Investigación para el nuevo Programa

El proletariado en el campo de California

Obrero Revolucionario #1089, 4 de febrero, 2001, en rwor.org

Durante una celebración en el Area de la Bahía de San Francisco de los 25 años del PCR, unos jóvenes presentaron el siguiente informe de su investigación social para el nuevo Programa.

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Introducción por el maestro de ceremonias: Como saben muchos de ustedes, el PCR está en el proceso de elaborar un nuevo Programa para hacer la revolución aquí en las entrañas de la bestia. Para contribuir al borrador, muchos simpatizantes nuevos por todo el país están ayudando al partido a investigar la situación del pueblo. Aquí en el Area de la Bahía, unos jóvenes están participando en esta tarea; fueron hasta donde viven los trabajadores del campo, entrevistaron a obreros de fábricas, e investigaron la situación de las escuelas públicas de Oakland con respecto a la vida de la juventud. Esta noche, nos presentarán esta información.

XXX: Para nosotros en la BJCR (Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria), esto fue todo un proceso para descubrir quién es el proletariado y cuál es su gran causa histórica. Como parte de este proceso, tratamos de entender más a fondo el marxismo-leninismo-maoísmo y las cuestiones fundamentales del comunismo. Todos los jóvenes que participamos en la investigación aprendimos un montón. El sistema nos pinta de ridículo, diciendo que no existe una clase obrera en Estados Unidos desde los años 70, pues, ¿dónde están las fábricas de automóviles, dónde están los talleres? Bueno, salimos a los campos agrícolas y las escuelas, y ¡zas!, allí están los proletarios. Encontramos al proletariado en la superestructura, en la industria de servicios, y en los talleres de hambre donde trabajan como esclavos en la producción de ropa o piezas de computadoras. El sistema educativo prepara a la juventud para ser la próxima generación de la clase obrera, parte de la clase internacional del proletariado del mundo entero. Ahora les contaremos unas historias sobre nuestra clase.

YYY: Primero, quiero hacer un comentario general sobre la investigación para el Programa. Los grandes medios de comunicación nos cuentan que "la economía está en auge", que todo anda muy bien, pero ocultan a todo un sector del pueblo y lo hacen invisible para la demás gente. No nos damos cuenta de que aquí mismo, en el Area de la Bahía, existen talleres de hambre, hay un proletariado muy numeroso que vive en la miseria, que trabaja de 12 a 14 horas al día todos los días, que paga cien dólares la semana por el "privilegio" de dormir en el suelo de un apartamento. La sociedad encubre la situación de esos trabajadores, así que conocerla era parte del proceso de hacer investigación para el nuevo Programa.

Tuve la oportunidad de entrevistar a un inmigrante de México que trabaja en una fábrica de colchones. Tiene una jornada de 12 a 14 horas todos los días del año; descansa solo un día, en Navidad. Trabaja así desde hace años. Es el destino de los que vienen de inmigrantes. Su familia comparte una casita de dos recámaras con dos familias más. Fui a su casa, y no es nada grande. En México estudió ingeniería. Está aquí desde hace ocho años y aun tiene la esperanza de terminar su carrera para tener una vida mejor para él y sus hijos.

Al escucharlo, me acordaba de la leyenda griega de Sísifo, un hombre que tiene que empujar para siempre una gran piedra cuesta arriba. Siempre que llega a la cima, la piedra se rueda para abajo y tiene que empezar de nuevo. Repite el proceso una y otra vez, hasta la eternidad. De igual manera, este trabajador, a pesar de que trabaja tan duro sin alcanzar a superarse, de todos modos dice que guarda la esperanza de que algún día, si trabaja lo suficiente, su vida será mejor. Me dio tanto tristeza porque yo presiento que no se le va a realizar y creo que él también, en el corazón, lo sabe. Pero guarda la esperanza simplemente porque sin esperanzas la gente no puede seguir viviendo.

Soy miembro de la BJCR porque creo firmemente que sí le ofrecemos al pueblo una esperanza verdadera, basada en la historia de nuestra clase y nuestro pueblo, y en la lucha bien dada que se requiere para tumbar este maldito sistema y ofrecer a millones de personas, como este señor, una verdadera oportunidad de vivir una vida mejor para él y sus hijos.

ZZZ: El 5 de mayo, me paré a las seis para ir a observar la situación de los trabajadores de campo en Salinas, California, y teníamos que llegar temprano para alcanzarlos. Nos dijeron que su jornada es de las seis de la mañana hasta bien tarde. Después de manejar alrededor de varios "files", nos paramos en un sembradío de lechuga de Dole, una subsidiaria de la compañía grande de Bud Antle. Fuimos a platicar con los trabajadores mientras cortaban rápidamente la lechuga.

Al parecer, todos eran de México. Como no hablo español, me le pegué a uno de mis compañeros que traducía mis preguntas y las respuestas. No dejaron de trabajar; los hombres se agachaban para cortar las lechugas, mientras las mujeres las envolvían y las juntaban. De cada dos lechugas, dejaban una sin cortar. Cuando preguntamos por qué, contestaron que si cortaban mucho, sobraría en el mercado y se bajaría el precio. Les preguntamos si a veces llevaban a la casa lo que quedaba, pero decían con la cabeza que no, y vi que tenían miedo de perder el trabajo.

Como el sol estaba muy fuerte, todos usaban manga larga y se tapaban la cara con pañuelos. Uno se tapaba con una hoja grande de lechuga, que le podía hacer daño por los pesticidas.

Platicamos con muchas personas que tenían casi las mismas experiencias de venir de México para hacer la labor del campo aquí. Muchos vivían apretados en un apartamentito o tuvieron que dejar a sus familias e hijos en México. La única persona que hablaba inglés--supusimos que era la supervisora--nos dijo que la situación de los trabajadores era mejor y que todos los empleados de la compañía Bud eran documentados, pues de no ser así no les daban empleo. Comprobamos que no era cierto, al encontrar después a un señor que acababa de brincar la frontera e iba a entrar a trabajar al siguiente día.

Los trabajadores nos explicaron que el 30% de ellos vivían en Salinas y el otro 70% migraban de cosecha a cosecha. Preguntamos a una cuál era la cosecha más difícil; contestó que el apio porque tienen que agacharse muchas horas y les duele la espalda.

Después pasamos a un sembradío de fresa. La cosecha de fresa parecía más agotadora porque todo el tiempo tenían que caminar y recoger agachados. Empacaban las fresas en las mismas cajitas de plástico que se venden en la tienda.

Visitamos los campamentos donde viven muchos de los trabajadores; eso me impactó muchísimo porque era muy obvio lo que sufren por trabajar en el campo. En un cuarto muy pequeño duermen de seis a once hombres, en catres de hierro como de prisión, con un colchón muy delgadito. Otros duermen en literas. Las mujeres no pueden visitar el campamento. Hay letreros en las paredes que dicen: "No se permiten prostitutas". No hay insulación y la queja que más oíamos era que se pone bien frío de noche. La única cosa en el cuarto algo parecida a mi vida era un estereo Sony nuevecito, igual al que tengo en mi recámara. Este detalle me sacó de onda porque el brillo de las lucecitas chocaba tanto con la miseria en que vivían esos señores. Es tan claro e indiscutible que su situación es intolerable, sin embargo la encubren la sociedad y el gobierno, especialmente a partir de la Proposición 187 que les quitó a los indocumentados el servicio médico y la educación. La industria de agricultura aquí necesita de estos trabajadores, mientras en sus propios países hay hambruna por culpa de la globalización de la economía imperialista. Preguntamos a los trabajadores si asistían a la escuela, pero todos dijeron que tenían que ver por la familia y no les alcanzaban las horas del día.

Yo trabajaba en una tienda de tela y ganaba un sueldo relativamente bajo de $7.75 por cortar la tela y cobrar en la caja. No podía creer que estos trabajadores del campo recibían el mismo sueldo que yo, cuando el país no depende de mí para alimentarse. Estos trabajadores tienen que mantener a la familia en sus países de origen, pagan los biles de sus apartamentos y campamentos aunque sean apretados, y además tienen que pagar comida y transporte. Dicen los hombres que en los campamentos cobran a cada uno $85 a la semana, o $350 al mes, por un cuartito donde duermen tres. Algunos firmaron un contrato que supuestamente les paga más si cortan más lechuga. Por cada caja que contiene más de 12 lechugas, les pagan $1.29, que apenas alcanza para comprar una sola lechuga en la tienda. Preguntamos a uno qué desearía cambiar y contestó: "Que me paguen más. Todo está bien caro. Con lo que ganamos, no se puede mantener una familia de cinco". Tomando en cuenta los gastos, el salario mínimo no es nada más que para mantener vivo al esclavo.

Ser testigo de esta situación y conocer a las personas que cultivan los alimentos, me aclaró la cuestión de quién es el proletariado. En estos "files" recogen y empacan las cajas de lechuga que luego llegan a la mesa de las familias de más ingresos. Descubrí que la "dichosa globalización" es muy desigual. Estas compañías aprovechan hasta donde puedan del trabajo mal pagado y el sufrimiento de los trabajadores, mientras les dicen que "agradezcan que tienen empleo".

Es de suponer que muchos de esos trabajadores eran indocumentados, y más vulnerables. También al gobierno se le hace fácil negarles servicio médico o educación, declarándolos ilegales cuando terminan sus labores.

Ahora que voy a la tienda, siempre recuerdo lo que requiere una cajita de fresas o una lechuga, y me da ganas de contarle a los demás compradores cómo les llega la comida que meten en el carrito del mercado.


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