La violencia policial legalizada

Mumia Abu-Jamal

Obrero Revolucionario #1000, 28 de marzo, 1999

"Cuando, en un barrio de negros y blancos, golpean a un pandillero y las pandillas negras toman represalias contra los blancos, se dice que es racismo; pero la chota anda apaleando al negro todos los días y se dice que es la ley; en cambio, cuando unos negros le dan una madriza a la chota, se dice que son una chusma".

John Africa (mayo de 1967)

Una joven cae en un coma diabético; está en su carro y la chota la acribilla, dizque porque los amenazó. Tyesha Miller de Riverside, California, se suma a la lista de víctimas de la violencia oficial. Otro joven está en su carro en el norte de Filadelfia y un escuadrón de chotas armados se le acercan. Lo encañonan desde todos lados: "¡Manos arriba!", pero cuando alza las manos, lo matan a balazos; el chota dice que vio una pistola. Dontae Dawson es una víctima más.

Amadou Diallo, un inmigrante de Guinea, Africa, viene a Estados Unidos y alquila un departamento en el Bronx, Nueva York. Cuatro policías llegan a la entrada del edificio a investigar una violación (Diallo no está en la lista de sospechosos). Le disparan 41 balas; 19 le dan al hombre desarmado. Amadou Diallo jamás regresará a Africa.

En un sinnúmero de incidentes, en ciudad tras ciudad, de costa a costa, esto ocurre con una regularidad espantosa; encima, serían delitos graves si los cometiera un civil, pero en la mayoría de los casos la chota sale impune (por lo general ni siquiera los acusan).

La gran prensa, que recibe millones de dólares por pedir las sentencias más infames de la historia, dice que la chota "está cumpliendo con su deber", "corre peligro" o "siente mucho estrés", y que por eso todo se justifica. En un dos por tres, los convierte en dechados de misericordia y lamentan que los "hombres valientes" que "protegen a la comunidad" estén "en problemas", que "han sufrido demasiado".

El sufrimiento de las víctimas, jóvenes y negros, casi se olvida en esta álgebra infernal que devalúa su vida pero realza el valor de los asesinos oficiales.

Los politiqueros y la prensa echan la peor mentira al elogiar a dichos asesinos a quienes, por virtud de su trabajo, llaman "servidores del público". ¿A poco un "servidor" se porta de una manera tan vil, tan prepotente, tan salvaje como lo hacen tantos chotas en las comunidades negras, hispanas y pobres? ¿A poco un "servidor" va a matar, balear, humillar y encarcelar al público a cuyo servicio está?

Si es que son "servidores", están al servicio de la estructura política de la cual forman parte y no al servicio del pueblo. Están al servicio del Estado y al servicio del capital, de los ricos, de los que detentan el poder desde las lujosas oficinas de las grandes corporaciones y bancos.

No están al servicio de los pobres, los desposeídos ni los olvidados y jamás lo han estado.

Son una fuerza armada que protege los intereses de los dueños del capital y del statu quo. La historia de los obreros del país es una historia sangrienta: sindicalistas golpeados, baleados y reprimidos salvajemente en huelgas contra los monopolios, carteles y megacorporaciones del capital. ¿Quién los golpeó? ¿Quién los baleó? ¿Quién los reprimió? La chota, al servicio de un Estado que declaró (por medio de la Suprema Corte) que los sindicatos eran "conspiraciones delictivas" y que "la Constitución... da por sentado que el derecho fundamental de la propiedad privada se estableció antes del gobierno y por ende su legitimidad moral es intocable" [[del libro The New Class War: Reagan's Attack on the Welfare State and its Consequences, de Frances Fox Piven & Richard A. Cloward (1982), citando a An Economic Interpretation of the Constitution of the United States, de C.A. Beard (1965)]].

La voz del capital (la prensa) y de sus agentes (los políticos) se une en un coro de aplausos a los asesinos oficiales que bombardean a niños con impunidad (¡acuérdense del 13 de mayo de 1985 en Filadelfia!), que acribillan a jóvenes e inmigrantes africanos desarmados cuyo único delito capital fue ser negro en Estados Unidos.

Dicha violencia, oficial y cotidiana, es la prueba de que para el sistema la violencia no es ningún problema... siempre y cuando apunte contra el pueblo.

¡Alto a esta terrible infamia!


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