La lucha de los chicanos y la revolución proletaria en Estados Unidos

De un grupo de estudio del PCR, EU
junio de 2001

Introducción

En el otoño de 1999 el Partido Comunista Revolucionario, EU emprendió un importante proyecto: elaborar un nuevo programa para la revolución en Estados Unidos. El programa de un partido es como una especie de mapa para destruir lo viejo y crear lo nuevo. Es un instrumento para conocer la sociedad y el mundo, y para identificar las fuerzas que harán la revolución. ¡El PCR, EU ha elaborado un borrador del nuevo Programa, el fruto de mucho trabajo y grandes esfuerzos de muchas fuerzas! Combina los resultados de estudio e investigación con lo que el partido ha aprendido a lo largo de 25 años de lucha por captar y aplicar la ciencia revolucionaria del marxismo-leninismo-maoísmo (MLM). Instamos a todos a conseguir el Borrador del Programa, a estudiarlo y a debatirlo con nosotros.

Nuestro partido entiende que para hacer la revolución se tiene que forjar un gran frente único bajo la dirección de la clase trabajadora (el proletariado). La alianza clave—el núcleo sólido—de ese frente único es la alianza revolucionaria del movimiento del proletariado multinacional consciente de clase con las luchas de los negros, chicanos, puertorriqueños, amerindios y demás pueblos oprimidos, contra el enemigo común: el sistema imperialista y la dictadura burguesa. Las luchas de las nacionalidades oprimidas contra su opresión son una fuerza sumamente poderosa para la revolución. Tal es el caso de la lucha de los chicanos.

Para entender los cambios en la composición, la situación y la lucha de los chicanos en los 20 años transcurridos desde que salió el anterior programa, se formó un equipo bajo la dirección del partido para investigar la vida y el movimiento de los chicanos hoy. Fuimos a bibliotecas, nos reunimos con intelectuales e investigadores chicanos, y entrevistamos a una amplia gama de jóvenes: de familias que llevan cinco generaciones en Nuevo México a hijos de inmigrantes recién llegados.

El Borrador del Programa resume los resultados de nuestra investigación y recomendamos que todos los lectores de este documento lo lean. Pero como la historia y la realidad actual de los chicanos son muy complejas e importantes, el partido nos pidió que escribiéramos una ponencia para ampliar el análisis de la fuente de la opresión de los chicanos y su solución. Esta ponencia amplía la posición del partido y del Borrador del Programa sobre ese tema, pero se debe considerar un “documento para facilitar la discusión” en vez de nuestra “última palabra”. Esperamos que estimule amplia discusión y debate sobre el Borrador del Programa, y que profundice nuestro conocimiento colectivo de por qué y cómo la revolución proletaria puede acabar con la opresión nacional de los chicanos, como parte de acabar con toda la opresión.

Un importante factor de la última década ha sido el surgimiento de una nueva generación de jóvenes chicanos que se han lanzado a la calle en luchas políticas. Los electrizó la rebelión de Los Ángeles de 1992, cuando proletarios negros y latinos[1] y otros sectores se alzaron contra la absolución de cuatro policías a quienes todo el mundo vio darle una brutal paliza a Rodney King. Los chavos chicanos y latinos desempeñaron un papel crucial en las protestas estudiantiles contra la Proposición 187 (un ataque a los inmigrantes en California). La rebelión de campesinos indígenas en Chiapas el 1º de enero de 1994, cuando entró en vigor el TLC/NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte)[2], los atizó. Desde entonces, esta nueva generación ha estado luchando en muchos frentes: contra la guerra a los inmigrantes y la militarización de la frontera; contra los ataques a los programas de acción afirmativa y estudios étnicos en California y por establecerlos en universidades del resto del país; contra la brutalidad policial, la represión y la criminalización de una generación; y contra la globalización imperialista y organismos internacionales como el FMI y la OMC.

Mao Tsetung, gran líder de la revolución china y de la revolución proletaria mundial, dijo que primero el pueblo lucha y luego busca la filosofía. Quería decir que primero el pueblo entra a la lucha contra la injusticia, y luego esa misma lucha lo lleva a investigar las causas de esa injusticia y de todas las injusticias, y cómo acabar con ellas. Eso describe lo que pasa hoy con muchos jóvenes y con la nueva generación chicana. No se sientan de brazos cruzados ante los ataques: “luchan de día” y “debaten filosofía de noche”. Muchos buscan cómo acabar la opresión de los chicanos y demás latinos de este país, y cómo se relaciona eso con la lucha de todos los oprimidos en Estados Unidos, al otro lado de la frontera (en lo que los imperialistas yanquis llaman arrogantemente su “patio”) y por todo el mundo. ¿Por qué existe esta situación y cómo se puede cambiar radicalmente? ¿Qué clase de cambio se necesita, se desea y es posible? ¿Cómo se puede lograr? El Borrador del Programa del partido y esta ponencia tienen que llegar a las manos de todos los que se preguntan ¿“cómo cambiar el mundo”?

Algunas cuestiones importantes

En el curso de esta investigación surgieron algunas preguntas básicas para entender la historia y la realidad actual de los chicanos y el análisis del partido sobre la cuestión nacional de los chicanos. Por ejemplo, ¿qué es esta nacionalidad oprimida? ¿Quiénes son los chicanos? Como lo describe el Borrador de Programa:

“La historia de los chicanos se desprende de la conquista del Suroeste por la clase dominante estadounidense durante la guerra de 1846-1848 contra México, la dominación de México por el imperialismo yanqui, el atraso del Suroeste y el hostigamiento y explotación de los inmigrantes mexicanos. A los chicanos los despojaron de sus tierras y los trataron como extranjeros en territorios robados por Estados Unidos; los hostigaron por defender su cultura e idioma, los discriminaron en todos los renglones: trabajo, vivienda, educación. Tienen una historia económica y social común que, junto con el hostigamiento, opresión y discriminación, los ha forjado como nacionalidad oprimida en Estados Unidos.

“Muchos chicanos son del Suroeste de Estados Unidos y otros son descendientes de las grandes olas de inmigrantes mexicanos. Los chicanos tienen raíces históricas en el Suroeste y allí están concentrados hoy, aunque hay importantes concentraciones en otras partes del país. Incluso en el mismo Suroeste, los chicanos tienen diferencias de cultura e idioma. Pero tienen una experiencia de opresión común, producto del relativo atraso y pobreza del Suroeste, la dominación imperialista de México, la superexplotación de los inmigrantes mexicanos y la concentración de chicanos y mexicanos en las capas inferiores del proletariado”. (Borrador del Programa, p. 92)

Muchos de los jóvenes que están en las primeras filas de las batallas de hoy son hijos de inmigrantes mexicanos. Encarnan un aspecto muy propio (y complejo) de la cuestión nacional de los chicanos: el hecho de que la población chicana crece constantemente con la llegada de nuevos inmigrantes. Los que permanecen en Estados Unidos—y especialmente sus hijos—se incorporan a la minoría nacional chicana. Los chicanos son un grupo concreto, pero muy diverso, de gente de ascendencia mexicana, que nació o se crió en Estados Unidos. Algunos tienen raíces en el Suroeste antes de la conquista por Estados Unidos; otros nacieron en Oaxaca (en el sur de México) y emigraron a este país. Unos crecieron hablando inglés en Chicago o San Antonio; otros crecieron hablando español en Los Ángeles y aguantando las burlas en la escuela hasta que aprendieran inglés. Esta ponencia se propone captar mejor esa diversidad y lo que une a los chicanos como nacionalidad oprimida, y cómo eso afecta su vida, su lucha y su camino a la liberación.

Eso nos lleva a otra pregunta importante: ¿qué significa decir que los chicanos son una minoría nacional oprimida? La gran mayoría de los chicanos concentrados en los centros urbanos—del Suroeste, pero también del interior y de todo el país—no vinieron del Suroeste, sino del campo y las ciudades de México, principalmente a partir de 1910. Además, como veremos en el análisis que sigue, la historia del Suroeste, donde los chicanos han vivido por muchas generaciones, comprueba que no llegaron a constituir una nación. Más adelante veremos detalladamente la diferencia entre una nación y una minoría nacional, pero debe quedar claro que reconocer que los chicanos son una minoría nacional oprimida, y no una nación, es importante para comprender cómo luchar por su liberación, y no para decidir si tienen el derecho a ser libres.

Todo eso pone de relieve la importancia estratégica de la frontera de 3000 kilómetros que el imperialismo yanqui comparte con un país al que domina y explota salvajemente, México. La historia y la lucha actual de los chicanos están inextricablemente ligadas a la dominación de México y la superexplotación de los mexicanos que se ven obligados a venirse. Si bien el camino a la revolución es distinto en cada lado de la frontera, los pueblos de Estados Unidos y México tienen un enemigo y una lucha comunes: derrocar el dominio criminal del sistema imperialista capitalista de Estados Unidos. En los últimos años, hemos visto reverberar luchas a ambos lados de “la línea”. Por eso, las crecientes luchas de los chicanos y mexicanos en Estados Unidos son importantes en sí y son una fuerza potencialmente muy poderosa que vincula y fortalece a los movimientos revolucionarios de ambos lados de la frontera.

Esta ponencia tiene tres partes: La Parte I examina la historia y la situación actual de los chicanos. La Parte II examina las causas de su opresión y cómo la pueden eliminar la victoria de la revolución proletaria y la formación del estado socialista. La Parte III presenta algunos puntos de vista y programas del movimiento de hoy, y explica en qué tenemos unidad y en qué discrepamos en cuanto al camino a la verdadera liberación.

Parte 1: La historia y la situación actual de los chicanos

La opresión y la explotación dejan su sello en la realidad cotidiana de los chicanos: el joven pelón que ni se acuerda cuántas veces la policía lo ha registrado a empujones con la cara contra la pared; los padres que trabajan y se sacrifican toda la vida haciendo ricos a los capitalistas y apenas pueden mantener a la familia; el estudiante que logra ingresar a la universidad a pesar de las extremas desigualdades del sistema educativo y oye a los compañeros decir a sus espaldas que solamente entró gracias a la acción afirmativa; los niños castigados por hablar español en la escuela o metidos a clases para retrasados porque no hablan bien el inglés; los chavos a quienes les restriegan en la cara el mito yanqui de que los defensores de El Álamo fueron “héroes” que murieron a manos de “mexicanos canallas”. Todo esto y más pesa sobre los chicanos.

Históricamente, Estados Unidos se ha beneficiado del robo y saqueo a los chicanos y mexicanos, y hoy el sistema continúa sacando ganancias al mantener a la mayoría de los chicanos en los niveles más bajos de la clase trabajadora. Por medio de la opresión nacional la clase dominante oprime sistemáticamente a un pueblo entero debido a su ascendencia mexicana, el color de la piel y el modo de hablar. Les dan los peores trabajos por sueldos miserables... o engrosan las filas de los desempleados. Viven segregados en barrios pobres y decrépitos, donde reina la brutalidad policial, con las peores escuelas y servicios de salud. Han pasado más de 150 años desde que Estados Unidos se robó casi la mitad del territorio mexicano, pero los chicanos todavía viven las secuelas de esa conquista y los efectos de la actual dominación yanqui de México.

Esta relación entre opresor y oprimido es parte de la estructura social del Suroeste y el resto del país. El sistema ha creado toda una superestructura basada en prejuicios y discriminación que degrada y criminaliza la cultura, el idioma y hasta la existencia de los chicanos. Se les dice constantemente que su cultura e idioma son inferiores, y que los tratan como criminales porque actúan como tal.

Estados Unidos lleva años oprimiendo y explotando a los chicanos, quienes tienen muchísimos años de lucha contra la opresión nacional y, como parte del proletariado multinacional, contra la explotación capitalista. Son un verdadero ejemplo de la ley más básica de la sociedad de clases: “De la opresión nace la resistencia”.

Colonización, conquista y desarrollo capitalista

Los chicanos (o mexicano-americanos) son una nacionalidad oprimida cuya opresión se remonta a la colonización de lo que hoy es el Suroeste de Estados Unidos. Las raíces de su subyugación y larga tradición de lucha son la conquista de la región por la clase dominante estadounidense durante la guerra de 1846-1848 contra México, la dominación de México por el imperialismo yanqui y la marginación de grandes zonas del Suroeste.

El año 1492 inició una nueva etapa de la historia mundial. Cuando Cristóbal Colón se topó con las Américas, se desató un auge de actividad de la emergente clase mercantil (capitalista) de Europa, que luchaba por rebasar los límites del feudalismo y vio en las Américas nuevas fuentes de riqueza y poder. España fue una de las grandes potencias que pugnó por adueñarse del hemisferio occidental.

En 1519, Hernán Cortés y un pequeño grupo de soldados españoles se adentraron en lo que hoy es México, donde encontraron muchos pueblos indígenas, como los aztecas, los zapotecos, los mixtecos y los mayas. En poco tiempo (y por varias razones) los españoles lograron conquistar a los aztecas, dueños de un vasto imperio con una civilización avanzada, y se apoderaron de las regiones que dominaban los aztecas y conquistaron a los demás pueblos. Con el tiempo, se estableció una nueva civilización —dominada por los conquistadores españoles con población indígena—que abarcó gran parte de América del Norte y del Sur (y lo que hoy es Centroamérica, México y el Suroeste de Estados Unidos). Al extender su imperio por el continente, los españoles enfrentaron una feroz resistencia. Conquistaron México paso a paso, mediante la guerra y la devastación de las enfermedades que trajeron. Durante todo ese período, los indígenas opusieron resistencia.

La conquista española de los indígenas prácticamente borró las sociedades anteriores; borró grupos enteros, sus instituciones y costumbres. Como pocas españolas hicieron el viaje al “Nuevo Mundo”, llamado Nueva España, la unión física entre españoles e indígenas —muchas veces por pillaje y violación— creó el mestizo. Con el paso de varios siglos, nació una nueva cultura. En Nueva España, los mestizos eran una casta de segunda categoría y explotada, y los indígenas vivían una terrible opresión bajo las nuevas relaciones sociales impuestas por los conquistadores.

Los primeros exploradores españoles llegaron al Suroeste de Estados Unidos en busca de riqueza mineral. Más tarde establecieron poblados para fortificarse ante los rivales europeos. La colonización del Suroeste no fue fácil, y la encarnizada resistencia de los utes, apaches, comanches y navajos hizo difícil afianzarse en la región.

Los asentamientos españoles sobrevivieron porque conquistaron y esclavizaron a los indígenas pueblo, que eran agricultores. En 1680, ese grupo se levantó contra un siglo de maltrato, tortura y enfermedades; la rebelión, bien organizada y coordinada, sacó a los españoles de la región por 15 años. Pero a fines del siglo 17, los españoles lograron aplastar la rebelión, diezmaron la población y tuvieron que buscar nuevas formas de poblar y controlar la región.

En el norte de Nuevo México el rey de España otorgó tierras comunales a una gran cantidad de indígenas y campesinos mexicanos para proteger este territorio de los franceses y de otros grupos indígenas. Subsistían de la agricultura y del pastoreo de ovejas en tierras comunales, y tenían derechos comunales al agua. Debido a su aislamiento del gobierno central de México y a la relativa estabilidad de la región, empezaron a desarrollar su propia sociedad desligada de México y de los otros asentamientos del Suroeste. Esos asentamientos del siglo 18 existen hasta la fecha.

La historia del sur de Nuevo México es distinta. Allí recibió grandes terrenos la pequeña élite española, que forzó a los indígenas y a los campesinos mexicanos pobres a trabajarlos. Como en otras partes de México, la nobleza española gobernaba, seguían los mestizos y los indígenas estaban en el fondo de la sociedad. Los asentamientos crecieron muy lentamente, debido a los constantes ataques indígenas, y a finales del siglo 18 solo había 8000 colonos en todo Nuevo México.

En Texas, los españoles llegaron con la cruz y la espada. En el este, trataron de establecer misiones católicas y guarniciones, pero los comanches no los dejaron en paz. Corrieron mejor suerte en el sur, entre el río Bravo/Grande y el río Nueces, donde los rancheros españoles explotaron despiadadamente a los mestizos que trajeron de México para trabajar la tierra. Sin embargo, la distancia y los ataques indígenas impedían el contacto con los asentamientos de California y Nuevo México.

En California, el sistema de misiones floreció: establecieron 21 misiones, tres pueblos y tres guarniciones entre San Diego y San Francisco. Los indígenas de la costa opusieron poca resistencia; a muchos los convirtieron al catolicismo y los hicieron “servir a Dios” como esclavos. En California central, sin embargo, la resistencia de indígenas nómadas impidió el desarrollo de las misiones. En 1820, California era la colonia más alejada del gobierno central de México y tenía la población más pequeña.

Los españoles hicieron varios intentos de asentarse en Arizona, pero debido a los ataques indígenas, la falta de dinero y la lucha por mantener el control del resto de México, era difícil.

En resumen: de 1600 a 1800, los primeros asentamientos españoles en el Suroeste y California tenían poca población y mano de obra mexicana e indígena. En el norte de Nuevo México, se desarrolló un sistema de tierras comunales. En California, se estableció el sistema de misiones con mano de obra indígena. Esas regiones tenían poco o ningún contacto entre sí o con el gobierno central de México. Debido a la distancia, el terreno, y la resistencia y los ataques constantes de los indígenas, cada región tuvo su propio desarrollo; tenían poco en común, aparte de la herencia mexicana.

La independencia mexicana

De 1776 a 1836, los movimientos de independencia sacudieron las Américas. En México, el padre Miguel Hidalgo encabezó una rebelión que dio inicio a la guerra de Independencia. El 16 de septiembre de 1810 dio el famoso “Grito de Dolores”: “¡Viva nuestra Virgen de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Muerte a los gachupines!”. Tras 11 años de levantamientos, México declaró la independencia en 1821.

Si bien los asentamientos del Suroeste eran parte de México, no participaron en el movimiento de independencia debido a su escaso contacto con el resto de México; tenían un desarrollo independiente. En lo que hoy es el estado de Nuevo México, la supresión de los apaches estimuló una nueva inmigración mexicana, que abrió paso a la expansión de la agricultura y la ganadería.

En 1822, se abrió el camino de Santa Fe, que conectó Santa Fe (Nuevo México) a los mercados estadounidenses. Esto redujo el aislamiento de esas provincias con respecto a Estados Unidos y aumentó su separación de México. Ciertas fuerzas de la clase dominante mexicana se opusieron al comercio entre dichas provincias y Estados Unidos porque temían perderlas, y en 1835 fomentaron una rebelión que llevó al poder a López de Santa Anna. Este puso impuestos en las provincias del norte que suscitaron la oposición de ricos y pobres por igual, pues dependían de los productos que Estados Unidos les vendía a precios más bajos. Estalló una rebelión que las autoridades mexicanas sofocaron con la ayuda de los grandes terratenientes de Nuevo México, quienes pronto se dieron cuenta de que los indígenas y campesinos, que eran la principal fuerza rebelde, representaban un mayor peligro para ellos que el gobierno central de México.

La guerra de 1846-1848 entre Estados Unidos y México

Al principio del siglo 19, dos sistemas económicos contendían en Estados Unidos: la esclavitud y el capitalismo. El sistema esclavista del Sur, con su hambre de nuevas tierras, estimuló el robo del norte de México (lo que hoy es el Suroeste de Estados Unidos), pero los capitalistas del Norte también codiciaban la tierra, el oro y otros minerales de ese territorio que era una puerta al comercio con el Oeste. En 1836, los esclavistas asentados en el este de Texas se apoderaron de ese territorio mexicano y lo declararon la República Independiente de Texas. En 1845, Estados Unidos la anexó, a pesar de las protestas del gobierno mexicano, lo cual prendió la guerra entre México y Estados Unidos.

Los campesinos indígenas y mexicanos libraron una feroz lucha contra esa guerra de agresión estadounidense. Un grupo de inmigrantes irlandeses desertaron del ejército yanqui, se pasaron al lado mexicano y formaron el Batallón de San Patricio. En Nuevo México, pocos terratenientes opusieron resistencia al ejército estadounidense, pero los campesinos e indígenas sí, y la lucha se extendió por todo el Suroeste y California. No obstante, el 2 de febrero de 1848, México perdió la guerra. Las tropas yanquis penetraron profundamente en el territorio mexicano, llegaron hasta la capital y la rodearon. De esa forma pusieron en claro que Estados Unidos iba a imponerse en el hemisferio.

Al final de la guerra, Estados Unidos se quedó con la mitad del territorio mexicano: las tierras más abundantes en recursos naturales, fértiles para sembrar frutas, y para la pastura y la ganadería, con gran riqueza mineral de cobre, plata y petróleo. El robo de ese territorio perjudicó gravemente el desarrollo económico de México.

Unos 75.000 mexicanos vivían en los asentamientos del Suroeste, 60.000 de ellos en Nuevo México. La mayoría eran campesinos, trabajadores de rancho y mineros pobres.

México tuvo que firmar el tratado de Guadalupe-Hidalgo, que le quitó la mitad del territorio, pero dio garantías constitucionales de “respetar y proteger el gozo de la libertad y la propiedad” de los mexicanos que quedaron en el territorio estadounidense. Ese tratado y el protocolo anexo les garantizaba el derecho a los antiguos títulos de propiedad, el idioma y los derechos civiles. Pero al gobierno yanqui no le importó un comino y no lo respetó.

A los nueve días de la firma del tratado se descubrió oro en California. Miles de personas inundaron la zona y abrumaron completamente a la pequeña población mexicana de 7500 personas. En —1848, la población del estado aumentó a 67.000 y en 1849 a 250.000 habitantes. A los rancheros mexicanos los arruinaron los impuestos, los usurpadores y el costo de los trámites para defender sus títulos de propiedad. Algunos trabajaron de artesanos o de jornaleros en ranchos, pero a los que querían minar oro les cobraron un altísimo impuesto para “mineros extranjeros” que prácticamente les impidió trabajar en las minas. Esa gran estafa suscitó resistencia. Tiburcio Vásquez y Joaquín Murrieta, tildados de delincuentes en la historia oficial de California, no aceptaron las injusticias contra los mexicanos y formaron bandas armadas que rondaron por el estado hasta que los capturaron y asesinaron.

En Texas la guerra terminó, pero la lucha del pueblo siguió. Los grandes terratenientes y ganaderos se propusieron adueñarse de todo y despojar a los mexicanos. En esa época se establecieron los Texas Rangers (rinches), pistoleros de los rancheros ricos, quienes sembraron terror y subyugaron a los mexicanos con asesinato y robo. Los pobres y despojados se alzaron. Juan Cortina dirigió un importante y heroico movimiento de resistencia en Texas; libró batallas armadas y eludió la captura por más de una década.

El ritmo de la expansión yanqui fue más lento en el suroeste de Texas y en Nuevo México. Al principio los angloamericanos que migraron a esa zona se casaron con mexicanas de la alta sociedad y se integraron a la élite. Poco a poco, compraron o se robaron las tierras de los pequeños agricultores mexicanos en violación del tratado de Guadalupe-Hidalgo. De 1850 a 1900, el gobierno confiscó casi 800.000 de hectáreas de individuos, 680.000 hectáreas de tierras comunales y 720.000 hectáreas de otras tierras en Nuevo México. En Texas, los anglos construyeron nuevos pueblos y marginaron las viejas poblaciones, y los mexicanos terminaron de jornaleros y peones. De esa manera, la conquista de Texas por Estados Unidos institucionalizó la segregación y discriminación contra la población mexicana.

Una alianza siniestra de políticos y 20 familias ricas de Nuevo México, llamada la camarilla de Santa Fe, se adueñó de las tierras comunales y adquirió grandes extensiones de tierras debido a los altos costos de los trámites de títulos de propiedad (que eran solamente en inglés), altos impuestos y leyes arbitrarias, además de robo y asesinato. Muchos mexicanos perdieron sus tierras y migraron hacia el sur de Colorado. Esos asentamientos todavía existen.

En 1865, la victoria del capitalismo sobre el sistema de esclavitud en la guerra de Secesión llevó grandes cambios al Suroeste y aceleró la caída del sistema feudal que existía en muchas partes de la región. La expansión de los ferrocarriles favoreció la agricultura capitalista en gran escala y la ganadería (facilitó el transporte de los productos al Este). Eso arruinó a los terratenientes y rancheros, y empujó a los pequeños agricultores, campesinos y pastores de ovejas a la clase trabajadora, al lado de los inmigrantes chinos e irlandeses en las minas, los ferrocarriles y los huertos.

El capitalismo avanzó cabalgando sobre la vasta mayoría de los mexicanos del Suroeste, y subyugándolos a sus propósitos. Desencadenó un reino de terror y ahogó su resistencia en sangre. A través de ese proceso brutal, la minoría oprimida de mexicanos se transformó en una nueva minoría nacional dentro de este país: los chicanos o mexicano-americanos.

En resumen: como muestra este recuento histórico, cuando Estados Unidos se apoderó de las provincias del norte de México, los asentamientos de la región eran pequeños y aislados, no solo de México sino también entre sí. La conquista de la región por Estados Unidos impidió que se integraran al proceso de consolidación de la nación que ocurría en México. Asimismo, la consolidación del capitalismo estadounidense en el Suroeste retardó el desarrollo independiente económico, social, cultural y político de los mexicanos de esa región, formó una nacionalidad oprimida—los chicanos o mexicano-americanos—y empujó a la gran mayoría a la clase trabajadora con trabajadores de otras nacionalidades. Todo eso sentó la base para un nivel más alto de lucha contra el enemigo común en las futuras décadas.

La revolución mexicana de 1910

La revolución mexicana de 1910 estalló con levantamientos campesinos que clamaron “¡Tierra y Libertad!”. El 95% de los mexicanos eran aparceros y campesinos sin tierra, y luchaban por un nuevo reparto de la tierra. Líderes campesinos como Pancho Villa y Emiliano Zapata dirigieron la resistencia. En Estados Unidos, organizaciones como el Partido Liberal Mexicano (PLM), dirigido por Ricardo Flores Magón, instaron a los trabajadores chicanos y mexicanos a apoyar la revolución. Más tarde el gobierno metió preso a Flores Magón y murió en la cárcel.

Durante ese tiempo, llegó la primera gran ola de migrantes mexicanos a Estados Unidos, casi el 10% de la población de México, debido al tumulto político y económico que acompañó a la revolución. El rápido desarrollo de la industria agrícola capitalista de Estados Unidos y la demanda de mano de obra barata estimuló la migración de jornaleros mexicanos que trabajaron en los campos de algodón de Texas y Arizona; en la cosecha del betabel en Colorado, Michigan y la región de los Grandes Lagos; y en la pizca de naranjas y vegetales en California. Asimismo, la expansión industrial de las primeras décadas del siglo 20 estimuló la contratación de trabajadores de Texas y México para las minas y ferrocarriles del Suroeste, la industria automotriz de Detroit, las fábricas de acero de Chicago, los mataderos de Omaha, Kansas City y Chicago, y otras industrias del centro del país.

Eran una fuente de mano de obra barata que los capitalistas querían utilizar para dividir a la clase trabajadora. Sin embargo, esos trabajadores chicanos y mexicanos, que hacían trabajos arduos y peligrosos, y sufrían discriminación en los salarios y un trato de ciudadanos de segunda clase sin derechos, se unieron al movimiento obrero y, junto a trabajadores de otras nacionalidades, se lanzaron a huelgas combativas en los campos y fábricas del país. En abril de 1914, en Ludlow, Colorado, se registró una de las huelgas más famosas de la historia del país; 9000 mineros chicanos, italianos y eslavos reclamaron aumentos salariales, mejores condiciones de trabajo y vivienda, y el derecho a sindicalizarse. J.D. Rockefeller pidió tropas para “proteger sus propiedades”; estas ametrallaron a los trabajadores e incendiaron sus casas. La masacre de Ludlow dejó dos mujeres y 11 niños muertos.

La I Guerra Mundial y la crisis económica de 1929

La economía de guerra y el reclutamiento de obreros al ejército durante la I Guerra Mundial (1914-1918) crearon una escasez de mano de obra que abrió la puerta de la industria pesada a más chicanos y mexicanos. Como la guerra paró la migración europea a Estados Unidos, los trabajadores mexicanos reemplazaron a los europeos. En poco tiempo, las ciudades del centro del país tenían grandes comunidades chicanas. En 1917, Chicago tenía una población chicana de 4000 habitantes, que aumentó a 20.000 en 1930. Pero a raíz del desplome de la bolsa de valores y la crisis económica de 1929, docenas de millones de trabajadores perdieron el empleo y los salarios bajaron un 50%.

A los inmigrantes los culpaban por la crisis. A los chicanos les quitaron la beneficencia pública y no les dieron empleos en los programas de obras públicas. Se calcula que unos 3 millones de personas de familia mexicana vivían en Estados Unidos en 1929. Más de 500.000 (chicanos y mexicanos) tuvieron que regresar a México. En Detroit, deportaron a por lo menos 12.000 de la población chicana y mexicana de 15.000 habitantes. Separaron a muchas familias. A veces los padres terminaron a un lado de la frontera y los hijos al otro (o algunos de los hijos quedaron en Estados Unidos y deportaron a los demás). En muchos casos deportaron a gente nacida aquí, y en algunos casos gente que nació en México y se crió aquí tuvo que regresar a un país que prácticamente no conocía.

La II Guerra Mundial

Casi 500.000 chicanos entraron al ejército durante la II Guerra Mundial. Para muchos, la experiencia rompió el aislamiento rural en que vivían, pues conocieron nuevas ideas, gente diversa y chicanos de otras regiones. Asimismo, debido a la guerra, más chicanos y mexicanos se integraron al proletariado industrial y agrícola.

Aunque muchos chicanos pelearon y murieron por los intereses del imperio yanqui, los miraban y los trataban como ciudadanos de segunda clase. Sufrieron mucha discriminación: sus hijos tenían escuelas segregadas; no los atendían en muchos restaurantes ni les permitían usar las albercas públicas o entrar al cine. En Texas, los “rinches” se dedicaban a hostigar a chicanos y mexicanos.

En 1943, turbas de marineros, animados y ayudados por la policía, atacaron a jóvenes chicanos en Los Ángeles. La prensa reaccionaria lo llamó “los disturbios Zoot Suit” (porque los jóvenes—los pachucos—vestían el “Zoot Suit”) y lanzó una ola de propaganda contra la “criminalidad del chicano”. La generación de los pachucos dio nuevos matices a la cultura chicana, especialmente en las zonas urbanas, pues no toleraban los ataques racistas y desafiaban la cultura anglosajona.

Los braceros

La guerra provocó una escasez de trabajadores del campo porque muchos de los negros, chicanos y blancos pobres que antes hacían esos trabajos entraron al ejército. Como se necesitaba una fuente de mano de obra barata, en 1942 los gobiernos de Estados Unidos y México iniciaron el Programa Bracero, que trajo una cantidad fija de trabajadores mexicanos para la cosecha con la condición de que estos regresarían a México al fin de la temporada. (No todos los braceros trabajaron en el campo; algunos fueron rieleros y otros trabajaron en las fábricas de la costa del este). Según el acuerdo entre los dos gobiernos, los braceros no tenían que prestar servicio militar en Estados Unidos, no desplazarían a trabajadores estadounidenses y tampoco los discriminarían. En realidad, tuvieron que aceptar salarios miserables y pésimas condiciones de trabajo, sin derecho a organizarse o defenderse. De 1942 a 1947, unos 220.000 braceros entraron a Estados Unidos para trabajar en el campo; el programa estuvo en vigor hasta comienzos de los años 60. (Hace poco, salió a la luz que les robaron millones de dólares a cientos de miles de braceros: les descontaron dinero del sueldo para una “cuenta de ahorros”, pero muchos no sabían nada de eso y no les devolvieron el dinero cuando los mandaron de regreso a México).

En los años 50, la Migra realizó la “Operation Wetback/Operación Mojado”. Con redadas de madrugada y cacerías por las calles, desató el terror contra inmigrantes y chicanos por igual. Convirtió las escuelas en centros de detención y terminó deportando a millones de indocumentados, residentes y ciudadanos.

En esa época, la población chicana ya era bastante grande: muchos compartían la experiencia de tener padres inmigrantes, y de nacer o crecer en Estados Unidos. Era una nueva generación; no eran los pachucos de antes, pero crecieron oyendo las experiencias de estos y les tenían respeto. Les daba mucho coraje ser rechazados, marginados y hostigados por la policía. La sociedad no valoraba a la población inmigrante y chicana que construyó el Suroeste: los rieleros, mineros, trabajadores del campo y constructores de carreteras y puentes. No le daba importancia a la historia, cultura y sociedad mexicana. En las escuelas, no enseñaban casi nada sobre la historia de los chicanos y la sociedad no valoraba sus aportes. Era como si nunca hubieran existido ni logrado nada de valor. A comienzos de los años 60, se descubrió que de algunas facultades de UCLA no se había graduado ni siquiera un chicano... ¡en Los Ángeles, con su gran población chicana!

De todo eso nació la nueva conciencia de los chicanos como nacionalidad oprimida dentro de la sociedad estadounidense, y se crearon nuevas organizaciones y una cultura de resistencia.

La lucha de los trabajadores del campo

En septiembre de 1965, los trabajadores chicanos y mexicanos se unieron a la huelga de los filipinos que trabajaban la uva en Delano, California. Eso desató un nuevo período de lucha en el campo de California y del Suroeste. Bajo el liderazgo de la organización que más tarde llegó a ser el Sindicato de los Trabajadores del Campo (UFW), lanzaron un gran desafío a los ricachones de la agricultura y, a pesar de la tenaz oposición de los patrones y el resto de su clase, lograron importantes avances e inspiraron a trabajadores de todas las nacionalidades y al naciente movimiento chicano. Miles de trabajadores agrícolas participaron en el movimiento; movilizaron a muchos otros trabajadores y gente de diversas capas sociales a solidarizarse con actividades de apoyo, como el boicot de frutas y verduras cosechadas por rompehuelgas (“esquiroles”).

De Nueva York a Bélgica, los trabajadores se negaron a transportar las uvas boicoteadas y obligaron a charros sindicales y a políticos liberales a apoyar la lucha. Estudiantes y trabajadores de las ciudades acudieron a grandes movilizaciones en el valle central de California para solidarizarse con los trabajadores agrícolas, y regresaron más resueltos a acelerar la lucha contra la opresión. Dado el impacto y el apoyo que tuvo el movimiento, no es de sorprenderse que la burguesía hiciera todo lo posible por aplastarlo, y por confinarlo al sindicalismo y el reformismo. Eso tuvo su efecto; los líderes del movimiento fomentaban el pacifismo y procuraban tapar e impedir la combatividad que inspiraba al mundo entero. Adoptaron el argumento de la burguesía de que los “ilegales” quitan trabajos a los nacidos aquí y deben ser deportados, aunque muchos de los luchadores más combativos eran indocumentados.

El movimiento de los trabajadores agrícolas inspiró a otros sectores de chicanos porque luchaba contra la explotación, ponía de relieve la opresión nacional y planteaba las reivindicaciones de las comunidades chicanas: mejor vivienda, mejores escuelas y servicios médicos, y un fin a toda forma de discriminación.

Los años 60

Con las luchas de liberación nacional que ardían en Asia, África y Latinoamérica y, sobre todo, la Gran Revolución Cultural Proletaria en China, la revolución estremecía al mundo y estaba en la boca de todos. (A finales de la década, se anunció que las ventas mundiales del Libro Rojo de Citas del Presidente Mao ¡superaron las de la Biblia!) Vietnam, un pequeño país del tercer mundo, estaba derrotando al “todopoderoso” Estados Unidos en el campo de batalla. Los soldados yanquis desobedecían órdenes de combate, desertaban y mataban a sus oficiales. En esa situación estallaron grandes protestas y rebeliones por todo el país. Millones de jóvenes de diversas capas sociales y nacionalidades libraban luchas campales con la policía en protestas contra la guerra de Vietnam. Y tras el asesinato del Dr. Martin Luther King, más de cien ciudades estallaron.

Con la fuerza de un volcán, una nueva generación de activistas chicanos—inspirados por los trabajadores del campo, el pujante movimiento de liberación negra y la creciente oposición a la guerra de Vietnam—se lanzó a las calles. La lucha de los chicanos contra la opresión nacional alcanzó nuevas alturas. En Nuevo México, lucharon por conservar las concesiones de tierras comunitarias; en Colorado nació un importante movimiento juvenil. Los “blowouts” (paros estudiantiles) sacudieron al Este de Los Ángeles y miles de estudiantes chicanos se lanzaron a las calles a reclamar una educación digna. En prepas y universidades del Suroeste y otras regiones se organizaron y exigieron cursos de estudios chicanos y el ingreso a la universidad. Todas las zonas de grandes concentraciones de chicanos se volvieron fuertes centros de resistencia.

En ese momento, la revolución se planteaba como la solución a los problemas de la sociedad. Al igual que otros, los chicanos exigían un fin a la opresión en que vivían y preguntaban qué se requería para hacer un cambio real. Se sentía urgentemente la necesidad de trazar un nuevo camino y se organizaron diversos grupos políticos. Esa creciente conciencia política y búsqueda de una solución a la opresión llevó a unos 3000 activistas chicanos a reunirse en Denver, Colorado, en 1969. En esa Primera Conferencia Nacional de la Juventud se escribió el “Plan Espiritual de Aztlán”. Poco después, en Santa Bárbara, California, se formó el Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán (MEChA) como organización estudiantil unificada. Se dio un auge en la lucha contra la guerra de Vietnam, la supresión de culturas e idiomas, la discriminación en las escuelas y en la sociedad, y contra la brutalidad policial en los barrios. La conciencia política se elevó y se debatió cómo liberar a los chicanos y a todos los oprimidos. La lucha se extendió a todas las esferas; florecieron poesías, canciones, obras de teatro y pinturas que destacaban la vida y lucha de los chicanos. Algunas fuerzas adoptaron el marxismo y plantearon que la solución era derrocar al imperialismo yanqui.

La Moratoria Chicana

El 29 de agosto de 1970, más de 25.000 chicanos de todo el país se dieron cita en Los Ángeles para protestar contra la guerra de Vietnam y la opresión nacional. Fue la primera gran protesta de chicanos en la historia del país. Desde la mañana, chicanos de Kansas City, Minnesota, Chicago y el Suroeste, al igual que familias mexicanas y chicanas de Los Ángeles, llegaban al parque Laguna (bautizado después parque Rubén Salazar) a expresar su coraje por la muerte de miles de chicanos en Vietnam y decir ¡“Alto a la guerra”! Tenían miles de letreros y mantas que decían “¡Raza sí! ¡Guerra no!” (y los revolucionarios, “¡Raza sí! ¡Guerra aquí!”) y otras consignas. Al marchar por el bulevar Whittier del Este de Los Ángeles, recibieron aplausos y apoyo de la comunidad.

Con el pretexto de un pequeño incidente a una cuadra del mitin, la policía se lanzó al ataque con cachiporras y gas lacrimógeno. Los manifestantes se defendieron con lo que estaba a su alcance y la batalla se extendió por la comunidad, con la participación de chavos y mayores por igual.

Un militante del PCR que participó en la Moratoria señaló: “La policía no atacó a causa de un puñado de manifestantes buscapleitos, sino porque Estados Unidos estaba sitiado aquí y por todo el mundo. Apenas tres meses antes, la guardia nacional mató a unos universitarios de Jackson State (con un estudiantado 100% negro) y Kent State. En tal situación, [Estados Unidos] no podía permitir que los chicanos se alzaran y tomaran el destino en sus propias manos”.

La batalla duró varias horas. Gente que en otras ocasiones no se hubiera metido, sentía la necesidad de apoyar a los manifestantes al ver que el ataque era totalmente sin justificación. Muchos les dieron refugio en su casa y negaron la entrada a la policía. [3]

Los sheriffs mataron a tres personas ese día, entre ellos al conocido periodista Rubén Salazar, a quien le dispararon en la cabeza una lata de gas lacrimógeno. Pero no cabe duda de que la clase dominante y la policía sintieron la furia y la fuerza de los chicanos ese día.

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Por varias razones, las grandes luchas de los años 60 entraron en un período de reflujo a principios de la década del 70. [4] En los años siguientes, los chicanos libraron algunas luchas importantes, como la huelga de 1972 contra las fábricas de pantalones Farah en Texas y Nuevo México (donde la mayoría de los trabajadores eran chicanas); recibió apoyo por todo el país y en 1974 ganó la mayoría de sus demandas. También libraron luchas contra la brutalidad policial, como la rebelión de Moody Park, del barrio North Side de Houston; en 1978, miles de chicanos se trabaron en dos noches de batallas campales con la policía, que se puso a joder en la celebración del Cinco de Mayo. El levantamiento se prendió tras la lucha de un año que reclamaba justicia para José Campos Torres, a quien la policía golpeó con saña y echó al río, donde murió ahogado... a los policías ¡los castigaron con un año de libertad condicional y una multa de un dólar![5]

La situación de los chicanos hoy

Ante los movimientos y protestas contra la opresión nacional de los años 60, la estructura de poder estableció los programas de acción afirmativa y estudios étnicos. Por un lado, los veía como concesiones necesarias y posibles en esos momentos, y por el otro quería aprovecharlos para apaciguar la lucha.

En las últimas décadas, el sistema capitalista imperialista mundial ha experimentado grandes cambios y los capitalistas yanquis se han visto en la necesidad de reexaminar la política económica. Con el derrumbe de la Unión Soviética no tienen una superpotencia rival (especialmente en la esfera militar); sin embargo, en la “nueva economía globalizada”, tienen que lidiar con la competencia de los capitalistas rivales de Japón y Europa. Ante esa situación, han lanzado ataques desalmados a todo nivel contra millones de personas: de los pobres más pobres de las ciudades y los amerindios de las reservas, a las capas acomodadas de la clase trabajadora que antes tenían un empleo estable en la industria.

En estos momentos, sectores poderosos de la clase dominante han decidido que les conviene mucho más eliminar los programas contra las desigualdades e injusticias, y ni siquiera aparentar dar oportunidades a los negros, chicanos, mujeres y otros oprimidos.

Con esos cambios, se han propagado cada vez más los mitos de “la discriminación a la inversa” y “la política de minorías”. Voceros burgueses como Linda Chávez[6] han afirmado que “los mexicano-americanos gozan de un progreso rápido” similar al de los europeo-americanos. Chávez ha dicho que los descendientes de inmigrantes mexicanos están asimilándose como hicieron los europeo-americanos, pero que el “cuadro pesimista” creado por la inmigración mexicana eclipsa ese hecho y que por eso los chicanos terminan sintiéndose desaventajados. Luego muestra unas cuantas caras morenas que ocupan puestos importantes como “prueba” de que los chicanos pueden “asimilarse” y “salir adelante” en la “tierra de la oportunidad”.

En realidad, la opresión de los chicanos ha persistido generación tras generación. Aunque tengan muchísimos años en este país, los discriminan y los mantienen en las capas inferiores del proletariado. Aunque ahora hay chicanos en más capas sociales y de la clase media, la situación para muchísimos no está mejorando: todo lo contrario.

En las colonias de la frontera del sur de Texas, más de medio millón de chicanos y mexicanos viven como los pobres del tercer mundo sin agua potable, alcantarillado ni carreteras en barrios y parajes tan desolados que ni siquiera figuran en los mapas. Muchos han vivido así por generaciones, con menos de 6000 dólares anuales por familia. La tasa de desempleo en esas colonias es del 20%; muchos son trabajadores migratorios parte del año y el resto del año trabajan de jornaleros o buscan algún jale para ganarse la vida. La mitad de los chavos abandonan la prepa por la necesidad de trabajar y aportar un salario a la familia. Apenas el 1% ingresa a la universidad.

Se calcula que el 90% de los más de 20 millones de chicanos viven en zonas metropolitanas. El ingreso medio de una familia chicana es menos del 66% del ingreso de una familia blanca. En el censo de 1990[7], el 25% de las familias mexicano-americanas reportó ingresos de menos de 16.000 dólares anuales (el nivel oficial de pobreza); casi la mitad de los chicanos que viven en la pobreza son menores de edad. La tasa de pobreza de los chicanos es 2.5 veces más que la de los blancos, aunque la mayoría de las familias chicanas tienen adultos que trabajan.

Aunque Linda Chávez diga que los chicanos “están subiendo la escalera económica” poco a poco (Out of the Barrio [Dejando el barrio atrás]), la mayoría trabaja en la industria, la agricultura y servicios. Casi el 33% se concentran en tres categorías: operarios de maquinaria, líneas de montaje y construcción y otros trabajos para jornaleros. Al igual que las demás mujeres, las chicanas se concentran en trabajos de oficina y servicios (el 67% en 1991). En gran medida, los chicanos están en los sectores económicos de crecimiento más lento.

Durante los años 80, empeoró la situación de los chicanos (y de los negros y otros oprimidos que viven en las zonas urbanas) debido al desplazamiento de trabajos mejor pagados a las afueras, y al desmantelamiento de programas de ayuda y subsidios sociales. Los enormes recortes de programas del gobierno federal devastaron a las familias de bajos ingresos. En otras palabras, tanto la economía como las decisiones de la clase dominanteempobrecieron a los chicanos y a otros oprimidos durante ese período.

Los años 80 han sido llamados “la década del empresario latino”, y efectivamente los pequeños negocios chicanos aumentaron. Sin embargo, para esos negocios es muy difícil conseguir préstamos y la expansión es prácticamente imposible. Incluso en Los Ángeles, donde en 1995 había 75.000 negocios de latinos (la mayor cantidad del país), consiguen pocos contratos del gobierno y de las grandes corporaciones. Y eso fue antes de la eliminación de la acción afirmativa en California, que acabó incluso con las cuotas voluntarias para dar contratos gubernamentales a mujeres y “minorías”.

Hoy, los hombres chicanos nacidos aquí tienen en promedio un año y medio de escuela menos que los blancos, y cuatro meses menos que los negros. En California y Texas, es tres veces más probable que un chicano abandone la prepa que un blanco, y tres veces más probable que un blanco saque una licenciatura que un chicano. La mayor segregación urbana en todo el país ha empeorado la situación. En 1972-73, el 56,6% de los alumnos latinos asistieron a escuelas donde predominan las minorías; en 1991-92, ¡esa cifra aumentó al 73,4%! Actualmente, los latinos [8] son el grupo más segregado de las escuelas estadounidenses. Como resultado, experimentan “desigualdades extremas”: escuelas con presupuestos paupérrimos (en Texas algunos distritos escolares latinos reciben el 10% de los fondos que reciben otras escuelas), programas de estudios mediocres y un sistema de encaminar a los estudiantes latinos a programas vocacionales.

Entre 1980 y 1990, el porcentaje de latinas y latinos con licenciatura aumentó del 7.7% al 10%. Sin embargo, en 1999, un estudio encontró que solo el 10% de los chicanos (y latinos) de tercera generación de California tiene una licenciatura, maestría o doctorado, comparado con el 30% de los blancos, y que el 17% no terminó la secundaria, comparado con el 6,7% de los blancos.

Los ataques contra la educación superior de las nacionalidades oprimidas que empezaron en la década pasada han tenido mucho impacto. Un estudiante de la UCLA señaló que la cantidad de estudiantes chicanos y latinos de primer año disminuyó un 33% inmediatamente después de la aprobación de la proposición 209 en California, y que la situación empeorará. Entrevistamos a un historiador chicano de California quien dijo: “Más y más, segregarán a los chicanos en community colleges, digo más que ahora; de por sí la mayoría ya se matricula en ellos. Además, veremos el fenómeno de... etiquetar algunas universidades del sistema estatal para las minorías y encaminarlas a esas instituciones”. Todo eso servirá para fortalecer las cadenas de opresión nacional que mantienen a los chicanos “en su lugar”.

Parte II: La fuente de la opresión de los chicanos y la solución

¿A qué se debe la opresión de los chicanos? ¿Por qué tanto los hijos de inmigrantes mexicanos como gente cuyos antepasados han vivido por siglos en el Suroeste de Estados Unidos sufren opresión nacional?

Hay dos fuentes de la opresión y discriminación de los chicanos: una histórica y otra internacional. La primera es la subyugación histórica de un pueblo “conquistado”, que forma parte de la estructura social y se desprende del robo de la tierra mexicana y la salvaje opresión de los mexicanos. El clamor chovinista del expansionismo estadounidense, “¡El Álamo no se olvida!”, se enseña a los niños de primaria en Texas y el resto del país. Tras la derrota de México en 1848, los anglos y los mexicanos vivieron en el Suroeste como conquistadores y conquistados. Los anglos confiscaron las tierras de los mexicanos, les quitaron los derechos, y aplastaron sus luchas contra esa injusticia y opresión. Así los chicanos llegaron a constituir una minoría nacional oprimida, en su mayoría proletaria. Asimismo, se erigió una superestructura de leyes y actitudes racistas de superioridad anglo/blanca que justificaban esa opresión.

Ciento cincuenta años después, esa opresión y discriminación siguen: se han integrado a la estructura social del Suroeste y del país entero, y el capitalismo saca ganancias y se beneficia de esa situación. Le permite mantener el sur de Texas como una fuente de trabajadores migratorios que viven como en el tercer mundo. También mantiene a los chicanos en los sectores inferiores del proletariado en el Suroeste, la región central y en todas partes: rompiéndose el lomo en trabajos monótonos por salarios de miseria y viviendo en barrios pobres con las peores y más segregadas escuelas, brutalidad policial, etc.

Esta opresión también la mantiene y reproduce el hecho de que Estados Unidos tiene una frontera de 3000 kilómetros con un país con el que ejerce una relación de opresor/oprimido; domina, subyuga y superexplota a México, y depende de la mano de obra de los inmigrantes mexicanos (una fuente crucial de riqueza para los capitalistas), a la gran mayoría de los cuales mantiene en las capas inferiores de la clase trabajadora. Para conservar esta situación y contrarrestar la amenaza que ve para su propia estabilidad, ha institucionalizado la discriminación contra los mexicanos y los latinos en general. Se prohíbe hablar español en los centros de trabajo y en las escuelas. El hecho de hablar español se ve como algo negativo, en vez de positivo. Se caza y criminaliza a los “ilegales” y se crea una situación en que cualquiera que tenga rasgos mexicanos es sospechoso. Se les niega educación superior y servicios médicos. Se denigra la cultura mexicana, y se miente sobre la relación entre México y Estados Unidos, tanto en la historia como en la actualidad. Para justificar y tapar el saqueo, dicen que los problemas de México se deben a su propia “corrupción” y “atraso”.

Esta opresión chovinista afecta a los inmigrantes recién llegados, a los chicanos que llevan mucho tiempo aquí e incluso a los que son ciudadanos. Les hacen demostrar que “pertenecen” a esta sociedad y tienen que aceptar las peores escuelas, trabajos y vivienda. Viven en una sociedad que degrada su historia, sus parientes y antepasados, su cultura e idioma. Los imperialistas no pueden seguir dominando a México y explotando la mano de obra inmigrante sin mantener la opresión de los chicanos.

El impacto del aumento reciente de migración mexicana (y centroamericana)

En las últimas décadas se ha visto una ola de inmigración de México sin precedentes. Según la clase dominante, las “calles pavimentadas de oro” y el “sueño americano” han llevado a millones de mexicanos a dejar a su familia, viajar muchos kilómetros por el desierto, las montañas y los ríos, subir alambradas de púas y arriesgar la vida evadiendo a la asesina migra armada con la más moderna tecnología de caza de seres humanos. En realidad esos millones han cruzado la frontera como resultado directo de la dominación y saqueo imperialista de México.

La sonada “modernización” mexicana está bañada de la sangre de los oprimidos. El capital imperialista entra a México cubierto de sangre de los pueblos del mundo que lo producen: de los campos de California, a las maquiladoras de Corea del Sur y las minas de oro de Sudáfrica. Sale de México en forma de ganancias manchadas de la sangre de los campesinos, las mujeres que pierden la juventud como esclavas en las maquiladoras de la frontera, los niños que venden chicle en la calle para subsistir, y los millones obligados a abandonar su familia y vender su mano de obra.

La economía mexicana—distorsionada para servir al imperialismo—no ofrece un trabajo digno a la creciente cantidad de obreros y campesinos que buscan empleo. Eso es lo que “empuja” a los mexicanos a cruzar la frontera. Son cada día más los trabajadores que buscan trabajo en México y Estados Unidos, y eso se debe en gran parte al hecho de que el sistema imperialista los está expulsando de sus tierras. También existen mayores posibilidades de encontrar trabajo en este país—ya que la economía, más que nunca, depende de la mano de obra barata de los inmigrantes—y con esos míseros salarios quizás puedan enviar algún dinero a su familia. Eso es lo que “jala” a los inmigrantes a matarse en las fábricas del Norte y a sumarse al proletariado de este país.

Aquí entran a los sectores inferiores de la economía; se matan trabajando en las fábricas, talleres, cocinas, hoteles y oficinas por salarios de miseria, lo cual deja a los capitalistas jugosas ganancias. En la “tierra prometida” viven en las peores viviendas y barrios, sin servicios de salud; sus hijos van a las peores escuelas; y viven siempre bajo la amenaza de ser deportados por el simple hecho de cruzar la frontera sin documentos. Después de un tiempo de vivir en Estados Unidos, muchos de ellos, especialmente los hijos, serán chicanos.[9]

Los inmigrantes mexicanos (y centroamericanos) han vivido en carne propia el “costo humano” del imperialismo. Su presencia al lado de los inmigrantes de otras partes del mundo “fortalece el carácter internacionalista del movimiento revolucionario en este país. La mayoría son parte del proletariado multinacional, y fortalecen el potencial y las fuerzas de la revolución proletaria aquí en las entrañas de la bestia” (Borrador del Programa, p. 96). Pero la clase dominante los ve como una fuente de trastornos e inestabilidad, y los trata como una amenaza potencial que debilita al país, que cada día más depende de su mano de obra. Por su parte, sus hijos se han sumado a las primeras filas de las recientes luchas contra los ataques del gobierno.

A fines de la década del 80, el gobierno empezó a hablar de la “inmigración incontrolable” y prohibió contratar indocumentados. Después de la rebelión de Los Ángeles de 1992, desató una guerra contra los inmigrantes. En esa rebelión, negros, chicanos, mexicanos y centroamericanos, y muchos otros, se volcaron a la calle a protestar contra el veredicto a los policías que golpearon a Rodney King y contra toda la estructura de opresión nacional que puso de relieve. Alegraron a los oprimidos de los “ghettos” y barrios del país y del mundo entero. Despertaron a la clase media para que viera la extrema represión que viven los de abajo, y le bajaron los humos a los yanquis que un año antes masacraron a cientos de miles de iraquíes en una guerra completamente desigual. El presidente Bush (padre) tuvo que correr a Los Ángeles a demostrarle a su clase que la situación no se le salió de las manos.

Los imperialistas vieron el potencial de futuras rebeliones y el papel que podrían jugar los inmigrantes. Aumentaron los fondos para la migra y le dieron armas y sensores de la más alta tecnología, y perros para cazar seres humanos (“criminales foráneos”). Aumentaron las patrullas de la frontera y la propaganda antiinmigrante, y dieron rienda suelta a cazainmigrantes y todos los hampones armados (alguaciles, la Marina, etc.) para infundir miedo a los inmigrantes y desatar más brutalidad contra ellos.

En 1994, como resultado de una campaña muy manipulada, los electores de California aprobaron la proposición 187 (la primera de muchas iniciativas antiinmigrantes), que prohibía ofrecer servicios de salud y educación a los indocumentados. Miles de jóvenes chicanos, mexicanos y centroamericanos se lanzaron a las calles para parar la guerra contra los inmigrantes. Muchos de los que protestaron eran chicanos y no los afectaba directamente la 187, pero sentían un lazo profundo con los afectados.

Más sobre la relación entre la lucha de los chicanos y los mexicanos, y la cuestión de la frontera

Los chicanos y el pueblo mexicano tienen el mismo enemigo —el imperialismo estadounidense—y la misma lucha. La solución a su opresión es la revolución proletaria en Estados Unidos y el derrocamiento de la dominación yanqui de México. Hoy la vida y las luchas de docenas de millones en ambos lados de la frontera se conectan directamente. Cuando unos infantes de la marina que cazaban “ilegales” en el sur de Texas mataron a Ezekiel Hernández (un ciudadano estadounidense), estallaron protestas tanto en México como en Estados Unidos. Las ejecuciones de ciudadanos mexicanos en Texas han prendido oposición en ambos lados de la frontera y hasta protestas oficiales del gobierno mexicano. Asimismo, en Cancún, en Estados Unidos y en otros países los jóvenes han confrontado los sangrientos ataques de la policía a las protestas contra la globalización imperialista.

Como señalamos arriba, la rebelión de los campesinos indígenas de Chiapas contra el TLC/NAFTA (y la ayuda yanqui al ejército mexicano, que atacó salvajemente sus campamentos) concientizó a una nueva generación de rebeldes y los llevó a la vida política “en las entrañas de la bestia”. Todo esto representa una gran ventaja estratégica para la lucha por la liberación y la revolución proletaria en toda la región. El proletariado consciente de clase de este país tiene el deber de abrazar y atizar estas chispas de internacionalismo, y construir apoyo y unidad entre las luchas contra el imperialismo yanqui que están desarrollándose en ambos lados de la frontera.

Desde luego, el partido de vanguardia del proletariado revolucionario de México debe forjar la estrategia para la revolución en ese país. Pero, como recalca el Borrador del Programa respecto a la orientación del proletariado sobre la frontera:

“La frontera con México, producto de la dominación yanqui, es una llaga sangrante de más de tres mil kilómetros. Un lado de la frontera es una puerta abierta al capital estadounidense, que entra libremente a México a explotar al pueblo y los recursos naturales, destruir el medio ambiente, el agua y sobre todo vidas humanas. El otro lado de la frontera está militarizado, y las autoridades acosan y criminalizan a los que vienen por necesidad en busca de trabajo o huyendo de una sangrienta represión.

“Las luchas revolucionarias de Estados Unidos y México se entrelazarán; la gente de ambos lados de la frontera luchará por derrotar al enemigo común y los avances de un lado atizarán la lucha del otro. La lucha se regará a ambos lados y aprovechará una gran vulnerabilidad del imperialismo yanqui (su estrecha conexión con México en una relación de dominación y opresión) para asestarle golpes contundentes. Eso potenciará enormemente la lucha revolucionaria”. (Borrador del Programa, p. 85)

El socialismo eliminará la opresión nacional de los chicanos

El punto de partida del Borrador del Programa en cuanto a la opresión de los chicanos y las demás nacionalidades oprimidas es que la única manera de acabar con ella es tumbar el sistema capitalista imperialista. La opresión nacional y el racismo son un pilar de la sociedad capitalista estadounidense y de la dominación yanqui del mundo entero. Son tan fundamentales para el funcionamiento del sistema y para la estructura social que los imperialistas no podrían abolir y eliminar esa opresión y la estructura de supremacía blanca, aunque quisieran.

Por eso las luchas de los chicanos y las demás nacionalidades oprimidas por la liberación le plantean un gran reto al sistema. La mayoría de los chicanos, negros y otras nacionalidades oprimidas son parte del proletariado, que es una sola clase, y son los sectores más oprimidos de la clase. Su lucha por la igualdad y emancipación está estrechamente ligada a la lucha por el socialismo, y la fortalece mucho. La alianza estratégica entre la lucha del proletariado multinacional por abolir toda la opresión y las luchas de los chicanos y otras nacionalidades oprimidas por eliminar su opresión se basa en el hecho de que esos objetivos solo pueden realizarse mediante el derrocamiento del capitalismo y el triunfo de la revolución proletaria. Forjar esa alianza es crucial para la victoria de la revolución socialista en este país.

Como dice el Borrador del Programa , con el triunfo de la revolución socialista el proletariado hará lo que la burguesía jamás podrá hacer: dirigir a las masas a eliminar la opresión nacional y establecer la auténtica igualdad.

El nuevo estado socialista prohibirá inmediatamente la discriminación en el empleo y la vivienda. Se destruirá el aparato policial y en su lugar se organizarán milicias revolucionarias integradas por las masas. Se prohibirá la segregación en comunidades, escuelas, etc., y se alentará la integración.

El nuevo estado proletario brindará los recursos, apoyo y dirección necesarios para superar todas las desigualdades entre nacionalidades y todas las barreras a la participación plena e igual en todas las esferas y todos los niveles de la sociedad. Eso será completamente distinto a las simbólicas e hipócritas medidas de la burguesía, pues el proletariado reconocerá la crucial importancia de superar completamente las secuelas de la discriminación y opresión nacional, y brindará el respaldo del poder y la fuerza moral de la dictadura del proletariado.

Inmediatamente después de la toma del poder se aplicará firmemente la política de “empezar por los más necesitados”. Los militantes del partido y la gente consciente de clase darán ejemplo de sacrificio personal y trabajo voluntario para reconstruir y reparar los barrios más necesitados primero.

Con el poder en las manos del proletariado revolucionario, podremos acabar con todo el racismo y chovinismo nacional que la burguesía achaca a la “naturaleza humana”. Desde luego, el proceso de extirparlos ha de ser prolongado, pero el primer gran paso será barrer el sistema capitalista, que es la fuente de esa basura y se nutre de ella. Se pondrá fin a una situación de feroz competencia por el trabajo, la vivienda, etc., y de esa manera se eliminará un gran pilar de las ideas racistas. Sabemos que la influencia del racismo es muy profunda en la sociedad estadounidense. Para eliminar el racismo se necesita una lucha multifacética, profunda y decidida. Se emprenderán grandes campañas de educación sobre la vida, cultura e historia de opresión y resistencia de las nacionalidades otrora oprimidas, y se pondrán al descubierto todas las mentiras de la burguesía.

El nuevo estado socialista pondrá fin a la política burguesa de “English First” y “English Only”, y proveerá recursos y se apoyará en las masas para garantizar que no sea obligatorio saber inglés para poder participar de lleno en la sociedad y la lucha por transformarla. En regiones donde el español es el primer idioma, se enseñarán inglés y español a los estudiantes de todas las nacionalidades, y eso se extenderá a la sociedad en general. El inglés no será el único idioma común de la sociedad. Se procurará que todos dominen el inglés y el español, empezando donde haya grandes concentraciones de los dos idiomas.

Se estimulará el florecimiento de la cultura de las nacionalidades previamente oprimidas. El proletariado alentará el desarrollo de los distintos estilos de las culturas nacionales sin limitar a los artistas a ninguna comunidad o estilo. Se respetarán y se desarrollarán los estilos tradicionales y se les dará un contenido revolucionario. Asimismo, se estimulará una mezcla dinámica de culturas en un plano superior en este país y el mundo entero.

El estado proletario defenderá el derecho de los chicanos a las tierras robadas por el tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848, en que México tuvo que ceder ese territorio a Estados Unidos. El tratado supuestamente garantizaba a los chicanos ciertos derechos básicos, como tierra, agua y la igualdad del español, pero al igual que los tratados con los amerindios, Estados Unidos no lo respetó.

Una medida importante del estado proletario para extirpar la opresión nacional y la supremacía blanca será respetar el derecho de los chicanos, así como los negros, los amerindios, etc., a formas de autonomía y autogobierno dentro del estado proletario. Los chicanos tendrán el derecho al autogobierno en vastas zonas del Suroeste, ya sea una sola región o varias regiones autónomas. A diferencia de “las reservas indígenas” de este sistema, las zonas autónomas recibirán tierras y recursos del estado socialista para satisfacer las necesidades de los chicanos y las demás nacionalidades oprimidas, y ayuda para promover su desarrollo. Zonas como el sur de Texas, que se han mantenido en el atraso, recibirán ayuda especial para fomentar el desarrollo y atender las necesidades del pueblo.

Los principios generales del autogobierno serán: promover igualdad, no desigualdad; fomentar unidad, no división, entre distintas nacionalidades; eliminar, y no estimular, la explotación y la opresión. Respecto al idioma y la cultura, se dará prioridad en las publicaciones y obras culturales, etc., a los estilos y expresiones de la nacionalidad oprimida en esa zona geográfica, además de popularizarlos en la sociedad en general.

Dar tierra y autonomía a los chicanos no implica que tendrán que vivir en esas zonas. Muchos chicanos desearán vivir, trabajar y luchar hombro a hombro con las demás nacionalidades en otras zonas del nuevo estado socialista multinacional. Si bien el estado proletario es partidario de la integración y la unidad, respetará el derecho a la autonomía a fin de fomentar la plena igualdad entre distintas naciones y nacionalidades.

Todas las medidas para obtener la verdadera igualdad, así como la igualdad de idiomas y culturas, se aplicarán a los inmigrantes, y el estado proletario estimulará y valorará la plena participación de los inmigrantes en todos los aspectos de la nueva sociedad socialista. Se abolirá toda forma de discriminación contra los inmigrantes en el trabajo, la vivienda, los servicios de salud y la educación. Ningún ser humano será “ilegal”. Se destruirá a las fuerzas militares que actualmente acosan y maltratan a los inmigrantes: la Migra, la Patrulla Fronteriza, los paramilitares cazainmigrantes, la policía, etc.

El desenvolvimiento de las luchas revolucionarias en Estados Unidos y México determinará dónde quedará la nueva frontera y cómo se demarcará. De todas formas la frontera NO será un instrumento para someter y explotar a las masas de inmigrantes ni para reforzar la dominación de México. (El Borrador del Programa profundiza estas cuestiones).

Parte III: La auténtica liberación: Puntos de unidad y discrepancias con otras perspectivas y enfoques

El proletariado consciente de clase apoya firmemente la resistencia de los chicanos contra la opresión nacional y participa directamente en ella. A lo largo de la historia del país, esta lucha ha sacudido los cimientos de la sociedad y sin duda será fuente de más rebeliones populares en el período que viene. Pero precisamente por eso se nos presenta un reto: ¿nos conformaremos con solo “cascabelear nuestras cadenas”, dejando intacto el sistema, o fijaremos las miras en destrozarlas de una vez por todas, es decir, hacer todo lo posible por hacer la revolución proletaria de a de veras que puede poner fin a toda forma de explotación y opresión?

            Es necesario que el proletariado y los oprimidos ansíen tanto la liberación que se decidan a adoptar una orientación científica. ¿Qué significa esto? Lo primero es tener claro el punto de partida de luchar por las necesidades y los intereses auténticos de las masas populares, y no por menos. Luego hay que examinar honestamente lo que se requiere para hacer eso. Es necesario reconocer la realidad de que este sistema está podrido y no puede reformarse, es decir, captar la necesidad de la revolución. Debemos analizar qué tipo de lucha se requiere para acabar con el sistema; qué estrategia y qué tipo de dirección se necesitan para guiar al pueblo a librar y ganar esa lucha; cómo será la sociedad que reemplazará a la vieja sociedad y cómo la construiremos.

            A continuación haremos un bosquejo de otras perspectivas y enfoques de cómo acabar la opresión de los chicanos a fin de estimular el debate y forjar mayor unidad en torno al análisis, estrategia y plan correctos de liberación por medio de la revolución proletaria. Con este propósito abordaremos los puntos fuertes y débiles de dichos enfoques. Como dijo Mao Tsetung: “El enemigo no desaparecerá por sí solo… ni se retirará por su propia voluntad del escenario de la historia”. ¡Tenemos que hacer la revolución y lo más pronto posible!

La estrategia del reformismo vs. la lucha por la revolución

            La clase dominante de este país se ha unido en torno a un programa para el pueblo: penales, porrazos y patriarcado. En las luchas de hoy los jóvenes y las masas populares chocan contra la brutalidad del sistema y sus leyes, contra la policía y las realidades económicas del capitalismo. Esa experiencia lleva a un sector de luchadores a la verdad fundamental de que “la revolución es la esperanza de los desesperanzados”. Pero otros ven la fuerza del sistema—su poderío militar, y el hecho de que otras capas del pueblo, especialmente la clase media, aceptan el sistema, y que existen divisiones entre los distintos sectores del pueblo—y no ven cómo un movimiento revolucionario con la dirección del proletariado podría derrocar al sistema por medio de una guerra popular. A esto contribuye el hecho de que la clase dominante hace alarde de la “invencibilidad” de su poderío militar.10 Además, muchos de la nueva generación no están seguros de que la revolución sea deseable, ya que los que controlan la maquinaria de la opinión pública calumnian tanto al socialismo. Por todas esas razones los reformistas pequeñoburgueses y políticos burgueses logran engatusar con argumentos de que no se necesita la revolución, es decir, que los chicanos y demás explotados y oprimidos se emanciparán simplemente por medio de luchas reivindicativas o en las urnas, sin necesidad de librar una revolución violenta para tumbar al sistema capitalista.

            El reformismo niega que el sistema capitalista se basa en la explotación y opresión, y no puede existir sin eso. Niega que los intereses de la clase dominante se oponen fundamental y antagónicamente a los del proletariado y las masas populares. Esa clase y su sistema mantienen a las masas en un estado de “pacificación y supresión”. Aun cuando se ven forzados a otorgar concesiones ante levantamientos y luchas populares, defienden despiadadamente sus intereses. Sí es posible arrancar concesiones de la clase dominante (y no es erróneo intentarlo11), pero el problema con el reformismo es que esto jamás resolverá el problema fundamental, satisfará las necesidades de las masas ni logrará su emancipación. Tarde o temprano (y por lo general, más temprano que tarde), el sistema y la clase dominante arrebatarán dichas concesiones. El enfoque reformista desmoraliza a las masas y el sistema capitalista queda impune; por eso, el reformismo es aceptable para la clase dominante y los lacayos del sistema, y ellos mismos lo fomentan.

El enfoque reformista no es ni más práctico ni más realista que luchar por la revolución; de hecho, no hay nada más poco realista que creer que podemos reformar este sistema chupasangre.

El punto de partida de nuestro partido y del proletariado consciente de clase es que es necesario acabar con el sistema librando y ganando una guerra popular. Sabemos que el sistema es totalmente inservible, que se basa en la explotación aquí y en el mundo entero, y que no podemos lograr ningún cambio fundamental hasta que lo derroquemos. Trabajamos en todo momento por acelerar y preparar las condiciones necesarias para emprender la lucha armada. “¿Cómo nos prepara lo que hacemos hoy para iniciar y ganar la guerra revolucionaria cuando las condiciones maduren?”: con esa vara el partido mide su trabajo revolucionario.

            ¿Esto quiere decir que no tiene caso librar luchas contra el racismo o las demás grandes injusticias? ¡Todo lo contrario! Es indispensable que el pueblo se defienda de los ataques del sistema y sus sabuesos para que no lo aplasten y para crear las condiciones para lanzarse a la lucha por el poder. Pero hay que movilizar a las masas y dirigirlas a luchar contra la opresión nacional y todos los atropellos del sistema con la ideología revolucionaria y al servicio de objetivos revolucionarios. En todo eso, nuestra meta es elevar la conciencia, organización y capacidad de lucha de las masas, y prepararlas para librar la guerra popular en cuanto las condiciones maduren.

            Los reformistas conscientes ocultan su propia cosmovisión no revolucionaria diciendo que las masas jamás abrazarán la revolución. Según ellos, no se les debe decir la verdad—que solo la revolución puede acabar con la opresión—porque si les decimos eso, no nos apoyarán. Pero en realidad es importante decirles a las masas claramente lo que se requiere para liberar a la humanidad. De otra forma, no ayudaremos a desencadenarlas. Si les mentimos, nos pareceremos al médico que le da al paciente un par de aspirinas para el dolor, cuando lo que necesita es una operación radical. No debemos buscar quedar bien con todo mundo y no espantar a nadie. La revolución y el trabajo revolucionario entrañan la seria responsabilidad de preparar a las masas para actuar de acuerdo a los intereses revolucionarios, y de conquistar el poder y transformar toda la sociedad como parte de la revolución mundial. Para ello debemos infundirles la concepción revolucionaria para que ellas mismas sean líderes comunistas revolucionarios.

            Otros dicen que es erróneo en principio (o arrogante) asumir la responsabilidad de ser la vanguardia, de dirigir al pueblo a hacer la revolución. Los que dicen eso o han perdido toda esperanza de liberación o se han tragado el cuento utópico reformista de que necesitamos algo menos que el derrocamiento revolucionario del orden establecido y la transformación revolucionaria de todas las condiciones y relaciones sociales. Esa gente busca dirigir a las masas, pero con ese enfoque es seguro que las meterá a un callejón sin salida. Dicho enfoque es totalmente erróneo porque, sean cuales sean sus intenciones, no parte de los intereses y necesidades fundamentales del pueblo ni capta las condiciones y relaciones sociales que lo encadenan.

            Tan pronto como se analiza lo que se requiere para derrocar al imperialismo estadounidense y, junto con el proletariado internacional, continuar la lucha hasta eliminar la sociedad de clases, salta a la vista la necesidad de una vanguardia. Sin un grupo dirigente no sería posible elaborar la ideología, estrategia, visión y organización para dirigir la lucha de las masas hasta su meta. En este país, el PCR asume esa responsabilidad. 12

            ¿Revolución o reforma? ¿La dirección de una vanguardia proletaria o del reformismo burgués? Estas son cuestiones decisivas para los movimientos de hoy.

La vía electoral no es la solución: Se necesita la guerra revolucionaria

            Los resultados del censo del año 2000 en Estados Unidos indican un enorme crecimiento de gente de familia mexicana en el Sudoeste y el resto del país, pero como su condición oprimida y marginada continúa, el descontento crece. Por eso, los políticos exhortan a “ganar influencia política por la vía electoral”, pues buscan canalizar el descontento para que termine apoyando al sistema. Culpan al pueblo de su propia opresión por no dedicarse a poner más “caras morenas en posiciones de poder”, una expresión que proviene de la época de los 60. Pero no se puede negar que desde esa época una gran cantidad de políticos chicanos de los dos partidos burgueses han triunfado en las urnas, pero la situación de los chicanos y las masas populares ha empeorado.

Las nacionalidades oprimidas, así como las mujeres, tienen experiencia de sobra con los politiqueros que “lucen como ellas” pero actúan como la burguesía; de dientes para fuera dicen que luchan por “su gente”, pero en realidad ayudan a implantar el programa represivo de la clase dominante. (Un vistazo a México demuestra que el solo hecho de tener gente de la propia nacionalidad en el gobierno no acaba con la dominación de la burguesía ni cambia la situación de las masas oprimidas). La experiencia con los políticos chicanos es igual; cuando salen elegidos, terminan oponiéndose a los intereses del pueblo, a pesar de sus promesas (e incluso de sus buenas intenciones en algunos casos). Entre otras cosas, “la lógica” del sistema los atrapa: no importa quien sea el elegido(a), “para lograr algo positivo” tiene que trabajar por medios aceptables al sistema... lo que beneficia a la clase dominante. De hecho, independientemente de quién triunfe en las urnas, la clase dominante siempre ha logrado imponer su cruel proyecto de opresión y explotación de la clase trabajadora y los oprimidos de este país y el mundo.

            Eso se debe a que el problema es más fundamental que elegir a malos políticos. El sistema capitalista se basa en la opresión y la explotación; este sistema político—la superestructura de leyes, los políticos, el aparato burocrático, los policías y las cárceles, etc.—existe fundamentalmente para responder a las necesidades del orden establecido de la clase burguesa que lo domina y se beneficia de él. Por eso el problema no es elegir a chicanos malos—o a políticos malos—a los cargos, ya que cualquiera que trabaje dentro del sistema “tratando que funcione bien” se convierte en su instrumento, ¡y al diablo el pueblo! Evidentemente el pueblo no saldrá de la opresión si trabaja dentro del marco del mismo sistema que la origina. Es de suma importancia captar que la solución a toda esta locura no se encuentra ni en las “urnas” ni en el “proceso electoral”.

            Muchos jóvenes activistas han entrado a la vida política por medio de la lucha contra varias iniciativas electorales reaccionarias. En algunos casos y hasta cierto punto, esas luchas son útiles porque ponen al descubierto el programa reaccionario que la clase dominante busca imponer. Pero sería erróneo limitar la lucha a oponerse a esos ataques electorales. Bob Avakian, presidente del PCR, sintetiza: “Para decirlo en una oración: las elecciones son controladas por la burguesía; no son de ningún modo el medio por el cual se toman las decisiones básicas; y se efectúan con el propósito primario de legitimar el sistema, la política y las acciones de la clase dominante—dándoles la fachada de un ‘mandato popular’—y de canalizar, confinar y controlar la actividad política de las masas populares”.

            Esta orientación es indispensable para captar el propósito de esas iniciativas electorales reaccionarias: más que nada buscan darle a la clase dominante “un mandato popular” para medidas reaccionarias que ya han definido los ejecutivos, investigadores a sueldo y politiqueros de la clase dominante. Al librar las batallas electorales, no debemos permitir que se “canalice, confine o controle” nuestra actividad política porque entonces la clase dominante habrá logrado su objetivo de legitimar su sistema y su proyecto, y de obligarnos a aceptar sus términos políticos; en tal caso no podríamos movilizar a las masas para transformar el terreno político, sino que siempre estaríamos actuando en un terreno favorable para los opresores y desfavorable para nosotros, lo cual les permitiría desviar y desmoralizar a las masas y su lucha contra la opresión.

            No podemos obtener una sociedad mejor ni eliminar toda la opresión ni la opresión nacional por medio de la vía electoral. Para lograr un cambio fundamental, el proletariado y las masas tienen que tumbar a la burguesía.

Indigenismo

            Muchos jóvenes chicanos se identifican con la historia, cultura y lucha de los indígenas de Estados Unidos y México porque quieren conocer sus raíces históricas y luchar contra la opresión que vive su gente. Admiran la vida de los indígenas y odian la tecnología capitalista y los daños que ha causado en este país y el mundo entero, y ven que el retorno a “sus raíces indígenas” y el rechazo de la cultura occidental es el primer paso en la lucha para eliminar su opresión. Les repugnan la adoración del dinero y el afán de lucro que reinan en el capitalismo a costa del pueblo y el medio ambiente. Las creencias indígenas llenan el vacío que sienten y responden a sus anhelos de algo más noble.

El proletariado consciente de clase está de acuerdo con muchos aspectos de esos sentimientos. Este sistema nació empapado de la sangre de millones y millones de indígenas que a pocos años de la llegada de los colonizadores europeos murieron por la guerra, las enfermedades y la esclavitud. El hecho de que muchos jóvenes chicanos se identifican con las luchas de los pueblos indígenas de este país y México puede contribuir a crear conciencia de que los explotados y oprimidos del mundo tienen una lucha común contra un enemigo común: el sistema imperialista, que cada día amenaza más la propia vida del planeta.

Una parte importante de la cultura chicana es el estudio de las antiguas civilizaciones indígenas, que en gran medida han sido borradas de la historia. Hay mucho que aprender y mucho que debemos preservar de esas civilizaciones y culturas. Además, es correcto y necesario rebelarse contra la autodegradación e inferioridad nacional que llevan a algunos mexicanos y chicanos a enfocarse exclusivamente en el lado español de su herencia. Pero, por otro lado, existe una tendencia a negar que los chicanos e indígenas tienen historias diferentes y propias, es decir, una tendencia a plantear que los indígenas y la gente de ascendencia mexicana de ambos lados de la frontera son iguales. Las generalizaciones de este tipo no toman en cuenta el desarrollo histórico de los pueblos del Sudoeste y de México (y toda Latinoamérica) antes y después de las conquistas española y estadounidense ni reconocen el propio desarrollo de cada cual. Lejos de unir las luchas de todos, socavan esa unidad al negar el desarrollo (y los conflictos) específicos, y las diferencias actuales en la situación y las reivindicaciones de esos pueblos.

La historia del Sudoeste no es la historia de un solo pueblo. Es muy cierto que los indígenas, los mexicanos y los chicanos sufrieron bajo la dominación española y posteriormente de los capitalistas estadounidenses, pero los navajos, hopis, pueblos y otros indígenas de la región tienen su propio desarrollo histórico, cultura y vida, que son distintos a los de los chicanos. Y al decir que todos los mexicanos son indígenas no se toma en cuenta que hay distintos grupos y culturas indígenas de México que sufren discriminación y opresión a manos de las clases dominantes mexicanas en asociación con los imperialistas yanquis. ¿Acaso se puede negar la enorme diferencia que es nacer de “este lado” o del “otro lado” de la línea?

Si queremos acabar con la opresión tenemos que captar la realidad (actual e histórica) tal y como es. Es necesario examinar la historia y analizarla científicamente en todos sus aspectos para comprender las raíces de la opresión, las causas del problema y lo que nos une. El capitalismo colonizó este continente, cometió genocidio contra los indígenas y sigue explotando a los indígenas (y al resto de la población). El mismo capitalismo ha querido borrar la larga historia de lucha popular contra esa opresión. Y el capitalismo imperialista explota y domina a México y otros países oprimidos. Es preciso captar que el sistema capitalista es la fuente de los problemas de todo el pueblo; si no, podemos caer en la trampa de culpar a la cultura occidental o a los blancos, lo cual no nos permitiría unir a todos los que es posible unir y aliarnos con los que luchan contra el mismo sistema en todo el mundo para derrocar el dominio del capital y construir un mundo libre de opresión y explotación.

            Al ver que explotan los recursos naturales del planeta para sacar ganancias y que la industria maderera arrasa grupos humanos enteros, algunos concluyen que la tecnología en sí amenaza destruir el medio ambiente. Por eso propone un retorno a la época de una tecnología menos avanzada. Sin embargo, un análisis de ese período demuestra que no fue para nada “idílico”. No nos referimos al “nivel de vida”—porque en realidad la vida de millones de este hemisferio es más ardua hoy que hace 500 años—sino al hecho de que esas sociedades tenían jerarquías de clase, de género, etc., y la violencia y matanzas entre tribus eran muy comunes. (Por ejemplo, antes de la conquista, la sociedad azteca tenía jerarquías, y oprimía y explotaba a grandes sectores; además, dominaba y saqueaba a otros pueblos, lo cual permitió a los españoles movilizar a esos pueblos contra los aztecas).

            Nuestro punto de partida tiene que ser atender a las necesidades del pueblo. Hoy, la población mundial excede a 6 mil millones, y la humanidad ha superado la época de “cazadores-recolectores” y la agricultura de subsistencia; sin la tecnología, simplemente no sería posible alimentar y dar vivienda a los habitantes del planeta ni a la población de este país. Entonces, retornar a una época anterior (es decir, a una versión idealizada) sin tecnología no beneficiaría a la gran mayoría. Por eso es erróneo pensar que podemos solucionar los problemas del capitalismo regresando a “los tiempos de antes”.

            Sin embargo, hay mucho que podemos y debemos aprender de la experiencia de los indígenas, como la importancia que dan a proteger el mundo natural. La revolución proletaria incorporará esto al dar a luz una nueva vida libre de opresión y explotación.

            Es importante captar que la tecnología en sí no está destruyendo el planeta y la vida de sus habitantes; es la forma en que el capitalismo la utiliza y desarrolla. La tecnología no es el problema; el problema es que hoy la tecnología está en manos del capitalismo:

            “Con el insaciable afán de convertirlo todo en un medio para exprimir ganancias privadas, y con los monstruosos métodos de guerra que usan para defender y extender su predominio, los imperialistas tumban bosques, contaminan el agua y el aire, ponen en peligro la atmósfera y devastan sistemas ecológicos. En una palabra, están destruyendo el planeta. No se les puede confiar. Además de haber causado enorme sufrimiento a muchas generaciones, cada día destruyen más el medio ambiente, lo que perjudicará a muchas generaciones por venir en todo el mundo”. (Borrador del Programa , p. 7)

            Cuando el proletariado tome el poder, pondrá la tecnología en manos que la desarrollará al servicio de las necesidades del pueblo y el avance de la sociedad, y protegerá y sanará el medio ambiente:

            “El proletariado seguirá una pauta de ‘desarrollo socialista sustentable’ para proteger el medio ambiente. Corregirá paso a paso la destrucción de los bosques, el suelo, el agua y el aire. Desarrollará sistemas industriales y agrícolas que sean productivos según las normas de productividad económica, racionalidad ecológica y justicia social. En general, la nueva sociedad se propondrá interactuar con la naturaleza de una forma planificada que preserve los sistemas ecológicos, y promueva mayor conocimiento y respeto de la diversidad del mundo natural”. (Borrador del Programa, p. 17)

            Como ya señalamos, muchos jóvenes admiran la espiritualidad indígena porque rechaza los valores hipócritas de la clase dominante, la afirmación de que el egoísmo es el motivo básico de los seres humanos, y la decadencia y degradación que engendra. También se rebelan contra la iglesia católica y los valores tradicionales, que fortalecen la opresión de la mujer, la esclavitud asalariada, etc. Es bueno que critiquen los ideales de esta sociedad y busquen una moral de los oprimidos y no de los opresores. Pero la orientación de los comunistas es distinta: no creemos en fuerzas o seres sobrenaturales de ninguna clase. Nuestra posición es que las masas se emanciparán a sí mismas. Reconocemos que el papel de la religión es consolar a los oprimidos e inculcarles la idea de que son impotentes ante Dios, las fuerzas de la naturaleza y los opresores, y no incitarlos a alzarse y abolir por medio de la lucha revolucionaria el sistema que los oprime. Por otro lado, también reconocemos que muchos luchan contra la injusticia, la opresión y a veces conscientemente contra el imperialismo por ideales o creencias religiosos. Por eso instamos a todos a medir sus creencias con esta vara: ¿les llevarán a conformarse con la opresión y hacer las paces con el sistema, o a derrocarlo? 13

La lucha por el socialismo, y no por un estado nacional separado, llevará a la liberación chicana

            El concepto de Aztlán,14 la tierra mítica de los chicanos, se popularizó en la conferencia de la juventud chicana convocada en la ciudad de Denver, Colorado, en marzo de 1969, donde también se originó “El Plan Espiritual de Aztlán”, una declaración espiritual de independencia e identidad chicana, que reclamó libertad y fin a la opresión. Aztlán sigue siendo un importante símbolo (aunque tiene significados variados) y tema central del movimiento chicano porque toca los problemas candentes de los chicanos y sus anhelos de liberarse de la opresión. Para muchos chicanos, Aztlán simboliza su identidad y lucha común por la igualdad y la libertad.

            Algunos argumentan que los chicanos son una nación y no una minoría nacional oprimida, y que para acabar con su opresión deben establecer su propio estado nacional en su “tierra natal” del Sudoeste después de—o en lugar de—la revolución. Se habla de la lucha por recuperar “Aztlán”; pero este planteamiento no parte de un análisis correcto de la historia de los chicanos o del Sudoeste; como no capta que los chicanos son una minoría nacional oprimida, no contribuye a forjar una estrategia correcta para acabar con su opresión.

La situación es compleja, ya que además del robo de la tierra de México y la subyugación de los mexicanos que permanecieron allí, la historia del Sudoeste abarca la supresión de los indígenas que habitaban la región mucho antes de la conquista española, y sus reclamos de indemnización y tierra se deben tomar en cuenta. Los indígenas libraron guerras de resistencia contra los asentamientos españoles/mexicanos y lucharon contra el expansionismo estadounidense (aunque terminaron encerrados en campos de concentración, llamados reservas). Por otro lado, México también pudiera exigir legítimamente ese territorio que se le robó en una guerra injusta, una cuestión que podría entrar en juego en el contexto de un levantamiento revolucionario al otro lado de la frontera.

            El Borrador del Programa toma en cuenta la compleja historia del Sudoeste y plantea el derecho de los chicanos a la autonomía (al autogobierno en las zonas donde se han concentrado) dentro del estado socialista unificado:

            “Al aplicarse la autonomía en el caso de los chicanos, habrá que tomar en cuenta los siguientes factores: el desenvolvimiento de la revolución en Estados Unidos y su interrelación con la revolución en México, la situación en la región fronteriza y los derechos históricos de la tierra de otros grupos de oprimidos del Sudoeste, especialmente los amerindios”. (Borrador del Programa, p. 93)

            Pero: ¿los chicanos constituyen una nación o no? Como hemos visto, cuando Estados Unidos se robó ese territorio de México los asentamientos mexicanos no estaban muy desarrollados; estaban muy aislados entre sí y de México, y por eso no forjaron una nación. La conquista estadounidense rompió toda conexión con México, que en ese momento se constituía como nación. La población mexicana del Sudoeste no se constituyó como nación; la salvaje opresión que sufrió forjó una nacionalidad oprimida en Estados Unidos, pero no una nación chicana.

            También es importante entender el proceso singular de desarrollo y transformación de los chicanos desde ese tiempo; durante el siglo pasado se han registrado grandes olas de migración de México y la población chicana ha crecido enormemente. Ahora las raíces de la gran mayoría de los chicanos están en México y no en el Sudoeste. Para ellos, Aztlán puede ser un símbolo de unidad, pero en realidad no tiene conexión a su tierra natal. Al permanecer en El Norte muchos de ellos—y especialmente sus hijos—se han integrado a la nacionalidad oprimida chicana.

            La relación con México es algo que define a los chicanos, y su cultura tiene mucha influencia de México, aunque tiene rasgos muy propios. Su herencia —y su opresión nacional actual e histórica—les da a los chicanos una identidad común, pero en su composición y carácter saltan a la vista orígenes diversos: tienen distintas raíces históricas, hablan diferentes idiomas (el español y el inglés, y variedades maravillosas de ambos), y aunque históricamente comparten una historia económica y social (como menciona el Borrador del Programa), nunca alcanzaron la vida económica común característica de una nación; es decir, una vida económica arraigada y entretejida en un territorio común.

            Una nación es una “comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura” (El marxismo y la cuestión nacional, J. V. Stalin). Las naciones modernas surgieron con el nacimiento y el desarrollo del capitalismo. Por varias razones unas dominaron a otras; en general, las naciones con mayor desarrollo capitalista han dominado y oprimido a las demás, y en algunos casos eso ha impedido que ciertos grupos se constituyeran como nación.

            Existe una diferencia entre una “nación” y una “minoría nacional”, y el propósito de trazar esa distinción no es catalogar la cantidad de sufrimiento de las naciones y minorías nacionales ni decidir si tienen o no el derecho de ser libres de la opresión, sino entender su desarrollo histórico y las consecuencias que conlleva para el futuro de la lucha. Una nación posee una cohesión interna producto de su desarrollo histórico que le permite establecer su propio estado, no porque se le concede esa posibilidad, sino precisamente porque su desarrollo histórico la ha creado. Por eso, el proletariado defiende el derecho de la autodeterminación, el derecho a separarse de la nación dominante y formar su propio estado (pero la posición del proletariado a favor o en contra de la secesión en un caso dado dependerá de las circunstancias concretas y de la mejor manera de unir a la población y zafarse de las garras del imperialismo).

            Por otra parte, las minorías nacionales oprimidas, que también han sido sometidas a las necesidades del desarrollo capitalista de las naciones dominantes, no tienen el derecho a la secesión, no porque se les niega ese derecho, sino porque su desarrollo histórico no ha creado las condiciones para formar una nación.

            En el caso de los chicanos, su desarrollo histórico no ha creado las bases para establecer su propio estado. Sin embargo tienen el derecho de ser libres (de la desigualdad y del racismo), pero esa libertad solo se conseguirá aliándose con la revolución proletaria y luchando por tumbar al sistema capitalista, que es la fuente de la opresión nacional y se beneficia de ella.

Existe una clase en este país (el proletariado de todas las nacionalidades) que solo puede terminar su propia esclavitud si dirige la lucha consecuente por tumbar al sistema que causa toda la explotación y opresión en este país, como parte de la lucha mundial por tumbar al imperialismo. Millones de personas en este país se oponen al imperialismo, y las luchas de las nacionalidades oprimidas en particular han asestado y asestarán golpes contundentes contra el sistema. Con la dirección del proletariado consciente de clase que trabaja por forjar la alianza entre su lucha por el socialismo y las luchas de las nacionalidades oprimidas contra su opresión como el núcleo sólido del frente único, es posible obtener la victoria de la revolución proletaria. Y como ya vimos, el estado socialista reconocerá la necesidad urgente de acabar con el racismo y la opresión nacional por toda la sociedad; defenderá el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autonomía y formas de autogobierno en las zonas donde están concentradas dentro del estado socialista. 15

            Debemos reconocer que las distintas perspectivas sobre esta cuestión representan distintas clases e intereses de clase de los chicanos. La idea de que la liberación de los chicanos solo se dará estableciendo su propio estado nacional no representa los intereses de las masas chicanas ni de las masas oprimidas y explotadas en general, ya que en realidad en el sentido científico el desarrollo histórico de los chicanos no llevó a formar una nación. De hecho, esa idea beneficiará a la burguesía imperialista, que la aprovechará para contraponer los reclamos de distintos sectores de las masas de ambos lados de la frontera y llevar la lucha popular a un callejón sin salida.

            Los chicanos sufren una salvaje opresión y explotación desde hace 150 años, y su lucha puede aportar una inmensa fuerza a la lucha por acabar con el sistema imperialista, que es la fuente de enorme sufrimiento de las masas aquí y en el mundo entero.

El nacionalismo y el internacionalismo

            El nacionalismo ha jugado un papel importante en las luchas de los chicanos y de todos los oprimidos en Estados Unidos y por todo el mundo; es justo que un pueblo oprimido se rebele contra la dominación y opresión, y es una fuerza poderosa para la revolución. Asimismo, es justo que se sienta orgulloso de su historia y “sus orígenes”, que el opresor ha degradado. El nacionalismo de los oprimidos es muy distinto al nacionalismo del opresor porque lucha contra la opresión y la desigualdad, mientras que el del opresor fortalece la opresión y pisotea la justicia y la igualdad.

            Pero a fin de cuentas, como ideología, cualquier forma de nacionalismo plantea “mi nación primero”, representa a la burguesía y termina beneficiando al capitalismo. Es la concepción del mundo de los explotadores y de los que “quisieran ser” explotadores, aun si estos son pisoteados y discriminados por explotadores más grandes y poderosos. Incluso cuando tiene una expresión radical y hasta revolucionaria, dicha ideología no lleva a una ruptura completa con el marco burgués y los principios capitalistas, y en última instancia canalizará la lucha nuevamente por ese cauce. Y debe quedar claro que lo esencial del capitalismo es la explotación: no es posible y nunca será posible acumular capital sin explotar a los demás.

            Hasta cierto punto, el nacionalismo es una fuerza positiva en la lucha de una nacionalidad oprimida, pero jamás llevará a la meta final, es decir, no sirve como guía a la liberación total. No permite unir a los oprimidos de distintas nacionalidades, ya que con el nacionalismo al mando, cada cual defiende los intereses de su propia nacionalidad ante todo. Así es el nacionalismo. No da una visión completa de nuestra lucha y su alcance mundial. No permite unirnos con los amigos auténticos para luchar contra los enemigos comunes (en un país dado y por todo el mundo), ni mucho menos aborda el problema de acabar con toda la opresión, especialmente la opresión de la mujer.

            En fin, el punto de partida de la nación y del nacionalismo como ideología es demasiado estrecho para siquiera concebir la lucha por abolir toda la opresión y explotación, ni hablar de llevarla a cabo. Es imposible poner en primer plano los intereses de la nación y, a la vez, los del proletariado.

            El proletariado es una clase internacional, y aunque necesariamente conquista el poder país por país (y no en todo el mundo de un golpe), solo hará realidad sus intereses fundamentales a nivel mundial por medio de la victoria de la revolución proletaria mundial. Por esa razón, debe desarrollar su lucha revolucionaria en cada país como parte de la revolución proletaria mundial, y en un sentido fundamental subordinada a ella. Por su propia naturaleza y lógica el nacionalismo no está a la altura de esta tarea.

            El nacionalismo eleva una nación por encima de las demás; según su lógica, lo que divide a la nación es dañino. Si bien algunos matices plantean que los intereses de la nación son idénticos a los de las clases bajas (los proletarios) o que las clases altas no pertenecen a la nación, a fin de cuentas tendrán que reconocer que la nación se compone de distintas clases, entre ellas la burguesía. Si la unidad de la nación está por encima de todo (como dicta el nacionalismo), entonces lo que dañe esa unidad—por ejemplo la lucha del proletariado contra la burguesía o la lucha contra la opresión de la mujer—tarde o temprano será en un obstáculo que habrá que suprimir.

            Fundamentalmente, es imprescindible guiarse por la metodología y cosmovisión científica del proletariado, especialmente el internacionalismo. De otro modo, no será posible dirigir a las masas a tumbar y abolir las relaciones milenarias de explotación y opresión, y sus correspondientes ideas y costumbres, respaldadas por la inmensa fuerza de la tradición. En tal caso, no habría más remedio que recurrir a métodos burgueses y relaciones capitalistas para resolver problemas concretos. Para extirpar esas relaciones milenarias de opresión y explotación, se necesitará una lucha constante y decidida por captar y poner en práctica la metodología y cosmovisión científica del proletariado: habrá que contrarrestar constantemente la fuerza de las relaciones e ideas burguesas, y la espontaneidad que las refuerza.

            En cuanto a sus intereses fundamentales, el proletariado de un país dado tiene más en común con el proletariado y las masas de otros países y naciones que con la burguesía de su propio país o nación. Y eso comprueba nuevamente que la nación es un marco demasiado estrecho para siquiera concebir eliminar todas las relaciones de explotación y opresión, y la superestructura política e ideológica correspondiente, y mucho más para extirparlas. Por eso, el nacionalismo como ideología no llevará a la completa liberación de una nación oprimida ni a la emancipación fundamental de las masas de oprimidos y explotados de esa nación, ni mucho menos a la emancipación de los explotados y oprimidos del mundo entero, y de toda la humanidad.

            Para cumplir los objetivos de esta revolución liberadora de a de veras, necesitamos otra ideología; necesitamos el internacionalismo, y no el nacionalismo. El internacionalismo corresponde a los intereses del proletariado porque esta clase solo obtendrá su emancipación eliminando la explotación y opresión de toda forma y en todas partes. Está comprometido, no con una nación, sino con la causa de la emancipación—de acabar toda explotación y opresión—en el mundo entero.

Las chicanas en la lucha por la liberación y la revolución

            Las mujeres son de los más férreos luchadores del movimiento chicano. A pesar de las nociones machistas, no aceptan un papel secundario en los estallidos sociales, manifestaciones y rebeliones, ni en las organizaciones y coaliciones estudiantiles. Más que nunca se encuentran en las primeras filas y como líderes de dichas luchas, y exigen igualdad y respeto.

            Aunque se destacan como líderes y reclaman la igualdad de la mujer, lamentablemente se siguen topando con el machismo en el movimiento, lo cual por mucho tiempo ha sido tema tabú porque los hombres (y a veces las mujeres) consideran que causa divisiones. Esta experiencia plantea preguntas más profundas: ¿por qué existe tanto machismo en un movimiento que en teoría se opone a la opresión? ¿Por qué persiste la tendencia tan fuerte en el movimiento chicano de que la liberación de la mujer sea “secundaria”? ¿Cómo se pondrá fin a la opresión de la mujer?

            El presidente Avakian dice: “Una cuestión primordial para las mismas masas oprimidas, sobre todo los compañeros, es eliminar o no la opresión de la mujer: ¿barrer o conservar (¡quizás un poquito!) las relaciones de propiedad, las relaciones sociales y su correspondiente ideología, que encadenan a la mujer? He aquí un deslinde entre luchar por acabar con toda opresión y explotación —y la misma división de la sociedad en clases—o, a fin de cuentas, sacarle provecho”.

            Hagamos hincapié en esto: la posición en cuanto a la opresión de la mujer es un deslinde entre acabar o no con toda opresión y explotación. Evidentemente, estas jóvenes chicanas se topan, entre otras cosas, con la realidad de que el nacionalismo, aun de los oprimidos, no puede desencadenar profundamente la lucha para eliminar la opresión de la mujer.

            La lucha por los intereses básicos de la mujer implica lanzarse contra la estructura patriarcal, que es una piedra angular del sistema capitalista. A la pregunta: ¿unirse o no a esa gran fuerza de masas cuya lucha amenaza los cimientos del sistema?, los que se guían por la ideología nacionalista forzosamente responderán que no, porque a fin de cuentas su concepción estrecha no permite comprender por qué unirse con esa lucha ni cómo cumplir sus metas. Pero la respuesta contundente del proletariado revolucionario es: “¡Sí! ¡Romper las cadenas, desencadenar la furia de la mujer como una fuerza poderosa para la revolución!”.

A veces las compañeras se desaniman porque encuentran oposición a que desempeñen un papel igual al de los hombres en todos los aspectos, por ejemplo como líderes del movimiento. En estos casos es común que adopten el feminismo. Si bien el feminismo juega un papel importante al condenar la opresión de la mujer y estimular la lucha contra ella, no aclara que el sistema capitalista es la fuente de esa opresión ni se propone acabar con él. El feminismo no capta la necesidad ni la base material de unir a todos los que es posible unir bajo la dirección del proletariado y su partido de vanguardia en la lucha por la revolución ni capta cabalmente la base para lograr que los hombres superen sus ideas y conductas tradicionales burguesas acerca de la mujer a través de la lucha revolucionaria. Por eso, puede llevar a la desmoralización o a dar la espalda a la lucha contra el sistema.

Tenemos que luchar para que esta nueva generación de chicanas capte que el punto de partida de la revolución es poner fin a toda la opresión. Y en esa lucha, las mujeres están, y deben estar, en las primeras filas. Como dice el Borrador del Programa : “El proletariado desencadenará la furia de la mujer como una fuerza poderosa para la revolución. Cuando el proletariado llegue al poder, las mujeres ya se habrán liberado de muchos papeles tradicionales tras batallar, hombro a hombro con los hombres, por la emancipación de toda la humanidad. Muchas mujeres serán líderes comprobadas de la revolución, y muchos hombres desecharán las ideas y costumbres tradicionales respecto a la mujer. Eso será un factor positivo muy importante para lanzar la lucha socialista contra la opresión de la mujer”. (Borrador del Programa, p. 20)

Nuestra vanguardia es el Partido Comunista Revolucionario

Como dijo Mao Tsetung: “Para hacer la revolución, se necesita un partido revolucionario”. El Partido Comunista Revolucionario, EU surgió de las luchas y la turbulencia de la época de los 60 y 70. Se basa firmemente en la ideología científica revolucionaria del marxismo-leninismo-maoísmo y se ha templado por medio de una lucha implacable por mantener su línea revolucionaria. Esa línea representa la cosmovisión y el camino para extirpar la opresión de los chicanos y de todos los oprimidos y explotados de Estados Unidos, como parte de la revolución proletaria mundial. El partido comprende que para hacer la revolución proletaria el punto de partida tiene que ser el internacionalismo proletario, que en esencia nuestra lucha es mundial. Se alía con otras auténticas fuerzas maoístas del mundo en el Movimiento Revolucionario Internacionalista, y hace todo lo posible por fortalecer el movimiento y hacer avanzar la revolución mundial.

            Se plantea un reto a los que anhelan esta revolución, a los que arden de ganas de un cambio radical, a los que sueñan con un mundo completamente nuevo y mejor, y luchan por él: pónganse en onda con el PCR y la BJCR (Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria), y consigan el nuevo Borrador del Programa.

            Lo que dice el Borrador del Programa sobre la creación de la nueva sociedad responde a las preocupaciones de millones. Nuestro deseo de aprender de las sugerencias y críticas a este borrador es serio. Así que a todo el que no acepte que este país es lo “mejor del mundo”, al que busque una forma de cambiar el mundo, lo invitamos a explorar el Borrador del Programa y a divulgarlo.

            En esta ponencia hemos recalcado la importancia de partir de las necesidades e intereses fundamentales de las masas, y de evaluar seriamente lo que se requiere para satisfacerlos. Ya vimos que la opresión de los chicanos y el pueblo mexicano (que se matan trabajando en ambos lados de la frontera) es tan fundamental para el funcionamiento del sistema y para la estructura social, que los imperialistas estadounidenses no podrían acabar con ella aunque quisieran. El Borrador del Programademuestra que por medio del derrocamiento del sistema imperialista y el establecimiento del socialismo el estado proletario guiará a las masas a eliminar esa opresión nacional y supremacía blanca que los imperialistas proclaman “eterna”. Con la dirección del proletariado consciente de clase, es posible construir un frente único de todos los oprimidos y explotados que luchan contra este sistema de explotación global (el imperialismo), en concierto con los que luchan contra el mismo sistema al otro lado de la frontera y por todo el mundo. Y sobre todo, con esa dirección, es posible forjar la alianza crucial del frente único: la unión de la lucha del proletariado de todas las nacionalidades por derrocar el capitalismo con las luchas de los negros, chicanos, puertorriqueños y otras nacionalidades oprimidas contra su propia opresión. O sea, forjar la alianza de esas dos fuerzas, con un programa de emancipación que solo puede realizarse mediante la lucha por derrocar el imperialismo y al servicio de ella, y seguir esa lucha hasta eliminar toda opresión.

“Si has concebido un mundo sin Estados Unidos, sin todo lo que representa y hace, entonces has dado grandes pasos y empiezas a vislumbrar la posibilidad de un nuevo mundo. Si puedes imaginar un mundo sin imperialismo, explotación y opresión, y sin la filosofía que lo justifica, un mundo sin clases y sin fronteras, y sin las ideas miopes, egoístas y caducas que brotan de todo eso; si puedes imaginar eso, entonces captas la base del internacionalismo proletario. Y una vez que has elevado las miras y captas todo eso, ¿a poco no ardes de ganas de dedicarte a la lucha histórico-mundial por hacerla realidad? ¿A poco te contentarás con menos?”
       —(Bob Avakian, presidente del PCR).

[1] Como explicaremos con mayor detalle más adelante, el término “chicano” o “mexicano-americano” se refiere concretamente a gente de ascendencia mexicana que nació o creció en Estados Unidos. El término “latino” se refiere al grupo más amplio de gente de ascendencia latinoamericana. Los chicanos forman parte de ese grupo más amplio de latinos en este país, y su vida tiene mucho en común con la de los demás latinos. Pero esta ponencia se enfoca particularmente en los chicanos, que son un grupo con sus propios rasgos. El término “mexicano” se refiere a gente de México y también a los inmigrantes mexicanos recientes a Estados Unidos.

[2] Ese levantamiento armado en el campo mexicano puso de relieve la opresión de los indígenas y el potencial de una revolución con base en el campesinado. También destacó (y planteó interrogantes profundos sobre) la dominación estadounidense de México y los lazos de la lucha de allá con la lucha de aquí, en “las entrañas de la bestia”.

[3] El camarada también cuenta: “Un policía estaba defendiendo una estación de bomberos... De repente cayó en cuenta de que estaba solo y en eso una muchedumbre lo rodeó. Se metió a la patrulla y cerró la ventana. ¡Ni modo, güey! Volcaron la patrulla, rompieron las ventanas, lo sacaron y le dieron una buena paliza...

“Y esto se me quedó grabado en la memoria: una joven chicana salió de la multitud y le dijo: ‘¡Cabrón, me has chingado a mí y a mi gente toda la pinche vida!’ Y le dio duro... “La ira popular se hará sentir... No debemos frenar el odio y la ira de los oprimidos ni decirles que solo se aceptarán ciertas formas de lucha. Si adoptáramos tal actitud, sería como decir que está bien que los imperialistas nos exploten y jodan, que no tenemos el derecho de hacer nada... Esa ira es bella porque puede cambiar el mundo.

“Como ese ejemplo, hubo otros... El dueño de una tienda nos trajo unas cajas de botellas y dijo que cuando se acabaran, nos daba más. El señor no era ultrarradical... pero conocía muy bien la vida del pueblo. Veía tantas cosas por la ventana de su tiendita. Así que cuando tuvo la oportunidad de aliarse con gente que quería acabar con todo eso, respondió luego luego”.

 

[4] Estados Unidos sufrió una derrota en Vietnam y tuvo que retirar sus fuerzas armadas; el sistema se vio obligado a dar unas concesiones, lo cual apaciguó a la gente que luchaba por ciertas reformas; y con el cambio en las contradicciones mundiales, empezó a cobrar más importancia la contienda entre Estados Unidos y la Unión Soviética. (La Unión Soviética se volvió una potencia imperialista tras la restauración del capitalismo a mediados de los años 50).

[5] Travis Morales, partidario del PCR, y dos compañeros revolucionarios se solidarizaron con la rebelión y dijeron en una rueda de prensa que era un día glorioso en la historia de los chicanos. Los arrestaron y los acusaron de motín, un delito grave. Se libró una batalla para defender la rebelión de Moody Park y a los “Tres de Moody Park”, y el gobierno no logró echarlos al bote.

[6] Una chicana conservadora del Partido Republicano, con largo historial de vocera derechista. George W. Bush la nombró al gabinete cuando subió a la presidencia en enero de 2001.

[7] En estos momentos, están por publicarse los datos del censo del año 2000. Esperamos actualizar los datos en futuras ediciones.

[8] No existen datos para los chicanos.

[9] En el mismo tiempo, llegaron muchos centroamericanos huyendo de la pesadilla sangrienta de la intervención yanqui. En los años 80, los imperialistas estadounidenses armaron y entrenaron ejércitos reaccionarios y escuadrones de la muerte en Guatemala, Nicaragua, Honduras y El Salvador que bañaron la región en la sangre del pueblo. Los gobiernos de esos países trabaron batalla con los movimientos guerrilleros (muchos de ellos respaldados por la Unión Soviética socialimperialista) y fueron la primera línea de defensa para evitar a toda costa que los soviéticos se metieran al “patio” del imperialismo yanqui. (Nota: Como hemos señalado, el poder del proletariado cayó en la Unión Soviética a mediados de la década de los 50, después de la muerte de Stalin, y lo reemplazaron con un sistema de capitalismo de estado. Mucho antes de los 80 la Unión Soviética no era socialista sino una potencia imperialista que contendía con Estados Unidos en Latinoamérica y el resto del mundo). Las acciones de los imperialistas yanquis y de sus títeres asesinos costaron la vida de cientos de miles de centroamericanos.

Por eso, en los 80 docenas de miles de inmigrantes centroamericanos huyeron de la represión y el terror de los escuadrones de la muerte y los militares. El movimiento de Santuario en este país fue muy importante: gente de clase media corrió el riesgo de cárcel, amenazas de muerte y allanamientos del FBI por ayudar a los inmigrantes a entrar al país sin documentos y darles refugio. Las grandes matanzas Made in USA causaron destrucción e inestabilidad a largo plazo, y la emigración centroamericana siguió cuando terminaron esas luchas armadas.

Aunque los inmigrantes mexicanos y centroamericanos tienen su propia historia y cultura, y vinieron a Estados Unidos en distintas circunstancias y por diferentes motivos, aquí experimentan la misma opresión y explotación. Generalmente viven en los mismos barrios, hacen los trabajos peor pagados, y sufren la misma discriminación, racismo y brutalidad policial como los demás latinos.

En muchas familias de inmigrantes centroamericanos existe una conexión directa entre la mano que las oprime y explota en este país y la que entrenó y financió a la contra en Nicaragua, a los escuadrones de la muerte en El Salvador, a la Mano Blanca en Guatemala, y a incontables agentes del estado y de la policía secreta por todo Centroamérica.

[10] El nuevo Borrador del Programa aborda esas cuestiones y explica que los imperialistas no son invencibles y que una pujante guerra popular podría tumbarlos. Esta se basaría en un extenso trabajo revolucionario antes de la crisis revolucionaria y aprovecharía la maduración de dicha crisis para movilizar a millones de las masas que decidan jugárselo todo por la revolución.

[11] Como la lucha por ganar y defender los programas de acción afirmativa, etc.

[12] Un estudio exhaustivo del papel de dirección de la vanguardia está fuera del alcance de este trabajo. El lector encontrará más sobre esta importante cuestión en el Borrador del Programa , particularmente los apéndices sobre el partido.

[13] La sección del Borrador del Programa sobre “La moral proletaria: Una ruptura radical con las cadenas de la tradición” (p. 127) trata este tema.

[14] Aztlán es el término que se usa para describir la tierra mítica de los aztecas. Se dice que los aztecas emigraron desde ese lugar hacia el sur, adonde se encuentra la ciudad de México. No se sabe la ubicación precisa de Aztlán. Para muchos chicanos, se refiere al territorio del Suroeste conquistado por Estados Unidos en la Guerra de 1846-1848 contra México.

[15] Véase el Borrador del Programa, pp. 26-31 sobre “El camino al poder” y “La estrategia para la revolución: El frente único bajo dirección proletaria”.


Para estudiar y discutir conjuntamente con el Borrador del Programa del Partido Comunista Revolucionario, EU


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