador Agrón. Se hicieron amigos y camaradas tras las rejas. Eddie vino de niño a Estados Unidos con sus padres. Jamás pudieron salir adelante y regresaron a Puerto Rico. Eddie tenía 12 años y decidió quedarse porque sabía que lo único que le esperaba en su tierra era la miseria. Vivía en la calle hasta que un dueño de edificio de departamentos le ofreció $5000 por incendiar uno de sus edificios. Dos ancianos murieron en el incendio; a Eddie lo sentenciaron a largos años de cárcel y al dueño le dieron una pequeña multa. Mi amigo visitaba a Eddie y se escribían; presenció su evolución en un luchador. Luego, Eddie desapareció y las autoridades dijeron que no sabían (o no quisieron decir) qué pasó.

Jamás se sabrá que pasó con Eddie y, como él, hay miles más. Al brindarnos la historia de Sal y su cultura, "The Capeman" nos dio la oportunidad de entender su vida y el infinito e increíble potencial que existe de propia transformación personal y del mundo.


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