La rapiña de la biotecnología

Obrero Revolucionario #1112, 29 de julio, 2001, en rwor.org

El 24 de junio, la Organización de la Industria Biotecnológica (BIO) inició su reunión anual en San Diego, California; asistieron miles de científicos, ejecutivos y abogados de las trasnacionales, funcionarios del gobierno y otros representantes del capitalismo que quieren sacar provecho de una sociedad más patentada y cosificada, donde los avances científicos y los conocimientos de la humanidad se vendan al mejor postor.

En respuesta, centenares de personas acudieron a "BIOJUSTICIA/Superar la Biodevastación 2001" para protestar contra la avaricia de la industria de biotecnología y sus prácticas dañinas a los seres humanos. Llegaron de todo el país y de México, Canadá, India, Brasil, Inglaterra, Alemania, Sudáfrica, Colombia y Filipinas. La mayoría eran jóvenes (algunos de apenas 13 ó 14 años), además de gente de más de 60 ó 70 años. Participaron médicos, agricultores, estudiantes, profesores, genetistas, anarquistas, comunistas revolucionarios, botánicos, químicos, luchadores chicanos, ecologistas, biólogos y feministas.

Con conferencias, protestas y desobediencia civil condenaron la destrucción de la agricultura, el robo de la información genética, el desarrollo de armas de guerra biológicas, el saqueo del planeta por los gángsteres trasnacionales y la mercantilización de toda esfera de la vida. Con pasión, rigor intelectual y buena voluntad examinaron los grandes peligros que la ingeniería genética entraña para la salud, el ambiente y la sociedad.

A lo largo de la historia, el ser humano ha experimentado y "alterado" la naturaleza para producir alimentos, medicinas y otros productos. Pero hoy la biotecnología capitalista abre nuevos horizontes de explotación y amplía el imperio de la ley de las ganancias.

Chaia Heller, profesora del Instituto de Ecología Social en Vermont, señala: "El mismo sistema capitalista que produce la biotecnología provoca guerras comerciales y crea estructuras económicas que hunden a los pueblos del mundo en la miseria. Todo eso lo hace el mismo sistema".

Ganancias tóxicas

Desde 1987, las corporaciones de la industria biotecnológica han alterado genéticamente los alimentos del planeta, con peligrosas consecuencias. En muchos casos ni siquiera han estudiado los efectos para los seres humanos. En otros casos, los resultados de los estudios son alarmantes. En 1998, Arpad Pusztai, un investigador del Instituto de Investigación Rowett de Escocia, hizo el primer estudio independiente sobre los efectos de alimentos genéticamente alterados (alimentos GE). Se planteó investigar si los genes de los alimentos GE son dañinos para los mamíferos; descubrió que el proceso mismo de alterar los genes puede afectar los sistemas digestivo e inmunológico de los mamíferos. Cuando Pusztai empezó a divulgar esas conclusiones, Monsanto (una importante corporación biotecnológica estadounidense) donó $224.000 al Instituto Rowett; el instituto despidió a Pusztai y el director desconoció el estudio.

¿Por qué motivo ocultarán las conclusiones de un estudio científico? Veamos el caso de la ingeniería genética del maíz para darnos una idea. México es la cuna del maíz, cultivado por los indígenas de Oaxaca y Chiapas por miles de años. Hasta hace poco, el maíz nacional era el alimento básico del pueblo y miles de campesinos lo sembraban para ganarse la vida. Pero eso cambió cuando la trasnacional Aventis elaboró StarLink, un maíz biogenético que produce su propio pesticida.

El gobierno prohibió StarLink en este país porque puede causar alergias severas: erupciones en la piel, diarrea y problemas respiratorios. Pero gracias al Tratado de Libre Comercio (TLC/NAFTA) --que ha facilitado las operaciones de las trasnacionales en México-- las corporaciones estadounidenses como Aventis, Dupont y Archer Daniels Midland han inundado el mercado mexicano de miles de toneladas de StarLink a un precio tan barato que las semillas nacionales no pueden competir. Pueblos enteros han tenido que abandonar las tierras que cultivaron por siglos y trasladarse a los cinturones de miseria del D.F. o emprender el peligroso viaje al Norte.

Otro ejemplo es el aceite de canola. La corporación Monsanto (que controla el 85% de la semilla GE que lo produce) afirma que la ingeniería genética reducirá el uso de pesticidas, pero Monsanto ha diseñado los cultivos genéticamente alterados para que sean más resistentes a los herbicidas. Y Monsanto está aprovechando su monopolio de la producción de semillas para inundar el mercado con semillas genéticamente alteradas. En resumidas cuentas, está obligando a los agricultores a comprar sus semillas.

En las protestas de Biojusticia participaron dueños de pequeñas granjas que producen sus propias semillas. Se oponen al control de la producción de alimentos por las grandes corporaciones de la agroindustria; se consideran guardianes de las tierras y se dedican a producir alimentos sanos. No quieren sembrar semillas GE, pero Monsanto no les deja más remedio. En 1998, elaboró la Tecnología Terminator, que produce organismos genéticamente alterados (GMO) que matan a la segunda generación de sus propias semillas. Si se le permite a Monsanto emplear esa tecnología en todas partes, los granjeros no podrán guardar las semillas y sembrarlas al año siguiente, una práctica muy común que es económica y mejora la calidad de los cultivos. Tendrán que comprar todas las semillas de Monsanto a precios altísimos.

Los GMO Terminator también matan la semilla de otras plantas. (Y al eliminar la flora, eliminan la fauna --los animales e insectos-- que depende de ella para alimentarse y como hábitat). Debido a los procesos de difusión de semillas y polen, esos GMO dañan cultivos que se encuentran a muchos kilómetros y afectan las tierras de los granjeros que no quieren cultivarlos.

Actualmente, es prácticamente imposible obtener semillas que no sean genéticamente alteradas o tener cultivos que no sean GMO. El 70% de los productos alimenticios de Estados Unidos incorporan GMO. Las semillas-pesticidas y los alimentos genéticamente alterados que producen son una caja de Pandora: nadie conoce los efectos a largo plazo para la salud y el ambiente.

Para colmo, ¡Monsanto ha demandado a granjeros que no compran semillas GE! Percy Schmeiser, un granjero canadiense de más de 70 años que ha cultivado la planta que produce canola por 50 años, declaró que no iba a sembrar la semilla GE de Monsanto porque la considera peligrosa. En 1998, Monsanto lo demandó por infringir la patente cuando las plantas genéticamente alteradas de la corporación invadieron sus tierras. Es decir, semilla o polen de Roundup Ready (canola patentada de Monsanto) llegó a la tierra de Schmeiser y polinizó una de sus plantas. En marzo del presente, un juez concluyó que la presencia de una planta con el gen de Monsanto era prueba suficiente de violación de la patente. Schmeiser tuvo que entregar las ganancias de su cosecha a Monsanto y es probable que tenga que pagar los costos del proceso.

Schmeiser habló en la conferencia de Biojusticia en San Diego: "El hecho de que tengan patente de un organismo no les da el derecho de destruir lo que pertenece a otra persona. Les digo que si no quieren convertirse en siervos de la tierra, no cedan el derecho de guardar la semilla". Lo considera una cuestión de derechos elementales: "Es totalmente injusto que las trasnacionales pisoteen los derechos de los granjeros. Tengo cinco hijos y 14 nietos. ¿A poco les voy a heredar tierras tóxicas? ¡No! Estoy resuelto a dejarles tierras limpias".

Los voceros de la industria biotecnológica afirman que los alimentos genéticamente alterados resolverán el problema del hambre mundial al permitir que las tierras sean más productivas, los cultivos más resistentes a plagas y los alimentos más nutritivos. Pero la industria biotecnológica NO busca resolver el problema del hambre; busca aumentar las ganancias y monopolizar la producción y venta de alimentos.

Veamos el caso de "Golden Rice". En 1999, la trasnacional sueca y alemana Syngenta estrenó "Golden Rice", un arroz genéticamente alterado que produce más beta carotina (una sustancia que se convierte en vitamina A en el cuerpo humano). Millones de personas del tercer mundo padecen una deficiencia de vitamina A. Las mujeres que la padecen tienen mayores probabilidades de morir en el parto. Provoca la ceguera en 500.000 niños al año, debilita el sistema inmunológico y causa un millón de muertes cada año.

Se afirma que "Golden Rice" eliminará la deficiencia de vitamina A, pero en realidad produce una cantidad muy pequeña de beta carotina: para obtener una cantidad suficiente, una mujer tendría que consumir unos 7 kilos de arroz cocido diarios y un niño tendría que consumir 5 kilos. Y aun si el arroz tuviera grandes cantidades de beta carotina, no ayudaría a los que sufren de desnutrición o inanición, pues para absorberla el cuerpo necesita zinc, proteína y grasa, que escasean en la comida de los pobres. Sin embargo, los GMO como "Golden Rice" han reemplazado los diversos cultivos tradicionales en muchos países del tercer mundo. Necesitan riego, fertilizantes y herbicidas para dar un buen rendimiento, pero los herbicidas matan muchos vegetales tienen vitamina A. Además, "Golden Rice" ha contaminado las aguas y matado los peces y camarones en países como Bangladesh, donde han practicado la integración de la agricultura y la pesca durante siglos.

Luke Anderson, escritor inglés y organizador contra la ingeniería genética, señaló: "Según las Naciones Unidas, hoy por hoy producimos suficientes alimentos para abastecer al 150% de la población mundial. Los planteamientos del gobierno estadounidense y BIO 2001 sobre el futuro prometedor de la ingeniería genética solo sirven para desviar la atención de las verdaderas causas del hambre, la pobreza y los problemas de salud...".

En este momento hay más alimentos en el mundo que nunca y la producción de alimentos aumenta más rápidamente que la población. Sin embargo, casi un billón de personas padecen hambre, desnutrición e inanición a causa del sistema imperialista mundial, que se basa en la explotación y la concentración de riqueza y poder en las manos de un puñado.

Bioguerra

La industria biotecnológica también se presta para la guerra. Las fuerzas militares y policiales del país han dedicado considerable atención al desarrollo de armas biológicas. Han empleado sustancias psicofarmacológicas --como BZ (un fuerte alucinógeno que altera los procesos químicos del cerebro a largo plazo), Prozac de potencia militar y HED (drogas que "mejoran el rendimiento del soldado")-- en países como Bosnia y Afganistán. Y el ejército ha contratado a los alguaciles de Los Ángeles para elaborar y poner a prueba armas biológicas antimotines, como microondas, malodorantes y drogas que controlan la mente.

Asimismo, el ejército emplea organismos genéticamente alterados como fusarium EN-4 o "Agent Green" (un hongo que elaboraron hace 50 años en Fort Detrick, Maryland, el centro de desarrollo de armas biológicas) en "la guerra contra la droga" para eliminar cultivos como coca, marihuana y amapola. Pero como es un herbicida muy fuerte, mata todas las especies de coca, y otras especies de animales y plantas. Además el toxicólogo Jeremy Bigwood informa que el hongo sufre mutación y ataca muchas otras plantas, causa deficiencias inmunológicas fatales en los seres humanos y permanece en el suelo por 40 años.

En Colombia, donde Estados Unidos libra una guerra contra el pueblo con el pretexto de la guerra contra la droga, rocían "Agent Green" a las selvas tropicales desde aviones y rocían deliberadamente a las aldeas, lo cual contamina el agua y los cultivos, y socava la medicina tradicional y el uso religioso de la coca y otras plantas por los indígenas de la Amazonía. Eduardo Posada, presidente del Centro Colombiano de Física Internacional, encontró una tasa de mortalidad de 76% en los pacientes con deficiencias inmunológicas afectados por el hongo.

Es más, la ingeniería genética tiene el potencial de crear nuevas enfermedades y formas de vida, y desatar una pesadilla biológica. Por ejemplo, es posible crear microorganismos que digieran cualquier cosa. Hace unos meses la Marina patentó un microbio que digiere el plástico. Así como ese, están en el proceso de elaborar más. Un microbio GE que digiera asfalto o productos petroleros podría provocar una calamidad de gigantescas proporciones.

Por otra parte, las fuerzas militares quieren aprovechar la ingeniería genética para crear "armas étnicas", es decir, armas biológicas contra diferentes nacionalidades. Por ejemplo, grandes segmentos de las poblaciones del sudeste asiático no pueden comer lactosa porque no tienen la enzima para digerirla. Un arma biológica podría aprovechar ese hecho e incapacitar o matar a una población entera.

"Derechos de propiedad intelectual" y la cosificación de la naturaleza

"La bio[tecnología] se roba los conocimientos tradicionales sobre medicinas, plantas y semillas. Las corporaciones invaden nuestras comunidades y nos quitan los recursos. Estados Unidos y otros países avanzados se apoderan de las plantas medicinales y la medicina tradicional del tercer mundo. Quieren convertirlas en productos comerciales, conseguir patentes y cobrarnos precios astronómicos por tratamientos médicos que nuestros pueblos elaboraron colectivamente a lo largo de miles de años".

Victoria Tauli-Corpuz, directora del
Centro Ind
ígena de Investigación
y Educaci
ón de Filipinas

La vasta mayoría de la diversidad biológica del mundo se encuentra en las zonas tropicales y subtropicales. Los genes de las plantas, animales y microorganismos del hemisferio sur son la "materia prima estratégica" para la elaboración de nuevos productos alimenticios, farmacéuticos e industriales. Los agricultores y pueblos indígenas de esas regiones han desarrollado y mejorado esos recursos genéticos por miles de años, pero ahora las grandes corporaciones capitalistas de la biotecnología compiten entre sí para comprar, patentar, vender y sacar ganancias de ellos.

El acuerdo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) contiene una medida que se llama TRIPS (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados al Comercio) que permite a las trasnacionales patentar organismos y procesos orgánicos. La oficina de patentes de Estados Unidos ha espoleado a la industria biotecnológica, otorgando patentes para especies enteras de plantas, animales criados con ingeniería genética y más de 500.000 genes o genes parciales. Seis compañías controlan el 74% de dichas patentes: Monsanto, Aventis, Syngenta, Dow, DuPont y Pulsar.

Así que están privatizando los recursos biológicos elementales y solo los que paguen podrán usarlos o estudiarlos. Fuera de la protección del ambiente, las nuevas tecnologías genéticas plantean grandes interrogantes: ¿quiénes deben tener los derechos de propiedad del mundo natural? ¿Quiénes deben controlar los recursos biológicos y genéticos del planeta? En pocas palabras, se trata de la compraventa de la vida del planeta.

Un grupo de chavas que participaron en las protestas de Biojusticia condenaron la industria biotecnológica por patentar la leche humana: "Los seres humanos existimos como parte de una comunidad, no simplemente la comunidad humana sino una comunidad ecológica de la biosfera. Si un individuo dice que es el dueño de [la leche humana] y busca patentarla y venderla, eso borra nuestra calidad de ser humano... Nos enseñan a ser egoístas, que lo que nos debe importar es nosotros mismos --nuestra comida, nuestro coche, nuestra casa-- y que no debemos preocuparnos por la gente de México porque no forma parte de mí. Pero otros modelos plantean que somos una comunidad y nuestra comunidad se extiende a la comunidad biótica del mundo. Me preocupan los obreros de México porque son parte de mí. Si los despojan de sus tierras, si las corporaciones se roban sus conocimientos y los patentan para venderlos, eso me afecta a mí también. Es parte de mi comunidad y mi mundo".


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