De nuestra corresponsal en Atenco, México

Parte 1: Lucha en La Magdalena

Luciente y el Grupo de Escritores de Atenco

Obrero Revolucionario #1174, 10 de noviembre, 2002, posted at http://rwor.org

Cuando el pueblo de San Salvador Atenco se opuso a la construcción en sus tierras de un nuevo aeropuerto para la ciudad de México, yo seguí con mucha atención la lucha en La Jornada y otros periódicos mexicanos durante meses. Cuando por fin la prensa internacional "descubrió" esta lucha en julio, vi por la tele imágenes fascinantes de este municipio en rebeldía: hombres y mujeres afilando machetes en el pavimento; carros de la policía volteados y quemados; un trailer de Coca-Cola volteado bloqueando la carretera; botellas de Coca-Cola convertidas en cocteles molotov; tanques con 40,000 litros de gasolina en los puentes listos para detonar por si se acercaba el ejército.

En México no se veía nada así en un buen rato. Yo tenía muchas preguntas que la prensa no contestaba, y quería informarme de esta lucha directamente por boca de sus participantes. ¿Qué los atizaba a defender con tantas ganas sus tierras? Así que unos compañeros nos fuimos a San Salvador Atenco a buscar respuestas. Este es el primero de cuatro informes sobre lo vimos y oímos.

La ciudad

Llegamos al D.F. muy de mañana, desvelados y con mucho entusiasmo. Tras mucho soñarlo, ahí estábamos entre los miles de miles que se abren paso por las calles de una de las metrópolis más densamente pobladas del mundo.

Bajo un cielo gris, las mujeres vendían quesadillas, tamales y atole. Los niños lavaban ventanas de coches, vendían chicles y lustraban zapatos. Hombres y mujeres se atiborraban en el metro. Los taxis, camiones y coches andaban a paso de tortuga en las congestionadas calles. Se calcula que a diario llegan más de 5,000 personas al D.F. a buscar trabajo.

Salimos de la ciudad en dirección a Atenco, y el ruido, la congestión y el gris dio paso al verde.

Era más fácil respirar.

Un municipio en rebeldía

La rebelión de San Salvador Atenco rasgó la gris neblina represiva que cubre a México. Cuando llegamos la plaza del pueblo todavía vibraba con los ecos de cuatro días de rebelión que sacudieron a México y recorrieron el mundo.

Por todos lados se veían pintas de "No aeropuerto" en las paredes. De los techos colgaban mantas de solidaridad de Tlaxcala, Oaxaca y otros estados. En la plaza había trozos de concreto para hacer barricadas y una pila de botellas de Coca al lado de un mural que decía "¡Unidad, organización y resistencia para vencer! ¡La tierra no se vende!". Frente al centro cultural José Enrique Espinosa (rebautizado en honor de un campesino con diabetes que murió detenido porque no dejaron que lo viera un médico) se veía una fila de coches y camiones expropiados de la policía y el municipio.

Dos semanas después de la victoria del 1§ de agosto, cuando el gobierno accedió a parar la construcción del aeropuerto, Atenco seguía siendo un municipio en rebeldía.

El campamento

El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando llegamos a La Magdalena, una de las 13 comunidades de Atenco que le entraron a la lucha. Un campamento servía de centro de organización y defensa las 24 horas. Por todo Atenco se alzaron campamentos como ese del 11 al 14 de julio.

El campamento está cubierto de mantas y rodeado de llantas quemadas, concreto y piedras para bloquear carreteras, y leña para iluminar las discusiones de chavos y campesinos.

En julio el pulso del campamento latía con velocidad. Los campesinos, vecinos y estudiantes construyeron barricadas para bloquear las carreteras y defender el pueblo de la Policía Federal Preventiva y otras corporaciones. Dormían por turnos en una hilera de colchones y frazadas donadas por los vecinos. Se rotaban la guardia y se quedaban despiertos hasta 72 horas. Una tele puesta en un cajón pasaba noticias.

En La Magdalena todavía se veía vigilancia y resistencia. Sentados largas horas con café y bolillos alrededor de una mesa, oímos informes de la lucha.

Los campesinos nos contaron que el gobierno de Vicente Fox ni se molestó en hablar con ellos de los planes del nuevo aeropuerto y que los humilló ofreciéndoles una ridiculez por la tierra. Luego se vio que el gobierno pensaba quitarles la tierra a la fuerza, a pesar de su importancia histórica, y ahí se enfurecieron más.

Muchos campesinos son descendientes de luchadores de la revolución de 1910. Un ejidatario de 75 años que ha trabajado 50 en su parcela nos dijo: "Yo pienso, ¿por qué no nos dejan nuestra tierra? Aquí nacimos, aquí vivimos, aquí tuvimos nuestros hijos, y aquí queremos morir. No queremos dinero. Prefiero un puño de tierra y no un fajo de billetes. Los billetes se van a acabar. Pero la tierra la voy a tener de por vida. Con orgullo puedo decirles que aún tengo mi puño de tierra; todavía lo tengo y lo seguiremos teniendo mientras tengamos vida.

Sentía mucho orgullo por la lucha: "Tenemos la satisfacción de haber derrotado al gobierno. Podemos decir `le pegamos duro al gobierno'; esto es positivo. Aún escuchamos a unos chamaquitos jugar y cantar: `Este machete sí corta cuero, no te me acerques pinche granadero'. Imagínese niños de 6 ó 8 años que ya estaban con esa idea. ¿Qué va a pasar cuando ellos ya sean jóvenes y también tengan una invasión como esta? Entonces ellos también se van a rebelar. Muchos viejos vamos a morir pero detrás de nosotros están los jóvenes".

Durante el levantamiento era difícil llegar a Atenco pues había unos trancones de tráfico de días. Pero eso no detuvo a unos doscientos estudiantes de la UNAM que se bajaron de los camiones y llegaron a pie. Pasaron varios días de guardia y muchos se quedaron después de la victoria en caso de que el gobierno se quisiera desquitar con los campesinos.

En lo grueso de la lucha se fusionó la experiencia, el conocimiento y la determinación de los campesinos y los estudiantes. Pasaron muchas noches desvelados aprendiendo unos de otros.

Los estudiantes aprendieron de la cultura y la historia de los campesinos de Atenco, de lo que es trabajar la tierra. Los campesinos aprendieron filosofía y de las luchas de todo el mundo. Los estudiantes que lucharon contra la privatización de la universidad también explicaron cómo defenderse de la policía y cntraatacar.

Una estudiante de la UNAM que vive en Atenco, hija de campesinos de Puebla, dijo: "Yo pienso que estábamos aprendiendo a trabajar colectivamente. Había una forma de pensamiento individualista de pensar cada quien por uno. El hecho de aquí es que se está aprendiendo cómo emplear todo este conocimiento, y todas esas cosas para un fin que ya no va a ser individual, sino ya va a ser colectivo".

Susana es una vecina que alentó la idea de montar un campamento en La Magdalena. Recuerda que Atenco era panista y que mucha gente votó por Fox en el 2000, y cuenta entre risas que los candidatos prometieron esta vida y la otra. Dice que ahora las cosas son diferentes, que la situación y la gente están cambiando. Los de abajo están diciendo "¡Basta! ¡Hasta aquí!". Ya no se tragan las mentiras del gobierno.

Otras señoras del campamento asentían con la cabeza cuando Susana contó la furia y la humillación que todos sintieron cuando el gobierno anunció que iba a pavimentar las tierras comunales para hacer pistas de aterrizaje. Unas señoras han heredado parcelas, pero incluso las que no tienen tierras dijeron: "Estamos decididas a todo".

Susana dijo: "Ya llegó el tiempo de decir basta... hasta aquí! Llegó el tiempo de defendernos. Estamos decididos a todo. Ahora ya no es tiempo de la mujer que estaba agachada. Ahora es el tiempo que ya está casi igual como el hombre. En todo ya se ve. Especialmente en el trabajo. Antes nos hacían de menos porque éramos mujeres. Ahora no. Es como lo que decía antes mi papá, `vale lo mismo una mujer que un hombre porque la mujer también entra a la joda del campo'".

Recordó cómo trabajaba con su papá en el campo: "Nosotras le ayudábamos antes a mi papá. Le ayudábamos con lo que podíamos y él nos enseñó a levantar una matita de maíz o una matita de frijol. Él nos decía: `aquí no vale que sea hijo o hija. Para mí los dos son iguales porque los dos andan en el campo'".

Susana ni quiere pensar cómo sería irse a la ciudad a trabajar en fábricas. Dice que la vida del campo es difícil, pero que los mantiene: "Yo pienso que no era justo que venían a ofrecernos dinero por la tierra. El dinero es como un dulce, te lo chupas y ya se acabó. La tierra no. Mientras dios nos preste vida tendremos nuestro cachito de tierra aunque sea. "Esta tierra es nuestra. El gobierno no la trabaja. Nosotros sí".

La celebración

El día que llegamos hacía sol y la plaza estaba medio vacía. Una señoras vendían flores de calabaza; pasaban carretas llenas de alfalfa para el ganado; la cancha de basquet estaba sola y solo había unas pocas personas en el auditorio decorado con murales de Zapata, revolucionarios a caballo y escenas de la revolución de 1910.

La gente que normalmente llena la plaza estaba en una fiesta celebrando la victoria.

Sentados alrededor de largas mesas, los vecinos comían y se contaban historias del 11 de julio. Un señor contaba con una sonrisa de oreja y oreja y ojos alegres que entró un camión de Coca-Cola; al minuto siguiente el conductor se desvaneció y en otro minuto el camión estaba vacío y volcado bloqueando la carretera. Todos se carcajearon cuando repitió el lema "¡Coca Cola, siempre presente en los más grandes eventos!".

En todo el salón se bailaba. Entre dos canciones un chamaco de 9 años corrió al escenario, estiró el brazo lo más alto que podía, meneó el machete y gritó: "¡Tierra sí! ¡Aviones no!" "¡Ni hoteles! ¡Ni aviones! ¡La tierra da frijoles!". Todo el mundo aplaudió entre carcajadas y vítores.

En las caras de Atenco se vislumbraba fuerza y orgullo, pero también amabilidad y acogida. La fuerza de las historias era arrolladora.

Al terminar ese día y en los días siguientes que pasamos en Atenco todos -chavos de 12 años, señoras, campesinos, estudiantes, abuelos- nos dijeron que la lucha los unió, y fortaleció el respeto mutuo y el cariño por la tierra.

Contamos que somos de la ciudad y que no conocíamos el campo de verdad, así que al día siguiente nos llevaron a ver cómo trabajan la tierra y lo que siembran.

Segunda parte: Los campesinos hablan de la tierra


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