El despelote electoral del año 2000

El mito del voto

Obrero Revolucionario #1080, 27 de noviembre, 2000, en rwor.org

Al cierre de esta edición, continúa la indecisión sobre el próximo presidente. Los dos bandos lanzan acusaciones, ponen pleitos y hacen un chingo de propaganda. Están al borde de acusar al otro lado de robarse las elecciones. Queda por verse hasta qué punto va a llegar esta refriega.

Por el momento todavía no ha estallado una crisis que amenace la estabilidad del sistema, pero es un gran despelote. Si ocurriera en un país de la lista negra de Estados Unidos, provocaría un chorro de declaraciones de superioridad del sistema estadounidense. Por todo el mundo, se regocijan de ver la irónica situación de los hipócritas asesinos de Washington en este momento. Incluso sus aliados se están divirtiendo dándole una o dos patadas a la superpotencia que domina arrogantemente a todos los demás.

Fuera de las preocupaciones por la reputación internacional, el hecho es que las elecciones desempeñan un papel sumamente importante en el mito nacional con que la clase dominante mantiene la lealtad de grandes sectores de la población y ejerce control. En particular, el mito de que las elecciones son el medio por el cual "la voluntad del pueblo" se hace sentir es de suma importancia para la clase media. Si se pone en tela de juicio, y la actual crisis lo está vapuleando, sería muy serio para el sistema.

Bush dijo que no debían seguir contando de nuevo los votos (con lo que él seguiría como ganador) y quedó como un niño caprichoso. Gore se mostró más respetuoso de la "voluntad del pueblo" y de los "trámites que dicta la ley de la Florida"... porque le convenía que contaran de nuevo los votos.

Un asistente de Bush dejó saber que si los resultados fueran al revés, si Bush hubiera ganado el voto popular y no el voto del Colegio Electoral, habría lanzado una campaña para deslegitimar la victoria de Gore.

Cuando entraron en el juego la Secretaría de Estado de la Florida y los tribunales federales y estatales, se vio que el "imperio de la ley" vale gorro: las decisiones de cada dependencia respondían a las presiones y lealtades partidarias de distintos sectores de la clase dominante.

Fue casi cómico ver a los partidos políticos mandar a paseo sus "principios tradicionales": los republicanos aplaudieron la intervención de un tribunal federal en asuntos locales (para parar el conteo); los demócratas dijeron que la Florida (con su gran cantidad de jueces demócratas) tenía el "derecho estatal" de gobernar la elección sin intervención federal. Esto va contra las posiciones usuales de los partidos a lo largo de la historia política del país.

Se vio claramente que la decisión final no depende del "imperio de la ley" ni de la "voluntad del pueblo"; la primera consideración es cómo pasar la batuta con orden y legitimidad de un presidente al siguiente.

El ideólogo conservador William Bennett expuso el problema con bastante claridad: "Nuestra democracia depende del respeto a ciertas reglas tácitas. Una de ellas es que el candidato presidencial que pierde las elecciones no disputa los resultados a menos que haya evidencia de fraude e irregularidades masivos.... Si se violan esas reglas tácitas, se pone en marcha una cadena de acontecimientos que puede llevar a una crisis política".

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Desde el comienzo, parecía que la clase dominante se sentiría igualmente cómoda con Bush o Gore en la Casa Blanca. Pero ahora, la clase dominante teme que ninguno de los casi-presidentes pueda gobernar con plena legitimidad y apoyo.

Mucho antes de la hora de votar, la clase dominante ya ha seleccionado a los aspirantes a la presidencia. Pero el sistema necesita las elecciones para legitimar a los líderes.

Como resume Bob Avakian, Presidente del PCR: "Para decirlo en una oración: las elecciones son controladas por la burguesía; no son de ningún modo el medio por el cual se toman las decisiones básicas; y se efectúan con el propósito primario de legitimar el sistema, la política y las acciones de la clase dominante--dándoles la fachada de un mandato popular--y de canalizar, confinar y controlar la actividad política de las masas populares".

La poca participación popular en las elecciones ha corroído esa legitimidad. Este año apenas votaron la mitad de los que podían votar. Si contamos a los inmigrantes y a los que han estado presos (que no pueden votar), votó menos de la mitad de la población en edad de votar. Los dos candidatos presidenciales recibieron el voto de menos de un cuarto de los adultos: no es un nombramiento muy convincente que digamos para manejar un imperio.

Pero ahora, tras el despelote electoral, se teme que, no importa quién gane, el nuevo presidente no tendrá "legitimidad" a los ojos de grandes sectores de la población, e incluso de sectores de la misma clase dominante. Si gana Bush, los partidarios de Gore que creen que no les contaron el voto tendrían una razón más para odiar a Bush. Y un vistazo a republicanos que trataron de echar a Clinton (y en particular los fascistas cristianos que encabezaron esa "inquisición") da una idea de cómo van a reaccionar esos sectores de la clase dominante si gana Gore. Todo eso podría llevar a más crisis y trastornos políticos, no importa quién gane este round.

Eso no es negativo para los que anhelan un cambio radical.

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Consideremos ahora ciertos interrogantes del electorado. Ciertos sectores sociales, por ejemplo los negros y los defensores del aborto, creen que hay importantes diferencias entre Bush y Gore. Lo mismo creen los seguidores de Nader, la mitad de quienes votaron por Gore. Mucha gente progresista nos ha dicho que imaginarse a George Bush en la Casa Blanca les da náuseas: un tipo que ejecuta presos por docenas, que apoya la bandera de la Confederación (un símbolo de racismo) y que cree que el peligro del calentamiento global es una invención.

Rara vez ha habido dos candidatos tan parecidos políticamente, pero es cierto que tienen diferencias en asuntos como el aborto, la diversidad, la educación pública y la acción afirmativa. Eso es parte de la charada electoral, porque si no hubiera diferencias entre los candidatos, nadie le pondría bolas. Sin embargo, si examinamos las posiciones de los demócratas, resulta claro que no corresponden a los intereses populares y que no resolverán los problemas del pueblo.

Veamos el aborto: Bush quiere prohibirlo y Gore no; pero Gore dice (al igual que Clinton) que debe ser "legal pero poco común". Durante los últimos ocho años de gobierno demócrata, la oposición ha sitiado con impunidad las clínicas de aborto y matado a médicos, y el gobierno ha impuesto nuevas restricciones como las leyes de consentimiento paterno. Desafortunadamente, el movimiento popular ha puesto sus esperanzas en la Casa Blanca y en la Secretaría de Justicia, lo que lo ha paralizado a pesar de serios ataques a los derechos de la mujer.

O hablemos del racismo de la policía que para a los negros y latinos en las carreteras y calles: Gore dice que lo declarará ilegal. Pero, ¿bastará una ley para eliminar 200 años de racismo institucional? ¿No es necesario luchar contra la supremacía blanca, las estructuras de inequidad racial y la policía? Apoyar a Gore aleja al pueblo de lo debe hacer para operar cambios radicales.

A veces se dice que el cambio radical no es práctico ahora. ¿Por qué no? Los partidos oficiales son los que restringen el marco de acción (como cuando Gore y Bush excluyeron a Nader de los debates), así que cuando alguien "se tapa la nariz y vota por Gore", está aceptando eso y aceptando que la política no puede ir más allá de lo que considere aceptable este sistema y la clase dominante.

Hay que ver todas las cosas criminales que los dos candidatos apoyan:

Ambos Bush y Gore quieren una atmósfera más represiva: más policía, mas poderes policiales, mas cárceles. Los dos aplauden la guerra contra la droga, o sea, la criminalización de una generación.

Ambos Bush y Gore aceptan que Estados Unidos debe ser el dueño del mundo y mandar el ejército a intervenir por todo el planeta. Gore apoyó a Reagan durante la guerra fría, y a George Bush Sr. durante la guerra del Golfo. Gore acicateó el bombardeo de Yugoslavia y apoya el embargo de Irak, que ha costado millones de vidas. Mejor dicho, Gore y Bush son imperialistas de cuerpo completo y los dos aplauden la explotación capitalista por todo el mundo.

Bush es el príncipe de las ejecuciones, pero Clinton llegó a la Casa Blanca tras ejecutar a un hombre negro que tenía lesiones cerebrales. Gore dice que ordenará ejecuciones federales si es presidente.

Encima de todo esto, los demócratas (junto con los republicanos) han empujado el "centro" político más y más a la derecha. Votar por los demócratas por aquello de que "de dos males hay que elegir el menor" es dejarse manipular por las maquinaciones del sistema.

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Otra razón que hemos oído para votar por Gore es que así le "queda debiendo" a la izquierda. Pero nada en la triste historia de votar por el "mal menor" demuestra que eso beneficie al pueblo.

También se dice que por medio de estrategias electorales el pueblo puede organizarse y fortalecerse para el día en que se pueda luchar de otra manera. Sin embargo, trabajar dentro del marco electoral no lleva a cambiar el clima político ni a formar alianzas para cambios radicales serios.

Pensemos en los millones que no participan, por rechazo o exclusión, en el proceso electoral, especialmente los millones de proletarios en los barrios pobres, reservas indígenas, cárceles, etc. ¿Contribuiría a un cambio radical que votaran y aprendieran a poner sus esperanzas en los representantes del sistema? Cuando entran a la arena electoral (tan altamente controlada), aunque lo hagan con la intención de luchar por un cambio y por medidas progresistas, los maniatan, cooptan y desmoralizan. Es una pérdida de energía y una traición de sus esperanzas.

En el libro Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr?, Bob Avakian escribe: "El hecho de aceptar el proceso electoral como la quintaesencia del acto político refuerza también la aceptación del orden establecido y actúa contra cualquier ruptura radical con ese orden".

A fin de cuentas, ¿para qué cuenta el voto? ¿Sirve para acabar la pobreza? ¿Para que los sin techo tengan una vivienda digna? ¿Para abolir a la CIA y los marines? ¿Para que los niños pobres tengan buena educación y futuro? ¿Para que la mujer tenga igualdad o el derecho de abortar sin peligro y sin excusas?

No.

La liberación no es una opción en las papeletas electorales. Nunca. El único camino para alcanzarla es la lucha revolucionaria.


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