Ideas sobre el papel social del arte

Parte 2: El arte y la ciencia

Ardea Skybreak

Obrero Revolucionario #1117, 2 de septiembre, 2001, en rwor.org

 

La actividad social fundamental es la producción; sobre ella descansan las demás; sin embargo, las actividades en el campo de la superestructura tienen un enorme impacto en la preservación o derrocamiento de una división social del trabajo determinada. La esfera política es la más determinante al respecto, pero el arte y la ciencia también afectan la dinámica y el desarrollo de la base económica de una sociedad (y sus relaciones sociales) tanto directa como indirectamente (al influenciar la esfera política). No podría ser de otra forma, puesto que el arte nos sirve para narrar el pasado, prever el futuro, retratar las contradicciones actuales en la sociedad y con el resto del mundo material, y también para organizar y transmitir nuestras percepciones.

Necesitamos del arte, no principalmente para distraernos de otras inquietudes y actividades sino porque el mismo proceso artístico es clave para interpretar el mundo y, además, para cambiarlo. Es clave no solamente para reflejar y transmitir un punto de vista, sino para forjarlo. Eso distingue la función social del arte y su gran importancia.

Divertir es un aspecto (secundario) de la función social del arte, pero no se compara con su papel ideológico general. De modo similar, muchas otras actividades sociales nos dan gusto o nos distraen, en el sentido amplio: comer una nieve, jugar deportes, apreciar la naturaleza. Estas actividades tienen un aspecto de diversión pero la gente no siempre las hace principalmente por eso. De hecho, cada quien las aprecia según su propio sentido de la estética, o sea, de lo que es “bello”, “maravilloso”, etc., lo cual depende mucho de sus experiencias y, por ende, varía mucho entre individuos o grupos con distintas experiencias sociales e intereses de clase.

Seguramente todos estamos de acuerdo en que la estética entra en la creación y apreciación del arte. Pero no por eso decimos que todas las actividades (aparte de la producción de lo necesario para vivir) son “arte”. Así que para identificar el carácter específico del arte como arte, tenemos que ir más allá de la “diversión” e incluso de la “estética”.

Comparemos los procesos creativos de la ciencia y el arte: ¿en qué se parecen y en qué se diferencian? Para el filisteo burgués, el científico típico es un técnico frío y calculador que mecánica y desapasionadamente amontona datos con el fin de inventar, por ejemplo, un foco mejor; por otro lado, el artista típico es un excéntrico, algo desconectado, incoherente, aunque útil para crear obras de diversión. Por supuesto, en este estereotipo, los dos no tienen nada que ver con la sociedad en que viven, y su trabajo se evalúa en un vacío.

Consideremos los procesos de “hacer ciencia” y “hacer arte”; para los dos hay que observar, explorar e investigar el mundo material y “encontrarle el significado” a un nivel u otro, descubriendo los mecanismos subyacentes del movimiento y desarrollo de la materia y sus patrones de organización. Para descubrir algo nuevo, el proceso siempre requiere (directa o indirectamente) la manipulación activa del mundo externo: el científico busca patrones en sus observaciones y hace experimentos para identificar las relaciones materiales implícitas; el bailarín hace lo mismo con la forma y el movimiento de los cuerpos; el escultor lo hace con materiales de distinta maleabilidad; el pintor con pigmentos y luz; el escritor con palabras, y así sucesivamente.

Tanto el científico como el artista manipulan la materia para sacar a la luz ciertas “verdades” materiales implícitas; para eso, tienen que escoger en qué enfocarse, qué aspecto sistematizar y concentrar, etc., según las prioridades que dictan sus experiencias sociales (aunque no rígidamente). Las preguntas que plantea el artista o el científico —como un ser social dentro de un contexto social dado— y cómo las contesta, dependen de las relaciones sociales predominantes, los métodos y puntos de vista correspondientes, y del grado de conformidad o ruptura con ellos del artista o científico.

Los dos procesos se parecen en eso. ¿En qué se diferencian? Es objetivamente difícil trazar una línea de demarcación clara entre estas dos esferas, y a veces el sistema social las diferencia exagerada y artificialmente (¡el sistema burgués más que ningún otro!). Sin embargo, hay diferencias reales que vale la pena investigar.

A veces, la motivación es obviamente distinta, cuando la actividad científica se orienta directamente a la producción; pero no es siempre así, y no me parece una distinción adecuada. Lo que sí me parece distinto es que la ciencia se impone a sí misma un conjunto de restricciones y limitaciones distintas a las del arte: la ciencia principalmente busca descubrir las relaciones materiales existentes de un aspecto (o muchos aspectos) del mundo real, para llegar a la más fiel apreciación posible de la realidad. El objetivo general es contribuir a nuestro conocimiento de la materia: su desarrollo pasado, su estado actual y su curso futuro probable, y transformar conscientemente el mundo externo de acuerdo con esa realidad. En otras palabras, la esfera científica busca y valora la más fiel correspondencia con la realidad material (¡no en el sentido mecanicista-reduccionista!).

¿Y el arte? También investiga y manipula activamente el mundo material, y también en última instancia influye en esas relaciones materiales; sin embargo, no tiene que corresponder tanto a la realidad material, sea del pasado, presente o futuro, y de allí proviene su valor social. Mucho más que la ciencia, el arte tiene el “derecho” de echar a volar la imaginación, incluso debe hacerlo para ser efectivo como arte. Por varios medios, retrata muy selectivamente la realidad, la distorsiona calculada y abiertamente, con el fin de darnos nuevas percepciones y perspectivas que no salen espontánea o comúnmente del mundo material. El proceso científico (tanto en las “ciencias naturales” como las “sociales”, entre ellas la teoría revolucionaria) también provoca nuevas percepciones y perspectivas, busca trascender la espontaneidad, genera nuevos puntos de vista y, en última instancia, desencadena una u otra forma de acción social; pero para hacerlo, tiene que corresponder más fielmente a la realidad material.

Un sesgo distinto

Precisamente porque el arte no se atiene estrictamente a la realidad y porque la sociedad lo entiende más o menos así, provoca pensamientos y perspectivas totalmente frescos, se atreve a cuestionar las normas establecidas, a “imaginar lo imposible” de forma “irresponsable” o “fantástica”, y ¡echarlo a caminar! En eso radica su aporte social específico. Precisamente porque se basa en la realidad material pero es relativamente libre de la marcha exacta de su desarrollo, es asombrosamente capaz de prever el futuro, de ser su “precursor”. Abre una “ventana” a las alternativas posibles para el futuro y, además, ayuda a realizar una u otra de ellas, por su poder concientizador (el cual tocaré más adelante).

Esta fidelidad menos exacta a la realidad es la fuente del valor social del arte, ¡no es un defecto que corregir! Los cazadores-recolectores de la sociedad !kung dicen que “no saben por qué los antepasados les contaron tales absurdos” (como los mismos !kung describen los antiguos mitos), sin embargo los siguen contando, y adornando, de una generación a otra. Seguramente contribuyen a la continuidad social, algo muy importante para los !kung; también contribuyen a forjar nuevos puntos de vista, y en algunos casos sirven de contraste. (“¡Así de feo hacían en los tiempos pasados, les digo!”, terminaba un narrador al contar muchas de las antiguas narrativas chistosas). Lo que quiero decir con eso es que el arte perdería su carácter social específico si lo tomáramos textualmente, y eso nos da una idea sobre su papel social general.

Esto lo toca el paleontólogo y experto en biología evolucionista Stephen J. Gould (que también tiene cierta capacidad artística, como se ve en sus colecciones populares de ensayos literarios sobre historia natural), en su introducción a la novela Dance of the Tiger (Baile del tigre), de otro científico, el paleontólogo sueco de renombre mundial Bjorn Kurten. (¿Ya ven lo difícil que es clasificar rígidamente estas disciplinas?) Esta novela es una exploración imaginativa y estimulante (y sí, ¡divertida!) de la posible vida e interacción social de los seres humanos de Neanderthal y de Cro-Magnon. Gould ha batallado mucho contra la fantasía e imaginación irresponsable en el campo de la biología evolucionista, así que aprecia que Kurten haya publicado sus reflexiones en forma de novela, presentada claramente como ficción. Como escribe Gould:

“Como científico, declaro algo quizás curioso: que la novela de Kurten es un lugar más apropiado que la literatura científica profesional para discutir muchos de los temas científicos que se debaten sobre los Neanderthal y los Cro-Magnon. La biología evolucionista ha sufrido mucho por un estilo especulativo que trata de sacar explicaciones históricas o de adaptación sobre por qué un hueso estaba así o un animal vivía en tal lado. A estas especulaciones se les llama `argumentos’, con tolerancia; más a menudo (y más correctamente) se les llama despectivamente `cuentos’ (o `cuentos de hadas’ si suponen, erróneamente, que todo existe por un propósito). Los científicos saben que son cuentos, pero desafortunadamente se presentan en la literatura profesional, donde los toman textualmente y demasiado en serio. Pasan a ser `hechos’ y entran en la literatura popular, muchas veces en forma prejuiciada, como la idea del mono asesino ancestral que nos absuelve de toda responsabilidad por nuestra sociedad asesina, o la imagen del macho dominante que justifica el sexismo actual como algo natural e `innato’.

“Sin embargo, esos cuentos tienen valor científico. Sondean las alternativas; canalizan los pensamientos a la construcción de hipótesis comprobables; sirven como una estructura tentativa para ordenar las observaciones. Pero son cuentos; ¿por qué no tratarlos como lo que son, sacarles todos los beneficios y el gusto, y evitar las batallas que surgen de presentarlos de otro modo?” (Stephen J. Gould, introducción a la novela Dance of the Tiger, de Bjorn Kurten)

Ursula LeGuin (una artista con profundo conocimiento científico) comenta más acerca de la fidelidad del arte a la realidad. En la introducción a su novela de ciencia ficción The Left Hand of Darkness (La mano izquierda de la oscuridad), escribe:

“En sus mejores momentos, los escritores de ficción desean la verdad: conocerla, decirla, servirle. Pero lo hacen en la forma más peculiar y evasiva: inventan personas, lugares y sucesos que nunca existieron ni existirán, narran esas fábulas con lujo de detalles y con gran emoción, y cuando terminan de escribir esa bola de mentiras, dicen: ‘¡Así fue! ¡La pura verdad!’... Al agarrar cualquier novela, uno sabe perfectamente que es un absurdo, pero al leerla, le cree todo. Al terminar una novela (si era buena), uno se siente un poco diferente a como era antes, algo cambiado, como si hubiera mirado una cara nueva o cruzado una calle que nunca antes cruzó”. (Ursula K. LeGuin, introducción a The Left Hand of Darkness).

No es que el arte no se base en la verdad, o que no tenga que expresar la verdad, sino que mira la verdad con un sesgo distinto. Es decir, es una “desviación de la norma”, que descubre la verdad implícita de una cosa “poniéndola al sesgo”, “ladeándola”, mirándola desde un ángulo insólito. La presenta en una forma que no es una copia exacta de la experiencia cotidiana, para provocarnos una respuesta distinta a “la norma”.

El proceso artístico tiene que nacer de la realidad material, y solo se desarrolla de acuerdo con las leyes de movimiento y desarrollo de la materia*. Pero el producto del proceso (la obra de arte) no es simplemente un reflejo preciso de esa realidad (ni, por lo general, debe serlo). Es una representación de la realidad conscientemente “sesgada” que crea algo completamente nuevo o, por lo menos, presenta un ángulo nuevo. Una obra dice la verdad si nos ayuda a percibir las realidades sociales o naturales; no dice la verdad si las confunde o las esconde. (Por supuesto, ¡toda obra de arte dice muchas “verdades” sobre el artista que la creó, aunque sean sus únicas verdades!)

De pasada debo mencionar que este asunto de “fidelidad” hace que sea muy problemático criticar una obra. Por un lado, el arte no existe en un vacío social, “por encima” de las relaciones sociales, así que el artista tiene un papel y una responsabilidad social, reconózcalo o no. Por otro lado, el arte puede y debe presentar “una amplia gama de alternativas” y sesgar la realidad a propósito, y en eso radica su contribución social y, al mismo tiempo, sus limitaciones y su potencial para servir a los intereses retrógados, aunque no sea la intención del artista (explicaré este punto más adelante).

Todo esto no quiere decir que el campo del arte sea lo “irracional”, el “sentimiento” idealizado o absoluto, como una esfera totalmente distinta del pensamiento (ni tampoco que el campo de la ciencia sea solo “lo racional”), ¡mucho menos que deberíamos debatir si se debe alentar o suprimir esa supuesta “irracionalidad” del arte!**

 

Forjar lo nuevo

Mi punto básico es que el arte es un medio decisivo para sistematizar y transmitir el conocimiento humano en un sinnúmero de formas, escogiendo ciertos ángulos, aspectos, etc., y empleando distintos medios (como símbolos o metáforas), para darnos una perspectiva fresca y hacernos mirar al sesgo. Cuando una obra logra hacer eso, la consideramos conmovedora, perturbadora e inspiradora, y suele causar controversia (si no al nivel político, al nivel ideológico y de criterios artísticos) ¡y de una manera u otra la vamos a discutir! El arte así nos da una sacudida, nos inspira a pensar lo impensable y nos invitar a viajar con la imaginación; además puede enseñarnos algo sobre las relaciones de la sociedad y la naturaleza. Repito, el arte hace esto en formas que no serían apropiadas para la investigación y formulación científicas responsables, ya que estas buscan (correctamente) restringir la distorsión de las relaciones existentes por el prisma de la subjetividad humana.

Por contraste, el artista puede hacer una mezcla inesperada de fragmentos de la experiencia social, sacar al primer plano ciertos aspectos insólitos y cambiar la combinación acostumbrada de elementos hasta que tiene, a veces, una conexión muy tenue con la configuración normal de la realidad (por ejemplo, el arte “abstracto”).

Sin embargo, puesto que esa conexión no se puede romper del todo y puesto que la mayoría de la sociedad (aparte de los sectores más filisteos) acepta tácitamente que el arte no es textual, la visión distorsionada o sesgada del arte puede reflejar y descubrir verdades profundas sobre nuestras experiencias como seres sociales.

Pero, si es así, ¿deberíamos describir la función social del arte más bien como “educación” en vez de “diversión”? Tampoco. Yo diría que la dicotomía educación/diversión respecto al arte es una dicotomía falsa que no capta que el arte sirve para crear algo nuevo. Al fin y al cabo, ¿no es un proceso creativo? Su función social no es simplemente la diversión (incluso en el sentido más amplio de la palabra) porque juega el importante papel de sistematizar y promover un punto de vista y una concepción del mundo; tampoco es simplemente educación en el sentido pedagógico, en el sentido de sistematizar y transmitir los conocimientos y puntos de vista obtenidos en otras esferas (como la lucha política o la experimentación científica).

Es innegable que los marxistas hemos tendido históricamente a confundir el arte con la educación, y especialmente con la agitación y la propaganda políticas (¡las cuales también se han confundido con la educación en el sentido pedagógico!). Pero no por eso debemos ir al otro extremo de que “el arte es diversión”. Tenemos que romper este círculo vicioso, enfocándonos en el carácter específico del arte como arte. (Si bien no existe “el arte por el arte”, ¡definitivamente hay “arte como arte”!) El arte usa medios indirectos y propios (que incluyen el aspecto de “fidelidad menos exacta”) para descubrir y transmitir aspectos de la experiencia social, un proceso que a veces desempeña un papel crucial para mediar rupturas radicales y forjar concepciones del mundo totalmente nuevas.

El papel social del arte es principalmente ideológico, pero eso no quiere decir que sirve solo para combatir otras ideologías. Si bien la lucha ideológica es un aspecto muy importante del arte, sería erróneo declarar que “el arte es, en esencia, protesta”, porque pierde de vista su papel crucial de forjar lo nuevo, no simplemente de contrarrestar la influencia de lo viejo y destruirlo. Necesitamos del arte no solo como arma en la lucha política/ideológica, sino como herramienta imprescindible para resumir las experiencias de la vida, entender las contradicciones y aplicar ese conocimiento de acuerdo con nuestros intereses sociales objetivos.

Por medio del arte, escalamos la cima más alta, respiramos profundamente y echamos un vistazo alrededor desde una nueva atalaya.

En la esfera del arte, igual que en la científica, es importante llegar a la verdad objetiva, no solo para conquistar al enemigo sino también para formular nuestra propia concepción del mundo. Por supuesto, en una sociedad dividida en clases y caracterizada por la lucha de clases, todo eso, tanto la construcción como la destrucción, tiene contenido de clase; sin embargo, el papel del arte no se reduce simplemente a la lucha directa contra la burguesía. Es especialmente importante captar eso, no solo para atizar al desarrollo del arte revolucionario, ¡sino para atizar la revolución! Porque es la mera verdad que:

“No es posible llevar a cabo la revolución socialista y la transición al comunismo sin crear una nueva cultura, y como parte de ella literatura y arte, que por primera vez en la historia, presente el punto de vista y promueva los intereses del proletariado de derrocar todo lo reaccionario y revolucionar toda la sociedad”. (Bob Avakian, Balas, p. 249).

En un número futuro les brindaremos la Parte 3: El arte y la política revolucionaria.

 

* En cierto sentido, todo artista está limitado por sus experiencias previas como ser social en un contexto social específico, por las limitaciones físicas del cuerpo humano y de las materiales de su obra; ninguno es infinitamente flexible o mutable, aunque todo artista bueno busca continuamente trascender sus propios límites y los de sus materiales. En este caso, también, la libertad nace de reconocer la necesidad y de transformarla.

 

** De hecho este argumento, basado en la presunta dicotomía del pensamiento y el sentimiento, o de la razón y la emoción, es un remanente arcaico del materialismo mecanicista del dualismo cartesiano (que desafortunadamente sigue muy vigente hasta hoy), que nunca pudo reconciliarse de lleno con el materialismo y la ausencia de dioses. Los que consideran el mundo material como algo estéril, al estilo mecanicista-reduccionista, sienten la necesidad de inventar un reino místico para atribuirle las cualidades de belleza, asombro, etc., cuya conexión íntima al mundo material no pueden ver. Por eso ciertos físicos de partículas de este siglo todavía creen en dios, y la creación artística se considera como algo místico, etc., etc.

 


Este artículo se puede encontrar en español e inglés en La Neta del Obrero Revolucionario en:
rwor.org
Cartas: Box 3486, Merchandise Mart, Chicago, IL 60654
Teléfono: 773-227-4066 Fax: 773-227-4497
(Por ahora el OR/RW Online no se comunica por correo electrónico.)