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El islam no es mejor (ni peor) que el cristianismo

Lo siguiente es un pasaje del libro de Bob Avakian, ¡Fuera con todos los dioses! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundoSegunda parte: “El cristianismo, el judaísmo y el islam — arraigados en el pasado, bloquean el camino al futuro”. La edición en español salió en 2009.

Hasta ahora he venido tratando el cristianismo y la Biblia. Si bien hay diferencias importantes, en teología y en términos de prácticas religiosas, entre el islam y el cristianismo (y el judaísmo), la concepción del mundo que cada religión expresa y el contenido social que cada una encierra —lo que dicen acerca de la naturaleza de la sociedad y cómo debería ser— no solo tienen similitudes en muchos aspectos sino que en lo fundamental están al servicio de sistemas de explotación y esclavización de la misma clase. En el sagrado libro del islam, el Corán, no menos que en la Biblia cristiana (y toda la “tradición judeocristiana”), se defiende y hasta se celebra toda clase de relaciones opresivas1.

Los orígenes históricos del islam establecen un contexto y revelan más acerca del contenido y el papel del islam, como religión y como fuerza geopolítica en el mundo, en la historia y hasta hoy día. La figura central y fundamental del islam es, como se sabe, el fundador, Mahoma, quien nació hace cerca de 1.500 años en la Meca y pasó sus primeros años ahí. Mahoma (Muhammad bin Abdullah) era de un subgrupo relativamente pequeño de la tribu dominante de la región de la Meca, los Quraish. Ganó cierta posición social cuando se casó con una acaudalada viuda, Khadija; pero, pese a esta seguridad económica relativa, todavía no era una figura prominente entre los Quraish de la Meca. En ese entonces, la Meca cobraba importancia como centro de comercio y negocios. Además, era un centro religioso importante; y el templo de la ciudad, la Kaaba, era un lugar sagrado para muchas tribus, con sus diferentes religiones locales, que viajaban a la Meca y participaban en el comercio. Esto también era una fuente de riqueza para los Quraish. Pero, al mismo tiempo, el papel de la Meca como emergente centro comercial socavaba en algunos aspectos importantes la vida tribal tradicional y la respectiva superestructura —la política y las estructuras políticas, la ideología y la cultura que se manifestaban en un grado importante en términos religiosos— que correspondía más o menos al estilo tradicional de vida.

En estas circunstancias, Mahoma empezó a pasar largos períodos a solas en el desierto en las zonas montañosas alrededor de la Meca. Durante estos períodos de soledad, en que a menudo ayunaba durante varios días, empezó a escuchar, según el propio Mahoma, revelaciones de Dios (Alá), relatadas por el ángel Gabriel, las cuales Mahoma memorizaba y recitaba. Mahoma continuaba recitando estas revelaciones el resto de su vida y estas llegaron a formar los elementos fundamentales de la religión islámica, registrados en el Corán y otras obras sagradas del islam.

Por supuesto que es imposible que yo (ni, de hecho, nadie, a estas alturas) diga si Mahoma de verdad creía (ni en qué grado creyera) que recibía las revelaciones de Alá ni si estaba consciente (ni en que grado estuviera consciente) de que él mismo era la fuente de estas supuestas revelaciones. Algunas partes de los suras (capítulos) del Corán (tal como el Sura LXVI, “La prohibición”, en que Mahoma hizo saber cierta revelación de Alá a sus esposas, diciéndoles que dejen de tener envidia, que sean más sumisas y que dejen de causarle tantos problemas a Mahoma, y les advierte que si no, es posible que Alá pueda darle esposas mejores al profeta — ver el versículo 5 en particular) parecen, para decir lo menos, muy convenientes para Mahoma y parece más probable que él mismo se los ingenió a propósito. Pero es muy probable que, por lo general y en esencia, Mahoma estuviera convencido de que recibía y comunicaba la palabra del único Dios verdadero, Alá. No sería sorprendente que en el transcurso de pasar los días en el desierto o en las montañas mientras ayunaba, probablemente con muy poco agua, Mahoma escuchara voces y llegara a creer que escuchaba que la voz del ángel Gabriel en particular transmitía las revelaciones de Alá. Lo que queda claro es que Mahoma llegó a conocer al menos algunas doctrinas y creencias de los cristianos y de los judíos, y se refleja esto en el Corán — tanto en lo que parece que Mahoma adoptó de estas religiones como en lo que llegó a rechazar e incluso denunciar. También queda claro que, de estas diversas experiencias y fuentes de influencia, Mahoma creó, a lo largo de varias décadas, lo que llegó a ser el Corán y la nueva religión del islam.

Desde luego que no estaba predeterminado que las recitaciones de Mahoma llegaran a estar dotadas del aura de revelaciones divinas — se podían haber ignorado o descartado como los desvaríos de un lunático. De hecho, así lo trataron por un buen tiempo los ancianos y poderosas fuerzas de la tribu Quraish de la Meca. Cuando Mahoma persistió y, además, empezó a desafiar a los gobernantes establecidos y las creencias y las prácticas religiosas y a denunciarlos como corruptos, se vio obligado a retirarse a Yatrib (hoy conocido como Medina). Ahí, Mahoma encontró una situación más favorable y, con el tiempo, pudo establecerse como autoridad política y religiosa.

Mahoma fue un político hábil —en Medina ayudó a zanjar conflictos en la población que incluía a un grupo de judíos que vivían en la zona, si bien a la larga estos judíos rechazaron a Mahoma y su nueva religión de islam— pero también resultó ser un líder militar capaz. De Medina, una vez que había consolidado su dominio, empezó a dirigir sus fuerzas en ataques contra las caravanas de comerciantes que iban a la Meca, lo que causó importantes pérdidas y presionó mucho a los Quraish en la Meca. Finalmente, después de varias batallas en que Mahoma logró infligir daños a sus enemigos de la Meca y evitar su propia muerte o captura, pudo volver marchando triunfante a la Meca y, con una combinación de presencia militar y diplomacia hábil —con promesas de no tocar la vida y la propiedad de sus adversarios—, pudo conseguir que claudicaran los dirigentes de los Quraish. La Meca llegó a ser el centro de la nueva religión del islam y la Kaaba llegó a ser un templo sagrado de esa religión.

De nuevo, en todo esto podemos ver el papel del accidente (o la contingencia) así como la causalidad, y su interpenetración mutua. Si ciertos sucesos hubieran tenido otro resultado, en varios momentos, es posible que esta nueva religión nunca hubiera llegado a cuajar completamente, o por lo menos, jamás hubiera llegado a ser una fuerza de peso en el mundo. Mahoma podría haber muerto mucho antes de lo que fue el caso, y en particular lo podrían haber asesinado durante los años en que estaba en Medina y trabando combate con los poderosos enemigos centrados entonces en la Meca. Pero no todo fue accidente. La nueva doctrina religiosa y las nuevas instituciones políticas y religiosas que Mahoma forjó y desarrolló durante varias décadas, incluido su reino en Medina, tuvieron un poder de atracción, no solo debido a la fuerza militar que Mahoma logró movilizar, sino porque esta religión proporcionó un sistema cohesionado de creencias y prácticas para los crecientes y diversos grupos de personas atraídas a la Meca, que pudo unificarlas por encima de los intereses y costumbres tribales más limitados. No simplemente en un sentido lineal y mecánico sino de una manera más amplia y global, el islam correspondió a las nuevas condiciones que se habían gestado como resultado del crecimiento de la Meca como centro comercial, que atraía a personas de muchas regiones y tribus.

Así que vemos la relación dinámica —o, en términos marxistas, la relación dialéctica— entre el modo económico de vida y la superestructura de política e ideología (incluida la religión), una relación en que los cambios de la economía (en este caso, el desarrollo de la Meca como un centro comercial y las transformaciones acompañantes) dio origen a nuevos modos de pensamiento, y a su vez estos llegaron a formularse en doctrinas y programas en torno a los cuales la población se organizaba y luchaba, en oposición a aquellas fuerzas (en este caso, los gobernantes de los Quraish de Meca) que buscaban defender e imponer el viejo modo de vida, incluso ante importantes cambios. Desde luego, como se ha subrayado arriba, en esta relación los cambios en la superestructura no provienen directa ni automáticamente de los cambios del modo económico de vida ni están destinados a prevalecer en un sentido predeterminado ni a corto plazo las fuerzas que representan la nueva superestructura que más o menos corresponde a esos cambios del modo económico de vida. Como ya se ha mencionado, en todo esto obra el papel del accidente, pero no todo es accidente, pues también hay causalidad —existen factores materiales reales, en particular los cambios del modo económico de vida y las relaciones entre las personas, que proporcionan un impulso hacia los cambios correspondientes y sientan bases más favorables para estos en la superestructura de ideología y política— y opera una continua interacción entre los cambios en la base económica y los acontecimientos, y las luchas, en la superestructura. Todo esto se manifiesta en que no era seguro que se desarrollaran y triunfaran Mahoma y la nueva religión del islam, pero de hecho se desarrollaron y a la larga triunfaron en las nuevas circunstancias que emergían como resultado de los cambios en la Meca (que en sí, a su vez, estaban relacionados con el mundo mayor, más allá de la Meca y más allá de Arabia, que daban un impulso mayor al desarrollo de Meca como centro comercial).

Los mismos principios y dinámica básicos se aplican a la propagación del islam después de los tiempos de Mahoma. Mediante una combinación de conquistas militares y medios político-administrativos y diplomáticos a menudo hábiles, el islam y las instituciones del dominio islámico se extendieron sobre una región muy grande durante los siglos después de Mahoma. Aun en los lugares donde el califato islámico ya no es la forma del estado (así como en los lugares, como Irán, en que una república islámica existe hoy), el islam y sus instituciones político-religiosas han seguido ejerciendo, hasta hoy día, una poderosa influencia sobre gran cantidad de personas en el Medio Oriente y otras partes del mundo.

En todo esto, también podemos ver una similitud fundamental con el desarrollo y la propagación del cristianismo, desde sus orígenes en las pequeñas sectas en una región geográfica hasta su surgimiento como una fuerza de peso con poder e influencia en grandes partes del mundo y en una enorme cantidad de personas. En ambos casos, vemos el papel crucial de ciertos individuos centrales —tales como el propio Jesús así como Pablo y Constantino en la historia del cristianismo y Mahoma y los primeros califas en la historia del islam— y vemos la manera en que todo esto encaja, en un sentido global, en la dinámica mayor (la interacción dialéctica y viva) entre el accidente y la causalidad y entre la base económica y la superestructura de ideología y política (incluida la lucha militar). Como resultado de todo esto —y no de la existencia y la voluntad de uno u otro dios, ni la encarnación de un dios (sea Jehová, el dios de los antiguos israelitas; Alá; la Trinidad cristiana; o cualquier otro ser o fuerza sobrenatural)—, como resultado de los factores materiales y terrenales, hoy las personas todavía creen y rinden culto a un dios (o dioses), u otros seres o fuerzas sobrenaturales, pero todas estas personas no crean en el mismo dios o dioses, y de hecho a menudo denuncian a los dioses y las religiones de otras personas por falsos e incluso blasfemos.

Volviendo específicamente al islam, de una lectura de los relatos históricos de la vida y las enseñanzas de Mahoma, así como del Corán en particular, queda claro que los puntos de vista de Mahoma —lo que él sabía y lo que ignoraba, lo que defendía y elogiaba, así como lo que atacaba y condenaba— eran un reflejo de la sociedad y el mundo en que él vivía, y encerraban muchas relaciones opresivas, crueles y desiguales, y los respectivos valores, puntos de vista y costumbres que Mahoma consideraba necesarios, legítimos y justos. Estos incluyen: la esclavitud; la noción de que los niños, así como las mujeres, son esencialmente la propiedad de los hombres; la subordinación de las mujeres a los hombres; el derecho y de hecho el deber de los creyentes de ir a la guerra contra los infieles y llevarse el botín, incluidas las mujeres, como recompensa de la guerra; y las relaciones generales en que algunas personas están por encima de otras y las explotan y las oprimen — todo a nombre y bajo el estandarte del dios misericordioso y benéfico, Alá.

He aquí unas citas del Corán que ilustran esto de manera clara y, en muchos casos, gráfica. Al leer estos pasajes del Corán, hay que tener en mente que según el Corán, es Alá el que le está hablando a Mahoma por lo común por intermedio del ángel Gabriel.

Te interrogarán sobre las reglas de las mujeres. Diles: Es un inconveniente. Separaos de nuestras esposas durante este tiempo y no os acerquéis a ellas hasta que estén purificadas. Cuando estén purificadas, vedlas, como Alá os lo ha ordenado…. Vuestras mujeres son vuestro campo. Id a vuestro campo cuando queráis; pero haced antes algo a favor de nuestras almas. Temed a Dios y sabed que algún día estaréis en su presencia. (del Sura II, “La vaca”, versículos 222-223, El Corán. Traducción de Joaquín García-Bravo, doctor en Filosofía y Letras. Barcelona: Editorial Teorema, 1983. Todas las citas del Corán son de esta edición; a menos que se indique lo contrario, todas las palabras y frases entre paréntesis son del original.)

Esta cita tiene una sorprendente similitud con la Biblia, y las leyes y los mandamientos del Viejo Testamento en particular, que presentan a las mujeres que tienen la regla como algo sucio que los hombres tienen que evitar. En ambos casos, esto es parte de una tradición que trata a las mujeres en general como una fuente de contaminación y como inferiores e indignas en relación con los hombres.

Así que en el Corán se lee:

Si no halláis dos hombres, llamad a uno solo y dos mujeres entre las personas hábiles para testimoniar, a fin de que, si una se olvida, pueda la otra recordar el hecho. (“La vaca”, v. 282.)

Aquí vemos que se considera que el testimonio de las mujeres solamente tiene la mitad de la confiabilidad y valor que de un hombre en los procedimientos legales: se requiere a dos mujeres para sustituir o reemplazar a un hombre en tal procedimiento.

Este punto de vista sobre la mujer también aparece en lo siguiente del Corán:

El amor a los placeres, tales como las mujeres, los niños, los tesoros de montones de oro y plata, los caballos con marcas impresas, los rebaños, los campos, todo esto parece hermoso a los hombres; pero no son más que goces pasajeros de este mundo; el retiro hermoso está junto a Alá. (Sura III, “La familia de Imrán”, v. 12.)

Este sura señala que las cosas terrenales, si bien pueden tener valor, no se pueden comparar con la gloria de Alá y una vida de servicio y sumisión a Alá — que es lo que significa el islam: la sumisión. Pero el punto de vista de lo que es hermoso para la humanidad refleja unas relaciones sociales en que las mujeres, así como los niños, junto con los caballos con marcas impresas, rebaños y campos, son en efecto y literalmente posesiones de los hombres. De nuevo llama la atención una sorprendente similitud con la Biblia — por ejemplo, los Diez Mandamientos y el décimo en particular, en que describe a las mujeres, junto con los esclavos, casas y bueyes y asnos, como cosas de “tu prójimo” que “no codiciarás”.

Otro pasaje del Corán presenta de manera aún más gráfica este punto de vista sobre la mujer: “Os está prohibido casaros con mujeres casadas, excepto con las que hayan caído en vuestras manos como esclavas”.

De esa manera se defiende y se celebra que se tome a mujeres como esclavas o concubinas de los fieles (hombres). (Ver el Sura IV, “Las mujeres”, v. 28.)

Y se encuentra lo siguiente:

Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a estos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temías; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Alá es elevado y grande. (Sura IV, “Las mujeres”, v. 38.) 

El significado de esto, y las relaciones sociales opresivas y desiguales que encarna y promueve entre hombres y mujeres, son bien conocidos.

El Corán enseña: “En cuanto al ladrón y a la ladrona, les cortaréis las manos como retribución a la obra de sus manos; como castigo proveniente de Alá; Alá es poderoso y prudente. Todo el que esté arrepentido de sus iniquidades y se haya corregido, Alá acogerá su arrepentimiento, pues es indulgente y misericordioso”. (Sura V, “La mesa”, v. 42-43.)

Les cortarán las manos a las ladronas así como a los ladrones — en este caso vemos que las mujeres reciben un trato igualitario. [risas]

Otro pasaje del Corán:

Te interrogarán respecto del botín: Respóndeles: El botín pertenece a Alá y a su enviado. Temed a Alá. Arreglad vuestras diferencias entre vosotros, y obedeced a Alá y a su enviado, si sois fieles. (Sura VIII, “El botín”, v. 1.) 

Este sura hace hincapié en la regulación de la distribución del botín de guerra y la prioridad que es necesario darle en esta distribución a Mahoma, el enviado de Alá, y al emergente estado que dirigía Mahoma, en que gobernó como el representante de Alá. Además, se debe tener en mente que el botín de guerra a distribuirse entre los fieles (hombres) incluye a las mujeres capturadas y tomadas como esclavas (ver lo de arriba en el sura “Las mujeres”, v. 28).

Los siguientes pasajes del Corán también defienden y alaban la posesión de esclavos, así como tratar las esposas como propiedad de sus maridos y botín de guerra:

Felices son los creyentes. / Que hacen la oración con humildad, / Que evitan toda palabra deshonesta, / Que hacen limosnas, / Que saben dominar sus apetitos carnales / Y que limitan sus goces a sus mujeres y a las esclavas que les ha procurado su mano diestra; en este caso no son de vituperar. (Sura XXIII, “Los creyentes”, v. 1-6.)

Casad a los que no están aún casados, a vuestros criados probos que vuestras criadas; si son pobres, Alá los hará ricos con el tesoro de su gracia, pues Alá es inmenso, lo sabe todo. (Sura XXIV, “La luz”, v. 32.)

¡Oh profeta! Te está permitido casarte con las mujeres que hayas dotado y con las cautivas que Alá haya hecho caer en tus manos. (Sura XXXIII, “Los confederados”, v. 49.) 

En otra parte del Corán, en boca de Mahoma, Alá dice:

Nosotros prolongamos los dones de tu Señor a estos y a aquellos. Los dones de tu Señor no serán negados a nadie. He aquí cómo hemos elevado a los unos por encima de los otros mediante los bienes de este mundo. Pero la vida futura tiene grados más elevados y superioridades mayores aun. (Sura XVII, “El viaje nocturno”, v. 21-22.)

Así que vemos que, junto con la esclavitud y el botín de guerra en forma de mujeres, elevar a unos sobre otros es el camino y la voluntad de Alá.

O, de nuevo:

Nosotros somos los que distribuimos su subsistencia en este mundo; los elevamos a unos por encima de otros, de suerte que los unos toman a los otros por servidores. Pero la misericordia del Señor vale más que los bienes que amontonan. (Sura XLIII, “Ornamentos de oro”, v. 31.)

Los bienes terrenales se consideran un valor en un contexto pero no son nada en comparación a la gloria y la generosidad de Alá. Según el Corán, en esta parte Mahoma transmite las palabras de Alá, que está molesto por la ingratitud de algunas personas que dudan de la palabra de Alá tal como esta se transmite a su enviado, Mahoma. Pero también se expresa, de parte de Mahoma, y a nombre de Alá, una clara aprobación y defensa de las divisiones terrenales en que algunas personas son elevadas por encima de otras y las explotan.

Mahoma proyecta desde esta vida a la prometida vida después de la muerte el mismo punto de vista y concepción de cuáles son y deben ser las relaciones entre diferentes grupos de personas (hombres y mujeres, amos y esclavos, etc.), que he citado hasta ahora del Corán (y estos son solamente unos cuantos ejemplos representativos):

El castigo del Señor es inminente. / Nadie podría alejarlo…. Ese día, desgraciados de los que acusan de impostura a los apóstoles, / Que están sumidos en las cosas vanas. / Ese día serán precipitados en el fuego de la gehena [el infierno]…. Los que teman al Señor estarán en los jardines y en las delicias, / Regocijándose de aquello con que les ha gratificado su Señor. Su Señor les ha preservado del suplicio del fuego…. Reclinados en lechos, les hemos casado con doncellas de grandes ojos negros…. En torno a ellos circularán jóvenes servidores, semejantes a perlas encerradas en su concha. (Sura LII, “El monte Sinaí”, v. 7-8, 11-13, 17-18, 20, 24; se agregó entre corchetes “el infierno”.) 

Un poco más adelante, el Corán desarrolla y amplía más esta visión del paraíso, e incluye lo siguiente:

Allí habrá vírgenes de modesta mirada, que no han sido tocadas jamás por hombre ni por genio alguno [espíritus capaces de asumir una forma humana]. (Sura LV, “El misericordioso”, v. 56; se agregó entre corchetes la frase: “espíritus capaces de asumir una forma humana”.)

He aquí las muy comentadas vírgenes que son premios en el paraíso para los fieles — los hombres. Más adelante, se repite esta visión, y se desarrolla más:

Mujeres vírgenes de grandes ojos negros, encerradas en pabellones. / ¿Cuál, pues, de los beneficios de vuestro Señor negaréis / Jamás hombre ni genio las ha tocado. / ¿Cuál, pues, de los beneficios de vuestro Señor negaréis? Sus esposos descansarán sobre cojines verdes y magníficas alfombras. (Sura LV, “El misericordioso”, v. 72-76.) 

Y en otro sura:

En torno a ellos circularán jóvenes eternamente jóvenes…. Tendrán bellezas de grandes ojos negros, esas bellezas semejantes a las perlas cuidadosamente ocultas. / Tal será la recompensa de sus obras. (Sura LVI, “El acontecimiento”, v. 17, 22-24.)

En vista de todo eso, se plantean muy agudamente las preguntas: ¿son las palabras, los mandamientos y la visión del islam algo a que la gente debería someterse y llevar a cabo? ¿Es distinto, en un sentido significativo, el Alá del islam al “Díos, el fascista original” de la tradición religiosa “judeocristiana”? ¿No es cierto que, como la Biblia y la(s) religión(es) que se basan en ella, el islam y el Corán encarnan y defienden horrores que la humanidad ya no puede darse el lujo de soportar ni tiene que soportar — y que, al contrario, puede y tiene que dar pasos adelante a fin de abandonar y finalmente enterrar en el pasado?

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NOTAS:

1.  En este libro, he tratado las tres principales religiones monoteístas del mundo —el islam, el judaísmo y el cristianismo— y no he intentado abordar directamente ni de manera detenida otros sistemas de creencias religiosas y “espirituales” que se basan en entidades que supuestamente son distintas y están por encima de la esfera del universo material o por lo menos postulan la existencia de tales entidades — sean dioses, otras fuerzas sobrenaturales, una “fuerza de vida universal única”, etc. Tampoco he tratado con detenimiento las variadas tendencias de cada una de estas religiones monoteístas, pues, si bien existen diferencias, incluidas diferencias muy importantes, entre estas tendencias en cuanto a la doctrina y la práctica religiosas, son de importancia secundaria en relación con la concepción del mundo y los principios de la religión de la cual forman una parte. Además, estoy firmemente convencido que las críticas fundamentales y esenciales planteadas aquí acerca del cristianismo, el judaísmo y el islam también se aplican a todos los sistemas de creencias semejantes.  [volver]