La emancipación de la mujer no se encuentra en la Biblia

Bob Avakian

Obrero Revolucionario #997, 7 de marzo, 1999 "Por cualquier lado que se mire, no cabe duda de que en la actualidad hay lo que se podría llamar una `crisis moral en Estados Unidos'. Ha habido un considerable `derrumbamiento de la moral tradicional'. Pero la respuesta a esto, si se piensa en lo que más le conviene a la gran mayoría de la población de Estados Unidos y a la gran mayoría de la humanidad, no es reafirmar agresivamente esa `moral tradicional', sino conseguir que la humanidad encarne una moral radicalmente diferente, a medida que vaya transformando radicalmente la sociedad y el mundo, y como algo necesario para lograrlo. No se trata de apretar las cadenas de la tradición sino de romperlas".

Bob Avakian

En vista de la actual lucha intestina de la clase dominante, la serie de artículos de Bob Avakian, Presidente del PCR, sobre la "crisis de la moral" es muy pertinente. Entre estos importantes ensayos figuran: "Predicando desde un púlpito de huesos: Lo que no dice `Virtudes' de William Bennett o, necesitamos moral, pero no la moral tradicional", y "Acabar con el `pecado' o, necesitamos moral, pero NO la moral tradicional" (Parte 2)*.

En esta parte Avakian comenta sobre los escritos de Jim Wallis, un activista religioso que dirige la revista Sojourner. Wallis y otros lídere cristianos han promulgado un "Grito de renovación: Que se oigan otras voces", que pide un "cese de hostilidades" verbales en las guerras ideológicas de la derecha cristiana y que se haga un esfuerzo para "lograr una política con valores más espirituales que ideológicos". En esta selección de "Acabar con el pecado", Avakian comenta sobre el libro de Jim Wallis titulado The Soul of Politics (El alma de la política).

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Tal vez la expresión más concentrada de lo que tiene de malo el punto de vista de Wallis es su discusión de la mujer, el patriarcado y la familia. Una vez más, la parte titulada "Patrones de desigualdad, explotación de las compañeras", contiene denuncias contundentes de algunos de los aspectos más espantosos de dicha explotación, como el saqueo sexual de mujeres por soldados estadounidenses en países como Filipinas, así como la muy generalizada violación y agresión contra la mujer en Estados Unidos. También ilustra gráficamente la inseparable conexión entre "el sexismo y la publicidad" en la economía y cultura de Estados Unidos. Sin embargo, cuando Wallis se propone examinar "La estructura del sexismo" y sentar bases para comprenderla y atacarla con los valores bíblicos, se ve obligado a retroceder y a defender o aceptar buena parte de esa estructura de opresión.

Wallis dice que "el problema entre el hombre y la mujer no es por la sexualidad sino por la desigualdad de poder". Menciona "el patrón subyacente y motor" de la violencia contra la mujer y dice que "El nombre de ese patrón es el patriarcado: la subordinación de la mujer al hombre...el control de la mujer...ha sido la característica dominante del patriarcado desde los primeros tiempos¼. Al igual que los esclavos, la mujer fue convertida en propiedad, la propiedad del hombre" (pp. 104-105, 106-107).

El problema es que la fuente a que recurre Wallis para guiarse y oponerse a la opresión patriarcal, la Biblia, es en sí un importante pilar de dicha opresión. Eso queda absolutamente claro en los primeros cinco libros de la Biblia (los libros de Moisés), así como en el resto del Viejo Testamento y a lo largo del Nuevo Testamento, y muy patentemente en la Epístola de Pablo, generalmente considerado una de las figuras más importantes e influyentes del Nuevo Testamento y de la religión cristiana en su etapa inicial y formativa.

La subordinación de la mujer a su esposo, y a los hombres en general, es algo que la Biblia predica y da por sentado. Además, en muchas partes, especialmente en los capítulos y libros donde están los Diez Mandamientos y la Ley Mosaica, en vez de prohibir la adquisición de mujeres como esclavas y como premios de guerra y objetos de saqueo sexual, eso se ordena y decreta (véase, por ejemplo, Exodo 21, Deuteronomio 22 y Jueces 21).

Esta profunda contradicción--que Wallis quiera ver el fin de la opresión patriarcal y la desigualdad de la mujer, y al mismo tiempo quiera defender la moral y las reglas que formulan la Biblia y la "tradición judeocristiana", que encarnan y refuerzan esa opresión patriarcal y desigualdad--se manifiesta en todo el discurso de Wallis sobre el patrón de la desigualdad sexual y se destaca agudamente cuando habla sobre el aborto, que correctamente identifica como uno de los principales "campos de batalla" en Estados Unidos (y otros países) hoy.

Oposición incongruente al patriarcado

Wallis escribe que él y sus compañeros de la revista Sojourner "han abogado a favor de los derechos e igualdad de la mujer" y que al mismo tiempo "hemos defendido el valor sagrado de la vida humana, a partir de nuestras raíces religiosas y nuestro compromiso al pacifismo". Y concluye: "Esos dos valores--los derechos de la mujer y la santidad de la vida--se han vuelto los polos antagónicos de nuestro discurso público" (p. 109).

Una vez más, y característicamente, Wallis quiere acabar ese antagonismo por medio de la reconciliación (quiere "bajarle el volumen a la retórica" de lo que para él son dos posiciones "extremas") y dice que "necesitamos respuestas a las inquietudes de ambos lados" (pp. 109, 110). Pero, ¡¿qué quiere decir que una persona que dice oponerse a la opresión patriarcal, describa la firme defensa del derecho de la mujer al aborto, y la oposción apasionadamente combativa a quitarle ese derecho, como "extrema"!? Quiere decir que la oposición de esa persona a la opresión patriarcal es, en el mejor de los casos, incompleta e incongruente. Tal es el caso de Wallis.

Como hemos señalado muchos de los que defendemos el derecho de la mujer al aborto "a solicitud y sin tener que pedir disculpas", el derecho de la mujer a decidir cuándo quiere hijos--el derecho a no tener hijos contra su voluntad--es tan fundamental como el derecho de los negros a no ser esclavos. Pedir la reconciliación sobre problemas y derechos tan fundamentales como ese solo les conviene a los que quieren esclavizar y negar esos derechos fundamentales. Y a eso es precisamente lo que Wallis contribuye cuando dice que no se debe prohibir judicialmente el aborto en todas las circunstancias, pero que tampoco debe ser un derecho inalienable ya que (citando a la "feminista Shelley Douglass") "es `casi siempre un mal moral'" (p. 110).

Debido al hecho fundamental de que lo que existe en el cuerpo de la mujer, desde el momento en que se embaraza hasta que termina el embarazo, no es un "bebé" o "niño" completo sino un feto en desarrollo, una parte integral del cuerpo y funcionamiento físico de la mujer--el cual tiene el potencial de ser un ser humano independiente aunque todavía no lo es--Wallis falla cuando busca justificar su posición sobre el aborto apelando al "valor sagrado de la vida humana", basándose en la tradición bíblica. Wallis menciona con aprobación a "ciertas mujeres que tienen una ética coherente de la vida, que ve la amenaza de las armas nucleares, la pena capital, la pobreza, el racismo, el patriarcado y el aborto como parte de un tejido inconsútil de intereses interconectados y entretejidos sobre el valor sagrado de la vida" (pp. 109-110, énfasis en el original). Pero la verdad es que la Biblia y la "tradición judeocristiana" no sientan las bases para ese "tejido inconsútil".

No hay refugio en la Biblia

Como señalé en mi crítica a Virtudes de William Bennett, el sexto mandamiento, leído en el contexto de la "ley mosaica" de que es parte, significa que se prohíbe matar a una persona a no ser que "La ley" o "el Señor" lo consideren justo y necesario. Es más, la Biblia urge matar por muchas razones, y hay muchos casos en que esas matanzas serían consideradas hoy perversas y crueles por casi todos, por más que la Biblia las celebre. (Véase, por ejemplo, Exodo 32:16-28, Exodo 21:17 y Deutoronomio 21:18-21.)

Lo que eso refleja es que en todas las sociedades humanas, incluso aquellas en las que surgió la Biblia, quitar la vida humana--así como el aborto de un feto, que es una forma de vida, si bien no todavía un ser humano separado--siempre será juzgado por la sociedad según el criterio de cómo afecta a esa sociedad en un sentido general. Además, donde la sociedad está dividida en grupos sociales--y muy especialmente en clases--el punto de vista que predominará sobre esos problemas es el de la clase que tiene una posición dominante en la economía y que por ende domina la vida política, cultural e intelectual de esa sociedad.

Las sociedades que la Biblia refleja y defiende son sociedades en las que la esclavitud y otras formas de explotación y opresión, como la opresión patriarcal de la mujer, así como la rivalidad y saqueo entre diferentes naciones e imperios, son elementos integrales e indispensables, y la manera que la Biblia ve el quitarle la vida a alguien es un reflejo de eso.

Por tanto, si bien la Biblia no puede justificar la posición del "tejido inconsútil", sí justifica o explica diversas formas, incluso las más extremas, de opresión y saqueo, como la de la mujer.

Mientras uno siga aferrándose a la Biblia y su visión moral--a los "valores centrales, derivados de nuestras tradiciones religiosas y culturales", como dice Wallis (p. 42)--jamás podrá luchar cabalmente por la abolición de todas las formas de opresión, arrancar de raíz todas las relaciones económicas y sociales que esclavizan y explotan, con sus correspondientes instituciones políticas y expresiones ideológicas. En última instancia, solo es posible librar y ganar una lucha así de cabal y verdaderamente revolucionaria si se rompe con esa visión, esas tradiciones y esos "valores tradicionales".

*En los Nos. 840 a 846 publicamos partes de "Acabar con el `pecado'" sobre la moral comunista. En los Nos. 848 a 850 publicamos tres partes de "Un púlpito de huesos". Esta es la segunda de cinco partes de "Acabar con el `pecado'" sobre el libro de Jim Wallis The Soul of Politics.

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