Sobrevivir la tortura policial:
La historia de Darrell Cannon

Obrero Revolucionario #1007, 23 de mayo, 1999

Gregory Banks, Marcus Wiggins, Steven Bell, Ronnie Bullock, Philip Adkins, Alonzo Smith, Darrell Cannon: muy pocos conocen los nombres de estas víctimas de tortura. Los canales de televisión y los programas sobre "el crimen" (como "America's Most Wanted") no han informado sobre la brutalidad que sufrieron. No han salido afiches con la cara de sus verdugos. ¿Por qué? Porque sufrieron a manos de una pandilla de policías dirigida por el teniente Jon Burge.

Desde comienzos de los años 70 hasta comienzos de la década actual, Burge y cía. torturaron a muchas docenas de negros (adolescentes y adultos) en lo que el mismo Burge llamó una "cámara de horrores". Jugaron "ruleta rusa"... les dieron choques eléctricos con aguijones para ganado y un aparato conocido como la "caja negra"... los quemaron con radiadores calientes... los sofocaron con bolsas de plástico... y les dieron golpizas con los puños, los pies, directorios telefónicos y bates de béisbol. Burge y sus compinches aplicaron esas torturas para coaccionar a sus víctimas a "confesar"... o como deporte.

No era cosa de "unos pocos agentes malos". Según informó un documento de 1990 del Departamento de Policía de Chicago (DPC), varios "comandantes" de policía permitieron o participaron en el maltrato "sistemático" y la "tortura planificada". Una demanda entablada en 1993 afirma que el maltrato era la "norma" del DPC. Burge era un oficial de alto nivel, el comandante de la división de crímenes violentos de la Zona 2 y luego de la Zona 3. Altos funcionarios de la policía y de la alcaldía estaban enterados de sus actividades, las toleraban e incluso las tapaban. La Oficina de Normas Profesionales (OPS) del DPC rechazó las quejas contra Burge, y la alcaldía gastó un millón de dólares para defenderlo.

En 1993, en medio de una racha de escándalos, protestas y demandas, el DPC despidió a Burge. Ahora está jubilado y vive en la Florida. Pero sus víctimas siguen sufriendo problemas emocionales y han perdido muchos años en la cárcel. Algunos siguen condenados a cadena perpetua o incluso se encuentran en el pabellón de la muerte.

Durante el último año, un corresponsal del OR ha hablado repetidas veces con tres personas afectadas por Burge y sus compinches: Darrell Cannon y Ronald Kitchen, víctimas de tortura, y Louva Grace Bell, madre de Ronald. Sus palabras nos llevan más allá de las estadísticas y nos muestran el precio humano de la brutalidad policial. Además, son ejemplos de la fuerza y valentía del pueblo. En la primera parte contamos la historia de Darrell Cannon.

Un viaje al infierno

Cuando conocí a Darrell Cannon, estaba sentado detrás de un muro de vidrio en la cárcel del condado Cook. Lo trasladaron unos meses antes, cuando programaron una nueva audiencia en su caso. Sonreía y parecía más joven que sus 48 años. Hablaba animadamente y tenía una mirada penetrante. Había pasado más de 30 años en la cárcel, pero no lo habían quebrantado; esa es una victoria en sí. En nuestras conversaciones entendí cómo logró sobrevivir: con indignación justificada, sentido del humor y confianza en que la lucha alcanzará justicia.

Empezó hablando de lo que parece ser otra vida: la tensa mañana del 2 de noviembre de 1983, cuando la brutalidad de la policía de Chicago lo despachó al infierno. Llegaron al amanecer, armados, peligrosos y todos blancos. Una docena y media de detectives rodearon el edificio del sur de Chicago donde vivía con su esposa Carla y su hijastro Russell, de 7 años. Tumbaron la puerta. Cuando Carla pidió una orden de registro, un detective le gritó: "Cállate, perra". A Darrell le ordenaron tirarse al suelo y lo encañonaron. El agente Dignan le dijo: "Nigger, si no estuvieran aquí la mujer y el niño, te vuelo los sesos y te pondría una pistola en la mano". Lo esposaron y se lo llevaron.

Fueron a interrogarlo sobre un narcotraficante muerto una semana antes. Habían oído que Darrell estuvo en el carro del sospechoso que buscaban; querían información y no iban a aceptar una respuesta negativa.

Tres detectives se quedaron con Darrell todo el día: Charles Grunhard, John Byrne y Peter Dignan. Todos trabajaban en la Zona 2 y su comandante era Burge. Como su maestro, los tres tenían años de experiencia en tortura y maltrato. Habían torturado a seis hombres ese mismo año; al último, Gregory Banks, lo torturaron unos pocos días antes de arrestar a Darrell. Darrell iba a ser el séptimo.

Primero lo llevaron muy lejos a un barrio aislado, donde estuvo la acería Wisconsin Steel. Darrell lo reconoció porque trabajaba ahí de adolescente. Era una zona con centenares de trabajadores, pero en 1983 estaba callada y desolada.

Empezaron jugando "ruleta rusa": Dignan le metió una escopeta en la boca y Grunhard dijo: "OK, vuélenle los sesos al nigger". Dignan apretó el gatillo, ¡clic!, y luego sacó el cartucho del bolsillo. Los agentes se rieron.

Cuando no "admitió" nada con la "ruleta rusa", recurrieron a otros métodos. Lo metieron de nuevo en la patrulla, le encañonaron una pistola a la cabeza, y le bajaron los pantalones y la ropa interior. Luego Byrne le dio un choque eléctrico en los testículos con un aguijón de ganado. Darrell opuso resistencia, pero eran tres contra uno. "Me enronquecí de gritar, pero nadie me podía oír". Menos los agentes.

Darrell recordó: "No era la primera vez que me golpeaba la policía. Me habían golpeado con directorios telefónicos y otros objetos, pero nunca había experimentado algo así.... Como que nunca me dejarían salir. Estoy seguro de que solo pasé 35 ó 40 minutos allá, pero me parecía toda una vida de tortura. Me estaban quemando los órganos y por fin les dije: `OK, les voy a decir lo que quieran, pero basta ya. Paren".

Lo llevaron a otros barrios y siguieron golpeándolo y torturándolo. Cuando por fin llegó a la delegación, estaba listo para lo que los agentes querían: firmó una "confesión" del homicidio.

El complot judicial

A Darrell lo juzgaron dos veces, en 1984 y 1994, cada vez en una farsa de juicio. Los agentes mintieron en el banquillo cuando les hicieron preguntas sobre las torturas. La fiscalía rechazó casi todos los candidatos negros para el jurado. En el primer juicio, rechazó 14 de 17 candidatos negros, entre ellos una señora porque vivía en vivienda pública. El juez, John Maloney, era sumamente corrupto; años después lo condenaron por recibir mordidas. El racismo era tan patente que una corte de apelaciones mandó volver a juzgarlo.

Pero el segundo juicio fue igual. Uno de los jueces, John Mannion, había sido detective de la Zona 2 y había dado testimonio en defensa de Burge en una audiencia de la junta policial. El otro, John Morrissey, había sido fiscal. Prohibieron el testimonio de más de dos docenas de víctimas de tortura policial, y de víctimas de los mismos agentes que maltrataron a Darrell. Incluso prohibieron mencionar el maltrato en la Zona 2. Pero permitieron usar la confesión de Darrell, sacada a la fuerza.

En el juicio, Darrell dijo que lo torturaron e insistió en que no tuvo nada que ver con el homicidio. Pero pasaron por alto su testimonio y le dieron más peso a la "confesión". A Darrell lo condenaron de homicidio y lo sentenciaron a cadena perpetua.

Los primeros años

"Nacido para morir prematuramente, un trabajador con salario de miseria, un limpiador, un preso sin posibilidad de libertad condicional, ese soy yo. Una víctima colonial. Cualquiera que pudo pasar el examen de administración pública ayer me puede matar hoy con impunidad".

Esta cita de George Jackson--Pantera Negra y preso revolucionario asesinado por guardias del penal San Quintín en 1971--cuenta la historia de muchos negros en esta sociedad, entre ellos Darrell Cannon. Darrell me habló de su vida y del mundo donde creció.

Es el menor de cuatro hijos. Su padrastro, William, era portero y luego director de la sala de banquetes de un hotel. Su mamá, Earline, era enfermera y luego directora de casas de cambio y hoteles. Los dos trabajaron duro para dar de comer a sus hijos. Darrell recuerda que había mucho amor y estricta disciplina en la casa. Pero lo atraía la vida de las pandillas: la disciplina, el compañerismo, la emoción y el poder.

En 1966, dos miembros de una pandilla rival apuñalaron a un amigo de Darrell. El los buscó y los baleó, pero sobrevivieron. Lo condenaron de tentativa de homicidio y pasó dos años en una cárcel juvenil.

Salió en 1968 y entró en un mundo revoltoso. Chicago experimentó protestas populares y violencia policial durante la convención nacional del Partido Demócrata. Por todo el país estallaron rebeliones después del asesinato de Martin Luther King. Darrell conoció a Fred Hampton, presidente de la rama del Partido Pantera Negra de Illinois, y aplaudió su visión de unir a todas las pandillas para luchar contra el sistema. Ese sueño era una pesadilla para el gobierno, que trató de provocar una guerra entre los Panteras y el grupo de Darrell, los Blackstone Rangers. Darrell recordó: "El FBI nos envió una advertencia de que los Panteras iban a matarnos. Y a los Panteras les envió una advertencia de que nosotros íbamos a matar a Fred y a otros Panteras". El plan fracasó y a fines de 1968 el gobierno atacó la oficina de los Panteras y asesinó a Fred Hampton.

Darrell dijo que los 60 fueron "años dorados", pero en ese entonces tenía menos conciencia política y era más como "Jesse James" (una famosa figura criminal). A comienzos de 1970, Darrell peleó con un hombre que tenía una casa de juego. Cada uno agarró su pistola, y Darrell abrió fuergo primero. Lo condenaron de homicidio y lo sentenciaron a 200 años de cárcel.

En la cárcel estudió mucho. Se enteró de la revolución leyendo The Ballot or the Bullet (La balota o la bala) de Malcolm X, el Libro Rojo de Mao Tsetung y Soledad Brother (Hermano de Soledad) de George Jackson. Para Darrell, Jackson fue como un espejo para examinar su propia vida: "De un joven loco sin metas, ambiciones ni nada, pasó a ser un hombre con educación, enterado del sistema y resuelto a cambiarlo por todos los medios necesarios. Todo ese proceso de cambio me afectó mucho".

En 1983, Darrell tuvo un segundo chance. Violando sus propias reglas, la junta de libertad condicional ni siquiera tuvo una audiencia sobre Darrell. Este entabló una demanda y, después de 13 años en la cárcel, lo pusieron en libertad. "Qué maravilloso regresar a mi familia", dijo. Pasó todos los fines de semana con su esposa e hijastro; iban al zoológico, a los museos y al cine. Pero sus remembranzas de la cárcel lo acompañaban: "Me sentaba en el banco frente a nuestro edificio, miraba el sol y recordaba lo que me pasó en la cárcel.... Pensaba en esas cosas y luego en mi vida fuera de la cárcel".

Fueron momentos preciosos... y breves. Un año después de salir de la cárcel, Dignan, Byrne y Grunhard tumbaron su puerta.

Preso pero no quebrantado

De 1984 a 1998, Darrell pasó la mayor parte del tiempo en el penal Menard Correctional Center. La hipocresía y la corrupción caracterizaban a las autoridades carcelarias. El alcaide y sus compinches organizaban cenas. En un momento imponían un reino de terror, y poco después pedían a los líderes de las pandillas que los ayudaran a preparar la cárcel parta una inspección.

Darrell cuenta que era un "mediador". Los demás presos tenían confianza en él y lo respetaban, y le pedían ayuda para resolver disputas entre pandillas o para representarlos ante las autoridades. Era un papel que le crispaba los nervios. Un error podía llevar a la violencia o la muerte.

Las autoridades trataban sistemáticamente de quebrantar a los presos. Rutinariamente registraban las celdas: al preso lo esposaban y se lo llevaban, y destruían todas las pertenencias. Para los presos que no cooperaban, enviaban el "equipo de extracción", un grupo de guardias con equipo de motín, palos y gas pimienta. Darrell explicó: "Especialmente en Menard, eran todos reaccionarios blancos, la mitad klanistas y la otra mitad nazis o de otros grupos racistas.... Les encantaba causar dolor". Hacían un registro cada semana, y más si odiaban a un preso. Desafiarlos en lo más mínimo era motivo suficiente para acabar en el calabozo. Darrell hizo el viaje muchas veces.

Afuera había una puerta de acero con vidrio a prueba de balas. Adentro tenían prendida la luz las 24 horas del día. "Al comienzo, en las primeras 48 horas, uno siente que se está ahogando y lucha por respirar.... En el verano, si la temperatura afuera alcanza 85 grados, en la celda alcanza por lo menos 100. No hay ventilación. Uno se siente encerrado y sin poder respirar. Hace tanto calor que, acostado en la cama sin ropa, uno suda". El único alivio son los dos vasos de agua helada que llevan al mediodía. "Es una forma de tortura", dijo Darrell, "sin lugar a dudas".

Hace un año y medio, trasladaron a Darrell a Tamms Correctional Center, un nuevo penal experimental donde tratan de quebrantar a los presos mentalmente. No se permite contacto entre los presos. Entrar o salir de la celda requiere un registro corporal y registran las celdas cada ocho días. La sala de "ejercicios" es tan pequeña que solo se puede caminar en círculos. En la noche, prenden la luz cada 30 ó 45 minutos, así que cuesta mucho trabajo dormir. En comparación con la brutalidad física de Menard, la de Tamms es más "científica" y "eficaz" para las autoridades.

La lucha por la justicia

Esta vez Darrell ha pasado 16 años en la cárcel. Ha pagado un alto precio: una década y media de celdas y rejas, relaciones dañadas y destruidas, sin contacto con sus hijos. En 1998, no le permitieron asistir a la boda de su padrastro.

La justicia sigue siendo evasiva. No han castigado a los tres detectives que lo torturaron. Byrne se jubiló; Grunhard murió; Dignan fue ascendido a teniente. En 1994, Dignan fue galardonado por una organización nacional de policías por su "heroísmo" durante un tiroteo con un sospechoso, y el presidente Clinton lo felicitó. En un artículo del Chicago Reader, el periodista John Conroy presentó pruebas de que Dignan le disparó al sospechoso cuando estaba en el suelo a punto de morir.

El 24 de mayo, habrá una nueva audiencia sobre el uso de la "confesión" sacada a la fuerza en el juicio. Muchas víctimas de Burge y Cía. darán testimonio. Pero a pesar de las pruebas a su favor, no hay garantías de justicia. John Morrissey, el mismo juez que permitió el uso de la "confesión" en el juicio de 1994, estará a cargo de la audiencia.

Lo que ha cambiado es que ahora hay un fuerte movimiento de oposición a la brutalidad y los complots policiales, y a las condenas injustas: las protestas nacionales del 22 de octubre, el movimiento en defensa de Mumia Abu-Jamal, y las voces de los familiares y víctimas de la policía.

Hace poco, Gayle Shines, ex directora de la Oficina de Normas Profesionales del DPC, admitió ante un tribunal federal que guardó durante tres años nueve informes investigativos sobre la brutalidad de Burge. En por lo menos seis casos (entre ellos el de Darrell) la OPS confirmó las acusaciones de maltrato. Pero en vez de investigar, la oficina del superintendente Terry Hillard las abandonó por ser casos "muy viejos". Esto podría ser un escándalo muy serio.

"Mi indignación me ha permitido sobrevivir", dijo Darrell. "Simplemente no me daré por vencido y seguiré hablando. No les permitiré salir impunes. Durante los últimos 15 años y medio, esto me ha permitido perseverar. Sé lo que me hicieron y uno de estos días, de alguna manera, lo voy a probar. La verdad tardó mucho tiempo en salir en los demás casos. Pero a fin de cuentas salió... y me alegra mucho".


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