La calidad de vida según Giuliani:
Brutalidad policial, asesinato y represión

De la rama de Nueva York del Partido Comunista Revolucioanrio

Obrero Revolucionario #978, 18 de octubre, 1998

Esta es la primera parte de una serie de artículos sobre el giulianismo. Este semana, al acercarse el Día Nacional de Protesta para Parar la Brutalidad Policial, la Represión y la Criminalización de una Generación el 22 de octubre, hablaremos del giulianismo como una expresión de la epidemia de brutalidad policial. En futuros artículos examinaremos otros aspectos del programa de Giuliani.

La calidad de vida

Se dice que el alcalde Rudolph Giuliani ha rescatado a Nueva York, antes una ciudad "en decadencia, fría y aterradora", y que ha restaurado la "calidad de vida". El programa de Giuliani se presenta como modelo para ciudades por todo el país. En los últimos meses, Giuliani ha empezado a figurar como político nacional y ha dado discursos en varios estados sobre sus "logros". El "giulianismo" está cobrando fuerza. Dice que para preservar la estabilidad urbana se necesita represión e intervención policial en todo aspecto de la vida. No es totalmente nuevo. Ciertos elementos de la "política de crueldad" ya estaban en vigor antes de que él tomara las riendas: ataques contra los destechados, recortes de servicios sociales, brutalidad policial, etc. Pero Giuliani ha redoblado todos esos ataques y los ha puesto en cierto marco político e ideológico.

Sus palabras sagradas son "la calidad de vida", que sirven para amenazar e intimidar, especialmente cuando vienen acompañadas de una gran fuerza policial. En su boca, "calidad" significa una atmósfera de estricta obediencia a la autoridad. La "calidad de vida" es un ataque contra los chavos negros y latinos, con el pretexto de combatir el crimen, la droga, las pandillas o la ausencia escolar. También ataca a los destechados, las madres que reciben welfare, los taxistas, los vendedores ambulantes, los manifestantes estudiantiles, los que cruzan la calle a media cuadra, los que se sientan en dos asientos del metro y los que vuelan papalotes.

Cada ataque tiene dos aspectos: más represión policial y una campaña para echarle la culpa a cierto sector de la población. De esa manera, manipula y fomenta posiciones retrógradas y racistas. La "calidad de vida" pone énfasis en "yo primero"; dice que tener compasión por los demás es violar el bienestar propio. Según Giuliani, los pobres tienen la culpa de sus problemas y por eso no merecen compasión ni ayuda.

Giuliani propone "liberar" las calles del acosamiento "desapareciendo" a los pobres: acorralarlos, meterlos en ciertas zonas o arrestarlos. No le molesta un comino la "calidad de vida" de ellos: están recortando los servicios de salud, el welfare y los programas de rehabilitación de adictos.

A veces se dice que la brutalidad policial es un problema de unos pocos agentes desmandados. Pero mirando el programa de Giuliani, ¿cabe duda de que solo se puede poner en práctica con represión por todos lados? De hecho, la brutalidad policial es un elemento integral del programa.

Además, está criminalizando el disentimiento. Manda grandes cantidades de agentes a protestas, prohíbe conferencias de prensa en las escalinatas de la alcaldía y espía activistas universitarios con cámaras clandestinas. El alcalde y la policía le están cayendo encima a la creciente resistencia a su programa.

Estos tres elementos del giulianismo (más represión policial, echarle la culpa a ciertos sectores y criminalizar el disentimiento) han creado una atmósfera sumamente racista y fascista en Nueva York.

Policías por todas partes

Un joven universitario blanco está de visita por primera vez. Después de explorar Manhattan un rato, su amigo neoyorquino se da cuenta de que está un poco nervioso y le pregunta por qué. "¡Hay un montón de policías aquí!", le contesta. Tiene razón. En Nueva York la policía está por todos lados; la alcaldía le da derecho de hacer lo que le dé la gana, de maltratar a asesinar; y uno corre mucho riesgo personal si se opone.

En 1993 había 31.000 agentes. Hoy (con la contratación de nuevos agentes y la incorporación de la policía de tránsito y de vivienda) hay más de 38.000; o sea, el DPNY es del tamaño de un ejército. Se reúnen en grupos en Manhattan para amedrentar a los que quieren cruzar la calle a media cuadra; invaden barrios oprimidos para registrar, hostigar, intimidar y arrestar por "vagar" o "bloquear la acera". Y hoy no es cuestión de pagar una multa: llevan a una delegación, donde toman fotos y huellas digitales, y de donde no puede salir hasta pasar una inspección en la computadora.

Hay cámaras de vigilancia por todas partes: en los proyectos habitacionales, en los cruces y en las estaciones del metro. Hay escuadrones de tiras en el metro, que arrestan a los que entran sin pagar o a los que ponen sus mochilas o paquetes en el asiento de al lado. Le caen encima a supuestos "narcotraficantes", muchas veces por equivocación. Con una llamada de un informante tumban puertas y tiran granadas que dejan sin sentido a los ocupantes. En Brooklyn, invaden un apartamento y esposan a toda una familia, entre ellos una adolescente retardada que se está duchando. Le permiten ponerse una bata pero no una toalla higiénica, a pesar de que está menstruando. Al fin y al cabo se van y le dicen al dueño que arregle la puerta; no piden disculpas. El DPNY ocupa el estadio después de los partidos de béisbol de los Yankees y ahora está a cargo de la seguridad de las escuelas públicas.

Los agentes del DPNY han cometido una racha de viles crímenes contra el pueblo, especialmente los chavos negros y latinos. Asesinaron a Anthony Báez por el "crimen" de jugar fútbol. Torturaron a Abner Louima porque sí. En agosto, dispararon 17 veces contra un negro de 15 años que tenía una pistola de juguete en la mano; recibió seis balazos. Con el joven en el hospital herido de gravedad, Giuliani criticó a sus padres por permitirle salir de noche. Unos meses antes, un agente fuera de servicio baleó a quemarropa a un hombre destechado. ¿Su crimen? Lavarle el parabrisas. Giuliani dijo que su presencia en la calle creó una situación peligrosa y le echó la culpa a la víctima. Con frecuencia los agentes del DPNY matan a tiros a sospechosos (a veces en el pecho y otras veces en la espalda) con el pretexto de que los amenazaron con un cuchillo, una pistola de juguete, una pistola descargada o con nada. Giuliani casi siempre corre a defenderlos, pide darles el beneficio de la duda y muchas veces calumnia a las víctimas.

Ha desencadenado al DPNY para atacar a la oposición política. Sitió la Marcha de Un Millón de Jóvenes con un agente por cada dos manifestantes y lanzó un ataque militar contra la plataforma. Luego ordenó una redada contra la casa de uno de los organizadores. Centenares de agentes invadieron casas de miembros, dirigentes y simpatizantes de la Almighty Latin King & Queen Nation, una organización juvenil conocida por su oposición al crimen callejero y por la lucha contra la brutalidad policial. La alcaldía no les hace caso a los medios de comunicación cuando piden información (como por ejemplo sobre la brutalidad policial), incluso cuando tienen órdenes judiciales. Giuliani quiere prohibir protestas en las escalinatas de la alcaldía y la rodeó de barreras de concreto. Está construyendo un centro de mando de $5 millones en el World Trade Center en caso de "emergencia".

Crear una sociedad "más civil"

Si uno vive en Nueva York está familiarizado con la cantaleta de la alcaldía sobre el "orden público", "las leyes", "el desorden" y los "derechos de la propiedad privada". De muestra, veamos unos comentarios de un discurso que dio Giuliani en febrero de 1998 llamado "Nuevas estrategias para mejorar la calidad de vida y crear una sociedad más civil":

"Esta ciudad no llegó a ser la más popular para vivir y visitar fomentando una atmósfera de desorden...".

"Los pequeños desórdenes llevan a mayores desórdenes, y tal vez a crímenes".

"Existe un continuo de desórdenes".

"Desde el derecho romano e inglés hasta el derecho moderno, gran parte del desarrollo humanístico recae en el respeto por el derecho de propiedad".

"...el comportamiento desconsiderado lleva al desorden...".

Se dice que Giuliani es más loco que una cabra. Sí es un loco, pero no tanto como parece, y está dispuesto a explicar sus metas sin pelos en la lengua. Las llama la teoría de las "ventanas rotas" y la defiende con el aforismo: "Resuelvan los pequeños problemas y los grandes se resolverán por sí mismos". Esta es su premisa central:

"Si la ventana de una fábrica u oficina está rota, los transeúntes que la ven decidirán que a nadie le importa o que nadie está a cargo. Con el tiempo, unos tirarán más piedras y romperán más ventanas. Pronto todas las ventanas estarán rotas, y los transeúntes pensarán que ahora nadie está a cargo de toda la calle... y así más y más ciudadanos la cederán a los que creen que andan rondando ahí. Los pequeños desórdenes llevan a mayores desórdenes, y tal vez a crímenes".

A continuación, dos ejemplos sacados del mismo discurso de su aplicación en la práctica:

"La semana pasada unos agentes vieron a un hombre sospechoso. Lo vigilaron cierto tiempo, y lo agarraron cruzando la calle a media cuadra...". Cuando lo arrestaron, se enteraron de que era sospechoso de varios robos. "Si no lo hubiéramos arrestado por el delito menor, este hombre peligroso todavía estaría libre".

Más tarde, habló de una redada policial de su campaña de "calidad de vida" en Manhattan: "...encontraron una variedad de delitos graves. En la redada, arrestaron a cuatro personas por delitos graves [además de 60 personas al azar--OR]: robo de cantidad importante, posesión de droga, agresión y juego.... también encontraron crímenes como desorden público, poseer una bebida alcohólica abierta, tirar basura en la calle, entrar ilegalmente, holgazanear por prostitución, orinar en público, poseer un cuchillo, bloquear la acera, jugar y una amplia gama de violaciones de las reglas de tránsito, estacionamiento y control del medio ambiente".

En ese incidente (que hace pensar en un grupo de personas sentadas a la entrada de un edificio escuchando música), repartieron más de 500 multas y arrestaron a 66 personas. De los arrestos por delitos graves, dos eran por delitos "sin víctima". Así concluyó Giuliani: "La verdad es que si nos concentramos en los pequeños problemas y decimos con claridad que a esta ciudad le importa mantener el orden público... pues habrá más seguridad por todas partes.... La ley existe para proteger nuestros derechos, lo que incluye el derecho de que a uno no lo molesten, inquieten o maltraten".

Pero hay que preguntarse: "¿Más seguridad para quién? ¿Y los derechos de quién?". Esta campaña se aplica de una manera en los barrios pobres y oprimidos y de otra manera muy distinta en los barrios blancos y de la clase media. Darle a la policía el "derecho" de maltratar y amedrentar significa que el pueblo no disfruta de ningún derecho.

Poco antes de su primera victoria electoral, Giuliani habló en un mitin de 10.000 policías armados en las escalinatas de la alcaldía. Estos gritaban insultos racistas y alzaban letreros que insultaban al alcalde negro David Dinkins. Después, unos chotas borrachos atacaron a jóvenes negros y latinos. Hace poco, se supo que en un barrio blanco de Queens cada año el desfile del Labor Day se mofa de cierto grupo étnico. Este año, una de las carrozas llevaba policías y otros hombres blancos con pelucas "afro" y pintorreteados como negros. En un momento determinado, un hombre se agarró al parachoques del vehículo, como burla del linchamiento de un hombre negro en Jasper, Texas. Parece que en ambos casos, a esa gente le "molesta" la mera presencia de negros, latinos o inmigrantes, les "inquieta" la música rap de los chavos y se sienten "maltratados" si los no blancos no aguantan su mierda racista en silencio.

Por otro lado, en muchos ghettos y barrios pobres imponen un estado de sitio repetida o permanentemente. Allá no se puede caminar por la calle sin presentar la tarjeta de identificación; los agentes apuntan a gente inocente; y las golpizas y tortura son pan de todos los días, especialmente para los jóvenes. El director de una agencia de servicios sociales en el barrio dominicano Washington Heights le describió un incidente al New York Times: "Congelaron toda la manzana. No permitieron salir ni entrar a nadie. Había montones de policías por todas partes con las pistolas desenfundadas. Tomaron fotos de todo el mundo, tanto inocentes como culpables, y luego llegó un tiras para identificar a unos narcotraficantes". Un cocinero de Harlem describió un incidente parecido: los agentes le ordenaron arrodillarse en la calle y le dieron golpes con las pistolas. Luego, "ahí sangrando como un cerdo carneado... me bajaron los pantalones y me registraron desnudo en medio de la calle". Eso es lo que significa para el pueblo toda la cháchara de "libertad" y "orden público".

Un vil pacto (o ten cuidado con lo que pides)

A fines de la década pasada, llegó un invitado de otra ciudad a la casa de unos camaradas de Nueva York. No creía que sería posible que las diferentes nacionalidades superaran las divisiones que impone esta sociedad. Al final de una gira por Manhattan fueron al parque Washington Square, en Greenwich Village, atraídos por la música. Allí, a las 11 de una noche fría de noviembre, había centenares de personas de todas las razas y nacionalidades de la ciudad, apretadas unas contra otras para darse calor y cantando. El invitado dijo: "Ahora entiendo".

Pero esa escena no se repite muchas veces en el Nueva York de hoy. Tampoco se puede compartir el Año Nuevo Chino con la gente de Chinatown, porque hoy su celebración con fuegos artificiales es un crimen contra la "calidad de vida". Hoy hay menos arte y pintas de los oprimidos en las calles, dado que Giuliani declaró: "En una ciudad donde aumenta la cantidad de pintas, no se respetan los derechos de los habitantes. A la inversa, en una ciudad donde disminuye la cantidad de pintas, se respetan esos derechos".

Hoy en el parque Washington Square hay cámaras de vigilancia, represión y patrullas policiales que hostigan especialmente a los chavos negros, que llegan de toda la ciudad porque el parque es un centro de la onda juvenil.

Nueva York es una ciudad muy complicada con una clase media grande y en gran medida progresista de todo el mundo, que no siempre se deja embaucar por los cuentos del sistema. Pero a muchos de ellos (como también a mucha gente básica) les preocupan el crimen y los demás problemas. Siguiendo la tradición del dictador chileno Augusto Pinochet, quien mantenía limpias las calles de Santiago mientras detenía y asesinaba a docenas de miles de personas en el estadio deportivo, Giuliani ofrece erradicar esos problemas con la varita mágica llamada "calidad de vida". Solo hay que ceder unos pocos derechos y uno puede vivir confortable y pacíficamente, con todas las realidades "desagradables" fuera de la vista.

Por supuesto, no promete acabar con la pobreza o la falta de viviendas. Solo ofrece taparlas... por un precio.

Pero también exige ciertos sacrificios de la clase media. Si bien no hay el mismo nivel de violencia en los barrios clasemedieros, también están arrestando a mucha gente de la clase media por delitos menores como vender arte en la calle (a un artista lo han arrestado 15 veces) o no salir de un parque a la hora que cierra. Hoy a los que acusan de delitos menores los meten a la cárcel, en vez de multarlos. Ha llegado a tal punto que hace poco el New York Times, cuyos lectores son principalmente de la clase media, sacó un artículo sobre el proceso de arresto, en forma de guía para los no iniciados. Por esa experiencia y las poderosas denuncias de lo que les está pasando a la gente básica, más sectores de la clase media están poniendo en tela de juicio todo el programa de Giuliani.

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"La libertad requiere la autoridad. La libertad es el consentimiento de todo ser humano de ceder a la autoridad legítima mucho control sobre lo que hace y cómo lo hace".

Rudolph Giuliani, 16 de marzo de 1994

De 1992 a 1996, el Departamento de Policía de Nueva York asesinó a 187 personas. Desde la tristemente célebre tortura de Abner Louima en agosto de 1997, ha habido otras 15 víctimas.


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