El Banco Mundial y el FMI:
Cebándose de la miseria

Obrero Revolucionario #1050, 16 de abril, 2000

• Una familia promedio de la clase media en un suburbio de París gana cien veces más que una familia en el sureste asiático.

• Un campesino filipino tiene que trabajar dos años para ganar lo que gana en una hora un abogado de Nueva York.

• La cantidad de dinero gastado en Estados Unidos en Pepsi y Coca-Cola ($30 billones al año) es casi dos veces más que el producto nacional bruto de Bangladesh.

• Los países ricos (incluidos los estados productores de petróleo del golfo Pérsico) tienen el 15% de la población del mundo pero controlan casi el 80% del ingreso mundial.

Durante más de 50 años, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial han desempeñado un papel central en la dominación imperialista de los países del tercer mundo y en este desequilibrio y pobreza global.

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Los dos se fundaron en 1944 como parte del plan de Estados Unidos para reorganizar y dominar la economía mundial y forjar un bloque de potencias imperialistas después de la II Guerra Mundial. Inicialmente se concentraron en la reconstrucción de Europa occidental y en la creación de un sistema monetario mundial estable.

En la década del 50, el Banco Mundial empezó a financiar "proyectos de desarrollo" en el tercer mundo, como represas, carreteras y centrales eléctricas. El propósito de esos proyectos era promover las ganancias e inversiones de las grandes corporaciones y los bancos imperialistas. Hoy, el Banco Mundial presta dinero a los países oprimidos de Asia, Africa y Latinoamérica, y a los países de lo que era el bloque soviético. Es la mayor fuente de fondos para proyectos de desarrollo del mundo.

Durante los décadas de 1950 y 1960, el FMI prestó dinero a muchos países del tercer mundo. Pero en los 70, la deuda externa de los países del tercer mundo no productores de petróleo aumentó cinco veces, a un increíble total de $612 billones. El FMI intervino para proteger los intereses de los bancos imperialistas e impedir un colapso del sistema financiero mundial.

El FMI presta dinero a los países pobres solo si se comprometen a instituir ciertas reformas económicas. Para ser miembro del Banco Mundial, un país tiene que participar en el FMI y someterse a su dirección. Supuestamente las reformas del FMI ayudan a esos países a pagar la deuda externa. Pero en realidad su objetivo es aumentar las inversiones extranjeras y la dominación imperialista.

¿Quién controla el Banco Mundial y el FMI?

El Banco Mundial y el FMI tienen su sede en Washington, D.C. El presidente del Banco Mundial siempre es un gringo. El director ejecutivo del FMI siempre es un europeo occidental. Estados Unidos puede vetar toda decisión del FMI que no le convenga.

La junta directiva del Banco Mundial decide a quién le presta y con qué condiciones. Cinco países ricos dominan la junta: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y Japón. Como el FMI, el número de votos de un país es proporcional a su contribución anual al Banco, así que Estados Unidos tiene la mayor cantidad de votos.

Los países con el mayor producto nacional bruto también controlan las decisiones del FMI: compran los votos con su contribución anual. Estados Unidos contribuye unos $115 billones, o sea el 18% ó 19% del total, y tiene la mayor cantidad de votos.

Reforzar la dominación imperialista

La deuda externa es un fenómeno tanto político como económico o financiero, y las instituciones como el FMI y el Banco Mundial, que administran la deuda en nombre de los países acreedores, tienen mucho poder político.

Los países que reciben préstamos tienen que ceder al FMI gran parte del control de su política económica y social. La meta del FMI es crear un clima más favorable para las inversiones extranjeras y típicamente exige la privatización de las industrias paraestatales, recortes de servicios sociales y aumentos de impuestos. Tales "reformas" perjudican más a los más pobres.

Los países oprimidos piden préstamos al FMI con la esperanza de salir de deudas y restablecer la viabilidad de su economía, y la "reestructuración" del FMI supuestamente les permitirá alcanzar esa meta. Pero en realidad solo lleva a más miseria y más deuda. Actualmente, el FMI y el Banco Mundial tienen una corriente de capital inversa; es decir, sacan más dinero del tercer mundo de lo que invierten.

Hoy la deuda externa del tercer mundo equivale a la mitad del producto nacional bruto de todos esos países combinados y al doble de sus ingresos anuales por exportación. Los países ricos siguen robando la riqueza de los países pobres.

Programas de reajuste estructural

Los programas de reestructuración que los países pobres tienen que aceptar a cambio de nuevos préstamos se llaman "Programas de reajuste estructural" (PRE). El propósito de un PRE es subordinar la economía más a las necesidades del capital internacional y de las corporaciones transnacionales.

Los PRE condenan a centenares de millones de personas a la miseria. Los países pobres tienen que producir y exportar más, y gastar y comer menos. Les dicen que, para pagar la deuda, tienen que ganar más en el mercado mundial, y eso quiere decir recortar su presupuesto, exportar más y rebajar el precio de los productos de exportación (rebajando el costo de producción y devaluando la moneda nacional). Además, tienen que abrir sus puertas más a los inversionistas extranjeros. Por lo general, los recortes presupuestales afectan más los servicios médicos, la educación, las subvenciones de comida y la vivienda.

Los PRE prometen aumentar las divisas exportando más cultivos comerciales y otros productos primarios, como caucho, algodón, café, cacao, cobre y estaño. Pero en los últimos años el precio de muchos de esos productos ha caído bruscamente, así que cuando un país aumenta sus exportaciones, su ingreso no aumenta mucho o incluso disminuye. En parte eso se debe a que cuando un grupo de países adopta los "reajustes estructurales", todos tratan de exportar más a la vez y eso lleva a una mayor oferta en el mercado mundial y a una baja de precios.

Los bancos privados han sacado grandes ganancias de los PRE. Entre 1984 y 1990, recibieron $178 billones de inversiones en el tercer mundo. Por su parte, el Banco Mundial ha sacado ganancias cada año desde 1947.

Más pobreza y miseria

El mismo Banco Mundial calcula que en 1997 habrá creado tres millones de "refugiados del desarrollo", o sea, desplazados por sus grandes proyectos, como represas y centrales eléctricas, y que se encontrarán en la miseria. Simultáneamente, está arruinando muchos bosques y ríos que han dado alimento, vivienda y sustento a muchas generaciones.

Los proyectos del Banco Mundial en Indonesia han desplazado a docenas de miles de campesinos pobres. En Brasil, la construcción de carreteras financiada por el Banco Mundial ha contribuido a la destrucción de los bosques tropicales.

En más de la mitad de los países que recibieron préstamos PRE entre 1980 y 1987, la población tiene menos comida. Además, para promover competividad económica, aumentaron el desempleo y rebajaron los salarios.

Los proyectos del FMI y el Banco Mundial pisotean la vida, el sustento y los derechos humanos de los pueblos del tercer mundo, especialmente de los indígenas. La enorme mina Grande Carajas en Brasil ha destruido muchas comunidades indígenas del Amazonas. Un proyecto del Banco Mundial en Indonesia destruyó los bosques donde vivían indígenas para trasladar ahí a centenares de miles de desplazados por otro proyecto.

Los proyectos del Banco Mundial son una afrenta al medio ambiente y han causado mucha destrucción de los bosques, depósitos de minerales y ríos del planeta. En un memorando secreto de 1991, el principal economista del Banco Mundial, Lawrence Summers, sugirió que "tiene sentido" desde un punto de vista económico trasladar las industrias que causan la mayor parte de la contaminación de los países industrializados al tercer mundo.

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El Banco Mundial y el FMI causan más pobreza, destrucción del medio ambiente y dependencia económica. A pesar de sus promesas, han ensanchado enormemente la brecha entre los países ricos y los pobres durante las últimas décadas. ¡50 años: basta ya!


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