De Un Mundo Que Ganar

Libre comercio: ¿motor de crecimiento o saqueo?

Parte 1: Cadenas de dependencia

Obrero Revolucionario #1098, 15 de abril, 2001, en rwor.org

De la revista Un Mundo Que Ganar, No. 26, una revista inspirada por el Movimiento Revolucionario Internacionalista:

Desde hace 50 años, los organismos multilaterales encargados de monitorear y regular el funcionamiento de la economía capitalista mundial desde la II Guerra Mundial, han trabajado en la sombra. El Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la recién creada Organización Mundial de Comercio (OMC) se reunían cómodamente, mientras que sus decisiones enviaban regularmente ondas de choque por el mundo. Hasta una pequeña fluctuación en tasas de interés o tipos de cambio podía mover fuerzas gigantescas que sacudieran economías enteras e hicieran pedazos la vida de millones. Y todo eso se produjo fuera de la vista del pueblo cuya vida se afectaba tan dramáticamente.

En el último año, esta situación ha cambiado. Los embates cada vez más rapaces de los países imperialistas contra las economías de las naciones y pueblos oprimidos, junto con serias crisis, como en Rusia y Asia del este, despertaron resistencia, incluso de la juventud en las mismas ciudadelas imperialistas. Protestas masivas sacudieron las reuniones de los señores del capital financiero y pusieron bajo los reflectores sus actos criminales.

El contraataque ha sido rápido y fuerte. La globalización es buena para ti, sermonea el presidente yanqui Bill Clinton. Aunque su sabor sea amargo, proclamó en su informe anual de 2000 "La realidad central de nuestra época", que tomar la medicina del libre comercio y del libre mercado es el único camino hacia el crecimiento y la prosperidad.

De hecho, el que sea la globalización y el aumento del comercio "bueno para ti" depende muchísimo de quién seas "tú"; aunque ha sido excelente para unos pocos dueños ricos, para las masas del mundo, sobre todo en los países más pobres, esta última década de globalización imperialista ha sido una larga pesadilla. Este artículo examinará el argumento de que fomentar el "libre comercio" lleva al crecimiento y a la prosperidad, en particular la idea de que las naciones oprimidas no pueden crecer si no se enganchan a la "locomotora" de las economías imperialistas, y analizará el papel de la OMC en este proceso.

"Hacer lo que cada cual hace mejor"

El argumento de que la liberalización del comercio beneficiará a muchos y fomentará el crecimiento económico en los países oprimidos tiene como eje la idea de desarrollar una especialización económica: cada país debe hacer más de lo que hace mejor (la "ventaja comparativa" en la teoría económica burguesa). Según este argumento, los países intercambiarán lo que cada uno produce con mayor eficiencia, sin restrictivos aranceles "desleales" y otras prácticas proteccionistas en aras del bienestar común; los sectores más eficientes de cada país a su vez estimularán el crecimiento en otros sectores.

La realidad concreta que se esconde tras estas frases igualitarias es que un puñado de trasnacionales en los países imperialistas son dueños de la gran mayoría de las fuerzas productivas y comercio del mundo, mientras las naciones oprimidas son, en esencia, fuentes de mano y materias primas baratas. En esta situación, "hacer más de lo que cada cual hace mejor" significa que las naciones oprimidas consoliden aún más su subordinación en la división mundial imperialista del trabajo.

Consideremos el impacto para las naciones oprimidas de la liberalización comercial, al estilo de la OMC, en la agricultura. Esta política se apunta a fortalecer la integración al mercado mundial, reducir aranceles sobre productos agrícolas, estimular especialización y producción para la exportación, y flexibilizar las restricciones sobre los masivos flujos de inversiones. De esto resultan la mayor penetración del mercado mundial por la agroindustria occidental, más comercio en productos alimenticios y, sobre todo, la ruina de las llamadas unidades de producción ineficientes, es decir básicamente los pequeños y medianos campesinos, en especial los que cultivan alimentos para mercados locales. Algunos campesinos optan por cultivos para la exportación, otros son expulsados de sus tierras; cada semana un millón de personas en el mundo emigran a las ciudades. Quitar las barreras comerciales para abrir las compuertas al grano barato de los Estados Unidos, por ejemplo, tiene un efecto particularmente desastroso sobre los países oprimidos, donde un porcentaje mucho mayor de la población trabaja en el campo. (Si bien lo que se gasta para comida en los Estados Unidos es de sólo 0,5% de su producto nacional bruto [PNB], la cifra correspondiente de Tanzania es 18%, lo que magnifica el efecto de cambios rápidos en el mercado de alimentos1.)

Tomemos el caso de un solo país, la Costa de Marfil, desde hace mucho declarado modelo de desarrollo para Africa. Basada en la lógica del comercio capitalista, la agricultura ahí se transformó de la producción local de comida a la producción de cacao orientada a la exportación, hasta que el país llegara a cultivar casi la mitad de la cosecha mundial. Al eliminarse el programa gubernamental de estabilización de precios, como parte del proceso de reducir las barreras comerciales, esto, con la tendencia general hacia precios más bajos de materias primas, condujo a una caída de 40% de los precios que reciben los pequeños campesinos. Muchos quebraron. Sin embargo, fue una oportunidad maravillosa para las grandes trasnacionales. Con la gigante norteamericana Cargill a la cabeza, se lanzaron a un torrente de fusiones y adquisiciones. Como resultado, el número de grandes empresas de cacao se había reducido de 50 a 10, y ya son las empresas, no el programa gubernamental, que fijan los precios2.

Esto es típico del modelo de desarrollo económico orientado al comercio. Primero, quitar las barreras comerciales y estimular la especialización conduce de manera inexorable a la concentración de la producción en unidades cada vez más grandes nacional e internacionalmente; es decir, el comercio estimula el crecimiento de las grandes corporaciones monopolistas mundiales. El ritmo más rápido del comercio mundial ha sido acompañado de una ola sin precedente de fusiones y adquisiciones de corporaciones en cada vez más sectores.

El "libre comercio" mismo es hoy una consigna hueca: ésta es la época imperialista, en la cual los grandes monopolios dominan el mundo y cada esfera importante de la vida económica. Las 500 trasnacionales más importantes, en su mayoría con sede norteamericana, controlan el 70% de todo el comercio transfronterizo y el 60% del comercio en productos agrícolas lo controla la agroindustria yanqui3. En la práctica, la expansión del comercio fortalece la capacidad de los que puedan aprovechar las redes de producción y comercialización mundiales, eliminando los mecanismos establecidos de diversos países para proteger la industria y la agricultura nacionales. Poner las pequeñas empresas, sobre todo las del tercer mundo, en una rivalidad directa y despiadada con las gigantes con sede en el occidente garantiza que las empresas más grandes se traguen las más pequeñas y extiendan su penetración y dominación de los países oprimidos.

Segundo, sin importar si un país produce principalmente materias primas, como la Costa de Marfil, o si tiene algunos enclaves de producción industrial orientados a la exportación, como en Asia del este, la dinámica del desarrollo dominado por el comercio en general hace que las naciones oprimidas dependan más del mercado mundial, de los países imperialistas y de las grandes trasnacionales. El crecimiento de las trasnacionales acompaña la creciente dependencia de las naciones oprimidas. Estos países se hacen cada vez más vulnerables a cambios súbitos en los precios de uno u varios productos, o hasta al chantaje calculado del imperialismo, si las potencias imperialistas deciden utilizar su dominación para subyugar a un régimen comprador desobediente. Esto es exactamente lo que han hecho con Saddam Hussein de Irak, cerrando el flujo iraquí de petróleo.

Esta situación es muy alarmante en relación a la seguridad alimenticia. Cuando, como en la Costa de Marfil, muchísimos campesinos se arruinan u optan por cultivos orientados a la exportación, el país se hace más dependiente de la importación de comida. A diferencia de los países imperialistas, donde el carácter muy desarrollado y equilibrado de la economía significa que las fluctuaciones del mercado mundial pueden absorberse más fácilmente, en estos países los cambios del mercado mundial pueden provocar desastres y dificultar, sin no imposibilitar, el pago del presupuesto alimenticio. El resultado es mayor deuda y pobreza, y la amenaza de hambruna4.

Enclaves modernos: Eslabones en la cadenade dependencia

Los defensores del libre comercio sostienen que, por doloroso que sea, este tipo de desarrollo pone al país en el camino a la modernización, que estos enclaves modernos impulsarán a otros sectores de la economía. Pero hay una diferencia cualitativa entre el impacto de este desarrollo en los países oprimidos y lo que ha sucedido en los países imperialistas. En las condiciones semifeudales atrasadas que en general caracterizan los países oprimidos, el desarrollo de granjas agrícolas más grandes y más modernas no impulsa el desarrollo de una economía nacional integrada. Los grandes enclaves modernos de producción agrícola (como las plantaciones bananeras centroamericanas; véase el recuadro, p. 43) se orientan casi exclusivamente a la exportación a los mercados extranjeros, principalmente imperialistas. Además, se basan en zonas más grandes de producción agrícola semifeudal, y ello los condiciona. Los insumos más baratos, como mano de obra, en las naciones oprimidas dependen de la perpetuación de condiciones semifeudales. Por ejemplo, los trabajadores centroamericanos de las plantaciones bananeras son mal pagados en parte porque gran parte del costo de mantener y reproducir las futuras generaciones se basa en la agricultura semifeudal de subsistencia. Desarrollar la producción de mercancías en estos enclaves "modernos" con amos imperialistas no pone la economía de la nación oprimida en un camino hacia el desarrollo relativamente más integrado y equilibrado que se ve en las países capitalistas. Más bien, amarra al país aún más estrechamente al imperialismo, y estos enclaves funcionan como parte integral pero subordinada del mercado imperialista mundial, eslabones que encadenan al país al imperialismo, y apuntalan simultáneamente las relaciones semifeudales en grandes sectores de la economía.

La misma dinámica fundamental caracteriza el crecimiento orientado al comercio en otros sectores, como el de alta tecnología en Bangalore, India. A los defensores de la globalización les gusta jactarse de que Bangalore es prueba del "éxito" del modelo orientado al comercio, el "valle de silicio" de la India, pero, ¿es un precursor de la futura modernización de la India? Nada de eso. Las decenas de miles de ingenieros de informática que ahí trabajan están en su gran mayoría ligados a las gigantescas corporaciones occidentales, no al desarrollo general de la economía de la India. Además, su trabajo depende en gran parte de la existencia de las mismas condiciones semifeudales que apuntalan el desarrollo de los enclaves agrícolas modernos que se describieron arriba.

Consideremos lo que contribuye a una situación en la cual, como se jacta un ejecutivo suizo de computadores, es posible comprar tres programadores en la India por el precio de uno del occidente. Aunque este ejecutivo, con su visión "global", es un hombre feliz, hay que ubicar su estrategia en el contexto del salario promedio en Bangalore, que no es la tercera parte del occidental, sino más bien la trigésima (el PNB per cápita en el estado de Karnataka, India, donde está Bangalore, es de aproximadamente un dólar yanqui al día). El que el programador tenga empleo depende en última instancia de que su familia pueda contratar mano de obra aún peor pagada, "liberando" así al programador para obtener una educación y con ella trabajar. Casi todos los programadores en la India tienen sirvientas para cocinar, limpiar, hacer las compras y cuidar a los niños. En otras palabras, como en la agricultura, el funcionamiento de este enclave moderno de alta tecnología no sólo sirve al imperialismo sino utiliza y apuntala las condiciones semifeudales de mayor explotación en la economía nacional en conjunto.

Los críticos liberales de la globalización señalan a menudo las regiones más pobres del mundo y se quejan de que son "excluidas" del proceso globalizador. Aunque es cierto que algunas regiones, como la Africa subsahárica, no encajan en los planes de inversión de los imperialistas, también es cierto que el empobrecimiento de los países oprimidos no resulta principalmente de su "exclusión" de la economía imperialista, sino que en lo más fundamental refleja la misma manera de que se les integran. La expansión del comercio no cambia esta dinámica, sino que agudiza el carácter distorsionado, desigual y fragmentado de las economías oprimidas. Esto no es de extrañar, pues, después de todo, cuando las corporaciones occidentales como Compaq y Microsoft establecen operaciones en lugares como Bangalore, su objetivo es la ganancia, no el desarrollo.

¿De quién es la invención del fuego?

La liberalización comercial patrocinada por la OMC fortalece el sistema de mercancías por todo el mundo y extiende su control a nuevas esferas de la actividad humana. Todo tiene su precio, todo se vende ahora en el mercado mundial. Una punta de lanza de esta fea tendencia es la recién intensificada aplicación de los "derechos intelectuales de propiedad", entre ellos:

• Una empresa estadounidense ha buscado patentar el ADN de una guatemalteca quien, se cree, tiene inmunidad al cáncer, para comercializar una medicina.

• La trasnacional estadounidense W.R. Grace patentó el uso de una parte clave del árbol neem (azadirachtin), aunque los campesinos y médicos en la India han utilizado productos del árbol desde hace siglos en remedios caseros. ¡Esto plantea el espectro de tener que pagar a la empresa yanqui por el derecho de seguir con esta práctica antigua desarrollada por sus propios antepasados!

• En 1997, en la India más de un millón de pequeños agricultores y campesinos se manifestaron contra una amenaza semejante: las grandes corporaciones agroindustriales buscaban patentar semillas indígenas de los países del tercer mundo y obligar a los campesinos a pagar por las mismas semillas que habían usado y desarrollado por siglos, tanto como la amenaza de "tecnología terminadora", la que se refiere a una técnica de ingeniería genética para crear plantas estériles con semillas que no germinan, para que los campesinos tengan que comprar semillas en cada temporada de cultivo, en vez de usar la antigua práctica de guardar semillas de una cosecha para sembrar la próxima.

La expansión de estos derechos bajo la OMC legitima así unos casos obvios de apropiación privada del trabajo y conocimiento colectivo de las masas, en lo que se llama "piratería de patentes". Pero estos derechos intelectuales llevan el sello inconfundible del funcionamiento de la contradicción fundamental del capitalismo, entre la apropiación privada y la producción social: una compleja división de trabajo surge en el capitalismo, que combina muchos trabajadores y el sistema de máquinas, en un proceso productivo profundamente socializado; sin embargo, los frutos de este proceso los apropia una pequeña clase de dueños, la burguesía.

En cuanto a las ideas, ningún conocimiento, desde la invención del fuego hasta hoy, ha sido nunca en esencia un producto individual sino que siempre ha implicado una compleja interacción de trabajo individual, conocimiento colectivo e interacción social. Con el desarrollo del capitalismo, el proceso productivo, incluida la producción del conocimiento, se convirtió en un acto cualitativamente más social, lo cual es aún más cierto hoy día. La producción de un nuevo programa de computador, por ejemplo, un sistema operativo como Windows, puede abarcar el trabajo coordinado de miles de ingenieros de informática. Muy definitivamente no es producto del "genio" de uno u dos dueños como Bill Gates. Además, la "interfaz gráfica para usuarios" sobre la cual se basa Windows, no la inventó Microsoft sino un sinnúmero de otras empresas de informática, que se apoyaron directamente en la experiencia acumulada de un número aún más grande de usuarios. En El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin subraya cómo los gigantescos "trusts" trasnacionales (como se llamaban entonces) han concentrado los avances e inventos tecnológicos y resume: "...el desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto tal, que, aunque la producción de mercancías sigue reinando' como antes y siendo considerada como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar a los genios' de las maquinaciones financieras. En la base de estas maquinaciones y de estos chanchullos se halla la socialización de la producción; pero el inmenso progreso logrado por la humanidad, que ha llegado a dicha socialización, beneficia... a los especuladores"5.

La protección de estos derechos refleja y refuerza las divisiones sociales básicas que caracterizan al mundo, entre ellas, entre la clase poseedora y la clase trabajadora, como señala Lenin, y entre los países imperialistas y oprimidos. En éstos, los países imperialistas buscan controlar estos derechos con el fin de salvaguardar su monopolio de la ciencia y tecnología y fortalecer su posición como "cerebros" del sistema económico mundial. Así, por ejemplo, las trasnacionales aseguran que pueden trasladar los procesos productivos a las naciones oprimidas, para aprovechar los salarios y costos más bajos, sin perder su control de la tecnología usada en el proceso. De las 3.5 millones de patentes en el mundo, sólo 200.000 (6%) están en el tercer mundo; por otro lado, las trasnacionales controlan directamente el 85% de todas las patentes. La política oemeceísta solamente fortalecerá esta división desigual y opresora de trabajo, en la cual los países imperialistas buscan centralizar más su control de los centros nerviosos de las actividades económicas del mundo.

La lista de zonas elegidas por la OMC para la liberalización comercial es larga. Los servicios como la salud son una prioridad fundamental: entre los "objetivos de las negociaciones" de los Estados Unidos en Seattle, figuraban "estimular más privatización" y "permitir la propiedad mayoritaria extranjera de instalaciones de salud". Algunas fuerzas han criticado la protección de patentes, una aplicación de los derechos intelectuales de propiedad, por causar, en parte, la criminal situación del tercer mundo, sobre todo en Africa austral, con respecto a los enfermos del SIDA. Los precios exorbitantes que las trasnacionales farmacéuticas exigen por sus medicinas antiSIDA protegidas por patentes hacen que el tratamiento sea carísimo. Esto significa que millones de africanos han muerto y siguen muriéndose sin tratamiento y que miles de madres infectadas de HIV transmiten la enfermedad en el parto, lo cual muchas veces se puede impedir con medicinas6.

La expansión de reglas de la OMC provocará también la mayor degradación del medio ambiente. En cuanto a los riesgos a la salud, la OMC rechaza el "principio precautorio" según lo cual a las trasnacionales les incumbe probar que sus medicinas no hacen daño, y obliga a los consumidores a probar que hacen daño. Esta lógica apuntaló la reciente decisión de requerir que la Unión Europea acepte la carne de res estadounidense tratada con hormonas, aunque un jurado de la UE encontró que algunas hormonas pueden causar cáncer. La OMC fortalecerá también la política de tratar problemas como la salud pública como "externalidades": como no entran directamente al proceso de producir mercancías de propiedad y control de la corporación, y como por eso le resultan "externas", tales problemas no figuran en las consideraciones del "libre comercio". Con el proceso anárquico de la globalización dominado por el comercio, surgen vastas megaciudades altamente contaminadas en el tercer mundo, como la Ciudad de México y Nueva Delhi, donde se estima que una tercera parte de los niños padecen bronquitis alérgica, una "externalidad" cuya responsabilidad, por supuesto, no incumbe a ningún capitalista, según las reglas del sistema de "mercado libre"7.

Notas

1. Ultimo informe de Arthur Dunkel sobre el GATT, citado en Pratap Chatterjee Aijkal, GATT, 1993.

2. "El cacao amargo", Libération, París, 13 abril 2000.

3. Larry Elliott y Dan Atkinson, Tiempos de inseguridad, Verso, Londres, 1999, p. 223.

4. Claro que hay otros factores. Por ejemplo, a mediados de los años 90, 12 de los 16 programas de ajuste estructural del FMI en Africa causaron reducciones de gastos de educación. Se trata de países en que millones de adultos, en particular mujeres, carecen de habilidades básicas de alfabetización (a pesar de que muchos expertos burgueses opinan que la educación es el factor único más importante que favorece el desarrollo). En Etiopía, hasta 50 millones de personas enfrentan la amenaza de hambruna ("El FMI en el banquillo", Guardian, Londres, 15 abril 1999).

5. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo (Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1975). pp. 27-28.

6. Aquí, en el sector salud, se ve otro ejemplo trágico de las limitaciones de esta igualdad formal, que disfraza la desigualdad real, con la cual los programas de la OMC tratan a las naciones imperialistas y oprimidas. Mientras que los sistemas públicos de salud son componentes claves de la atención médica en todos los países ricos (excepto en los Estados Unidos, donde las aseguradoras privadas desempeñan ese papel), en el sur de Asia solamente el 20% de las medicinas se reparte vía el sistema público de salud, mientras que el 80% lo compran directamente los individuos. ¿Cuál será el efecto de la imposición supuestamente igualitaria, por parte de la OMC, de la protección de patentes y el control de los precios mundiales de medicinas? No sólo se hará más difícil que los sudasiáticos compren medicinas por percibir ingresos mucho más bajos, sino que, a diferencia del occidente, la mayoría tendrá que pagar directamente del propio bolsillo. La política comercial supuestamente "igualitaria" tiene un impacto profundamente desigual. Aún menos sudasiáticos pueden comprar medicinas que salvan la vida, mientras que las ganancias de las empresas farmacéuticas alcanzan su nivel más alto de la historia.

7. Hans-Peter Martin y Harald Schuman, La trampa global, p. 27.


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